jueves, 30 de abril de 2020

IV DOMINGO DE PASCUA. 3-V-2020 (Jn. 10, 1-2)A

“Yo soy la puerta”Jesús usa a veces unas comparaciones que desconciertan a primera vista: “Yo soy la puerta...”. Sin embargo ¡hay que ver la importancia que tiene en nuestra vida una puerta y lo que sugiere esta palabra! Bastaría perder mediodía la llave que la abre. Y usando un ejemplo más festivo, bastaría presenciar un partido de fútbol...; todo el mundo está pendiente de la puerta, de lo que puede suceder bajo ese dintel, entre esos tres palos en donde están puestas las miradas de todos los que siguen el partido. Y lo mismo sucede con las demás puertas ¿Qué sería una casa sin puertas? ¿Una casa sin entrada ni salida...? Habría que imaginárselo.
Tiene el filósofo francés Jean Paul Sartre una obra de teatro titulada: “A puerta cerrada” (Huis clos) que de algún modo trata de describir un recinto sin salida. Dentro de la habitación de un lujoso hotel se hallan encerradas tres personas que arrastran sobre su conciencia culpas cometidas en detrimento de su propia libertad, y de la libertad de otros. Una de ellas es un periodista que fue soldado y desertor, otra es una abortista, la tercera es una lesbiana. Las tres están ya muertas de algún modo, y además de estar muertas espiritualmente, están condenadas a permanecer juntas allí por toda la eternidad. Por eso en un momento de la obra una dice: “¿El infierno? el infierno son los demás”.
En efecto, el infierno como aquella maldita habitación, tampoco tiene puertas. Y cuando con nuestra actitud nos cerramos en banda a los demás de algún modo estamos convirtiendo el mundo, el ambiente en el que nos desenvolvemos, nuestra vida que es esa pequeña habitación de hotel cerrada a cal y canto, en un infierno. Jesús es nuestro pastor, nuestro guía, nuestro libertador y si lo preferimos nuestro guardameta, el que detiene los disparos del contrario que trata de ganarnos la partida.
Yo me imagino cómo sonaría en los oídos de aquellos tres condenados en vida, de la obra de Sartre, la voz de Jesús en medio de la habitación que grita: “Yo soy la puerta. Quien entra por la puerta es el pastor, a este le abren y este va llamando a las ovejas y ellas le siguen y las saca afuera, las libera”.
Y en cuanto  a la figura del pastor  es una imagen que cruza toda la Biblia de cabo a rabo desde el Génesis, primer libro de las Sagradas Escrituras, en el que el primer oficio que se cita, referido a Abel y Lamec, es el oficio de pastor, hasta ese hermoso párrafo del Apocalipsis, el último libro de la Biblia que dice: “...el Cordero... los apacentará y los guiará hacia las fuentes de las aguas de la vida...” (7, 17).
Y luego nos encontramos con la figura de Moisés el libertador que era pastor. David fue el rey pastor. A profetas, como al profeta Amós que llaman el pastor del desierto. A reyes y a sacerdotes, a quienes se les considera también pastores... En Burundi también llamaban pastores a los jefes de las tribus tutsi que, procedentes de Etiopía se afincaron allí en el siglo XV. Con esta mentalidad no es de extrañar que quienes escuchaban a Jesús estas comparaciones comprendieran muy bien lo que decía pues sabían que un buen pastor madruga y va delante del rebaño en busca de buenos pastos y de fuentes o manantiales limpios donde abrevar el ganado. Pasa el día entre sus ovejas reuniéndolas al atardecer con ese chasquido que hace con la lengua y que ellas conocen perfectamente. Lleva en la mano el callado o vara y un zurrón al hombro y la onda como arma de defensa contra el lobo al que hace frente siempre.
En la literatura universal el pastor es considerado como símbolo de paz, de vida tranquila. Bastaría recordar Las Bucólicas del poeta latino Virgilio“Títiro y Melibeo” o la tan famosa égloga cuarta en la que se habla de un niño que llega y trae la paz y hace de guía, aplicada desde muy antiguo al propio Jesús.
Fray Luis de León, entre los doce o trece “nombres de Cristo” que recoge en su conocida obra del mismo nombre, dos se refieren a este tema: en uno cuando lo llama Pastor y en otro Cordero. En Jesús se dan todas las cualidades de un pastor modelo: solícito en buscar la oveja perdida (Lc. 19,10), reúne las que están descarriadas (Mt. 9,36) y por si todo esto fuera poco el mismo Jesús se convierte en cordero, cordero de Dios que así mismo da su vida por el pastor: tal es la compenetración en el mundo evangélico entre ovejas y pastores.
Los dirigentes de las primeras comunidades cristianas fueron llamados pastores. Aún hoy tanto a los responsables de las comunidades protestantes como a los Obispos católicos se les sigue llamando pastores, y a algunos de sus escritos, pastorales.
Una de las primeras obras literarias de catequesis que data del s. II se llama “El pastor de Hermas”. En su primera parte, la Iglesia, vestida de matrona, denuncia los pecados de la comunidad creyente, y en la segunda un ángel, en figura de pastor, nos dicta las virtudes a practicar, los vicios a evitar y los doce mandamientos a cumplir. En la tercera parte nos presenta en forma de parábolas los principales preceptos cristianos. El filósofo judío Manuel Levinás solía decir que el cristiano era un pastor de sí mismo, pastor del ser.
En cuanto a la iconografía nos bastaría recordar la estatua de El buen pastor que se conserva en el Museo del Vaticano y que es un trasunto del clásico personaje mitológico Orfeo.
Este símbolo o comparación del pastor es pues una constante en la Iglesia. También nos consta por otra parte del desprecio que tenían los fariseos por este oficio. Una de las razones era porque los pastores, debido a su trabajo, no podían cumplir con muchos de los preceptos mandados por la Ley, y los fariseos los descalificaban, por ejemplo prohibiéndoles ser testigos en los juicios. Pues bien nace Jesús y el mismo Dios, de modo un tanto provocativo, hace que los primeros testigos de su venida al mundo, el hecho más trascendental de la historia de la Humanidad, sean unos pastores de Belén.
Los falsos pastores son precisamente los fariseos y contra ellos van muchas de las palabras más duras que salieron de la boca de Jesús. El pueblo padece, sufre, la presencia de este tipo de líderes que pretenden salvarlo, guiados frecuentemente más por la ambición y por el afán de poder y lucro que por el desinterés y la entrega. ¿Detrás de qué van tantos y tantos líderes que aún hoy vocean justicia en todas partes? Mandar, poder, tener, ser... Arrean el rebaño y ellos van detrás a su amparo, en retaguardia siempre, por si acaso. De ordinario quienes sufren las consecuencias y sucumben primero siempre son los mismos, los más pobres, las ovejas.
En cambio Jesús va en cabeza dando ejemplo y es Él quien muere para darnos ejemplo y salvar el rebaño. No obliga, deja en libertad, no usa los piquetes ni la fuerza, cada uno es dueño de tomar sus propias decisiones, dueño y responsable de sí mismo. Dice el escritor francés Roger Garaudy“La vida de Cristo es divina porque está constituida enteramente por decisiones (que no nacen de las revueltas, ni de las rutinas, ni de decir a todo no). Cada palabra, cada hecho, nunca desemboca donde nosotros esperábamos. Él jamás obró por rutina, ni revoltosamente, sino muy al contrario, a golpe de invención que sorprende cada vez”.
Ni dioses ni borregos. Jesús es el pastor bueno. Debemos, como él, aprender a decir no, aprender a desmarcarnos, pero sobre todo a humillarnos, porque ese es único modo de pasar por esa puerta de las ovejas que él califica como de muy estrecha. De ello se dio perfecta cuenta don Miguel de Unamuno cuando le pedía al Señor, en una hermosa oración, o que agrandara la puerta o nos concediera virtud para humillarnos y empequeñecernos a fin de poder pasar por ella. El verso es muy hermoso, dice así:
“Agranda la puerta, Padre,
porque no puedo pasar;
la hiciste para los niños.
Yo he crecido a mi pesar.
Si no me agrandas la puerta
achícame, por piedad,
vuélveme a la edad bendita
en que vivir es soñar”.
Es decir, o agrandar la puerta o hacernos como niños. Pero sabemos, y son palabras de Jesús, que en hacernos como niños es donde está el principal secreto para entrar en el Reino de los cielos. Si para llegar a Él nos mandara enriquecernos, crecer, ser más, tener más poder, etc. podíamos quejarnos del pastor, pero lo que nos manda es lo contrario y más sencillo: no tener, ser pobres, desprendidos, humillarnos, lo que no quiere decir que sea lo más fácil. Pero con Cristo al frente, con Él a nuestro lado ya nadie debe temer, más aún, todos debemos estar llenos de una gran confianza y seguridad. Lo expresa hermosamente el salmo XXII: “El señor es mi pastor nada me falta... aunque camine por cañadas oscuras nada temo porque Tú vas conmigo. Tu vara y tu callado me sosiegan, me conduces hacia fuentes tranquilas y reparas mis fuerzas”. Jmf

