domingo, 8 de mayo de 2011

NOVELÍSTICA ANTICLERICAL

Llevamos, desde hace algún tiempo, una larga historia de encuentros y desencuentros entre el laicismo y la Iglesia, entre el clericalismo y el anticlericalismo. De algún modo esto es muy antiguo, se remonta a los tiempos de Bonifacio VIII (s. XIII) en aquella célebre bula “Clericis laicos” que ya empieza diciendo “Es cosa bien sabida que desde antiguo los laicos han sido enemigos de los clérigos…”. Desde entonces el ir y venir, los pros y los contras, no han cesado.
El año pasado ha salido a la venta una nueva edición de la novela de Palacio Valdés “La fe”, novela que fue considerada durante un tiempo como anticlerical. Hace días (1/4/11) la revista Vida Nueva tocaba este mismo tema diciendo, entre otras cosas, que si ojeamos la novelística actual, “vemos a monjas y curas trabucaires en las obras de Almudena Grandes y sus obsesiones freudianas con los hábitos; a Pérez Andújar y su lectura visceral de las Misiones Pedagógicas; a Marías y sus obsesiones redondas; a Manuel Rivas y su hoguera libresca; a Maruja Torres y su obsesión libanesa; a Juan José Millás, Gala y sus truenos, Vicent, Belén Gopegui, Monzó, Mainer, Martín Casariego, Fernando Delgado… Plumas cargadas contra lo que huela a sagrado”. (Novelistas que cargan contra lo religioso, por Juan Rubio. Nº 91).
La novelística anticlerical es abundante desde siempre, pero leída sin prejuicios, salvo autores cuya agresividad y beligerancia, a veces de mal gusto, es de todos conocida y sopesando pros y contras, uno llega a la conclusión de que deberíamos ser suficientemente audaces con el propio término hasta poder decir que el mero anticlericalismo no es en sí precisamente malévolo o perverso ya que puede suceder también que lo sea incluso, y más, el propio clericalismo. Si el clericalismo (en su peor acepción) no es evangélico, lógicamente el anticlericalismo que fustiga ciertas conductas puede llegar a ser hasta evangélico.
Trataré de explicarme. El anticlericalismo -serio y desapasionado, pensemos en “La fe”, de Palacio Valdés, o en “La Regenta” de Clarín, -(decíamos que también lo hay perverso y desaforado), suele fustigar, los defectos y fallos reales del clericalismo. Y la crítica a la Iglesia o a sus ministros, cuando es desapasionada y tiene fundamento real, tenemos que verla como algo positivo, a falta de autocrítica, o sea, como un examen de conciencia, una especie de catarsis y depuración de costumbres que puede servir para limpiar los bajos fondos de la barca de Pedro. Humillarnos, reconocernos pecadores y ser sufridores por la fe es una de las posturas más gratas a Dios y el camino más seguro para hallar la Verdad y alcanzar la santidad.
A veces nos alarmamos de que se persiga a la Iglesia y se mofen de sus ministros, que se les calumnie e incluso hasta que les quite la vida. En clave evangélica deberíamos alegrarnos. Porque si la crítica tiene fundamento y visos de verdad, nos da pie para el examen de conciencia, para la reflexión y el arrepentimiento consiguiente. De no ser verdad, sino simples infundios e injustas acusaciones, se cumple el Evangelio: “Bienaventurados seréis cuando os insulten y persigan y con mentira digan contra vosotros todo género de mal por mi causa. Alegraos y regocijaos porque grande será vuestra recompensa en los cielos, que así persiguieron a los profetas antes que a vosotros”. (Mt. 5, 11) Jesús no habla de defensa, únicamente califica a los tales de bienaventurados.
No es aquí el lugar para un examen más detenido. Pero un repaso por alto a la novelística anticlerical del s. XIX nos descubre parte de estas lacras que sufrió el clero: novelas que descubren y censuran los pecados de avaricia, envidia, inmoralidad, etc. y las que se fijan en cuestiones de dudas de fe o su abandono por parte del clérigo.
Resumiendo y viendo las cosas de manera desapasionada e imparcial, con la mano en la verdad, se puede hablar de un anticlericalismo ortodoxo y evangélico y de un clericalismo heterodoxo y laicista. Ni los primeros cristianos, ni Teresa de Calcuta ni Juan XXIII, ni Vicente Ferrer, ni Francisco de Asís reaccionaron a los insultos. Estos pertenecen a los instrumentos de santificación que sugiere el Evangelio. Una vida ejemplar viviendo el amor al prójimo a tumba abierta hasta el “mirad cómo se aman” y el “en eso conocerán que sois mis discípulos”, sería el mejor argumento y la réplica más eficaz, contundente y del agrado de Dios a todos los insultos, ataques, mofas y persecuciones. Es urgente que la mente y el corazón católico sufran un giro copernicano en este punto. En vez de defensores y apologistas ser testigos y sufridores como lo fue Jesús.
“Desear soportar humillaciones -hermano León- y oprobios por el amor de Cristo más que recibir honores y alabanzas vanas; y alegrarse de las injurias, y entristecerse con los honores” fue el programa de aquel gran santo, el más parecido al carpintero de Nazaret, que quiso llamarse il poverello de Assis.

sábado, 7 de mayo de 2011

santa EutanAsia

¿No podría arrepentirme,
pedir perdón, confesarme
y ya en gracia permitirme
una eutanasia..., morirme
y sin pecado salvarme?

Si uno puede dar su vida
en un acto de heroísmo
por cualquier causa perdida
¿no podría el suicida
dársela a Dios por sí mismo?

Pues si la mayor empresa
del hombre es la salvación,
y lo que más le interesa
es no ser del Diablo presa
¿no está ahí la solución?

Morir en gracia sería
lo que la Iglesia con tanta
fe nos pide noche y día.
Por tanto yo llamaría
a tal eutanasia... santa.

Si es santo aquel que procura
ir de Ti, Señor, en pos
su muerte, aunque prematura,
dando una gloria segura
¿no le será grata a Dios?

Si Tú optaste por morir
pudiendo evitar la muerte
y no quisiste vivir...
¿por qué no has de permitir
correr yo tu misma suerte?

Tú has dicho: “El supremo amor
es morir por los hermanos...”
¿por qué, entonces, es peor
morir por uno, Señor,
en propias o extrañas manos?

Ser valiente es una suerte
que ayuda mucho a vivir;
ante el miedo hay que ser fuerte,
lo terrible de la muerte
es saber que hay que morir.

Me dicen que en adelante
viva pensando en morir…
yo, creyente y practicante,
veo más edificante
morir… pensando en vivir.

Si he nacido porque sí
y de esa misma manera
puedo decir que viví,
después de ver lo que vi
lléveme Dios cuando quiera.

Mi buen Dios, yo quiero verte
y siempre te estoy rogando
que me digas de qué suerte
puedo adelantar mi muerte.
Y Dios me dice: ¡esperando!

Si es verdad que la aspirina
algunos dolores calma
y hasta a quitarlos atina…
¿habrá alguna medicina
para cuando duele el alma?

El misterio de la vida
en la muerte es tan oscuro
que no hay mente que la mida;
cuando busco la salida
siempre choco con un muro.

Por eso, tendré saldada
mi deuda con el Señor.
Y que al fin de la jornada
a nadie le deba nada
más que caridad y amor.