sábado, 31 de marzo de 2018

VIGILIA PASCUAL.- La Resurrección, un misterio de fe, difícil de creer y más difícil aún de explicar. Y sin embargo, como en la "noche oscura" del poeta, podríamos también decir: ¡... ,oh noche amable más que la alborada!;/ ¡oh noche que juntaste / Amado con amada, /amada con Amado transformada” (San Juan de la Cruz).
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VIGILIA PASCUAL.- ( 10: 00 noche 31-III-2018).


En el Credo recitamos un dogma que, como sabemos muy bien, es el centro y eje de nuestro cristianismo: “Y resucitó al tercer día, según las Escrituras”. Cada día repetimos en laMisa después de la consagración: “¡Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ven Señor Jesús!”.
Cristo resucitó al tercer día, según las Escrituras ¿Qué quiere decir esto? Oigamos lo que dice el teólogo Smith: “Para un judío resucitar al tercer día significaba salir de la tumba sin haber experimentado la corrupción. Siguiendo la mentalidad de aquel tiempo (hoy lo propugnan muchos de los parasicólogos y especialistas en ciencias ocultas al hablar del “cuerpo astral” y su separación del cuerpo material en el momento de la muerte) el alma se separaba del cuerpo no antes del cuarto día, y era a partir de entonces cuando el cuerpo empezaba a corromperse”. Por eso le dice Marta a Jesús con motivo de la muerte de su hermano Lázaro y tratando de disuadirle deque ya no hay nada que hacer: “lleva ya cuatro días enterrado... ya huele mal”, es decir, su alma ya no está en su cuerpo.
Para un judío, Jesús, al resucitar al tercer día no conoció la corrupción. Pero Cristo sigue vivo aún, con una vida distinta, en un plano diferente, aunque en el plano de la vida. Y además vive entre nosotros, por eso lo estamos celebrando esta noche. Nosotros mismos podemos vivir en varios planos de vida: así cuando dormimos parecemos muertos pero estamos vivos, si soñamos o sufrimos éxtasis también estamos vivamos aunque vivamos otro mundo, otras experiencias y hasta con otra personalidad, y finalmente cuando está ausente la persona amada la tenemos presente aunque de otra forma, son modos de vivir distintos y a veces muy subjetivos pero no por ello menos reales. Cristo muerto y resucitado sigue vivo. No consiste en tener que probarlo históricamente. Si un día se pudiera demostrar con documentos que Jesús resucitó la fe no cumpliría aquí misión ninguna. Pero la fe está presente. Y Cristo sigue vivo porque aún después de dos mil años sentimos aquí su presencia entre nosotros, o deberíamos sentirla, esta noche de Pascua, pues de lo contrario seguiríamos en un eterno Viernes de Dolor, como siguen todos aquellos que no creen.
El día antes de que Albert Camus recibiera el premio Nobel de Literatura le hicieron una entrevista. Una de las preguntas era:
-¿Qué opina usted de Jesucristo?
La respuesta fue la siguiente:
-”No veo por qué no voy a confesar la emoción que siento ante Cristo y su doctrina. No tengo más que respeto hacia su persona, en cambio no creo en su resurrección”.
Esto mismo fue lo que le sucedió a san Pablo en el areópago de Atenas. Todos escuchaban con atención su discurso hasta que se le ocurrió decir la frase fatídica: “Dios va a juzgar el Universo por medio de un hombre... a quien ha acreditado resucitándole de entre los muertos” (Act. 17, 31-32). Dice san Lucas el autor de Los Hechos, que cuando oyeron “resucitándole de entre los muertos” casi todos se levantaron de sus asientos, unos burlándose de él y otros prometiéndole irónicamente: “mañana te oiremos”.
Para nosotros, acostumbrados a escuchar y a repetir mil veces esta gran verdad ya no nos puede escandalizar. Incluso hasta la podemos encontrar relativamente fácil de aceptar y de creer. El fallo es luego cuando tenemos que adaptar nuestra vida a esa verdad, cuando hay que actuar de acuerdo con lo que de ella se desprende. Para muchos Cristo todavía sigue colgado del madero, lo mismo que la tarde del Viernes Santo.
Para los primeros cristianos creer suponía un cambio radical en su vida, un cambio en el modo de pensar y por consiguiente en el modo de actuar. Creer suponía resucitar a una vida nueva y diferente, llena de paz y de ilusión. No sé quién dijo: “El día más perdido de todos es aquel en el que no haya sonreído ni una sola vez”. Sin embargo caminando por la calle te encuentras con un montón de caras largas, de gente estresada, malhumorada y agresiva, unos por no tener trabajo, otros por tener pluriempleo, unos por querer llegar antes, otros por no querer ceder el paso, la cosa es no vivir y no dejar vivir. Seguramente por eso crece y crece el número de muertos por infarto, por trombosis o por accidentes de tráfico. Y lo malo es que no tenemos trazas de cambiar. Tenía razón aquella pintada del Mayo del 68 parisino en la Universidad de la Sorbona: “Si piensas como vives terminarás viviendo como piensas”.
Esta noche, en la que conmemoramos la Resurrección, Cristo nos invita a resucitar con Él. Entonces sí tendrá sentido el que nos deseemos mutuamente ¡Felices Pascuas!, ya que Pascua en hebreo significa precisamente “paso” o “tránsito”, en este caso simbolizando el paso de la muerte a la vida, de la esclavitud a la libertad, del destierro a la Tierra Prometida, del pecado a la vida de la gracia.
¡Felices Pascuas!, pues a todos, o como dirán estos días, según es allí costumbre, los cristianos ortodoxos: ¡Cristo ha resucitado! Que así sea.

viernes, 30 de marzo de 2018


SERMÓN DE LA SOLEDAD 30-III- 2018

La lluvia y el viento fueron los únicos cofrades que procesionaron la imagen este año, los demás en el templo. Un sermón sobre la soledad del hombre de hoy, el santo Rosario, la salve popular, y una "tamborrada/calanda" para cerrar el acto final.


