martes, 30 de octubre de 2018


FESTIVIDAD DE TODOS LOS SANTOS (1-XI-2018) B


Si ojeamos un santoral cristiano podemos encontrar en él un santo principal para cada día, pero a continuación recoge  una larga lista de otros nombres, santos de segundo orden para nosotros pero acaso no para Dios. Hay más santos que días tiene el año, me refiero a santos canonizados por la Iglesia, por eso deben repartirse los 365 días. Sin embargo aún hubo otros muchos, innumerables y desconocidos para la historia, a los que la Liturgia quiere rendir también culto dedicándoles expresamente un día para ellos, que es hoy.

Los griegos levantaron en medio de Atenas, según narran los Hechos de los Apóstoles, un altar dedicado “al dios desconocido”. Algunas ciudades de Europa como París bajo el Arco de Triunfo, Roma, Berlín, Moscú (no sé por qué no se encuentra también aquí en España) honran con una llama que arde día y noche y una inscripción: al soldado desconocido, al heroico soldado anónimo muerto en la batalla. ¡Qué menos que los cristianos tengamos también si no un monumento y una llama sí un día para honrar solemnemente a nuestros santos desconocidos!

San Juan dice en el Apocalipsis que “vio una gran multitud de toda raza y nación, vestidos de blanco, con palmas en las manos”. Podríamos imaginarnos que son nuestros santos canonizados; pero Jesús cita otra muchedumbre anónima en el Monte de las Bienaventuranzas, sin corona ni palma, pero que acaso alguno de ellos esté situado en lugar muy alto en el paraíso. Fue en tiempos del emperador Augusto cuando se dedicó el templo de Agripa al culto de todos los dioses, bajo el nombre griego de Panteón. Luego durante el reinado de Focas (607-610) el papa Bonifacio IV trasladó a dicho Panteón convertido en templo, los restos de los mártires que yacían en las catacumbas. El templo fue consagrado el día 13 de mayo del año 610 a Santa María de todos los mártires (Regina martirum). Más tarde cuando la Iglesia introduce el culto a los santos se le cambia el nombre por el de María de todos los Santos lo que dio lugar a esta fiesta que Gregorio IV fijó definitivamente el año 835 el día 1 de noviembre. Gregorio VII dedicó el Panteón a Todos los Santos este mismo día como símbolo del triunfo de Cristo sobre el paganismo.

Jesús en sus Bienaventuranzas se fija más bien en esa otra muchedumbre viva, de pobres y hambrientos, de despreciados y desarrapados a quienes nadie quiere socorrer, santos canonizados en vida por el mismo Cristo al llamarles bienaventurados. Los hombres los desprecian, es una muchedumbre poco rentable. En 1960 la ONU aprobó una resolución para entregar a los países pobres el 1% del Producto Nacional Bruto. Pablo VI aconsejaba en su encíclica Populorum Progressio imponer ese pequeño tributo a los países ricos en favor de los pobres. En 1972 las Naciones Unidas piden que sea al menos un 0,7 % que fue motivo de movilizaciones y manifiestos. Se vuelve a tratar el año 1974 en las Naciones Unidas, la conveniencia de instaurar un nuevo orden económico internacional basado en una mayor igualdad. Esto mismo se ratifica en 1980 con el voto favorable de España, pero luego sólo Holanda, Suecia, Noruega y Dinamarca, que no son dicho sea de paso, precisamente donde se practica más el cristianismo, los que lo han llevado a la práctica. En 1981 tuvo lugar en Cancún (Méjico) una cumbre a petición de Austria. Se dijeron y se siguen diciendo muy hermosas palabras, pero al fin nada en concreto.