viernes, 24 de abril de 2020


            DOMINGO III DE PASCUA. 26-IV-2020 (Lc. 24, 13-35) A
  
          Una palabra que se deja oír frecuentemente es la palabra  fracaso. Fracaso en las negociaciones, fracaso estudiantil, fracaso matrimonial... etc. Y un hombre fracasado es como un edificio en ruinas. Pues bien, si algo se respira entre los discípulos y simpatizantes de Jesús en los días que siguieron a su crucifixión es la palabra fracaso: unos se esconden en el Cenáculo por miedo a los judíos, otros se van a su pueblo, otros regresan de nuevo a sus faenas de pescadores en el Mar de Galilea; uno no cree, otro se suicida... realmente, de tejas abajo, los inicios del cristianismo fue una verdadera catástrofe.
          Esta sensación está reflejada en unas palabras que recoge el Evangelio de hoy en boca de los discípulos de Emaús: “Nosotros esperábamos...”, una frase que demuestra estar de vuelta de todo: de las Instituciones que no acaban de solucionar nada o casi nada por lo que parece que pretenden que todo siga igual en detrimento del sufrido ciudadano de a pie, de vuelta de los amigos que cuando más los necesitas se van cada uno a lo suyo y te dejan en la estacada, y ¡ahí te pudras!, de vuelta de los avances científicos: nosotros, dicen algunos enfermos de tal o cual dolencia, nosotros esperábamos... pero nada, han pasado varios años y las cosas siguen igual, se está de vuelta de los movimientos reivindicativos sociales que prometían cambiar el mundo y erradicar la pobreza, y las cosas siguen igual o peor, estamos de vuelta de aquel sentir general de la postguerra mundial de que podríamos vivir sin guerras, sin más limpiezas étnicas, sin más campos de exterminio, etc., y actualmente sin las tremendas pestes de otros siglos... y ya vemos lo que está pasando…, y no digamos nada si entramos en el interior de las personas, a menudo nos hallamos con gente decepcionada no sólo de todo y de todos sino incluso de sí misma. Da la sensación de que todo falla, de que nos estamos desplazando sobre arenas movedizas y en una atmósfera de decepción, con lo que terminamos pasando de todo.
          Sin embargo en la pedagogía de Jesús el fracaso es algo muy normal y cotidiano, hasta podríamos decir que conveniente y necesario, al menos así parece. En la obra teatral Nuestra Natacha, de Alejandro Casona, hay un parlamento en boca del coprotagonista Lalo, rechazado por Natacha, que ilustra esta tesis. Dice así: “En amor, como en todo ¡es tan hermoso fracasar!... El fracaso templa el ánimo, es un magnífico manantial de optimismo. Todo hombre inteligente debiera procurarse por lo menos un fracaso al mes” (I, p. 408). Pues si esto sucede con el amor ¿qué diríamos con la santidad? Aunque lo cierto es que no estamos preparados para el fracaso, el fracaso nos humilla y nos rebela.
          Jesús, el mejor pedagogo, pudo haber formado unos discípulos perfectos, que triunfaran en medio de las masas, que fueran aplaudidos, admirados, encumbrados por el pueblo. Sin embargo permite que Pedro le niegue, que Tomás dude, que Judas le traicione y se pierda, que los demás se acobarden y se encueven... que la gente, cuando salen a predicar el día de Pentecostés, diga que están borrachos... todo ello para enseñarles de un modo práctico lo útil que puede ser fracasar, saber perder, o como decimos nosotros, aprender a ser “buenos perdedores”.
          Un fracaso bien aprovechado puede servirnos más que el mejor de los triunfos. No debemos fiarnos demasiado del aplauso y la victoria, pues triunfos como el de Domingo de Ramos ya hemos visto en qué desembocaron: en Viernes de dolor, y viceversa, un Viernes de dolor terminar en un Domingo de Pascua. Tenía razón aquel chaval que le decía a su padre: “Por favor, papá, no me des más consejos, ¡déjame equivocarme solo!”, frase que pudo haber dado pie al periodista italiano de Milán, Vittorio Buttafara, a decir en un artículo titulado, “La fortuna de vivir”, lo siguiente: “Nunca he conocido a nadie dispuesto a aceptar consejos... casi todo el mundo se empeña en hacer lo que le da la gana y cometer sus propios errores. Así, al fin y a la postre, me he convencido de que los errores son indispensables para llegar a conocer el valor de la vida y aprender a tratar con el prójimo. En efecto, sólo cometiendo errores y entrando en conflicto con los egoísmos, derechos y deberes de los demás aprendemos a moderar nuestro propio orgullo,... aprendemos a vivir”. De algún modo es también lo que recoge el sabio refranero español: “Nadie escarmienta en cabeza ajena”.
          Jesús, el divino pedagogo, nos lo ha dejado bien claro en su enseñanza y luego de un modo práctico en su pasión, muerte y resurrección: el que se humilla será ensalzado.
          El gran poeta indio Rabindranat Tagore tiene una hermosa oración al respecto: Oh Dios, “permíteme orar no para librarme del peligro sino para afrontarlo sin temor. Permíteme pedir no alivio para mi dolor sino valor para sufrirlo... Concédeme que no sea un cobarde, concédeme sentir en mi triunfo solamente tu misericordia, pero deja que en mi fracaso encuentre el apretón de tu mano...”, como decía aquel padrenuestro: “El pan de cada día no me lo des, ¡ayúdame a ganarlo!”..., es decir, más que librarnos del fracaso ayúdanos a aprovecharlo y a sacar provecho de él.
          Los discípulos de Jesús le reconocieron “al partir el pan”, no en el camino, aunque Jesús suele ir siempre de camino y también es lugar de encuentro, pero en este caso sale al paso de los que van de vuelta y se sienten derrotados. Sentirse fracasado no es igual que estar decepcionado. La decepción que es el conjunto de muchos fracasos, a menudo hace más irrecuperable a las personas porque fragua poco a poco en el corazón humano, el fracaso. Este, considerado aisladamente, puede ser también el inicio de la conversión.
          El hijo pródigo, pobre y fracasado, también encuentra al padre “cuando viene de vuelta”. Sentirse fracasado, humillado, puede ser la ocasión para encontrar a Cristo puesto que es en la humildad, en ese reconocernos nada, aunque sea a golpe de contrariedad, donde más cercano está Dios de nosotros.
          Creo que los cristianos nunca deberíamos ser pesimistas ni estar decepcionados cuando todo, incluso los fracasos nos invitan al optimismo. “Cristo que es en mí, como dice Paul Claudel, más yo mismo que yo” nos da su gran lección. Un cristiano nunca debería estar triste ni ser proclive al pesimismo. “Un santo triste es un triste santo” solía repetir Santa Teresa de Jesús. El hecho de creer que estamos salvados, el hecho de sentirnos amados por Dios con ternura infinita, el hecho de creer que creemos y que esa fe es el mejor aval para justificar nuestra existencia por dura y penosa que esta sea ya sería suficiente para una invitación permanente a la alegría.
          Hay un cuadro de Rembrandt en el Museo de Louvre que representa una habitación en sombra. Sentados en torno a una mesa tres personas. Un pan sobre el mantel. La única luz que hay sale de uno de los personajes que es Jesús... los otros dos son los discípulos de Emaús en el momento de descubrir de quien se trata. Uno de ellos lo mira con gesto de asombro, el otro está ya en actitud de adoración... el fracaso acaba de convertirse en triunfo. El cuadro lo explica con su juego de luces y de sombras, de gestos y expresiones mucho mejor que si hubiera tratado de explicarlo con palabras.
          Aquel hombre colgado de una cruz el Viernes Santo por cuya vida nadie apostaría ni un ochavo, ahora vive. Pero los discípulos no se quedaron allí ensimismados contemplando su figura o el lugar que ocupó, como los tres discípulos preferidos en el Monte Tabor sino que inmediatamente se convierten en evangelistas, en anunciadores de la nueva noticia, como debe ser, y desandan aquel camino que los alejaba de la comunidad y fraternidad regresando al momento a Jerusalén.
          “El que crea en mi no quedará defraudado”, es la consigna de Jesús y que siempre lleva a efecto. Y ahí debe estar siempre la raíz y el secreto de nuestro optimismo, la alegría de toda esperanza. “La fe, la virtud, la caridad nunca están solas, quien las practica siempre está en compañía”, al menos en compañía del Señor que nos prometió estar resucitado con nosotros, entre nosotros, con los suyos todos los días “hasta el fin del mundo”.Jmf


