viernes, 27 de julio de 2018


DOMINGO XVII. 29-VII-2018 (Jn. 6. 1-15) B


Una de las lecciones que se puede sacar del evangelio de hoy en el que se nos narra, tan en consonancia con la fiesta que celebramos, la multiplicación de los panes y de los peces para dar de comer a 5.000 personas, es que “Jesús siempre da más que pide” adelantándose incluso a la petición de Felipe: ¿Con qué daremos de comer a tanta gente? También hoy debemos plantearnos la misma pregunta que Felipe ¿Con qué dar de comer a los mil millones de hambrientos que malviven sobre la tierra?

El 11% de la población mundial padece hambre. Según el último informe de la FAO, (la agencia de la ONU que se ocupa de la alimentación y la agricultura) 815 millones de personas en el 2016 no han tenido acceso a una alimentación adecuada, unos 38 millones más que el año anterior. Para mayor Inri, y por poner solo un ejemplo, la mayor parte de los alimentos que se han recogido para los kurdos en la crisis de esta nación en 1994 hubo que desecharlos al final porque se habían deteriorado en los almacenes y en los puertos antes de poder ser entregados a sus destinatarios. Al mundo occidental le sobran alimentos y estadísticas pero, (aunque no faltan redes eficacísimas y rápidas para distribuir armamento y droga) aún no existe un organismo capaz de distribuir alimentos eficaz y adecuadamente.

José Luis Zapata, embajador en 1983 de Venezuela en Roma ¡cómo cambian los tiempos!, pronunció unas palabras durante el XXII Congreso de la FAO que han dado la vuelta al mundo: “Nunca hubo en la tierra tantas reservas de alimentos y nunca hubo tampoco tanta gente con hambre” Josué de Castro, presidente en 1952 del citado organismo FAO, doctor en Medicina y en Filosofía, dice en su obra: Geopolítica del hambre, que de la guerra se ha hablado siempre a voz en grito, “se han compuesto himnos y poemas que cantan sus virtudes y heroísmos, incluso en una sociedad que oscila entre el mercantilismo y el militarismo... y hasta se ha esforzado en demostrar a la luz de la ciencia que es algo condicionado por una pretendida ley natural de vida, de suerte que la guerra se convirtió en el leit motiv del pensamiento occidental mientras que el hambre se la considera reducida a los límites del subconsciente ya que incluso la conciencia le cierra sus puertas con ostensible desdén”. Luego añade que hasta los mismos escritores se hacen cómplices de este silencio.

Existen excepciones como la gran novela, premio Nobel en 1920, del noruego Knut Hamsum: Hambre, verdadero documento minucioso y exacto de las varias sensaciones, contradictorias y confusas, que producía el hambre en el espíritu del autor y un tremendo alegato contra la sociedad. El protagonista recorre las calles de Cristianía “esa ciudad singular (así llamada con toda intención critica) que nadie puede abandonar sin llevar impresa su huella”. O la gran epopeya del hambre de la familia Joad en las más ricas regiones, del país más rico del mundo, Estados Unidos, narrada por Iohn Steinbeck en Las uvas de la ira.

En nuestro país se están oyendo aquí y allá voces de alarma. Cáritas, en una encuesta cifraba no hace mucho el número de pobres en ocho millones. Y si en los países del Mercado Común el mínimo vital por mes se considera unas 200 €, en España más de 8 millones ganan menos de 100, es decir, la mitad. Y así podríamos estar barajando testimonios escritos, porcentajes y cifras horas y horas. Para un cristiano hay un solo problema del que seremos ciertamente examinados al final: los pobres, los hambrientos, los sin techo, casa o patria, los desnudos (en invierno y por las calles, no los otros). Para Cristo ese ha sido el gran problema a resolver de inmediato echando mano incluso de medios extraordinarios como es el milagro.

Hoy hablamos mucho de cultura, de Mercado Común, de progreso y competencia, de evasión y diversión... pero no debemos olvidar que por encima de todo eso está el Problema Social, el problema de los que pasan hambre material, de los que necesitan cubrir la desnudez de esas necesidades tan vitales y esa debe ser también nuestra batalla. Con Cáritas, con la FAO, con Manos Unidas, con quien sea, porque el problema, ese problema en concreto, no tiene espera: un mes, una semana para miles de personas ya sería demasiado tarde. Incluso habría que dar un paso más: suprimir todas las organizaciones de caridad, ya que lo que se ofrece como caridad al pobre lo tiene o debería tener derecho a ello por justicia. Es una vez cumplida la justicia cuando podemos hacer caridad. Pero a ser posible no antes ni en lugar de.

Y es que la solución no está sólo en dar limosna un día y olvidarnos poco después, eso son malos parches, la solución está en comprometernos a fondo y de verdad en esta lucha. Quizás todos tengamos otros problemas personales, familiares, de trabajo, pero a veces habrá que establecer una escala de valores y posponer lo accidental, por personal que sea, y hacernos solidarios de nuestros hermanos los hambrientos. No podemos ser conformistas. El mundo no está bien, el mundo no va bien y está esperando la mano que lo cambie y que lo cure. No se puede predicar ni paciencia ni conformidad. Hoy ya no es posible. La meta del cristiano es sembrar no sólo la fraternidad sino la justicia y la responsabilidad. Y solo cuando la justicia sea incapaz de resolverlo, lo puede llevar a cabo y de modo eficaz la fraternidad, el amor cristiano: este, por su propia dinámica, siempre fructifica en pan y en ayuda a los hermanos. Desgraciadamente hoy  no podemos esperar sólo en la Justicia, porque aunque en teoría es imprescindible e insustituible en la práctica suele llegar tarde, mal y nunca.