Se dijo que una de las declaraciones más importantes de Juan Pablo II fue la de repartir la tierra como la forma más eficaz para combatir el hambre de 800.000.000 de seres humanos. Juan Pablo II atacaba la corrupción como clave de la miseria de la gente, arremetía contra los monopolios, criticaba los mecanismos del comercio internacional, apelaba al precio equitativo el cual se logra con un libre mercado sin trabas, trampas y trucos de los oligopolios y demás aprovechados y vampiros, y abogaba por la desaparición absoluta de las fronteras lo que pondría contra las cuerdas el brutal sistema actual de cosas y a la hidra de injusticias que parece dominarlo todo. No fue la primera vez que el Papa hacía ese tipo de sugerencias. En su encíclica Sollicitudo socialis ya aboga por el ideal para aspirar a que la humanidad sea una sola familia. Desgraciadamente los hombres no hacemos caso de nada ni de nadie, para nuestra perdición. Sólo siguen en pie las Bienaventuranzas, ese ejército innumerable de pobres sin esperanza alguna de liberación a no ser por la violencia. Ahora sí, esos países que escatiman una cantidad mínima para los pobres no les duelen prendas en gastarse una media de 50 billones (con b de brutalidad) en armamento. Y es que los pobres, a pesar de ser los predilectos del Señor, y se ser en su pobreza mucho más generosos que los ricos, nunca han sido “santos de nuestra devoción”.

Pobre es aquel que es capaz de dar más de lo que recibe, aquel que con lo que tiene es capaz de ser feliz y hacer felices a quienes viven a su lado. Pobreza no sólo es no tener es también tener a disposición de los que no tienen lo poco que uno tenga. Se puede no tener nada y ser un ambicioso y un avaro. Para el cristiano la pobreza no es un estado sino una actitud, es un estar en disposición de desprendimiento y al servicio de quien te necesita aunque no pueda recompensarte. Cuando a esta actitud de darlo todo se une esa otra de no tener nada para sí la persona se convierte en un bienaventurado, “un alma de Dios”, un santo.

Ahora bien, hay que tener presente que cuando Jesús dice “bienaventurados los pobres” no lo dice para que sufran, se aguanten y contenten, eso sería inhumano. Lo dice para que se sientan tan dignos como los demás. Nosotros los llamamos des-graciados, añadiendo a su pobreza una lacra más. Jesús se con-gracia con ellos y los llama felices y bienaventurados. Dios no los compadece ni los desprecia, como acostumbramos a hacer nosotros, situando a los ricos en primer lugar y a los pobres dejándolos en la calle. Un teólogo escribió hace años unas palabras que bien merece la pena tenerlas en cuenta: “El gozo, dice, la esperanza de que Dios está de su parte acabará con todo lo que mortifica a los pobres, a los que sufren, a los que lloran. No hay mayor oposición a un sistema o sociedad que hace a unos pobres y a otros ricos que la audacia y el atrevimiento de sentirse dichoso siendo pobre. Es también la mayor ofensa que los ricos no perdonan nunca: la dicha de los pobres”.

Y esta es nuestra lucha: evitar en primer lugar tantas injusticias y tantas diferencias sociales que hay en el mundo, evitar tanta miseria como vemos cada día en tantas partes del planeta. En el Credo recitamos un artículo que debía ser nuestro slogan de continuo: “creo en la comunión de los santos”. “Iglesia, dice el Catecismo alemán, “es la comunión de lo santo”, en singular, es decir, comunicarnos con lo santo que suele andar entre los pobres. “La comunión de los santos, escribe León Bloy, es el antídoto y el contrapeso de la dispersión babilónica (y babélica, añadiríamos); testimonia una solidaridad humana y divina tan maravillosa que le es imposible a un hombre no sentirse vinculado a todos los demás, en cualquier época y dondequiera que vivan. El más pequeño de nuestros actos tiene repercusión en profundidades infinitas y eleva a todos, a vivos y muertos”.

Pero no sólo debemos hablar de pobreza económica. Se puede dar pobreza cultural y espiritual a la que Cristo sin duda se refiere también. El escritor francés Charles du Bos en su “Diálogo con A. Gide, escribía en 1947 a este respecto: “Para un católico no existe un hombre que no sea su hermano, y ninguno lo es más que aquel que carece por completo de la conciencia de esta fraternidad. Nuestro principal deber consistirá entonces en fortificar y al mismo tiempo extender nuestro poder visual a fin de que pueda llegar hasta los confines del horizonte humano. Comenzaremos por encontrarnos con aquellos en quienes la acción de gracias no cesa de elevarse, aun cuando no estén muy seguros de que hay un Dios a quien dirigirla”. Por ahí discurre el cristianismo, por esos caminos se mueve el dogma de la Comunión de los Santos, ahí está el hilo invisible que une a todos los que han nacido para amar, para ayudar a los demás, para sacrificarse por el prójimo, que es, por otra parte, una de las posturas interiores más gratificantes. Por suerte hay bastante gente dispuesta a esa labor y a tales sacrificios.