Contemplando cualquier noche de verano, el cielo estrellado, y pensando en los millones de soles que giran solamente dentro de nuestra galaxia de la Vía Láctea, y meditar luego en los millones de galaxias que se pierden en el horizonte de lo inimaginable... uno piensa qué solo se encuentra nuestro pequeño mundo ahí en medio de la inmensidad del universo. Las naciones tratan de independizarse en vez de aunarse más y más, de aislarse del resto en vez de solidarizarse, sin pensar que lo que están logrando es romper lazos de amistad, derribar puentes y levantar fronteras, que es como querer quedarse a solas solas, más solas...

Las familias que habitan esas colmenas humanas en que hemos convertido las barriadas de nuestras ciudades, cada día se aíslan más unas de otras, cada vez se independizan más tratando de prescindir cada vez más del otro, al menos eso parece que pretenden. Ya no importa lo que sucede allí, al otro lado del tabique, pared en medio, no importa ni interesa, no se quiere que interese a nadie. Es una tragedia.

Por su parte cada hombre está solo, se siente cada vez más solo, incluso cuando va inmerso en medio del bullicio de la calle, como dice el poeta Gabriel Celaya en un conocido poema:
“A solas soy alguien,
en la calle nadie.
En la calle todos
me hacen más pequeño
y al sumarme a ellos
la suma da... cero”.

Estamos solos, desamparadamente solos, por más que gocemos un momento de alguna agradable compañía. Incluso hombres tan famosos como lo fue Miguel de Unamuno, rodeado siempre de estudiantes y admiradores, cortejado por políticos que celebraban sus frases llenas de ironía en momentos tan conflictivos como aquellos de la Dictadura de Primo de Rivera, cuando proclamaba que “en vez de militarizar a los civiles habría antes que civilizar a los militares...”; pues en medio de aquella admiración de que gozaba, Unamuno confesaba encontrarse terriblemente solo: “Únicamente en la soledad-decía-  nos encontramos pero... ¡es tan triste el aislamiento en que vivimos!”.

La conocida periodista Oriana Fallaci entrevistó en cierta ocasión al vicepresidente del Vietnam del Sur, el general Nguyen Kao Ky. Una de las sorpresas con que se encontró fue la de que aquel personaje tan famoso e importante le confesara abiertamente: “Mire, yo soy un hombre que está solo..., terriblemente solo. Cuando alguien me escucha de verdad me siento feliz porque entonces me siento menos solo”.
 Pero a pesar de que el hombre lucha cada vez más y de las más diversas formas por salir de ese aislamiento interior, echando mano de la técnica actual: medios de comunicación, teléfono, prensa, radio, cine, televisión, redes sociales, etc. podemos afirmar que a pesar de todo el hombre sigue estando solo y cada vez más solo.

“No hay más que un sufrimiento en la vida: estar solo”, exclama Gabriel Marcel por boca de Rosa la protagonista de “Le coeur des autres”. Porque, curiosamente, los hombres aunque por una parte buscan comunicarse entre sí, -añade el mismo escritor-, por otra parte se aíslan más y más, empezando por la familia misma, calculando el número y en qué momento van a tener un hijo, si acaso después una hija; el hijo para heredar los negocios del padre, juntamente con sus prejuicios de clase, y la hija para casarla con otro hijo único que herede a su vez negocio y prejuicios de clase. Esto, -dice en otro lugar-“envilece la noción misma de la vida y el “todo lo demás” que llega por añadidura... Habría que preguntarse por qué... Acaso porque el hombre mira la vida como una máquina imperfecta en la que la chapucería constituiría la suprema regla. En tales condiciones no queda otra solución que intervenir en el curso de la misma vida lo mismo que se fabrican esclusas para que no pase el agua en una presa” (G. Marcel, Los hombres contra lo humano, pág. 49).

Pero la cosa no queda ahí pues el hombre además de aislarse de los vecinos del piso, de los compañeros de trabajo, de sus empleados o patronos, de los líderes políticos y de los sindicatos, empieza a desconfiar de todos y de todo.
El que huye de la gente lo único que consigue es ir fabricándose una cárcel para él solo. Y no es que esté realmente más solo, no, es simplemente que se va a sentir cada vez más solo, con una soledad que le acompañará hasta la muerte. Porque nos moriremos solos, tan estrecha es esa puerta de salida que no cabe más que uno cada vez, y no podremos llevar en compañía a nadie.
Jesús también murió solo a pesar de estar en medio de una multitud de curiosos que habían subido hasta el Calvario a presenciar el espectáculo. Tres horas de agonía. La soledad de la agonía para Jesús duró tres horas, la agonía de la soledad para miles de hombres dura una vida entera. Muchos hombres nos han dejado el testimonio y la confesión de su soledad cuando morían. Así Ortega y Gasset decía a su mujer Rosa: “¡Por favor, dame la mano que no sé por donde voy...”. Goethe pedía “¡luz, más luz...!”. La muerte es una soledad que no puedes compartir con nadie, y sin embargo la soledad es una muerte, una agonía que sí podríamos compartir con los demás si lo intentáramos.

El día 3 de junio de 1963 agonizaba el buen papa Juan XXIII mientras el cardenal Traglia celebraba la Santa Misa en la Plaza de San Pedro. El Dr. Gasparrini, que acompañaba al papa en su agonía, oía cómo la respiración del Pontífice se iba apagando... hasta que dejó de respirar. Curis Bill Pepper, biógrafo del fallecido, escribió a este propósito: “Ha muerto como casi todos los hombres, solo”.

La muerte viene acompañada de la soledad, porque la muerte es soledad. También la soledad del alma tiene su corte y llega acompañada de su séquito de muerte. La Biblia nos pone ya de sobre aviso: “¡Ay del solo!”, por eso Dios cuando creó al primer hombre, a pesar de haberlo colocado en un Edén de felicidad y paz, se dio cuenta de que allí faltaba algo y exclamó: “¡No está bien que el hombre esté solo, le daré una compañera como él que le ayude”. Con ello quiere decir que la soledad ni sirve para compañera, por más que hay soledades muy fecundas y gratificantes, pero hablamos de la soledad enfermiza y no buscada, ni siquiera vale como buena consejera, como dijo Manuel Machado en aquellos versos:
“En mi soledad
he visto cosas muy claras
que no son verdad...”.

