lunes, 24 de diciembre de 2012

DEL “BELÉN” DE JUAN Y MARCOS
AL  “BELÉN” EN EL CORÁN

A vueltas con la fe

“Si no os hacéis como niños no entrareis en el reino de los cielos”. Jesús, apropiándose de su propia palabra se dijo “Si no me hago como niño no entraré en el reino de los hombres” Y nació en un portal.

Se dice que sólo san Mateo y san Lucas narran el nacimiento de Jesús. Visto a la luz de la tradición y del folclore, e incluso con una mirada que quiere ser histórico/anecdótica, pudiera interpretarse así, pero a los ojos de la teología y de una reflexión más profunda y simbólica también los evangelistas Marcos y Juan montan el belén a su manera.

San Marcos dice que estando Jesús en el Jordán se abrió el cielo, bajó el Espíritu Santo en forma de paloma, como bajó en la Encarnación sobre María, y se oyó una voz, no de ángeles pregonando paz, ni del arcángel pidiendo asentimiento, sino del Padre proclamando: “Este es mi hijo...”. La voz “Hijo” hace relación a la maternidad, por tanto tenemos aquí una serie de notas y circunstancias que evocan un a modo de nacimiento. Nació de la vida oculta, de la matriz silenciosamente popular y secreta de Nazaret a la  luz de la vida pública.

San Juan va más allá y cuenta en primer lugar la presencia de un precursor que anuncia su venida. Habla de que era la luz, dar a luz evoca un nacimiento. Habla luego de que los suyos no lo recibieron, no había lugar en la posada. Finalmente nos narra que el Verbo se hizo carne, y lógicamente tras la concepción nos describe el nacimiento al decirnos que “abrió su tienda y acampó entre nosotros...”. ¿Qué mejor expresión para contar el nacimiento de la Palabra, limpia de polvo y paja, hecha ya vida y luz de aquí abajo y vida entre y como la nuestra?

Adán nació sin intervención de hombre ni de mujer, salió de las manos de Dios, sin más. Eva, la primera mujer, nació de un hombre: Adán fue su madre,  pero sin intervención de mujer, por obra y gracia de Dios Padre. Jesús hombre nació de una mujer sin intervención de hombre. San Juan dice “y el Verbo se hizo carne y acampó entre nosotros” (Jn.1, 14). No dice que se hizo hombre, ni que se hizo niño, dice: “se hizo carne”, y el concepto de carne aquí se refiere a la que sirve de alimento, a la que es comestible. De ahí el sentido eucarístico que cobra la Palabra desde el primer momento que llega al mundo. De modo que la fórmula que usamos para la consagración en la misa “esto es mi cuerpo”, podría haber sido con la misma fuerza: “esto es mi carne”, porque  también sobre el altar el Verbo nace, se hace carne y habita entre nosotros, en comunión de amor y sentimientos.
Por tanto aunque  de un modo simbólico también Marcos y Juan hablan de algún modo del nacimiento de Jesús, aunque no hablen de Belén, ni de la gruta ni del buey y la mula… En el Evangelio más que la historia hay que descubrir la gran noticia a través de la palabra.

Por su parte El Corán, libro sagrado del Islán (1), inspirado por Alá a Mahoma, nos da su versión del nacimiento de Jesús, sin gruta, ni pastores ni estrella ni magos. Este libro tiene una curiosidad acaso copiada del Nuevo Testamento, y es que  sus capítulos están ordenados no por orden de importancia ni de cronología en su aparición sino por orden de extensión. Es curioso que eso mismo sucede con las cartas de san Pablo escritas mucho tiempo antes y ordenadas en razón de su extensión, no de su importancia o época de aparición, Así la primera que  recoge el Nuevo Testamento es la carta a los Romanos, la más larga, la última es la de Filemón, apenas unas líneas; además 14 cartas y 114 azoras… ¿Lo habrá tenido en cuenta el copista del mensaje islámico cuando compuso el Corán?
Lo que sí tuvo en cuenta en muchas de las aleyas es su referencia al Nuevo Testamento, Así El Corán también nos narra el nacimiento de Jesús, pero en otro escenario: de nuevo el agua, junto a un arroyo, (¿un niño del arroyo?). Creo que a título de curiosidad merece la pena copiar esta azora XIX que recoge un tanto reformada la crónica de san Lucas sobre el nacimiento del Bautista y de Jesús. Dice así:

“En el nombre de Dios, el Clemente, el Misericordioso […] Anuncio a Zacarías. […] Nos te anunciamos el nacimiento de un muchacho cuyo nombre será Juan.  ... Zacarías preguntó: ¡Señor mío! ¿Cómo tendré un hijo si mi mujer es estéril y yo he llegado al límite de la vida?
Respondió: Así ha hablado tu Señor: Eso es fácil para Mí. Anteriormente te creé y no eras nada.
Dijo Zacarías: ¡Señor mío! ¡Hazme un milagro!
Dios respondió: Tu milagro consistirá en que no hablarás a los hombres durante tres noches, a pesar de estar sano.
Zacarías salió del Templo ante sus gentes, y les susurró: ¡Load a vuestro Señor mañana y tarde!  ¡Juan! […] fue temeroso de Dios; bueno con sus padres; no fue violento ni desobediente. Y recuerda en el Libro a María cuando se alejó de su familia hacía un lugar oriental y tomó, lejos de ellos, un velo. Le enviamos nuestro Espíritu, y éste tomó ante ella la forma acabada de un mortal. Ella exclamó: ¡En el Clemente me refugio contra ti, si eres piadoso!
Respondió: Ciertamente, yo soy el enviado de tu Señor para darte un muchacho puro.
Ella dijo: ¿Cómo tendré un muchacho si no me ha tocado un mortal y no soy una prostituta?
Respondió: Así ha hablado tu Señor: Eso es fácil para Mí. Lo pondremos como aleya entre los hombres y como misericordia procedente de Nos. Es asunto decidido.
Ella quedó encinta y se retiró con el niño a un lugar apartado. Le llegaron los dolores del parto junto al tronco de la palmera. Exclamó: ¡Ojalá hubiese muerto antes de esto y estuviese completamente olvidada!”. Pero Gabriel, desde abajo, le gritó: ¡No te entristezcas! A tus pies ha puesto tu Señor un arroyuelo. Sacude hacia ti el tronco de la palmera: te caerán dátiles maduros; come, bebe y tranquilízate. Si ves algún mortal, dile: Yo he hecho voto al Clemente de ayunar. Hoy no hablaré a ningún humano.
El mismo día fue a su familia llevando al Niño. Dijeron: ¡María! ¡Traes algo extraordinario! ¡Hermana de Aarón! Tu padre no era hombre de mal ni tu madre prostituta.
María señaló al niño para que le interrogasen. Le dijeron: ¿Cómo vamos a dirigir la palabra al niño que está en la cuna? Pero éste respondió: Yo soy siervo de Dios. Él me ha dado el Libro y me ha hecho Profeta; él me bendice dondequiera que esté y me ha prescrito, mientras viva, la plegaria, la limosna y el cariño filial a mi madre. Dios no me ha hecho violento, orgulloso. ¡Tenga la paz del día en que nací, del día en que muera y del día en que sea devuelto a la vida!
Ése es Jesús, hijo de María, Verbo de la Verdad sobre el cual discuten los cristianos. Dios no tiene por qué adoptar un hijo. ¡Loado sea! Cuando decreta una cosa, no tiene más que decir: “¡Sea!”, y es. Dios es mi Señor y vuestro Señor. ¡Adoradle! Ése es un recto camino….”.

Hasta aquí las palabras de El Corán a modo de un quinto evangelio del  Nacimiento. Por tanto el misterio de Belén trasciende lo folclórico y popularmente navideño y se enraíza en el misterio más asombroso para el hombre: Navidad. Siempre recordaré la impresión que me hizo un letrero que colgaba de la torre de una iglesia. Lo vi siendo estudiante cuando regresaba en autobús a pasar la Navidad a casa. Decía en grandes letras. “Dios ha nacido”. Creo que no se podría resumir mejor y con más brevedad el misterio de Belén.


(1) El Corán contiene para la mayoría de los musulmanes la palabra eterna e increada de Dios, es por tanto su única norma de conducta en esta vida. Mahoma lo recibió por entregas de labios del arcángel Gabriel.

jueves, 20 de diciembre de 2012

purisima

LA PURIFICACIÓN DE LA PURÍSIMA


A VUELTAS CON LA FE…

Purificar a la que es purísima parece un pleonasmo, y sin embargo uno trata de quintaesenciar su culto, despojándolo en lo posible de impurezas. Hoy he pensado en Ella, en nuestra madre a quien, no idolatramos, aunque a veces, cuando se ama, lo expresó muy bien Bécquer, nos quedamos ante su imagen “mudos, absortos, de rodillas, como se adora a un dios antes su altar…”. No es simple veneración. Y hoy quisiera hablar sobre su fe. La fe de María. No recuerdo que el Evangelio recoja alguna confesión en la que la Virgen haya hecho expresamente un acto de fe. La iconografía recoge imágenes que llevan como título: “La Virgen de la Fe”. Aquí más que de la fe de María vamos a tratar de nuestra fe en María. Hans Küng dice en su libro Ser cristiano: “Yo no creo en la Biblia, como creen los protestantes, sino en Aquel de quien ella testifica; ni creo en la Tradición como hacen los ortodoxos, sino en Aquel que ella transmite; ni siquiera creo en la Iglesia Católica sino en Aquel a quien ella predica” y podríamos nosotros añadir: Yo no creo en la Virgen sino en lo que de ella nos enseña el Evangelio.