El día que nos metalicemos que es mejor dar que pedir, que nos entreguemos sin esperar nada a la recíproca, ese día el mundo cambiará. Algunos hacen mucho más hincapié en el milagro de la multiplicación que en el de la distribución. Hoy como entonces ya no se trata de multiplicar los panes y los peces, la ciencia y la biología, manipuladas sabiamente, se encargarían de multiplicarlos; hoy se trata más bien de saber distribuir, repartir con justicia y sin humillar, elevar al que recibe, hacer valer sus manos, ayudando incluso a que el mismo se lo proporcione, evitando que la ayuda pueda considerarse una limosna.

Hoy las limosnas pueden ser una ofensa. Porque también es verdad que no sólo de pan vive el hombre, el hombre necesita además respeto y consideración, encontrarse en un mundo fraternal de paz, de amor y de trabajo para poder realizarse plenamente.

Nuestro pueblo está en fiestas. La Sacramental nos recuerda un banquete, la última cena, un alimento, pero no con el fin de quitar el hambre física sino que debe ser el banquete de la fraternidad y de la unión. La fiesta no es ni una misa solemne, ni la procesión con bendición, ni una invitación a los parientes, ni una romería, ni una verbena... todo eso deberían ser cosas de adorno, como andamios, medios para estrechar lazos, la Sacramental debe ser la fiesta de la amistad y del amor fraterno.

A mí me apena un poco cuando hay gente que sin causa justificada, como pudiera ser un luto o una enfermedad, se alejan este día de la parroquia. Algo falla en la convivencia del mundo actual. Los pueblos primitivos, nuestros antepasados esperaban las fiestas con redoblada ilusión, se celebraba su llegada con danzas, gallardetes por las calles, cantos, la comida... Hoy posiblemente estamos hastiados, “refalfiados”, se dice en bable... y eso es malo. Las fiestas se necesitan contra el aburrimiento y el tedio, necesitamos expansionarnos, ver caras nuevas, sentir los voladores, la música... Todo ello son medios para fomentar la unión, y en vez de criticar posibles e inevitables fallos que siempre habrá por ley de naturaleza humana, hacer algo, aunque sea poco, pero hacer.

Dice Atilano Alaiz en La amistad es una fiesta: “Estamos agobiadamente relacionados... mil veces chocamos nuestras manos... dejamos amigos para ver amigos... viajamos paralelamente sin compartir la vida ni la intimidad. Los ermitaños retirados en el desierto están infinitamente menos solos que los habitantes de nuestras ciudades”. Al leer estas frases vienen irremediablemente a la mente aquellos versos de Zarathustra: “Al amigo espero, dispuesto día y noche, ¡a los nuevos amigos! ¡Venid, venid, ya es tiempo...”. Y concluye con este hermoso verso que debería servirnos estos días de reflexión: “¡Hay camaradería...! ¡Ojalá un día haya amistad también!”.

Porque las muchedumbres, los pueblos están también hambrientos de este otro pan que es la amistad; y este sí que no necesita multiplicarse, lo llevamos cada uno en el alma a manos llenas, el único problema está en que queramos y procuremos repartirlo entre los otros. Si no lo hacemos es porque nos falta el amor de Dios, la caridad de Cristo..., es porque estamos aún un poco lejos de ser discípulos de Jesús, por más que profesemos nuestra fe de cristianos a los cuatro vientos.                                                                                                                                    Jmf



viernes, 20 de julio de 2018


DOMINGO XVI.-  22-VII-2018 (Mc. 6, 30-34) B

“Venid vosotros solos a un sitio tranquilo a descansar”. Es una curiosa invitación al descanso que nos hace Jesús en este tiempo de vacaciones y fiestas patronales. Porque el descanso fue también creado por Dios, lo mismo que el cielo y que la tierra. Dice la Biblia: “Y el séptimo día descansó...”, lo que quiere decir que no sólo creó sino que descansó y en recuerdo de aquel día cumplimos cada siete días el mandato bíblico, creamos en la Biblia o no. Los cristianos cumplimos este mandato cada domingo en memoria de la Resurrección de Jesús.

Dios mandó descansar como un mandamiento más. La misma vida es como una semana de años al final de la cual también se nos dice: Ahora... ¡descansa en paz! Pero descansar ¿de qué? habrá que justificar de algún modo ese descanso. Dios nos manda descansar. También los pueblos con sus fiestas tratan de di/vertirse, es decir, verterse hacia otras ocupaciones más gratificantes que no sean la ocupación habitual aunque ciertamente requieran tanto o más esfuerzo. Hay un peligro en estas fiestas populares, creo yo. A menudo más que una invitación a la alegría, pueden con/vertirse en un alarde de competencia a ver qué pueblo gasta más, trae mejores atracciones y mejores orquestas. Y es normal; acaso sea un modo de mantenerse en la brecha sin desanimarse. Ya decía el escritor gallego Wenceslao Fernández Flórez en “Las siete columnas”, (desarrollando una frase de Anatole France: “¡Qué aburrido un mundo sin pasiones! -en F. Flórez se lo dice el diablo al ermitaño Acracio-), que el hombre para vivir y trabajar necesita a menudo agarrarse a alguna de esas siete columnas que son nuestros pecados capitales: Soberbia, avaricia, lujuria, ira, gula, envidia y pereza... Ellos son el motor, las columnas de la Historia de la humanidad. Menos mal que al final termina afirmando que también es posible un mundo sin pecado; y el mejor argumento que tenemos es que el hombre desde el fondo de su angustia lo exige, lo necesita y lo pide. Y algo de eso deberían ser las fiestas: un reencuentro con la paz interior y con la felicidad perdida.