Lo curioso de todo esto es que, a pesar de que el hombre busca desesperadamente compañía, luego hace todo lo posible con su egoísmo para ahuyentarla de su lado, creando un círculo cerrado, un círculo vicioso de soledad en compañía a su alrededor. En algún lugar leí que el actor Rod Steiger, Oscar en 1965 y 1966, presa de una profunda depresión posiblemente provocada por la muerte de Jack Palance, otra gran estrella de Hollywood, atrapado en la jungla de intereses y empujado al suicidio, manifestaba años después: “para salir de aquel pozo tuve que ir al psiquiatra. Lo más importante que me hizo fue sustituir los problemas que tenía por otros menores, que al ser más fáciles de superar que los primeros podía dominarlos mejor. Algo es algo”, terminaba diciendo.

Pues en esas andamos aún los hombres, engañándonos infantilmente, supliendo o tratando de sustituir o tapar unos problemas por otros más pequeños que casi nunca podemos enterrar del todo. En realidad hay poca gente capaz de comprender al prójimo y capaz de escucharlo, todo el mundo mira su problema sin fijarse en el de los demás. En realidad ¿a quién pueden preocupar mis problemas? Mucha gente, en vista de ello trata de olvidar, por ejemplo, dándose a la droga o al alcohol: No sé quién dijo que el que quiera ahogar sus penas en alcohol se equivoca porque las penas flotan.
Si vas con ellas al amigo con la esperanza de encontrar ayuda, pues dicen que las penas compartidas no se suman sino se restan y dividen, resulta que te viene él con otras aún mayores. Como si nos dijeran que cada uno tiene bastante con lo suyo. Puede que tenga algo de verdad pues ¿quién puede repartir los remordimientos de una conciencia que acusa? En momentos y días de angustia y de soledad el que encuentre un amigo fiel que le comprenda y sea capaz de ayudarle, ha encontrado un tesoro.

La soledad no es buena. Por eso nos parece tan extraño el que Jesús haya permitido que su Madre la sufriera en esta tarde de dolor y muerte. ¿Quién con más razón que ella podría exclamar: “¡Hijo mío ¿por qué me has abandonado?”. Y sin embargo ella, la  Soledad, “capitana de la soledad”, aparece al pie de la Cruz acompañando. Ella, la Madre buena, la eterna compañera de su hijo en Galilea y en los caminos sembrados de peligros de Belén, de Jerusalén y de Egipto, compañera en las tardes rumorosas de trabajo en la carpintería y hogar de Nazaret ¿cómo es posible que ahora se quede sola hasta el punto de llegar a personificar en ella ese maldito sustantivo que es la soledad, Nuestra Señora de la Soledad. María es la soledad personificada, aunque ella nunca ha estado sola de verdad pues siempre estaba Dios con ella, “el Señor está contigo”, le dijo el ángel Gabriel cuando la visitó en Nazaret.

También Jesús murió rodeado de mujeres y de algunos seguidores, y en cambio murió solo, como casi todos los hombres llegando a quejarse a su buen padre Dios de “por qué le había abandonado...”.
Se suele decir que el mejor antídoto contra lo soledad es el amor, y es cierto. Pero tiene que ser un amor auténtico, de lo contrario en vez de remediarla sólo conseguiría potenciarla y añadir a una soledad otra soledad más y quizá mayor. Es lo que llamó nuestro Ramón de Campoamor “la soledad de dos en compañía”. O como la define el dramaturgo Anouilh en Orfeo y Eurídice: “Dos pieles, dos envoltorios impermeables, un apretón de manos, un beso, dos corazones unidos... pero luego todo se esfuma y te quedas solo, a solas con tu soledad”.

¿Qué cabe pues hacer para ahuyentar esta plaga de la soledad, para poder luchar contra ella? Porque de hacer caso a las estadísticas hay más gente sola de la que nos imaginamos; ¿qué hacer con esa soledad que ahoga el alma y nos termina matando? Una solución sería dejar de una vez para siempre nuestro egoísmo a un lado, nuestra soberbia, y amar un poco más al prójimo..., más de verdad y más en serio

¿Qué hacer para no estar solo? De los hombres se puede esperar poco, como muy bien sabemos. Por lo tanto no queda más remedio que empezar por llenarse de Dios. Cuando Dios entra a formar parte de nuestra vida y se instala en el centro de nuestro corazón por medio de la gracia es cuando el hombre empieza a sentir su compañía, empieza a encontrarse y a encontrarlo y a dar sentido a su vida. “Dios con nosotros”.

Siempre recordaré la visita que, hace bastantes años, hice a una anciana enferma que vivía completamente sola en una casa de aldea en medio del monte. Me impresionó aquel silencio y aquella soledad lejos del pueblo.
-¿Debe de encontrarse muy sola aquí, eh abuela?
-¿Sola? ¡Qué va! Yo tengo en mi casa muchos santos que me hacen compañía, hablo con todos y también ellos me hablan y además está Dios. ¿Cómo puede decir alguien que vivo sola?
 Con una fe así, con una visión sobrenatural como la de esta anciana es verdad que no tiene sentido decir que estamos solos.

Un cristiano siempre tendrá la solución a mano para sus horas de soledad, aparte de la camaradería, la amistad y el amor cristianamente sentido y vivido. Y es que solamente dándose y ayudando a los demás puede uno salir del propio pozo. Importa en primer lugar tener paz interior, después salir de ti hacia los otros, ya que son los demás el único camino que conduce hacia Dios.
En esta tarde de marzo, mientras la Soledad va a recorrer los barrios y las calles de Miranda debemos meditar durante la procesión, debemos pensar y rezar por ese mundo que está un poco más allá de lo que vemos y oímos a nuestro alrededor, en ese mundo en guerra donde la sangre mana cada día a raudales y el dolor es el pan cotidiano de las gentes, en ese mundo de dolor donde tantos enfermos sufren, muchos de ellos solos, sin familia, en residencias y hospitales, en tantos ancianos en los que la edad y los achaques los ha dejado arrumbados al borde del camino del afecto y de la compañía, en los niños sin hogar, en esas personas que no son queridas por nadie, en los hombres a quienes les falta todo porque carecen de fe y de amor, y a pesar de su dolor, no esperan nada más...