miércoles, 15 de abril de 2020


   II DOMINGO DE PASCUA. 19-IV-2020 (Jn. 20, 19-31) A
Con frecuencia solemos confundir fe y creencias. Las creencias se heredan, la fe no. Las creencias (en plural) pertenecen a la comunidad, son fruto a menudo del miedo, obligan, engendran supersticiones, pueden provocar angustia..., la fe es personal (es singular: yo creo), es libre, pertenece al individuo, es fruto del amor y produce paz y seguridad.
Se podría comparar en el mundo estudiantil a la diferencia que hay entre los que han adquirido unos conocimientos en la carrera obligatoria y rutinariamente para luego vivir de rentas ejerciendo su oficio sin que les importe mucho avanzar en su materia, y el científico, el investigador que se esfuerza día a día de modo voluntario y hasta apasionadamente en aumentar su ciencia en el terreno que sea.
Hay personas con muchos conocimientos pero con escasa ciencia; (referido a los cristianos serían los que incluso habiendo estudiado a fondo la religión tienen muchas creencias pero poca fe, andan de santuario en santuario, de aparición en aparición); en cambio el científico a lo mejor sólo domina su especialidad, tiene su ciencia, e ignora todo lo demás. Es el cristiano de una fe sólida en Cristo, acaso de una sola idea pero firmemente arraigada en su corazón y en torno a la cual gira toda su vida.        De ahí que las creencias aunque sean cristianas pueden derivar fácilmente en superstición, sentimentalismo, paganismo, idolatría, etc., o pueden concretarse únicamente en un cumplimiento rutinario: asistir a misa, bautizarse y casarse por la iglesia, enterrarse en cristiano, hacer la Primera Comunión y después... “si te vi no me acuerdo”, es decir, se practica la religión pero sólo como fruto de una tradición heredada: “siempre lo vimos así”, no como una respuesta personal a la fe. Y de ahí que luego se den tantas contradicciones entre la fe y el comportamiento personal.
Hay un dato muy revelador: Cuando una de estas personas de arraigadas creencias pero de escasa fe, tal como la entendemos aquí, se traslada de región o se va a vivir a otro país, si, pongamos por ejemplo, en el de origen iba los domingos a misa, en este deja el precepto a un lado con la mayor facilidad del mundo, o viceversa, si allí no iba por distintas razones personales aquí puede empezar a ir sin más por otras... Se trataba únicamente de creencias, respaldadas por la ley de la costumbre, la fuerza de la inercia que una vez que cesa deja de ejercer su influencia. La fe siempre se lleva con uno a cualquier sitio, no se abandona fácilmente e informa y mueve toda nuestra vida.
Pero no sólo en las creencias también en la fe pueden surgir las dudas. Dice el evangelio de hoy que “muchos dudaron”. Entre ellos se encontraba un discípulo de Cristo, Tomás. También hoy hay mucha gente que se siente tentada en este aspecto: dudan. Guiados únicamente por la luz de la razón y por su propio criterio rechazan todo aquello que no entienden, como si la verdad fuera algo subjetivo que dependiera de nuestra inteligencia, como si la razón fuera el único modo de conocer las cosas. ¿Sabemos cómo llegan al conocimiento de su mundo muchos animales? ¿Alguien puede decirnos cómo sabe una anguila desplazarse sin error de ningún género desde el lugar de nacimiento a los ríos donde han crecido y se han desarrollado sus progenitores? ¿Sabremos algún día el modo de conocer de los posibles habitantes de otros mundos? Sin duda que la razón no es el único instrumento para llegar al conocimiento de las cosas y descubrir las leyes del Universo.
Por eso querer reducirlo todo a las leyes que rigen este mundo a las leyes por las que se gobierna la razón es muy arriesgado. Decía Pascal: “Hablando de cosas humanas se dice que hay que conocerlas antes que amarlas..., los santos, por el contrario dicen, hablando de las cosas divinas, que hay que amarlas para conocerlas, y que no se entra en la verdad a no ser por la caridad” (Del espíritu geométrico). Y en otro lugar: “Es el corazón quien siente a Dios, y no la razón. Eso es la fe, un Dios que se siente, sensible al corazón, no a la razón” (278).
La fe es también un modo de saber acerca de una realidad a veces de manera, no voy a decir irracional, pero sí distinta a la razón. Una madre puede comprender perfectamente los problemas de su hijo valiéndose únicamente de su intuición, de esa corazonada que acompaña siempre a las madres, esa especie de intuición para adivinar el peligro y tratar de salvar al hijo. Y esto sucede también en el reino de los irracionales o que razonan con otro tipo de raciocinio diferente del nuestro.