Dos novelistas americanos Willlam Goldin con su obra “El señor de las moscas” (-eso significa en hebreo Belcebú- en ella viene a decir que el hombre produce el mal como produce miel la abeja, o dicho en frase de Demócrito: “El mal no hay que sembrarlo, nace solo”), y Robert Ardey con otra obra: El imperativo territorial”, los dos best seller durante  los años 1954-1966, plantean la tesis de que si el hombre es así, si hay ladrones, criminales, terroristas, homicidas, violadores, si hay guerras crueles, salvajismo, agresividad, tiranía, esclavitud, etc., es porque no puede ser de otra manera. Somos así porque ese es el fruto de siglos de lucha por la supervivencia en este difícil planeta que es la tierra. Nos han programado así desde el principio. Los primeros utensilios del hombre de Neardhenthal o del australophitecus africanus no fueron catos de amor, fueron las hachas de piedra, las flechas de silex o puntas de lanza... fabricadas sobre todo para herir y matar. Llevamos esos arquetipos grabados a sangre y tiempo en nuestras neuronas.

La misma Biblia, con ser el Libro Santo, parece corroborar este aserto desde sus primeras páginas: la primera muerte que registra es el fratricidio de Abel a manos de su hermano, usando como arma la quijada de un asno, aún no había piedra tallada. San Pablo en su Carta a los Romanos avala esta teoría: “Hago lo que no quiero, y lo que deseo no lo hago. Veo otra ley en mi cuerpo que lucha contra la razón y me esclaviza al pecado que llevo dentro”. El hombre, para Pablo, nace empecatado, es la doctrina que afirma que todos, desde nuestra concepción, llevamos dentro el pecado original. Será Jean Jacobo Rousseau en el s. XVIII quien levante su voz gritando que el hombre es naturalmente bueno, es “el buen salvaje”, pero considerado uno por uno y en estado de naturaleza pura. Luego al estudiar sus reacciones en masa, tendrá que poner fin a esa santidad con otra obra El contrato social. Entonces al estar atados a dicho contrato habrá que acercarse a la felicidad perdida en la medida de lo posible, potenciando el libre desarrollo de la individualidad, naciendo así lo que conocemos como “los derechos y las obligaciones” inviolables del hombre. Esto no lo consiguen los dirigentes cuyas leyes son, a menudo, solamente en provecho de una clase privilegiada, esto lo tiene que conseguir el pueblo, la gente sencilla. Y coincide con la mentalidad cristiana, en que esto sólo se consigue cambiado el corazón del hombre, convirtiéndolo de egoísta en fraternal y de soberbio en humilde y servicial, y de errático y salvaje en humano, que decía Pío XII.

De todas formas hay una tercera vía que es juntar trabajo y ocio, aquella actividad que sirve al mismo tiempo de esfuerzo y de descanso. Recuerdo ahora una anécdota que me contaba un sacerdote acerca de un anciano moribundo que dejaba a su muerte una gran fortuna, habiendo pasado la vida esclavizado, corriendo de un sitio para otro. El sacerdote lo quiso recriminar dulcemente: “Vamos a ver, Manuel, y ahora ¿para qué diablos te vale todo lo que tienes? Entonces el viejo lo miró de hito en hito y como asombrado de que no entendiera la filosofía de su vida le contestó: Y lo que yo abatané ¿qué, ho? ¿Eso no vale nada, señor cura? Para aquel anciano lo importante había sido vivir la vida a tope disfrutando no tanto de lo que ganaba sino del modo como lo ganaba. Disfrutar del trabajo de cada día, levantarnos cada mañana con la ilusión de llevar a cabo alguna cosa nueva, es un buen plan de vida.