En esta tarde de primavera recién llegada en la que tanta gente mira al cielo por si mañana y pasado... brillará el sol o nos vendrá la lluvia debemos levantar también nuestra mirada al cielo para ver llegar al Redentor crucificado que nos vino a dar resurrección y vida, no muerte, creyendo firmemente que en Él está la salvación, - y Él siempre llega- confiando a la vez nuestra plegaria a su Madre, pues ella sí que puede interceder en favor de nuestra alegría, como lo hizo en las bodas de Caná.

Ella y su Hijo sí que son capaces de librarnos de nuestros egoísmos y miserias, que son capaces de librarnos de nosotros mismos, porque somos el peor enemigo que tenemos. Jesús es quien nos podrá librar de esa carga de soledad “del alma que está sin alma”, del vacío de un corazón sin Dios por no haber querido aceptar al prójimo.

Ese es el gran milagro del amor y de la caridad cristiana, que acompañando a los demás, cuando tratamos de sacar del pozo a nuestro hermano, somos nosotros los que más nos sentimos ayudados y reconfortados.

La soledad entonces será sólo la de un Viernes de Dolor  que pasará, como fue la Soledad de María, ya que lo mismo que después de la tempestad viene la calma y después de la noche el día, después del Viernes Santo y Sábado de Soledad viene siempre un domingo de resurrección y de gloria. Que así sea.

jueves, 29 de marzo de 2018


VIERNES SANTO.- LA MUERTE DEL SEÑOR. 30-III-2018


Ayer daba comienzo el Gran Triduo Pascual: Jueves Santo, Viernes Santo y Sábado de Gloria o Domingo de Resurrección que viene a ser lo mismo. Hoy celebramos la Muerte del Señor, “el cabo de año” o aniversario de su muerte, una muerte que, “no fue  ni fácil ni rápida”, como prometían en Kenya los guerrilleros kikuyis del Mau Mau, a los jefes ingleses.
 Cristo no moría por Él, daba su vida por nosotros, que por cierto tampoco nos hemos hecho muy merecedores de ella. Como dice san Pablo: “Puede que haya quien muera por un justo, incluso puede haber quien se atreva a morir por una persona buena, Dios ha muerto por nosotros que ni somos justos ni buenos sino pecadores (Rom. 5, 7).
 Más lejos fue, años después, Mahoma cuando dijo: “El supremo altruismo es dar la vida por  el dios y la Religión  del otro”, lo dijo, pero no lo llevó a cabo. Cristo sí que ha muerto por los fieles y por infieles, por judíos y pagamos, por justos y pecadores, por todos.

El año 1982 un joven llamado Alcaro Iglesias Sánchez, del que ya nadie se acuerda seguramente, pereció carbonizado en el nº 7 de la calle Carranza de Madrid por salvar la vida de otras dos personas. Su compañero atestiguaba que, al ver el incendio, no lo pensó dos veces para lanzarse a salvarlos. Fue un gesto que impresionó entonces y sigue dando qué pensar en medio de un mundo en el que sólo campea el egoísmo por sus fueros. Hace pocos días un coronel gendarme francés Arnauld Belreame, 44 años, se cambió voluntariamente por una mujer rehén  de un grupo de islamitas y murió víctima de varias heridas y de un tiro en la garganta.

Pero ¿qué sería de nosotros si no hubiera nadie dispuesto a sacrificarse e incluso a dar la vida por los demás? Se acabaría el amor de madre, no habría héroes ni mártires, no habría hermanos ni amigos... Si habiendo almas tan entregadas al prójimo el mundo anda como anda ¿podríamos imaginárnoslo sin estos Cristos, sin personas así?

Cristo será siempre un ejemplo a seguir y un valor a tener en cuenta, aunque así suelen terminar aquellos que pretendan dar su vida por el prójimo,  crucificados como Él. En ninguna otra ocasión se podría aplicar con más verdad aquella frase de Los Vedas: “Dios es lo que no es”, es decir, donde termina cualquier imagen que el hombre pueda hacer de Dios allí precisamente empieza a formarse la de Él. A un país, a una cultura o ideología, al mundo no se le salva matando a los demás sino muriendo por ellos. Esta fue y sigue siendo la tesis del Crucificado: “El que quiera ganar su vida la perderá y el que pierda su vida la ganará para la vida eterna”.  Porque como dice Miguel de Unamuno en su ensayo “Mi Religión” “el odio a nosotros mismos cuando es inconsciente... oscuro... engendra egoísmo. Pero cuando se hace consciente, claro racional, puede engendrar heroísmo”.

Es lo mismo que escribió el escritor inglés T. S. Eliot en su drama “Asesinato en la catedral” sobre la muerte de santo Tomás Becket, arzobispo de Canterbury: “No vamos a vencer luchando o resistiendo, ni tampoco empleando astuta estratagema. No,  hay que luchar con una bestia como si fuera un hombre. Con la bestia luchamos y ya fue conquistada. Ahora tenemos que conquistar sufriendo. No cabe duda que la victoria se hace más fácil cuando llega el triunfo de la cruz”. Y en otro lugar cuando el cuarto tentador, después que Tomás rechaza las tres primeras tentaciones, le propone la tentación más sutil, enorgullecerse de su martirio: “Tú tienes... el hilo de la muerte y de la vida eterna... el santo y el mártir desde la tumba reinan”.