La fe para nosotros es sobretodo certeza y seguridad en las cosas que hacemos por Dios y certeza en las cosas que Dios ha hecho por nosotros... creer que fue Él quien nos creo, que nos sigue amando, que nos ha salvado con su muerte y resurrección y que un día nos resucitará y nos llevará con Él. Decía el romántico francés Chateaubriand en “El genio del Cristianismo” a propósito de la fe: “Una obra es buena, un poema es hermoso, un silogismo válido si el que lo ve, escucha o percibe es capaz de valorarlo y apreciarlo”. Los fariseos creían a su Dios que les habló de muchas cosas acerca de la Ley, de sus exigencias, ritos y obligaciones, lo creían a Él pero no creían en Él, en aquel Dios que estando como estaba en medio de ellos no sólo no lo conocieron sino que lo juzgaron y crucificaron.
Creer es buscar. “Cuando los sabios buscan más allá de lo que han podido explicar (racionalmente) están realizando un acto de fe en la inteligibilidad del mundo. Todo laboratorio es una lugar de fe” dice Louis Evely. Durante mucho tiempo se descubrieron algunas irregularidades en el cuadro de los 92 cuerpos simples de la Tabla de elementos compuesta por Mendeleieff hacia 1860. Aquel cuadro que alineaba cuerpos simples por orden de pesos atómicos crecientes... presentaba algunos fallos. Incluso se daba el caso de que dos de sus elementos, el berilio y el indio, estaban situados en lugares de la Tabla que no les correspondían. Pero los sabios e investigadores, a pesar de aquellos fallos, no dudaron; más aún, primeramente creyeron y se fiaron, después se pusieron a investigar para encontrar nuevos cuerpos y quizá rectificar errores. Y los hallaron: cada uno tenía en la Tabla su lugar asignado...
Lo mismo sucede con la fe. Puede que existan sombras, sitios vacíos que no podemos rellenar de momento porque nuestra inteligencia es limitada. Es preciso seguir buscando, no cejar en el empeño. Creer es buscar. Hoy la ciencia, la técnica, el progreso deja también lugares vacíos en el corazón del hombre. Desde hace siglos el Evangelio es para la Humanidad la Tabla de valores que el cristiano debe completar con el hallazgo de elementos espirituales puesto que sólo ellos pueden llenar el vacío del alma teniendo en cuenta que no es la Tabla lo importante, ni las leyes, sino lo que nos dicen y representan. Y es labor nuestra descubrirlos e incorporarlos a la vida sin alterarlos. En palabras del teólogo Hans Küng “el cristiano no cree en la Biblia sino en Aquel de quien ella da testimonio, el cristiano no cree en la Tradición sino en aquel que esta nos trasmite. El cristiano no cree en la Iglesia sino en aquel a quien ella anuncia”, es decir fe no es andar por los andamios, fe no es creer en las Instituciones ni en los ritos, por sagrados que sean, fe es creer en Jesucristo resucitado. Y ya sería un gran paso en nuestro camino hacia Dios si viviéramos la fe con este espíritu.
En la última versión del Credo se nos aconseja que digamos “Creo” en singular, en vez del anterior “Creemos”. Creo, porque la fe es personal. Cuando al final del curso, niños y Catequistas, en alguna ocasión nos hemos acercado a la Catedral a dar allí la última lección de catequesis y a cantar el Credo de Nicea solemos repetir que es nuestra profesión de fe en Jesucristo y en su Iglesia. Y que esa fe en sus verdades debería ser tal que más que recitarlo deberíamos cantarlo siempre. Es el himno del cristiano, su profesión de fe. Antiguamente existía la costumbre de que cuando se llevaba a cabo un contrato los dos interesados rompían una moneda y guardaban cada uno el trozo que encajaba perfectamente en la otra parte. Si tenían que constatar la veracidad de alguna de las dos partes bastaba con unir ambos trozos. Este tipo de comprobación se  llamó el símbolo, lo que une. Lo simbólico por tanto es lo opuesto de lo diabólico, lo que desune y separa. La muerte, por ejemplo, que nosotros concebimos como una separación, tiene algo de diabólica, pero ese diábolo es sustituido por el símbolo mediante la fe en la resurrección.
“La muerte, decía don Miguel de Unamuno, es ya una expiación, una confesión, un acto de arrepentimiento que nos purifica tanto más cuanta más fe tengamos en ese momento”. Juan Sala y Serrallonga, el bandido de una de las obras de Juan Maragall a la hora de ser ajusticiado en la horca para purgar todos sus crímenes y pecados, decía al verdugo que le ponía la soga al cuello: “Moriré rezando el Credo, pero no me cuelgues hasta que no haya terminado de decir: creo en la resurrección de la carne”.
Dudar es de humanos, pero acaso nuestras dudas vengan dadas por fiarnos demasiado de las creencias y poco de Jesucristo. Creer en Jesucristo resucitado es ya una garantía de que hemos sido salvados. Jmf