Dios nos manda descansar, pero Jesús añade dos palabras a ese descanso: “Venid vosotros solos”, y “a un lugar tranquilo”: solos y lugar tranquilo. Todo lo contrario de nuestros descansos que son multitudinarios y en lugares bulliciosos. El descanso es necesario, y lo que antes era acaso un lujo hoy ya es una necesidad. Por eso es tan arriesgado criticar a otras personas o sistemas de vida. Luego, cuando nosotros podemos, no sólo los imitamos sino que hasta los superamos ¿Qué es hoy un burgués? ¿Quiénes son los que viven hoy como burgueses? Una persona que presume de tal o cual ideología ¿en qué se distingue de la que piensa lo contrario? Ni en el comer, ni en el vestir, ni en la vivienda, ni en el viajar, ni en el lugar de vacaciones que se escoge, ni en los Colegios a donde manda a sus hijos (mucho hablar contra la enseñanza privada y los mismos que la atacan son los que tienen a sus hijos estudiando en lo mejores colegios privados del país o del extranjero.... Tampoco se suelen distinguir en el sueldo ni en la vivienda... Y eso que son testigos de que pared por medio vive gente con salarios míseros, en vacación forzosa de paro, algunos jubilados con pensiones ridículas... etc. etc. En vista de lo cual cabe preguntarnos: ¿en dónde está la igualdad, la fraternidad? ¿Igualdad en qué? Ya sé que todo esto no es grato al oído y que duele al escucharlo. Pero tal parece todo ello una tomadura de pelo y un sarcasmo. ¿Dónde radica la diferencia entre un sistema y otro? Pues me parece que hoy, únicamente en alardear de no creyentes, en romper las barreras de la ética y de la moral, alardeando de tener una falsa libertad que desemboca en libertinaje. No creo que exista otra diferencia que sepamos... y acaso por eso la Iglesia está hoy siendo atacada de mil modos muy sutiles. Muchos se han saltado hasta los mandamientos, (el quinto lo hacen muy bien los terroristas) algunas parejas se juntan sin casar o se divorcian alegremente para volverse a casar sin responsabilidad alguna: es que lo del sexto es cosa de curas..., comentan. Pero como después del sexto viene el séptimo: no hurtar, ¡hay que ver cuanta gente ha sido sorprendida con las manos en la masa! Eso ya no es cosa de curas, (tampoco lo es el divorcio ni el aborto) todo eso es cuestión de justicia fundada en leyes naturales, pero ahí la sociedad no perdona y fustiga al caer en la cuenta de que la barrera entre una ideología y otra es tan sutil que a veces no sólo se rozan sino que se confunden y se sobreponen. Y esto nos sucede también a los creyentes. Porque también cabría preguntarse en dónde está la frontera entre el creyente y el ateo. Hay ateos que dan mil vueltas en moral, en desprendimiento y en solidaridad a los creyentes. Y para ver esto basta abrir los ojos. Decía Carlos Marx: “La realidad es tozuda” ¡Qué mal cambiamos las personas cuando estamos instalados en un sistema o religión! Una cosa es la teoría, la propaganda y otra muy distinta es la práctica, el lenguaje de los hechos. Por eso siempre será una utopía, querer quitar un mundo para poner otro, pues la realidad sigue y si el hombre no cambia en su interior, es decir, si no se convierte, seguirán siendo los mismos perros con distintos collares.

El mundo hay que transformarlo desde el interior del hombre si no queremos que la realidad nos transforme a nosotros. Un buen slogan sería: “Vacaciones con Jesús “solos...”en un lugar tranquilo”. Vacaciones con Jesús también pueden ser las fiestas del pueblo: Sacramental y Santo Domingo. En ellas no sólo nos divertimos sino también rezamos y nos santificamos. Creo que pensar sólo en divertirse es demasiado pagano, pero pensar sólo en santificarnos sería demasiado espiritualista. Vamos a ver si casamos las dos cosas tratando de crear más unión entre la gente. Eso sí que sería celebrar en cristiano las fiestas y santificar nuestro tiempo de vacación y ocio.   Jmf

viernes, 13 de julio de 2018


DOMINGO XV.- 15-VII-2018- (Mc. 6, 7-13) B

La misión que Jesús confía a sus apóstoles se puede concretar en tres aspectos: 1) Dar y ejercer la libertad, “dándoles autoridad sobre los espíritus inmundos...”. 2) No presentarse en plan triunfalista ni con espectacularidad sino en plan sencillo y humilde: “no llevéis pan ni alforja ni dinero..., si acaso unas sandalias... Y 3) No insistir demasiado: “Si en un lugar no os reciben... marcharos a otro sitio...”.

1) Dar libertad es un gran programa, pero para llevarlo a cabo es preciso no estar comprometido, es decir estar liberado, no “casarse” con nadie ni con nada. Ser o estar liberado es bastante difícil pero es una parte muy importante en la estrategia evangélica. La autoridad es necesaria. Uno que mande, hoy se escoge por votación. ¿Se acierta siempre? Ese es el problema. Una fábula oriental (recuerda los árboles queriendo elegir rey, Jueces, 9) nos pone de sobre aviso: Un día las plantas convocaron sufragio universal para elegir la reina. Se votó muy ordenadamente y salió elegida por mayoría la ortiga. Y es que los votos no se cuentan se pesan. Buscar la persona con valores, conociendo no lo que va a hacer sino lo que ha hecho. Prometer es fácil, lo difícil es presentar un programa de obras llevadas a cabo feliz y exitosamente. No me digas lo que vas a hacer sino demuéstrame qué has hecho y en razón de ello podremos luego juzgar y elegir.
 2) Un segundo aspecto era presentarse sin triunfalismos, sin espectacularidad, que no tienen nada de evangélico. Sí lo tiene la pobreza de medios... con apenas sólo la palabra (palabra divina) y no menos a menudo con el silencio. Cuentan que el orador Isócrates (436-338 a. C.) fue invitado por Nicocrente, rey de Chipre, a una cena. Deseaba oírle hablar, pero Isócrates no abrió la boca en todo el tiempo. ¿Estás enfermo?, le preguntó el rey. De ningún modo. Gozo de muy buena salud, respondió el orador. ¿Por qué no hablas, entonces? Porque de lo que yo sé hablar –contestó el orador- a ti no te interesa, y de lo que a ti te interesa yo no sabría hablar. A veces el silencio es el mejor discurso. Pero Cristo les envía también para que hablen: “Si no os escuchan, al salir del pueblo sacudid el polvo de las sandalias... Acaso por recomienda que las lleven, y además “ungir con óleo, echar demonios y curar enfermos...”. No es nada lo que les que pide..., pero para esto se necesita, más que palabras, espíritu, vida interior, hacer más que decir, y posiblemente ese sea el secreto del éxito del Evangelio. Hablar es relativamente fácil. Dice Marschall Mc Luhan que el hombre perdió muchos de sus instintos: orientación, olfato, vista... que tuvo en un principio, por hablar demasiado. Si algunos animales los conservan: el olfato los perros, la orientación las palomas y las abejas, la comunicación los delfines, etc. es porque los animales no hablan y sin embargo qué bien se comunican. Creo que algo de esto han procurado aprovechar algunas Órdenes Religiosas cuyo programa de vida está precisamente basado en el silencio monacal, pero suplido con creces por la conversación interior con Dios.