De los que ya no están entre nosotros se recuerdan retazos de su muerte, anécdotas de la peripecia de su agonía, cómo fue el desenlace y algunas de sus últimas palabras. De la muerte de Jesús lo conservamos todo: su agonía hora a hora, sus últimas palabras y sus postreras voluntades. Sabemos que su muerte fue espantosa. Si es duro morir de muerte natural hay que imaginarse lo que será morir de una muerte planeada para hacer morir con el mayor dolor posible. Porque la muerte asusta, aún al más estoico, por muy ecuánime que sea. Juan Ramón Jiménez repetía: “Señor, matadme si queréis... pero no, Señor, no me matéis”. El poeta francés Paul Valery decía dos días antes de morir al doctor que lo atendía:
-Le agradezco que haya venido, tengo miedo.
-¿Miedo? ¿Por qué miedo? Ud. ha dicho y sabe que después no hay nada...
-Precisamente ahora, respondió Valery, cuando más necesito no creer, no estoy muy seguro de ello”.
 ¡Miedo..., siempre el miedo al miedo! Teilhard de Chardín que ha tratado de demostrar en sus obras que todo el Universo, incluyendo al hombre, camina hacia Cristo que el calificó de “punto omega” de toda la creación, cuando yacía tendido en un sofá una tarde de abril de 1955, víctima de un síncope cardíaco, dicen que exclamó: “Me doy cuenta de que esta vez es espantoso”, frase que hace pensar que a la hora de la muerte no nos va a servir de nada ni la poesía, ni la filosofía, ni la psicología ni siquiera la ciencia.
El día 22 de octubre celebra la iglesia la festividad de la mártir santa Córdula, nombre poco común por cierto. Pues bien, según cuenta una leyenda sacada del “Libro de las once mil vírgenes”, habiendo degollado los hunos a estas vírgenes con deshonrosa muerte en la ciudad de Colonia, santa Córdula, presa del miedo, huyó permaneciendo escondida en las bodegas de un barco durante tres días y tres noches, como Jonás en el vientre del cetáceo. Al fin pudo vencer el miedo y se presentó ante los bárbaros siendo también martirizada. Por eso su fiesta se celebra al día siguiente de la festividad de santa Úrsula y compañeras, a quienes se refiere la leyenda.

Muchas veces se nos dijo que los mártires iban camino del suplicio, gozosos, entre cánticos de alegría, pero la Actas del martirio nos hablan a menudo de su terror y de sus miedos. Si lo tuvo el mismo Jesús, del que dice el evangelio que estando en Getsemaní se entristeció y angustió hasta sudar sangre ¿cómo no lo iban a tener sus discípulos y seguidores? Jesús tuvo miedo, cosa que no resta nada de belleza a su muerte. Las últimas palabras de Jesús no indican más que paz en la victoria, descanso en el éxito: “A tus manos encomiendo mi espíritu... todo está cumplido...”. Morir así, en las manos de Dios, después de haber cumplido y dejándolo todo arreglado y acabado tiene que ser hermoso. Por desgracia suele suceder lo contrario y muchos por desgracia, tendrán que decir: “Todo quedó inacabado, he dejado mucho sin cumplir, a tus manos, a las manos de un cualquiera dejo todo lo que tengo y me queda por hacer”. Y no digamos nada cuando la muerte nos sobreviene de repente, sin contar con ella.

Hace días me comentaba un hombre ejemplar hablando de esto: “A mí no me gustaría nada morirme de repente como desean muchos por ahí. A mí me gustaría saborear mi muerte, poder yo entregarla en las manos de Dios, siendo consciente de lo que estaba haciendo, porque es el mejor regalo, y el más hermoso gesto por mi parte el de poder darle voluntariamente, sin que nadie me forzara lo único y lo que más aprecio que es la vida”.
¡Ojalá todos fuéramos capaces de decir lo mismo!
 Ahora está Cristo en la cruz, sobre el Calvario, como un símbolo eterno de victoria sobre el dolor, sobre el miedo y sobre la angustia, como un hito en la frontera entre la vida y la muerte, entre el Bien y el Mal, como un signo de contradicción al ser a la vez juez y reo, sacerdote y víctima, súbdito y rey, vencedor y vencido, muerte y resurrección..., y todo ello debido a que no todo se acaba aquí. El Viernes de dolor y el sábado Santo no son más que un compás de espera, un silencio en la partitura de la vida; y la muerte no es sino un acorde disonante, como un acorde de séptima que lleva siempre a desembocar en la tónica del acorde final del domingo de Resurrección.
Posiblemente no exista muerte más hermosa y más heroica que aquella de aquel hombre que dio a sus 20 años la vida por rescatar del incendio a dos de sus semejantes, lo que le costó perecer en el intento o como la del coronel francés Arnauld Belreame, que se cambió voluntariamente por una mujer rehén y asesinado por un grupo de islamitas; como tampoco hay muerte más hermosa que la de este hombre Dios que a sus 33 años dio su vida, y aún la sigue dando en cada misa, para salvar de la muerte eterna a todos los humanos que tengan fe en Él. Así lo estamos recordando cada día, aunque hayan pasado ya casi dos mil años.

Hoy es el primer día del Triduo Pascual. Tenemos que pensar que todas estas horas de doloroso recuerdo van a desembocar, y esto sin duda nos tiene que llenar de esperanza, en ese domingo sin par, en esa mañana primaveral y gozosa, en ese día lleno de vida y alegría que es el domingo de Pascua. Y mientras esperamos a que llegue ese momento ¿qué mejor oración podemos recitar que aquella que nos enseñaron desde niños para empezar toda obra buena y que dice:
Por la señal de la santa cruz
de nuestros enemigos
líbranos, Señor, Dios nuestro? Que así sea.


miércoles, 28 de marzo de 2018


FESTIVIDAD DEL JUEVES SANTO 29-III-2018- B


La caridad cristiana es el colmo... Colmar, según el Diccionario de la RAL, es llenar un recipiente hasta que rebose.  Un cristiano debe estar colmado de caridad y amor a los demás. Por eso no tiene justificación el que existan todavía pobres entre nosotros, como tampoco debería existir la injusticia ni la soledad ni el paro ni la droga ni el hambre ni el pasar frío... ya que está en la mano del hombre suplir tales deficiencias, la muerte en cambio no. Y de que hay cristianos a quienes les sobra todo y otros que no tienen nada todos somos testigos.