sábado, 11 de abril de 2020


DOMINGO DE RESURRECCIÓN. 12-IV-2020 (Jn. 20, 1-9) A

La palabra fiesta es una palabra mágica que tiene un gran poder de convocatoria, una gran fuerza para reunir, para congregar. Ir de fiesta, estar de fiesta, celebrar la fiesta... Otros años cuando se acercaban esas fechas todo cobraba un ritmo y un colorido diferente: Limpiábamos la casa usando fundamentalmente el agua, la adornábamos con flores, luces y otros elementos decorativos que simbolizaran alegría, preparábamos la ropa, programábamos el menú y finalmente invitábamos a los amigos a comer.
Hoy a pesar de todo es fiesta. La fiesta de las fiestas. El Martirologio Romano que es el libro donde vienen reseñados todas las celebraciones y biografías de santos al hablar de la Resurrección la denomina: “Solemnidad de las solemnidades y nuestra Pascua”. Cada domingo es una pequeña Pascua pero hoy para el creyente es la Pascua por antonomasia. De ahí nuestra alegría. Porque la fiesta ante todo es alegría ¡Alegría!
Cristo nos da la libertad... por su resurrección hemos sido liberados, rescatados, absueltos, perdonados, salvados ¡alegría!
Cristo nos da su paz. Con su resurrección hemos quedado en paz con nosotros mismos y con todos los demás o debemos estar: “Mi paz os dejo, mi paz os doy”.
Cristo nos da la vida... Cuando algo o alguien hace por nosotros algo importante decimos: “Me ha dado la vida...”. Cristo nos dio su Vida. Hoy que la vida está tan acorralada y menospreciada y minusvalorada desde antes de nacer por el aborto hasta el momento de morir por la eutanasia, y entre ese macabro paréntesis que las leyes pretenden abrir en la existencia humana están además las guerras, los atentados terroristas, la contaminación del medio ambiente, la alimentación adulterada, el tabaco, el alcohol, las drogas, pandemias como la que sufrimos... muerte por doquier. Todo es una carrera de obstáculos para llegar a viejo. Porque ¿qué es lo que está sucediendo hoy en el mundo para que haya gente que se manifiesta en favor de la muerte? Algo debe de andar mal en esta maquinaria del cerebro humano. Alguien en vez de invitarnos a celebrar la Pascua trata de “hacernos la pascua”. Hoy Cristo nos demuestra que la muerte ha sido vencida, pues la muerte es el comienzo de la vida. Dice Teilhard de Chardin: “Con la primera arruga que aparece en nuestra cara, con la primera mancha de vejez en nuestras manos, con la primera cana que un día sorprendemos en nuestras sienes sabemos que el proceso de resurrección, la cuenta atrás de nuestra entrada en la Vida ha comenzado” (Cit. por María Luisa Brey).
          Hoy Pascua de Resurrección deberíamos adornar nuestras casas y calles tal como lo hacemos en Navidad y lógicamente deberíamos también tener nuestra casa interior limpia y adornada. Los primeros cristianos simbolizaban la Resurrección por medio de las dos letras del anagrama de Cristo (X:ji, y ro) rodeadas de una corona triunfal de laurel de la que se alimentan dos palomas (las almas de los creyentes). Debajo de ella duermen los guardias que velaban el sepulcro. Así aparece este símbolo sobre la tumba de algunos cristianos.
          Es cierto que el discípulo de Cristo no busca directamente la alegría sino que debe buscar en primer lugar al Señor. Pero el Señor es alegría. Hoy es la gran fiesta, alegría sin par, porque Cristo resucitó. O acaso sería más correcto decir que Cristo sigue resucitando. La prueba que tenían entonces era únicamente el testimonio, la palabra de los testigos oculares. La prueba que debemos dar hoy los creyentes es que el mundo vea que la palabra de esos testigos aún siguen en pie, y que si es preciso muchos creyentes volverían a dar su sangre por testimoniar este dogma. Hoy somos mucho más críticos y desconfiados que entonces. Hoy se nos exigen pruebas más convincentes, más hechos que palabras. Por eso es necesario resucitarlo cada día con nuestras actitudes y comportamientos, sembrando fe a nuestro alrededor, y a ello nos ayudan los sacramentos, sobre el de la Eucaristía.
          Durante toda la Cuaresma la preparación que se suele hacer es para recibir los sacramentos que llamamos de muertos, es decir, que nos borran el pecado, como son el Bautismo y la Penitencia. La Pascua debe estar dedicada de lleno a prepararnos para recibir los sacramentos de vivos: Eucaristía, Confirmación... Al fin y al cabo ese fue el mensaje de la Resurrección y esa fue la promesa que Cristo nos dejó íntimamente unida al sacramento de la Eucaristía: “El que coma este pan vivirá  eternamente... y yo lo resucitaré en el último día”. Sobre vivir eternamente y creer en esa vida dice el teólogo alemán Hans Küng: “que es conocer y estar seguro de que esta situación terrenal no permanecerá así para siempre, que todo cuanto existe, incluidas las instituciones políticas y religiosas, tienen carácter transitorio, que la división de razas y de clases, de pobres y de ricos... es provisional”, lo único que va a quedar de todo esto es la vida eterna...
          En ningún sitio del Génesis se afirma que algún día haya creado Dios la muerte, sólo nos habla de la vida, la vida de las plantas, de los árboles, de los animales y del hombre, el medio ambiente, la luz, el sol, el agua... y al final el descanso, un descanso eterno, un domingo pascual eternamente feliz.
          Después de la Semana Santa de esta vida, después de estos días de peste y agobio, después de los seis días de la creación llegará el día séptimo, la Pascua de Resurrección final que exige también un rito de preparación un tiempo cuaresmal que no es otro más que toda nuestra vida. Jmf


      ¡SURREXIT CHRISTUS SPES MEA!