Cristo no es un conquistador a lo Alejandro Magno, Él es diferente, no mira tanto el número como la dedicación. “Id de dos en dos...”, así envía a sus discípulos, al revés que los grandes conquistadores que envían ejércitos y legiones de miles y miles de soldados a conquistar la tierra y sus productos, esclavizando de ese modo a quienes conquistan. Jesús conquista al hombre, no le importa más que el hombre y su voluntad, y a un hombre sólo se le conquista cuando el tal se siente libre. Dios envía y recomienda: “poblad la tierra y dominadla...., la tierra, no a sus gentes... La conquista del apóstol es la del corazón del hombre, librándolo de sí mismo y de sus pasiones es decir convirtiéndolo en algo parecido a Dios. No es la espectacularidad, ni el tener tablas, ni el saber el oficio..., es más eficaz actuar y dar ejemplo, las palabras mueven, el ejemplo arrastra.

El escritor rumano Jon Slavici publicó una novela a finales del siglo XIX (1873) titulada “Pope Tanda”. Se trata de un sacerdote ortodoxo al que el Obispo destierra castigado a la aldea de Vallaseca, una parroquia de pobres gentes (saraceni) en la que nadie hace nada. En medio de una desidia total las gentes pasan el tiempo murmurando del vecino. Pope Tanda va de casa en casa, y aunque ven la iglesia medio en ruinas nadie da un paso ni hace nada, más aún, se ríen de él y le llaman “Cura bobo” (Pope Tanda). En vista de lo cual levanta con sus manos la rectoral, luego poco a poco la iglesia, ara su campo con un viejo caballo, arregla el carro, le pone asientos para desplazarse de un pueblo a otro... La aldea lo contempla atónita, ven que el Pope Tanda, rodeado de su mujer y de sus hijos, vive mejor que ellos, y arrastrados por el ejemplo empiezan también ellos a trabajar. La aldea se transforma. Pope Tanda ve entonces la alegría de aquel pueblo trabajador y entusiasta. Todos los pueblos son un poco como Vallaseca, y todos necesitamos de personas que nos den ejemplo y se arriesguen por los demás. Con frecuencia nos faltan modelos que imitar e ilusión para el trabajo, actuamos sin ser consecuentes, sin convicción. No hacen falta muchos medios, lo que más necesitamos es gente con vocación, decisión y dedicación, lo demás, (es palabra del Señor), llega siempre por añadidura.

3) Finalmente se nos recomienda si no se nos acepta no insistir, tratar de no ser cargantes. Si el pueblo no te escucha, allá él, “sacudid el polvo de vuestras sandalias (por algo recomienda llevarlas) y marcharos a otro pueblo...”, el mundo es ancho y grande. No siempre la insistencia es buena. Cuando se fracasa en un campo es mejor buscar otro. No insistir en un aspecto no quiere decir darse por vencido, todo lo contrario. Dicen los comunicólogos: “Hay que insistir”. Lo vemos en la propaganda, con qué machacona insistencia nos golpea por medio de la radio, la TV y la prensa. Pues bien, hasta en eso Cristo es diferente, es una de tantas paradojas que nos brinda el Evangelio: Si no os reciben iros a otra parte... Es el mejor aval de nuestra libertad. Porque, aunque muchos sistemas presuman de liberalismo o libertad, sus secuaces nos “comen el tarro” a todas horas haciéndonos creer que somos libres cuando de mil modos tratan de hacernos esclavos de tantas servidumbres sociales, políticas, económicas... cambiando el control policial por el control fiscal, religioso o cultural... ¿Cómo se puede decir que hay libertad de expresión cuando si no piensas de acuerdo con un patrón establecido más o menos de moda, te califican de retrógrado o de ultra, y te marginan? En cambio si pregonas las excelencias de tal o cual sistema en boga te exaltan, disculpan y protegen descaradamente y hasta te suben incluso al carro del poder.

En la primera lectura oíamos como Amasías, el sacerdote de los ídolos de Betel, quiere hacer callar al profeta Amós que no cesaba de denunciar los vicios y la corrupción del pueblo de Israel, llegando a aconsejarle que se vuelva a cuidar su campo de higos y sus vacas, pero Amós entonces profetiza los castigos que aguardan tanto a Amasías como al rey: “El Señor me sacó de junto al rebaño y me dijo: Profetiza a mi pueblo Israel. Tu esposa será ultrajada en la ciudad, tus hijos e hijas pasados a cuchillo, tus posesiones repartidas entre los vencedores... Tú morirás en un país extraño, e Israel saldrá cautivo y deportado hacia otra tierra”.
El evangelio es ante todo denuncia profética y libertad para hablar, libertad para pensar. El evangelio es libertad de todos, con todos, en todo, contra todo y para todos, incluso ante ese inmenso misterio del más allá que es la salvación eterna. A mí siempre me ha llamado la atención la actitud de Jesús desde la Cruz con respecto al mal ladrón. Él, que fue el cura más celoso del mundo, en el mismo momento de derramar su sangre por nosotros y por todos, por el perdón de los pecados..., y María a su lado, refugio de pecadores, la misionera más intrépida y activa, teniendo allí la primera ocasión de mostrar su eficacia y su misericordia con un alma a punto de condenarse, le dejan morir desesperado y no le dirigen ni siquiera una palabra de exhortación al arrepentimiento. Era libre de morir a su manera. Sin embargo con el buen ladrón, aquel que suplicaba humildemente: “Acuérdate de mí cuando estés en tu reino...”, con este se volcaron; apenas dijo estas palabras inmediatamente Jesús le replicó: “Hoy, hoy estarás conmigo en el Paraíso...”.