Hoy Jueves Santo, día del amor fraterno, conmemoramos la Última Cena de Jesús con sus discípulos. Los doce estaban en torno a una mesa como lo había hecho Sócrates con sus amigos, según narra Platón en El Banquete, en el que se sienta un joven, un médico, un poeta, un filósofo... para cenar y hablar sobre el amor. Cada uno da su opinión. Todos terminan borrachos y dormidos menos Sócrates que al llegar el alba se da un baño y empieza la jornada de trabajo como si tal cosa. También Cristo, rodeado de los apóstoles, habla de amor, los doce terminan dormidos en Getsemaní tras la cena y él recibe un baño de sudor y sangre. Pero si el amor socrático es vida, el de Cristo se desvive. El amor de Sócrates es pasión y eros y es fácil encontrarlo, el amor cristiano es amistad y entrega, ágape y fraternidad.

Dice Unamuno: Al hombre le falta amor porque le sobra envidia, la envidia acarrea el odio y el odio sangre y muerte, ¡mal camino! Es lo mismo que trata de explicar el escritor boliviano Arguedas en su novela “Pueblo enfermo”. En el prólogo dice Ramiro de Maeztu que la envidia es un pecado muy español. Ya lo había dicho dos siglos antes Quevedo añadiendo que “la envidia es flaca porque muerde y no come”. Cierto agricultor americano cuyo maíz cosechaba cada año el primer premio en la Feria del Estado, tenía la manía de compartir sus mejores semillas con todos los labriegos del contorno.

-Nadie ha hecho nunca eso ¿por qué lo haces ahora tú? le preguntaron cierto día.
-Por puro interés, contestó. El viento y los insectos llevan el polen de flor en flor desde unos campos a otros sin saber quién es el dueño. Si el vecino tiene mal maíz su polen rebajaría la calidad del mío.
A veces hasta mirado bajo el punto de vista más egoísta, es rentable ser bueno con el prójimo. La envidia lo estropea en cambio todo. Empezó en el Paraíso, el demonio envidioso de la felicidad de nuestros padres, los tentó. Caín mata a su hermano por envidia (Gén. 4, 16) y después se fue a vivir al “Este del Edén” una frase que dio pie a Jonh Steinbek para escribir una historia gemela que él sitúa en el Valle de Salinas (California) y en donde la envidia entre hermanos los lleva hasta el fratricidio. El mundo es un dolor a causa de la envidia.

Sin ir más lejos, ¿no notamos la envidia por doquier? en la misma sociedad en la que nos desenvolvemos. Hace años había en cierto pueblo una posada conocida por “La estrella de plata”. El posadero hacía mil esfuerzos por captarse parroquianos pero estos pasaban de largo camino de otra fonda en el vecino pueblo. Y cuanto más se esforzaba en deshacerse en atenciones con ellos, acondicionado el local, poniendo precios razonables y calidad en la comida, menos gente tenía. Lo comentó con un sabio y este le dijo:
-Amigo mío, eres blanco de la envidia. Lo que tienes que hacer es cambiar el nombre a la posada.
-Pero si todo el mundo la conoce así desde hace muchos años...
-Es igual, dijo el sabio, cambia el nombre y llámala “Cinco campanas”, pero luego en la fachada cuelgas seis.
Hizo el posadero lo que le aconsejó el sabio. Al día siguiente los vecinos contemplaron el nuevo nombre y al ver las seis campanas empezaron a entrar tratando de humillar al posadero descubriéndoles el error en el que había caído.
-¿Cómo has puesto cinco en el letrero si son seis? le comentaban socarronamente a la vez que tomaban una consumición.
Y fue así como la gente empezó a entrar, y el posadero empezó a amasar su fortuna. Porque pocas cosas satisfacen más al envidioso que poder corregir fallos ajenos.

Jesús fue de igual modo objeto de la envidia por parte de los fariseos ¡Cuántas veces tratan de corregirlo y reprenderlo, acudiendo a él hasta comprensivos y humildes! Jesús es el Abel del Nuevo Testamento, muerto a manos de los de su raza. Unamuno se pregunta: “¿Por qué hay tanta envidia?”, y él mismo da la respuesta: “Porque hay mucho ocio y mucha más vagancia espiritual. Quien no tiene en qué ocuparse es terreno abonado para la pasión de la envidia...”. ¿Cuál será el remedio? Pues la guerra sin cuartel a la mentira, a la soberbia, al egoísmo... Para ello las únicas armas de que disponemos son la humildad, el perdón y el amor, incluso al enemigo como hizo Jesús.

Un cristiano no puede “tirar la piedra y esconder la mano” sino todo lo contrario, debe “esconder la piedra y ofrecer la mano”. No basta con no mentir, hay que decir la verdad. No basta con no matar, no robar... de eso no nos va a examinar Jesús, al menos explícitamente, al fin del mundo. Cristo nos condenará por no hacer algo que teníamos que hacer: “Tuve hambre y no me disteis de comer, sed y no disteis de beber, en la cárcel y no fuisteis a verme...”, o si queremos decirlo en un estilo más de hoy, como lo interpreta el texto de La Liga Walther” de estudiantes americanos: “Tuve hambre y vosotros mirabais el espacio. Tuve hambre y me decíais: espera un poco, a ver... Tuve hambre y comentasteis: De eso se encargarán los robots y la ingeniería genética. Tuve hambre y culpasteis al Gobierno. Tuve hambre y os escuché decir: También la pasó mi padre. Tuve hambre y me compadecisteis: ¡Dios te ampare, amigo...! Tuve hambre y me aconsejasteis: Pues anda con cuidado..., con la salud no se juega. Tuve hambre y me gritasteis: Por favor, vuelve mañana... Tuve hambre, tuve hambre...”. Si estallara una guerra cualquier gobierno sería capaz de conseguir e invertir miles de millones en sufragar los gastos. Pero que nadie pregunte cómo ni de donde sale tanto dinero. En cambio cuando se trata de ayudar a los necesitados comparativamente hablando se da con cuentagotas.