        ¡A L E L U Y A!

miércoles, 8 de abril de 2020


VIERNES SANTO   10-IV-2020 (Jn. 18, 1-19-42).A



Cuando un profesor explica una lección lo puede hacer de cincuenta mil maneras, pero sin duda el mejor modo de explicar un tema es llevar a la práctica lo que se dice. Jesús hoy nos enseña esta lección del dolor y de la cruz de una manera terriblemente magistral y plástica. ¡Cuántos artistas y pintores han descubierto la belleza del dolor (algo que parece un contrasentido: belleza en el dolor) en el crucificado! Pero sobre todo lo que conmueve en esta tarde de sufrimientos es el gesto de Jesús que lo soporta todo con hombría inusitada, que aguanta lo indecible, y sobre todo, que -siendo inocente- muere sin protestar, más aún, muere perdonando a los que le insultan y crucifican...
El día 10 de octubre de 1982 el papa Juan Pablo II elevaba a la dignidad de los altares a un sacerdote franciscano: san Maximiliano Kolbe. Corría en Polonia el año 1941, años de persecución y confinamiento. El P. Kolbe fue detenido por los nazis e internado en el campo de concentración de Oswiecim (Auschwitz). Aquel día las palabras del comandante nazi cayeron como un mazazo sobre los prisioneros del bloque 14. Eran de este cariz:
“Puesto que el prisionero que se fugó ayer no ha sido aún encontrado, diez de vosotros irán a la muerte”.
Estaban ya seleccionados los 10. Cuando se dirigían sumisos a la celda de exterminio, y allí no había escapatoria alguna, he aquí que un ex sargento del ejército polaco rompió a sollozar desesperado echándose al suelo y balbuciendo: -¡Mi mujer! ¡Mis hijos!
Hubo un momento de silencio. De pronto un hombrecito se adelantó al pelotón y encarándose al jefe dijo:
-Este hombre tiene mujer e hijos que lo esperan. Yo soy viejo. Quiero ocupar su puesto.
Era el P. Kolbe. Acto seguido con gran asombro por parte de los verdugos se dirigió resuelto a la celda de exterminio mientras el ex sargento polaco Francisco Gagowniezek era indultado.
Si no hubiera un viernes de dolor y un crucificado en lo más alto del Calvario dando ejemplo perenne, hechos como los del P. Kolbe no tendrían lugar seguramente. El ejemplo de Cristo muriendo por amor en lugar nuestro arrastra. Lo único que es capaz hoy de salvar al mundo es el amor y el testimonio. El odio no sirve más que para destruir, aniquilar, y sembrar desolación. “La violencia engendra violencia” y ¡de qué cosas tan horribles  es capaz el hombre cuando se deja arrastrar por esta pasión...! No pensemos que la violencia desapareció de entre nosotros... Late agazapada, y en el momento que menos lo esperamos (una riña, una guerra civil, una venganza) explota incontenible ¡Dios no lo quiera! como ha pasado tantas veces y volverá a pasar...
También Jesús ocupó voluntariamente nuestro puesto. Ya en su tiempo ocupó el lugar de un criminal llamado Barrabás. Jesús Barrabás, era su nombre (un nombre hermoso: Bar - Abas: el hijo de papá, literalmente) y que tan mal lo trató luego la Historia y la religiosidad popular. Juntamente con Lucifer, Belcebú y Satanás, Barrabás era considerado como uno de los cuatro demonios mayores. Esta fama saltó también a la literatura. Y así, por ejemplo, el inglés Cristóbal Marlowe (1590) en su obra “El judío de Malta” usa el nombre de Barrabás para protagonista de una traición en la que, después de envenenar a su hija Abigail y asesinar a su novio, tiende una trampa a sus compatriotas los turcos, haciendo que se hunda el piso de la sala del festín donde estaban fraguando un complot político. Pero como sucede tantas veces, también el traidor perece en su propia trampa. De Barrabás nos dice el Evangelio que había cometido un homicidio, posiblemente un atentado terrorista contra del ejército romano de ocupación.
Tampoco sale muy bien parado el Barrabás de Pär Largerkvist, premio Nobel 1951, quien en su obra lo describe muriendo como un ser sin fe, entregando su alma a las tinieblas.
Tiene don Miguel de Unamuno un hermoso diálogo entre Jesús y Barrabás. Le dice Barrabás:
-Yo, Señor, no pedí al pueblo que me perdonara ¿por qué tus discípulos me vuelven la cabeza? ¿Es que te vendí yo acaso como Judas? Yo tampoco te negué como san Pedro ni te traicioné... Yo seguía mi camino como seguías tú el tuyo. Y nuestros caminos se han cruzado. A mí me han indultado la pena de muerte que iba sufrir por el asesinato que hice, en cambio a ti te condenan porque has resucitado a un muerto y resucitándolo has hecho que los judíos creyeran en ti. ¿Tengo yo, Señor, la culpa?
Y Jesús le contesta:
-Cuando el pueblo, que a mí me condenaba, te perdonó a ti, yo ya te había perdonado, Barrabás, en nombre de mi padre. Al cometer tu homicidio no sabías lo que hacías... Vete en paz y no vuelvas a matar a nadie para que no tengas que volver a ser perdonado, porque el perdón desgasta mucho el alma de quien lo recibe”. (Nuevo Mundo. Madrid 31-X-1919).
Es una gran verdad, una abrasadora verdad. Creo que esta visión de Barrabás de don Miguel de Unamuno es más cristiana y está, de alguna forma, más de acuerdo con el Evangelio...
Jesús muere en la cruz, en lugar de... Igual que el P. Kolbe, puesto ahí, en lugar nuestro. “Que por nosotros los hombres y por nuestra salvación...” subió al patíbulo. Nosotros, como Barrabás, somos absueltos por Él. Siempre hay un chivo expiatorio en el camino, siempre hay alguien que paga y carga el peso de las culpas por todos los demás, pero ¡cuidado! no abusemos, que el perdón gasta el alma. Que no se diga de nosotros lo que decía Albert Camus de los cristianos de su tiempo: “Ahora trepa demasiada gente a la cruz sólo para que los vean desde más lejos, aunque para encaramarse haya que pisotear al que desde hace tantos siglos está clavado en ella”.
Entender la lección de la cruz no es fácil, ponerla en práctica es mucho más difícil. Pero debemos tener confianza y practicarlo día a día, poco a poco, ya que Jesús ha ido delante de nosotros y con su ejemplo y abnegación nos ha enseñado cual es el camino. Jmf