¿No nos dice nada eso? Yo lo pienso a veces cuando visito un moribundo y no me habla para nada de confesar ni comulgar ni siquiera de Dios... tengo que pensar en el Calvario y que Dios, infinitamente misericordioso, es del mismo modo infinitamente respetuoso con la libertad de cada uno, porque cada uno es el único responsable de su vida y, de algún modo, de su salvación. Él nos lo puso fácil, pero la última palabra, la última decisión siempre será nuestra. De ahí la importancia que tiene en el Cristianismo cultivar estas actitudes de libertad, servicio, entrega, respeto mutuo, pobreza, el  sagrado respeto a los demás y a sus decisiones sin violentar, a ser posible, nunca su voluntad bajo ningún pretexto, ni siquiera cuando entra en juego la salvación eterna. Eso es, al parecer, lo evangélico.  jmf.

viernes, 6 de julio de 2018


DOMINGO XIV - 8-VII-2018 (Mc. 6. 1-6) B

Una de las manías que ha tenido el hombre de todos los tiempos es la de hacer o querer hacer al prójimo “a su imagen y semejanza”, apropiándose el papel bíblico de Dios. Y cuando los demás no encajan en esos esquemas que cada cual se ha prefabricado (y esto vale para todos) inmediatamente aflora la crítica malévola, la desconfianza y el tratar de descalificar al otro “¡ya nos ha salido un nuevo Juan Salvador Gaviota, habrá que tratar de mantenerlo a raya, para que no revolucione la bandada...”.Así fue, según narra el Evangelio, como vieron a Jesús sus paisanos: “¿No es este el carpintero?”. Y si eso es así ya no es lógico por lo tanto que sobresalga, que triunfe sobre nosotros... -la envidia siempre- lo que debe hacer es seguir con el oficio de su padre. De ese modo debió de nacer la pirámide de castas.

Para ser un vulgar obrero de campo o de la industria es mejor que sea poco ilustrado porque si a un peón albañil, sirva de ejemplo, le diera por estudiar y llegara a arquitecto, ya no trabajaría más de albañil. Sin embargo imaginémonos que todos los albañiles fueran arquitectos (algo que hoy no es tan difícil, puesto que está más al alcance de la mano) y que todos los campesinos fueran biólogos y todos los pastores y ganaderos veterinarios y hasta cada cristiano fuera sacerdote... (-en parte lo es, según san Pablo-) imaginémonos ¡qué gran paso habría dado la Humanidad! Pero ya nos mentalizan desde niños de otro modo: “Tú estudia, hijo, que para trabajar bastó lo que trabajó el burro de tu padre”, como si el estudiar una carrera conllevara substancialmente colgar los instrumentos de trabajo y vivir de títulos y honores.

Habría que convertir las escuelas, colegios, institutos y universidades en talleres, laboratorios, granjas... Y en vez de aprender conocimientos para luego usarlos en esos campos, primero trabajar en granjas, talleres y laboratorios completando la experiencia con saberes técnicos aprendidos en la Universidad. En otras palabras: en vez de estudiar para luego practicar, primeramente habría que practicar... y luego estudiar. Ya nos entendemos. Con lo eficaz y exitoso que sería matrimoniar esos dos campos: el estudio y el trabajo, ciencia y experiencia, técnica y práctica, teoría e instrumento. Ah, pero si un buen día cualquier hombre lograra ponerlo en práctica enseguida empezaría el runruneo “¿Quién es este? Y es que profundizamos muy poco no sólo en nuestra cultura y comportamientos sino en conocer de qué materia estamos fabricados, cual es la composición última del hombre, etc. Sabemos que en el mundo hay objetos de muy distinto valor y composición, unos fabricados de oro, otros de latón o calamina. Pero los hombres no, los hombres estamos todos fabricados de idéntica materia. Incluso es casi igual a la de algunos animales, funcionamos con esquemas similares, aparatos semejantes: corazón, pulmón, sangre, cerebro, esqueleto, olfato, visión, oído, sistema nervioso... Hay tanto parecido que de poco nos podemos ufanar y presumir. Hasta nos superan ellos a nosotros en algunas de estas facultades: el olfato, el instinto y lo que más tendría que hacernos meditar, hasta en el mismo comportamiento y organización.

Es cierto que alguien podría deducir de todo esto que por lo tanto todo es puro y duro materialismo, mecánica animal, leyes físicas y biológicas autosuficientes, con las cuales y merced a ellas seríamos capaces de prescindir de lo divino. Y así lo quieren ver algunos científicos materialistas, al menos hasta no hace mucho. Pero no han tardado en levantarse aquí y allá voces de protesta en pro de volver de nuevo la mirada hacia Dios.