Una duquesa salía cierta noche de un baile en un Hotel de Londres. El baile se daba a beneficio de los niños abandonados por las calles. Cuando iba a entrar en su flamante Rolls Royce se le acercó un desharrapado muchachuelo pidiéndole limosna: Llevo todo el día sin comer, señora... Entonces la duquesa lo apartó malhumorada reprochándole: ¡Desagradecido! ¿Te das cuenta que he estado bailando y bebiendo para ti toda la noche?  A muchos les agrada hacer a favores, pero a todos les encanta que se los agradezcan. En el mundo ya no hay caridad, ya “no hay fraternidad... y si ha hay no se vive, y si se vive no se nota”.
Es misión del cristiano hacerla presente cada vez más y cada vez con más urgencia si es que queremos cambiar un poco el mundo. Y no vale pensar que esta hay que hacerla con los pobres, esa masa de gente que no vemos, necesitamos empezar por el vecino por los de casa, haciendo feliz en la medida de lo posible a todos aquellos que conviven contigo. Cierto matrimonio se pasaba las horas muertas sentados en el sillón, uno frente a otro. Un día la mujer le dijo al marido, que solía atrincherarse tras las páginas de un gran diario nacional lee que lee: Querido, ¿has pensando alguna vez que puede suceder en casa alguna cosa parecida a las que ocurren por el mundo? A veces la caridad es difícil, y se puede cambiar en agresividad e incomprensión. No pocas veces también para hacer caridad hay que ser precavidos y prudentes.

Hoy es Jueves Santo, día del amor fraterno, día que hay que dedicar a enterrar el odio y a su madre la envidia. Hoy es día de salir a la calle dispuestos a alargar la mano al que la necesita, a hacer las paces con quien estemos enfrentados, ya que muchas vueltas que demos cómo arreglar el mundo y lograr la transformación de la sociedad, esta empieza siendo cada uno de nosotros, no los demás, cada uno de nosotros, verdaderos cumplidores de esta ley evangélica de la fraternidad. Si empezamos por nosotros mismos podemos decir que se ha dado ya un primer paso hacia la fraternidad universal por la que tanto suplicaba Jesús en la última cena el primer Jueves Santo de la historia. Si somos solidarios estamos dando un segundo paso hacia la solución... A Dios se va por el prójimo, no hay otro camino. Y es en ese encuentro con el prójimo en el que nació la fe de conversos de la talla de Gabriel Marcel que escribió: “Los encuentros han desempeñado un papel capital en mi vida. He conocido seres en los que sentí tan viva la realidad de Cristo que ya no me era lícito dudar”. Se refería a su amistad con los escritores católicos Du Bos, Maritain, etc. Y es que, como dice el teólogo Guardini: “La fe es una luz que se enciende en otra luz”. La fe, como el amor es contagiosa. La caridad, el amor sincero a nuestro prójimo es fuego que se enciende, calienta e ilumina en la luz de otro fuego. La caridad es la auténtica luz que puede iluminar nuestros pasos por la oscura noche de envidias y de odios, de guerras y de muertes que es el mundo.

FESTIVIDAD DEL JUEVES SANTO 29-III-2018. B
La caridad cristiana es el colmo... Colmar, según el Diccionario de la RAL, es llenar un recipiente hasta que rebose. Colmar un recipiente es echar la medida y hacer que rebose. Un cristiano debe estar colmado de caridad y amor a los demás. Por eso no tiene justificación el que existan todavía pobres entre nosotros, como tampoco debería existir la injusticia ni la soledad ni el paro ni la droga ni el hambre ni el pasar frío... ya que está en la mano del hombre suplir tales deficiencias, la muerte en cambio no. Y de que hay cristianos a quienes les sobra todo y otros que no tienen nada todos somos testigos.
Hoy Jueves Santo, día del amor fraterno, conmemoramos la Última Cena de Jesús con sus discípulos. Los doce estaban en torno a una mesa como lo había hecho Sócrates con sus amigos, según narra Platón en El Banquete, en el que se sienta un joven, un médico, un poeta, un filósofo... para cenar y hablar sobre el amor. Cada uno da su opinión. Todos terminan borrachos y dormidos menos Sócrates que al llegar el alba se da un baño y empieza la jornada de trabajo como si tal cosa. También Cristo, rodeado de los apóstoles, habla de amor, los doce terminan dormidos en Getsemaní tras la cena y él recibe un baño de sudor y sangre. Pero si el amor socrático es vida, el de Cristo se desvive. El amor de Sócrates es pasión y eros y es fácil encontrarlo, el amor cristiano es amistad y entrega, ágape y fraternidad.
Dice Unamuno al hombre le falta amor porque le sobra envidia, la envidia acarrea el odio y el odio sangre y muerte, ¡mal camino! Es lo mismo que trata de explicar el escritor boliviano Arguedas en su novela “Pueblo enfermo”. En el prólogo dice Ramiro de Maeztu que la envidia es un pecado muy español. Ya lo había dicho dos siglos antes Quevedo añadiendo que “la envidia es flaca porque muerde y no come”. Cierto agricultor americano cuyo maíz cosechaba cada año el primer premio en la Feria del Estado, tenía la manía de compartir sus mejores semillas con todos los labriegos del contorno.
-Nadie ha hecho nunca eso ¿por qué lo haces ahora tú? le preguntaron cierto día.
-Por puro interés, contestó. El viento y los insectos llevan el polen de flor en flor desde unos campos a otros sin saber quién es el dueño. Si el vecino tiene mal maíz su polen rebajaría la calidad del mío. 
A veces hasta mirado bajo el punto de vista más egoísta, es rentable ser bueno con el prójimo. La envidia lo estropea en cambio todo. Empezó en el Paraíso, el demonio envidioso de la felicidad de nuestros padres, los tentó. Caín mata a su hermano por envidia (Gén. 4, 16) y después se fue a vivir al “Este del Edén” una frase que dio pie a Jonh Steinbek para escribir una historia gemela que él sitúa en el Valle de Salinas (California) y en donde la envidia entre hermanos los lleva hasta el fratricidio. El mundo es un dolor a causa de la envidia.