lunes, 6 de abril de 2020



JUEVES SANTO.- 9-IV-2020   (Jn. 13, 1-15) A


Cuando acaece algún suceso sin importancia, que no se sale de lo corriente, solemos decir “eso no es nada de otro jueves”. Pues bien. Lo que teníamos que celebrar esta tarde sí es algo de “otro jueves”, del primer Jueves santo de la historia en el que Jesús instituyó la Eucaristía para quedarse entre nosotros bajo la forma de alimento.
Hay muchos modos de estar presente, además de estarlo con el cuerpo, que paradójicamente vino a significar estar muerto, “de cuerpo presente”. Aquí nos referimos personalmente. Pero también se está presente por medio de una carta, de una llamada de teléfono, de una foto, de un video... etc. e incluso por medios paranormales como es la telepatía, la premonición, etc.
 A los personajes famosos se les trata de hacer presentes erigiéndoles estatuas y monumentos en los parques públicos o dedicándoles calles, aunque luego la verdad es que por mucho que se nombre calle tal o calle cual, ¿quién conoce o sabe algo del personaje realmente?
Cristo se hace presente en algo que pedimos a nuestro Padre Dios cada día, que es “el pan nuestro...”, y en él se queda real y verdaderamente presente. EL Jueves santo es el día para recordar la Institución de este dogma. Antiguamente, tal día como hoy, los sacerdotes celebraban tres misas:
La primera tenía por finalidad reconciliar a los penitentes públicos y pecadores arrepentidos que se habían hecho merecedores del perdón por su penitencia cuaresmal. 
La segunda misa se dedica a consagrar los santos óleos: El Crisma, el Óleo de los catecúmenos y la Unción de enfermos.
Con la tercera misa se conmemoraba solemnemente la Institución de la Eucaristía. Se hará de nuevo de modo más solemne el día del Corpus y en cada parroquia el día de la Sacramental. Se trata de recordar, de conmemorar la Cena Pascual que celebró Jesús con sus discípulos, y que, así mismo, era la conmemoración del Paso del mar Rojo y la liberación de los judíos del yugo egipcio.
Hoy en las parroquias sólo se celebraría una misa. El Obispo celebra también la de los Óleos en la catedral por la mañana y era costumbre celebrarla rodeado de siete presbíteros, siete diáconos y siete subdiáconos.
Actualmente parece que la Iglesia se inclina a que, en este día, conmemoremos, y es lo que más solemos repetir, el día del amor fraterno. Uno se echa a temblar cuando escucha la expresión “el día de...”. Porque hoy hay días para todo: el día del padre, de la madre, de los novios, el día de la mujer trabajadora, el día del maestro, el día del árbol, el día del medio ambiente, el día, el día..., tantos son los días que lo más fácil es que nuestro día del amor fraterno se diluya como uno más en medio de los otros, o lo que sería más pintoresco es que lo singular fuera hallar un día que no fuera el día de....
Lo bueno de la fecha de hoy es que como se dedica a los pobres, a los que no tienen nada, aquí los grandes almacenes tienen poco que rascar afortunada o desafortunadamente. Pero ese no es el menor inconveniente, también estamos expuestos a que nos pase desapercibido el verdadero sentido de esta jornada, que está dedicada ante todo y sobre todo, como hemos dicho, a celebrar la Institución de la Eucaristía, la presencia real y verdadera de Cristo en este sacramento, presencia en él porque también está realmente presente entre nosotros por medio del amor. Conviene recordar lo que dice san Pablo a los Corintios: “Si repartiese todos mis bienes entre los pobres... y no tengo caridad de nada me sirve” (I, 13, 1-3). Ya dijo san Vicente de Paúl, que de pobres sabía un rato largo: “Socorriendo a los pobres practicamos la justicia no la misericordia”, la misericordia es otra cosa.
Siempre nos inclinamos más hacia el reparto de las riquezas como si estuviera en ello la solución de todos los males y el remedio de todas las necesidades. Sí se debe tener muy presente como medio. San Basilio decía allá por el año 370: “Si cada uno tuviera sólo lo que necesita para cubrir sus necesidades y dejara el resto para cubrir necesidades ajenas nadie sería rico pero nadie sería pobre tampoco”. Los primeros cristianos no distinguían entre amor y justicia, reivindicación y misericordia. Pero no tardaron en individualizar el amor y convertirlo o en una virtud o en una obra de misericordia que no se hacía por amor al prójimo exclusivamente sino para que premiándomela Dios, me salvara yo. Era amor, no cabe duda, pero amor egoísta. Y así seguimos; incluso los cristianos, predicando la comunicación de bienes y olvidando la comunicación en el amor, en la comprensión mutua, en el perdón, en la sinceridad, en la entrega incondicional, en el saber aceptarnos como somos, en ayudarnos, en perdonarnos, en una palabra, en amarnos como Cristo nos amó, viviendo la iglesia de modo que cada miembro se sienta amado y querido. “Sentirse amado es ya estar salvado”. De lo contrario estamos abocados a convertir la vida, el mundo, la misma convivencia en un infierno.
En el film “Vidas secas” de Nelson Pereira dos Santos narra la situación de más de 20 millones de campesinos brasileños del NE del país agobiados en 1940 por la falta de lluvia y por la tiranía de los latifundistas. En un momento del film la madre exclama:
-¡Esto es un infierno!
El niño le pregunta:
-¿Y qué es un infierno?
-Un camino, contesta la madre. Un lugar lleno de fuego y de piedras calientes donde van los condenados.
El niño vuelve a preguntar. La madre le da una bofetada. El niño sale llorando y se sienta bajo un árbol seco, toca el suelo y dice:
-¡Piedras calientes...!
Pero en la película sale un perro, Ballena, que sigue allí leal al pie del niño. Es el único ser que le depara alguna felicidad, brindándole únicamente lo que un perro suele dar: lealtad, cariño y compañía. Verdaderamente es tremendo comprobar que a menudo tenga más, vamos a llamarle caridad, un perro, como también es desolador que alguien se sienta mejor y más acompañado en medio de animales que de hombres.
Este día debe hacernos reaccionar. “Trabajamos por la justicia. Sé solidario. Es la única manera”,  pero sin olvidar que la gran Cruzada del Cristiano debe empezar por hacer un mundo más humano y fraternal. Tenemos que tratar de sentar a todo el mundo en torno a esta mesa del amor que preside Jesús. Él nos dio ejemplo, y allí sentó a Pedro que lo iba a negar hasta tres veces, y allí cenaba Judas que tramaba la traición entre copa y copa, allí estaba Tomás que no creería en él, y allí estaban los demás que lo abandonarían aquella misma noche del prendimiento. Jesús los quiere a todos, a pesar de su fallos, se entrega en cuerpo y alma a todos, a todos lava los pies.
Por eso este gesto no es para conmemorarlo un día, ni siquiera un año entero, incluso durante este tiempo de pandemia que sufrimos y sufriremos sabe Dios hasta cuando, no, este gesto debe ser conmemorado y revivido la vida entera, minuto a minuto. El amor debe ser la característica de todo aquel que se precie de llamarse cristiano. Ese sería el modo de cambiar este mundo. Como dice san Juan de la Cruz: “poniendo donde no haya amor, amor porque así obtendrás amor”, lo demás es pura y simple añadidura. Jmf.




miércoles, 1 de abril de 2020


DOMINGO DE RAMOS.- 5-IV-2020 (Mt. 21, 1-11) A


Una de las cosas que sorprende en los ciclos litúrgicos es el simbolismo de los números. Algunos han sido considerados desde siempre como sagrados: así el 3, el 7, el 12, el 40..., lo mismo que se considera número nefasto el 13. Esto viene al caso porque hoy empezamos la que podríamos llamar sexta semana de Cuaresma. Pero esta semana, no obstante se podría considerar muy bien como el remate de la Cuaresma. Con ello tendríamos algo parecido a lo que el profeta Daniel anunció con su famosa profecía de las “Setenta semanas de años” que faltaban para la llegada del Mesías (Dan. 9,24). Pues bien, aquí podríamos hablar de una semana de semanas, o sea (49+1) cincuenta días.