Allá por julio del 91 decía el filósofo Luc Ferry en la Universidad Complutense algo así como que los valores religiosos de la Tradición no han perdido su identidad dentro de la modernidad. Y añadía: “Si decimos que la norma es cada uno y el objetivo es el desarrollo de cada individuo hay que convenir en que el hombre religioso tiene cabida en nuestra sociedad”... “y que la laicidad no tiene por qué consistir en tratar de eliminar lo religioso en el sentido que lo entendían Marx o Nietzsche”. Ya anteriormente un científico, premio nobel de medicina, de nombre Jonh C. Eccles, había atacado frontalmente al pensamiento materialista de algunos cientificistas. Argumentaba diciendo que la ciencia es incapaz de responder por qué ese cumulo de células y moléculas, esa actividad bioquímica y psíquica tan compleja del hombre obedece siempre a un yo, a una persona que las integra, controla y que es materia también. Esto no tiene explicación a no ser que se admita una fuerza superior a la misma que las une, dirige y desarrolla en una dirección espiritual y organizada. Y termina su argumentación diciendo textualmente: “Puesto que las soluciones materialistas fallan cuando intentan dar cuenta de nuestra unicidad experimentada me veo obligado a atribuir la unicidad al alma (psique) es decir, atribuirla a una creación espiritual sobrenatural. Hablando en términos teológicos: Cada alma es una nueva creación divina (es la individualidad de cada uno lo que exige esa creación divina). Luego añade: “Esta conclusión refuerza la creencia en el alma humana y su origen prodigioso por la mano de Dios, un Dios no sólo trascendente, Creador del Cosmos en el que creía Einstein, sino también el Dios amor al que debemos nuestro ser”.

Hay profetas laicos en nuestros días que merecen ser oídos. Sin embargo otra de las lacras del mundo moderno, lo mismo que en tiempos de Jesús, es que nadie admite la autoridad del otro, todos nos creemos en posesión de la Verdad y de la Razón suprema. Hasta  ahora nos guiábamos, mal que bien por leyes elaboradas como fruto de una experiencia histórica de hombres líderes en el pensamiento y en la conducta, cuyas reflexiones cuajaron en unas normas éticas: la Biblia. Tenía que ser así porque el hombre, no sabemos por qué, está incapacitado para convivir por instinto como hacen los irracionales. Desgraciadamente el hombre, para establecer sus derechos, escoge la violencia casi siempre, aunque se deje seducir por lo espectacular: el milagro económico, el milagro de la ciencia, de la medicina, y que a veces ni es ciencia ni economía, pero a todo termina acostumbrándose.

¡Y nos acostumbramos tan pronto a todo, a pesar de que hay tantas cosas que admirar...! Ya no una humilde flor o la inmensidad del mar o la noche estrellada, hasta un simple Caravelle, con esa hermosísima línea aerodinámica descendiendo o elevándose sobre una pista de aterrizaje es un espectáculo admirable, digno de ser contemplado sin cansarse. Y si en estas cosas perdemos tan de prisa el sentido del asombro ¿con cuánta más razón lo perderemos en lo que se refiere a la moral y al comportamiento? Un filósofo francés Paul Ricoeur, autor del libro Uno mismo como otro, dijo en una de sus charlas el año 91 en El Escorial: “...partimos de tres clases de Ética: la de la vida privada, la individualista y la solidaría, las tres se relacionan entre sí. Pero el mundo occidental se ha olvidado de que en la ética individualista hay un aspecto que no hemos desarrollado: la responsabilidad, se huye de ella y eso provoca unos signos éticos nefastos”.

De todo ello se deduce el respeto que un hombre debe tener a otro hombre, sea quien sea, pues al tener también alma es de raza divina. Jesús no fue aceptado por los suyos. “Nadie es profeta en su tierra...”. Es un triste pero real aforismo que se viene cumpliendo desde entonces. Ello no sería así si tuviéramos respeto a nuestro prójimo aunque fuera un delincuente, pues también él está hecho del mismo material que el nuestro, no es el suyo de latón y el nuestro de oro purísimo, como tampoco hay que olvidar las circunstancias que lo condujeron a la delincuencia.  Posiblemente cada uno de nosotros si hubiéramos nacido en su familia y en aquel ambiente con una educación como la de él (más bien deseducación) seríamos igual, poco más o menos. Nadie debe vanagloriarse de ser mejor que los demás. Es usurpar el papel de Dios.  Jesús también fue acusado de delincuente y por ello fue juzgado y condenado.

¿No es este el hijo de María? Sus paisanos desconfiaban de Él, por eso la pregunta. Además lo llaman simplememte: el carpintero, el hijo de María...” un tanto despectivamente, como descalificándolo y des-paternizándolo. Hijo de María, así, sin más, era entonces una frase tremendamente humillante tanto para Él como para su madre María; porque era algo así como decir: hijo de su madre, sin recordar al padre, que era quien daba realmente el nombre al hijo. Pues bien, aquella madre viuda, sola, olvidada entonces y tan poco tenida en cuenta por los suyos llegó a ser la mujer más importante de la Historia. También ella siendo con más razón que nadie de raza divina, tuvo que salir también de entre los suyos para ser reconocida.

¿Qué lección práctica se puede sacar del evangelio del presente Domingo? Creo que es bien sencilla y sobre todo práctica; la de estar siempre abierto a los demás, sobre todo a los más humildes, a aquellos que el mundo no valora y que no obstante están hechos de material divino lo mismo que nosotros aunque los despreciemos. No olvidemos que detrás de cada hombre por humilde, pecador y despreciable que sea, se encuentra siempre el mismo Dios.

jueves, 5 de julio de 2018

MUERTE FELIZ EN LOS BRAZOS DE DIOS

(Entre los papeles de mi viejo amigo el cura don Bernardo, fallecido hace años, encontré este escrito sobre el tema de la eutanasia, que por curioso, actual y desconcertante copio y trasmito)

La vida terrena/ es continuo duelo:
vida verdadera /la hay sólo en el cielo.
Permite, Dios mío, / que viva yo allí.
Ansiosa de verte,/ deseo morir.
                                 Santa Teresa de Jesús

      “No es el oscuro túnel que tengo que atravesar y sus misterios, lleno de sobresaltos, recuerdos, y quizás de sorpresas lo que temo, no..., lo que me causa angustia y más temor es el túnel, mi túnel, atravesar el de mi propio yo y el de mi conciencia y mi ser, el de mi subconsciente que desconozco todavía y nunca conoceré a no ser entonces, en el instante precisamente de la muerte, cuando más lucidez y calma necesito. Por eso me gustaría un final cristianamente trabajado, espiritualmente esperado, preparado, aceptado y vivirlo en plenitud de facultades. Morir medio inconsciente no me apetece, morir mi propia muerte creo que podría ser algo diferente y más apetecible cristianamente hablando.