HOY HE VUELTO A REZAR
A LA PUERTA DE LA ERMITA

Su culto se ha generalizado al bautizar con alguna de sus advocaciones infinidad de templos, pero sobre todo ha sido motivo de culto en santuarios en alguno de los cuales presuntamente hizo acto de presencia ante algunos videntes. Estos santuarios  siempre aparecen en medio de la naturaleza: en un bosque, sobre una colina, junto a un río o una fuente, en una cueva… pero podemos decir que no se ven santuarios urbanos. María es ecologista, aldeana, no urbanita, nunca que sepamos se apareció en la esquina de una calle, sobre un tranvía, en medio de un boulevard, ni en el árbol de algún parque. Curiosamente Jesús también era amante de la naturaleza: nació en una gruta, predicó en una montaña, se bautizó en un río, buscó apóstoles junto a un lago y finalmente  murió  y subió a los cielos en un monte. ¡Santo mío! Ecologista cien por cien. Dios ama la naturaleza, no cabe duda, y consiguientemente su madre también. El pueblo fiel ya desde siempre ha tenido una atención desmedida por estos lugares donde se apareció o simplemente donde se venera su imagen, en estos santuarios donde alguna de sus advocaciones son objeto de un culto que a veces se desborda y va un poco más allá de la hiperdulía (culto específico de la Virgen).

UN VENDAVAL

A uno de estos santuarios acudía yo cada año unas veces a predicar, otras a cantar y acompañar la misa con el acordeón, otras simplemente a ayudar al párroco, un cura no muy viejo, que había sido vocación tardía pero que tenía una fe y una devoción a la Virgen desmedida, ajena a toda duda. La imagen de aquel santuario era una de esas “vírgenes de vestir”, que solamente tienen cara y manos, y el resto un armazón de madera. Las devotas lo recubrían el día anterior con su mejor vestido y su más vistoso manto. En una de aquellas fiestas mientras la procesión avanzaba lentamente en torno al templo se levantó de improviso un vendaval tan fuerte que en un momento dado se llevó el manto y parte del vestido quedando el armazón al aire, ante la mirada atónita y desconcertada de los fieles y el disgusto consiguiente del preste. Aquel buen cura, que a pesar de los años de seminario no había perdido aún un lenguaje un tanto callejero, al ver a su virgen despojada de sus ropas dejando a la vista su desnudez de maderamen soltó un par de tacos e hizo a media voz un juramento: “¡Ay, Santina…! ¡Prométote que en la p… vida te va a ver ya nadie más en… ”. (Cada uno pude suplir los… con cualquier prenda íntima, acertará. Yo lo silencio por pudor). Me dio la sensación de que la Virgen meneaba la cabeza negativamente balbuciendo: Manolo, Manolo…, que así se llamaba el cura. La cubrieron como mejor se pudo y en medio del ventarrón, que ya venía acompañado con la lluvia, se introdujo en la ermita. Después de algunos meses el buen cura se desplazó a la capital e hizo las gestiones pertinentes con un taller de arte, sustituyendo la imagen de vestir por una de talla hecha de madera noble. Era una hermosa imagen sentada con el niño en brazos, imitando las medievales vírgenes románicas. Cuando la gente llegó al santuario, al verla empezó un runruneo alcanzando poco después a las protestas… “Esta no es nuestra virgen, nos la han cambiado…”. En vano trató primeramente el cura, luego los predicadores de sentar las bases  de una verdadera devoción. Todo fue inútil. El malestar llegó a ser tal  que aprovechando la llegada de otro cura se destronó la talla y se volvió a vestir y a colocar de nuevo en su hornacina la antigua imagen… “¡Estas sí que es nuestra Virgen, esta, esta, no esa otra…!”, se oía un tanto despectivamente por doquier.