Sin ir más lejos, ¿no notamos la envidia por doquier? en la misma sociedad en la que nos desenvolvemos. Hace años había en cierto pueblo una posada conocida por “La estrella de plata”. El posadero hacía mil esfuerzos por captarse parroquianos pero estos pasaban de largo camino de otra fonda en el vecino pueblo. Y cuanto más se esforzaba en deshacerse en atenciones con ellos, acondicionado el local, poniendo precios razonables y calidad en la comida, menos gente tenía. Lo comentó con un sabio y este le dijo: 
-Amigo mío, eres blanco de la envidia. Lo que tienes que hacer es cambiar el nombre a la posada. 
-Pero si todo el mundo la conoce así desde hace muchos años... 
-Es igual, dijo el sabio, cambia el nombre y llámala “Cinco campanas”, pero luego en la fachada cuelgas seis. 
Hizo el posadero lo que le aconsejó el sabio. Al día siguiente los vecinos contemplaron el nuevo nombre y al ver las seis campanas empezaron a entrar tratando de humillar al posadero descubriéndoles el error en el que había caído.
-¿Cómo has puesto cinco en el letrero si son seis? le comentaban socarronamente a la vez que tomaban una consumición. 
Y fue así como la gente empezó a entrar, y el posadero empezó a amasar su fortuna. Porque pocas cosas satisfacen más al envidioso que poder corregir fallos ajenos.

Jesús fue de igual modo objeto de la envidia por parte de los fariseos ¡Cuántas veces tratan de corregirlo y reprenderlo, acudiendo a él hasta comprensivos y humildes! Jesús es el Abel del Nuevo Testamento, muerto a manos de los de su raza. Unamuno se pregunta: “¿Por qué hay tanta envidia?”, y él mismo da la respuesta: “Porque hay mucho ocio y mucha más vagancia espiritual. Quien no tiene en qué ocuparse es terreno abonado para la pasión de la envidia...”. ¿Cuál será el remedio? Pues la guerra sin cuartel a la mentira, a la soberbia, al egoísmo... Para ello las únicas armas de que disponemos son la humildad, el perdón y el amor, incluso al enemigo como hizo Jesús.
Un cristiano no puede “tirar la piedra y esconder la mano” sino todo lo contrario, debe “esconder la piedra y ofrecer la mano”. No basta con no mentir, hay que decir la verdad. No basta con no matar, no robar... de eso no nos va a examinar Jesús, al menos explícitamente, al fin del mundo. Cristo nos condenará por no hacer algo que teníamos que hacer: “Tuve hambre y no me disteis de comer, sed y no disteis de beber, en la cárcel y no fuisteis a verme...”, o si queremos decirlo en un estilo más de hoy, como lo interpreta el texto de “La Liga Walther” de estudiantes americanos: “Tuve hambre y vosotros mirabais el espacio. Tuve hambre y me decíais: espera un poco, a ver... Tuve hambre y comentasteis: De eso se encargarán los robots y la ingeniería genética. Tuve hambre y culpasteis al Gobierno. Tuve hambre y os escuché decir: También la pasó mi padre. Tuve hambre y me compadecisteis: ¡Dios te ampare, amigo...! Tuve hambre y me aconsejasteis: Pues anda con cuidado..., con la salud no se juega. Tuve hambre y me gritasteis: Por favor, vuelve mañana... Tuve hambre, tuve hambre...”. Si estallara una guerra cualquier gobierno sería capaz de conseguir e invertir miles de millones en sufragar los gastos. Pero que nadie pregunte cómo ni de donde sale tanto dinero. En cambio cuando se trata de ayudar a los necesitados comparativamente hablando se da con cuentagotas.
Una duquesa salía cierta noche de un baile en un Hotel de Londres. El baile se daba a beneficio de los niños abandonados por las calles. Cuando iba a entrar en su flamante Rolls Royce se le acercó un desharrapado muchachuelo pidiéndole limosna: Llevo todo el día sin comer, señora... Entonces la duquesa lo apartó malhumorada reprochándole: ¡Desagradecido! ¿Te das cuenta que he estado bailando y bebiendo para ti toda la noche? A muchos les agrada hacer a favores, pero a todos les encanta que se los agradezcan. En el mundo ya no hay caridad, ya “no hay fraternidad... y si ha hay no se vive, y si se vive no se nota”. 
Es misión del cristiano hacerla presente cada vez más y cada vez con más urgencia si es que queremos cambiar un poco el mundo. Y no vale pensar que esta hay que hacerla con los pobres, esa masa de gente que no vemos, necesitamos empezar por el vecino por los de casa, haciendo feliz en la medida de lo posible a todos aquellos que conviven contigo. Cierto matrimonio se pasaba las horas muertas sentados en el sillón, uno frente a otro. Un día la mujer le dijo al marido, que solía atrincherarse tras las páginas de un gran diario nacional lee que lee: Querido, ¿has pensando alguna vez que puede suceder en casa alguna cosa parecida a las que ocurren por el mundo? A veces la caridad es difícil, y se puede cambiar en agresividad e incomprensión. No pocas veces también para hacer caridad hay que ser precavidos y prudentes.

Hoy es Jueves Santo, día del amor fraterno, día que hay que dedicar a enterrar el odio y a su madre la envidia. Hoy es día de salir a la calle dispuestos a alargar la mano al que la necesita, a hacer las paces con quien estemos enfrentados, ya que muchas vueltas que demos cómo arreglar el mundo y lograr la transformación de la sociedad, esta empieza siendo cada uno de nosotros, no los demás, cada uno de nosotros, verdaderos cumplidores de esta ley evangélica de la fraternidad. Si empezamos por nosotros mismos podemos decir que se ha dado ya un primer paso hacia la fraternidad universal por la que tanto suplicaba Jesús en la última cena el primer Jueves Santo de la historia. Si somos solidarios estamos dando un segundo paso hacia la solución... A Dios se va por el prójimo, no hay otro camino. Y es en ese encuentro con el prójimo en el que nació la fe de conversos de la talla de Gabriel Marcel que escribió: “Los encuentros han desempeñado un papel capital en mi vida. He conocido seres en los que sentí tan viva la realidad de Cristo que ya no me era lícito dudar”. Se refería a su amistad con los escritores católicos Du Bos, Maritain, etc. Y es que, como dice el teólogo Guardini: “La fe es una luz que se enciende en otra luz”. La fe, como el amor es contagiosa. La caridad, el amor sincero a nuestro prójimo es fuego que se enciende, calienta e ilumina en la luz de otro fuego. La caridad es la auténtica luz que puede iluminar nuestros pasos por la oscura noche de envidias y de odios, de guerras y de muertes que es el mundo.
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