      Morir, saber morir... desear morir del mejor modo posible. Nos nacen cuando quieren, no cuando nosotros queremos (¡si se pudiera pedir y escoger...!), pero podemos morir el día que elijamos, hablo de “morir-nos” nada que ver con suicidarnos. Trataré de explicarme:

      Es posible morir-nos (convirtiendo el verbo morir en transitivo) sin que nadie nos muera, o sea. nos quite la vida, nuestra vida. No hablamos de matar, de quitar la vida a nadie sino de entregarla, de ofrecerla nosotros voluntariamente porque me parece normal y además posible poder escoger una muerte cristianamente placentera y santamente digna sin tener que sufrir y pasar por el lóbrego, escabroso, solitario y oscuro sendero de una larga y dolorosa agonía a través de ese túnel interior que amanece más allá.

      Por lo visto leyes y moral dicen que no es válido, que es inmoral y punible, legalmente culpable, moralmente pecaminoso, Y uno -cura de pies a cabeza- reflexiona, medita, reza y se pregunta: Si yo puedo dar mi vida por salvar la vida de mi prójimo, incluso se podría considerar un acto de heroísmo y de virtud suprema ,“nadie ama más que el que da la vida por sus amigos” (Jn. 15, 13), si eso se puede calificar como acto de perfecta caridad, y teniendo que amar al prójimo como a mí mismo, (siendo por tanto yo el punto de referencia de ese amor) ¿qué mal hay en que yo la dé por mí mismo? Jesús escogió también su propia muerte, pudo escoger otra o no escogerla, pudo morir en su casa de Nazaret o cruzando el lago pero la teología nos dice que escogió morir por nosotros, ¿y cómo?, más que eutanasia aquello se podía haber calificado de kakotanasia o “encarnizamiento terapéutico” como lo califica el teólogo P. Gafo. Pues si Él escogió su modo de morir por todos nosotros ¿por qué no puedo yo, siguiendo su ejemplo, escoger el mío, para poder morir por mí? ¿No es acaso la salvación eterna el máximo don, la suprema meta a la que aspiramos todos y que cualquier creyente de nuestra sacrosanta religión desea fervientemente? “Todo el que da su vida por mí la ganará”, además ¿de qué aprovecha al hombre ganar el mundo, o un poco más de vida terrena, si pierde su alma y su vida eterna? (Mt. 16, 25-26).

      Si puedo asegurarme la salvación, si puedo planificar sacramentalmente mi salvación sin riesgo de perderla o de equivocarme ¿por qué se penaliza y se denosta esta actitud? ¿Qué es mejor, arriesgarse a la condenación eterna o asegurárnosla? Constantino el Grande, (el gran san Constantino para los orientales) esperó hasta su última enfermedad para bautizarse borrando así para morir, todos los pecados de su vida sin tener que confesarse, de ahí que se pueda asegurar, de alguna forma, que está en el cielo.

Yo buscaría un sacerdote ad hoc, sé que no todos aceptarían, haría un examen a conciencia, pediría perdón a quien hubiera ofendido, compensaría en la medida que pudiera el daño que hubiera hecho, me arrepentiría a ser posible con dolor de contrición, recibiría la sagrada Eucaristía garante de resurrección gloriosa al final del mundo, arreglaría con tiempo mis asuntos temporales, haría mis adioses oportunos, sin agobios ni sobresaltos, sin prisas ni improvisaciones y en mi lecho de muerte recibiría ese último viático de la inyección letal o de haber algo más piadoso y placentero, lo que fuera, con tal de que me llevara al sueño final, partiendo de esta vida con plena seguridad de alcanzar la vida eterna desde un mundo infeliz, agresivo y peligroso a otro en paz, feliz y dicha eterna ¡Qué bien! Además todos los que me amáis aún quedaríais también en la gloria seguros de que yo me había salvado, de que acaso estaría ya intercediendo por vosotros ante el trono de Dios. ¿Se puede pedir más? ¿Puede haber mejor medio y más seguro de alcanzar la vida eterna?

      Santo Dios, hermano Jesús, muerto voluntariamente en la cruz por todos, por favor, concédenos una muerte feliz, no una oscura y desconocida agonía sino una agonía cristiana y gozosamente vivida. Por tu inmensa bondad, permítenos esta muerte u otra semejante que nos asegure la gloria, la vida perdurable sin riesgo de perderte, mi buen Jesús, eternamente. Te amamos, Señor, queremos tenerte con nosotros. Y es que por seguir contigo lo dejaríamos todo, si tú nos dices no, podría perderlo y dejar de amarte por toda la eternidad. Pero si tú nos dices ven... lo dejaríamos todo, todo a tus manos “in manus tuas, Domine commendo spiritum meum”, voluntariamente a tus manos a cambio de tenerte para siempre, de amarte eternamente y no perderte”.