Hoy Domingo de Ramos vemos a Cristo vitoreado, aclamado. Pronto lo veremos traicionado, juzgado, condenado, ajusticiado... Más la cosa no termina ahí. Sería demasiado triste. El final del camino no es la tumba sino la Resurrección.
Hoy todos los cristianos del mundo de vivir en circunstancias normales saldríamos a las calles en manifestación gozosa, no protestando ni reivindicando derechos y salarios, sino tratando de proclamar nuestra fe a los cuatro vientos. Y aunque portamos palos en las manos, estos son palos floridos, de ahí que se llame a esta Pascua, florida, lo cual indica vida y esperanza.
Cada año, en cada iglesia, desde el s. IV, (en Jerusalén se venía haciendo antes cuando el Obispo, imitando el gesto de Jesús, entraba en la ciudad a lomos de un borrico), se viene celebrando en toda la cristiandad ininterrumpidamente este rito.
En la Liturgia cada gesto, cada rito tienen su simbolismo. ¡Lástima de tanto liturgiclasta! Y es que hoy estamos perdiendo ese sexto sentido, esa capacidad espiritual para nuevas lecturas de los hechos, realizando la liturgia demasiado rutinariamente, y analizando los hechos superficialmente sin darnos cuenta de la riqueza espiritual que perdemos. Porque hasta el ir a pie o cabalgar sobre un asno puede tener su simbolismo.
Hay un film, creo que es ruso, sobre Don Quijote en donde sale Sancho Panza entrando en la Ínsula Barataria a lomos de su rucio. (Cervantes lo describe cabalgando sobre un macho). La gente al contemplarlo entrar de esa manera ríe al paso del nuevo gobernador pero Sancho les replica:
-¿Por qué os reís? ¿No veis que así sentado más bajo se oye mejor la voz del pueblo?
Los reyes entraban en camellos, los jefes de los gobiernos hoy viajan en avión... demasiado arriba, demasiado lejos del pueblo para poder escuchar fácilmente sus quejas. De ahí que fracasen tantas veces en su gobierno. Tuvo razón Jesús al escoger una pobre borriquilla para entrar en su ciudad. De ese modo llegó a identificarse aún más con la gente.
Algunos teólogos como Rodolfo Bultman (1884) atacaron la figura de Jesús aduciendo pruebas que trataban de demostrar que del Cristo real que vivió y murió en Palestina nada podemos saber ni histórica, ni teológica, ni exegéticamente ya que el Cristo que ha llegado hasta nosotros a través del Evangelio no es más que una síntesis de la fe de los primeros cristianos y de un vago recuerdo que conservaban de Jesús. Aunque dicha afirmación, a primera vista, parece una herejía podíamos decir que es el mejor elogio que nadie pudo hacer de la figura de Jesús: ya que el hecho de que un líder se funda y se confunda con su propia doctrina y esto lo haga el amor y la veneración de su propio pueblo, es un sueño a realizar que ya quisieran para sí muchos líderes que hoy se consideran carismáticos.
De este modo la fiesta del Domingo de Ramos, encierra también un símbolo: la figura de nuestro triunfo pascual. Se podría decir, como afirmó Gabriel García Márquez hablando de Macondo, el pueblo que protagoniza su novela “Cien años de soledad”, que Jerusalén y el Calvario “no son un lugar sino un estado de ánimo. Lo único que me parece probable es que en el futuro cambiará de nombre”. Un estado de ánimo. Hoy esta actitud, nuestro estado de ánimo, a pesar de la pandemia debe ser de triunfo y de alegría. Acaso nos esperan días sombríos pero todos ellos habrán de desembocar en la mañana luminosa de la Pascua. Jesús contesta a los judíos que le dicen que mande callar a sus discípulos: “Si ellos callaran gritarían las piedras” frase que dio pie a Fulton Sheen, célebre Obispo de la ciudad de New York, para decir: “Aquí y así nacieron las catedrales que no son más que esos gritos de piedra que podrían haberse elevado al cielo el Domingo de Ramos de haber callado los seguidores de Jesús”, ramos de piedra -gótico florido- o capiteles cuajados de hojas de acanto y multiforme flora en alabanza del Jesús que avanza por la historia humilde y a la vez majestuosamente.
Este año no vamos a salir a las calles con ramos de laurel, de palmas y de olivo. Antes en Miranda se plantaba un olivo cerca de casa para tener ramos de dicho árbol para hoy. Aún queda alguno por ahí. Usamos más el laurel que debía ser cortado, no comprado. El laurel fue un árbol sagrado desde remotos tiempos, lo fue para los romanos (el laurel de Apolo), aún hoy se depositan coronas laurel ante los monumentos, signo de la inmortalidad de los que allí conmemoramos. Cuando se fabrica una casa al cubrirla se corona con un ramo de laurel señal de triunfo y de victoria, señal de haber llegado al fin. Cuando se abre un bocoy de sidra, es decir, en una espicha, se solía colocar a la entrada del lagar un ramo de laurel, “puesto en un barracucu y tapau con laurel” que dice la canción. Con laurel y agua bendita se bendecía la tierra, la casa, y a veces se sacaba el ramo a la quintana para ahuyentar las tormentas.
El laurel que cada año se llevaba en procesión se quemaba el año siguiente y sus cenizas servían para el rito del miércoles que inauguraba la Cuaresma, cerrando de ese modo un ciclo litúrgico, símbolo del eterno retorno, es decir, de que Cristo siempre vuelve.
Hoy a punto de finalizar ya la Cuaresma, de rematar la casa espiritual, hecha a base de oración, ayuno y limosna, en una palabra, penitencia, es el momento de colocar también el ramo. Si no hemos hecho nada digno de un creyente durante estos días cuaresmales este símbolo es un símbolo vacío y falso ¿cómo poner el símbolo sobre la casa que no hemos fabricado?
El ramo es también símbolo del triunfo de Jesús y nuestro. Así se representa a los mártires y así a los santos que entraron en la gloria llevando entre sus manos ramos y palmas que significan santidad y martirio. Con ese ramo en la mano vamos a iniciar y a proseguir espiritualmente este camino este año tan angustioso hacia la Jerusalén de la muerte pero sobre todo hacia la Jerusalén celestial de la resurrección. Nuestra religión no termina un Viernes santo sino un Domingo de gloria. No olvidemos esto nunca. Jmf.