SANTA MARÍA EN…

El suceso me hizo cavilar por algún tiempo y se me ocurrió pensar qué ocurriría si en buena ley, por ser teológicamente saludable, un buen día se diera una orden de intercambiar en España las imágenes de todos los santuarios, llevando, por ejemplo la del Rocío a Monserrat, la del Pilar  a Guadalupe, la de Covadonga al santuario del Camino (León), etc. etc. y así todos los demás santuarios… La imagen es solo una representación de la verdadera y única virgen nazarena, pero seguramente los sentimientos del pueblo se rebelarían removiéndose desde sus más hondas raíces y la protesta no se dejaría esperar. “Nos han cambiado la Virgen, y mira tú la que nos han traído,  y además andaluza o asturiana…”. Y es que la devoción que  practica el pueblo, más que a la humilde virgen de Nazaret, madre del Salvador y madre nuestra, parece ser a una imagen, “una”, a un icono que llevan en el alma desde niños. En vano una adecuada formación teológica trataría de hacerles recapacitar que lo mismo se venera a la Virgen ante una imagen del Rocío, que ante una de Montserrat, de Covadonga o de donde sea. Por tanto no cabe duda de que en estos cultos hay algo más que hiperdulía, acaso un culto rayano ya sino en idolatría pura y dura, sí en una “santa e inocente idolatría”.
Ya viene de atrás el error alimentado por una preposición gramatical, la preposición “de”, que puede indicar origen, procedencia, modo, etc. pero sobre todo aquí parece estar empleada más bien y únicamente como pertenecía (Virgen de) y por tanto la procedencia, ya sea del Rocío, de Guadalupe,  de Montserrat o Covadonga…, se apodera de la palabra principal que es la Virgen y la supedita, haciendo que lo importante sea no la Virgen sino la imagen, el lugar o procedencia. Por eso desde hace años en nuestras homilías sobre el tema venimos diciendo e insistiendo en la claridad que se le daría al tema si en vez de la preposición “de”, empleáramos la preposición “en” (la Virgen en), lo que, indicaría que es la misma Virgen, la misma persona la que veneramos, pero bajo distintas figuras, imágenes o formas, “en” distintos lugares y festividades, o como decía un cura amigo, “en todas es la misma Virgen de Nazaret, pero en cada lugar vestida con el traje regional propio de la comarca”.

HIPERDULÍA, MARIOLATRÍA

También otras imágenes pueden acaparar una atención devocional  un tanto heterodoxa dando más culto e incluso más poder  taumatúrgico a cualquier santo que al Santo de los santos sacramentalmente presente en los sagrarios. Se pasa ante él sin apenas un gesto de adoración para ir a postrarse de rodillas ante cualquier imagen. No es a las imágenes a las que hay que dar culto, estas son iconos, símbolos que nos llevan a través de ellas hacia la gran Verdad. El culto a los santos debe ser transitivo, debe atravesarlos sin detenerse en ellos para llegar a lo divino. Su mediación solo es en tanto en cuanto, puesto que la verdadera y única mediación es la  de Jesucristo. Por algo todas las oraciones de la Iglesia terminan intercediendo, “por nuestro señor Jesucristo que contigo vive y reina…”, nunca por un santo.
Todo ello nos llevaría a revisar también nuestra fe ante este culto a la personalidad que a veces parece desbordar los límites de lo ortodoxo. A los  grandes personajes del cine, del deporte, de las letras o de la música se les suele llamar ídolos. Y no cabe duda que reciben un culto cuasi idolátrico por sus fans (reliquias, imágenes…). Pero eso mismo nos puede suceder a los católicos por ejemplo con el Papa, lo que se vino a llamar papolatría. O visitar lugares santificados con alguna supuesta presencia sobrenatural lo que sería caer también en algo así como topolatría, o adoración de un recinto. “Este es un lugar santo hay que quitarse las sandalias…”, dijo Iahvé a Moisés, pero hoy el culto en estos lugares, fuera de los templos, debería administrase con la debida atención evitando los excesos.

UNA RIADA

En octubre de 2012 una crecida del Gave de Pau inundó el santuario de Lourdes. Solamente se veía la Virgen, unos cirios y un crucifijo. Yo creo que si sabemos interpretar los hechos también se podría aplicar a nuestro caso como una lección de la naturaleza empeñada siempre en limpiar y purificar lo que el hombre contamina, en este caso a limpiar fanatismos y abusos en el culto, sin contar con el comercio de imágenes, agua bendita, estampas, suvenires, etc. que rodean estos santuarios que si no caen directamente en simonía andan siempre por sus aledaños y habría que evitar los excesos a toda costa, respetando, desde luego, a los que de “buena fe” acuden a María en busca de ayuda.
Una riada que barriera miles de estos falsos conceptos incrustados como excentricidades en la auténtica fe sería conveniente y hasta necesaria. Sin duda la Virgen, tan habladora en apariciones a videntes y paradójicamente tan callada en el Evangelio, desde allí donde se encuentre lo aceptaría con agrado, lo bendeciría sonriente y acaso, acaso… hasta sería capaz de hacer algún milagro para confirmarlo.

José Manuel Feito