Posiblemente si saliéramos a la calle en busca de un santo de esos que recoge el santoral, una san Simón del desierto que vivió sobre una columna o un san Pablo que oraba día y noche encerrado en una cueva, un Francisco de Asís que hablaba con el hermano lobo o un san Antonio que predicaba a los peces del río no lo encontraríamos. Sin embargo todos hemos conocido personas buenas, ese tipo de gente con un fondo formidable, ese vecino dispuesto a ayudar siempre, dispuesto a sacrificarse por los demás siempre, con sus defectos acaso ¿quién no los tiene?, sin duda que mucha de ese gente sería también canonizable. Es posible que más de una vez hayamos oído que, alguien que se ha muerto, era una gran persona, un vecino excelente... Bien, pues a ese tipo de santos sin corona, a esos santos desconocidos, a esos santos anónimos que hasta suman la virtud de la humildad, de ser desconocidos, a su bondad, a todos ellos se dedica esta hermosa festividad del primero de noviembre.
Jmf.

viernes, 26 de octubre de 2018


DOMINGO XXX, 28-X-2018 (Mc. 14, 46-52) B
  
Posiblemente una de las oraciones más sencillas y a la vez más sublimes es la oración del ciego Bartimeo que se recoge en el evangelio de este domingo. La oración del ciego encaja perfectamente en cualquier situación humana: cuando vamos a tomar una decisión, cuando emprendemos una nueva vida cuando nos disponemos a aconsejar a una persona, cuando debemos elegir a un gobierno, cuando optamos por un nuevo puesto... todos deberíamos gritar a Dios, antes de decidirnos por una cosa u otra, como el ciego: ¡Señor, que yo vea! ¡Necesitamos tanto ver... abrir o que alguien nos abra alguna vez los ojos!  La fe son los ojos del alma. Se pierde con la abundancia, con la pasión, las pasiones ciegan, se suele decir; se recupera con el sufrimiento, con el dolor, en él y por el muchos vieron... "no sólo las estrellas", (como vulgarmente se dice), sino al mismo Dios y gracias al dolor pudieron descubrirlo y amarlo.

Para amar hay que sufrir y hay que creer, pero sobre todo para creer es necesario amar y sufrir. Y después de amar, creer y sufrir es cuando podemos empezar a razonar. También el amor, como la fe, brota del sufrimiento. Las amistades más hondas, los amores más grandes a menudo han brotado del dolor, de la renuncia y de la contrariedad. La fe es necesaria al hombre, como lo es la hipótesis al científico. Avanzamos porque tenemos fe, porque tenemos capacidad para fiarnos de alguien o de algo. Cuando Julio Verne lanzó su hipótesis novelada de un viaje a la luna, (De a tierra a la luna, en 1865) mucha gente se sonreía. Hoy, 153 años después es ya una realidad superada. Pero la fe no se adquiere investigando ni buscando para ella razonamientos científicos o filosóficos sino por medio del testimonio de vida y de la palabra, “fides ex auditu”, abriendo los ojos del corazón al Jesús que pasa. La fe lo mismo que el amor se contagia. Porque la fe, al fin y al cabo, como la define el teólogo Karl Barth, es fiarse, es confiar en otro. Nos empeñamos en querer probar la fe con argumentos: “Demuéstrame que hay Dios”, nos dice a veces alguien. “Pero si te lo demuestro (podríamos argumentarle) ya no necesitas la fe...”. Y por eso hay tan poca fe. Jesús no valora el argumento, aunque tampoco lo rechace, como sucedió con la mujer canana, vale también, valora sobre todo la humildad, la sencillez pues a quien el mundo juzga necio a menudo es capaz de confundir a quienes se juzgan sabios. Cuando murió Pascal, en 1662, el criado encontró, cosido al forro de la levita, un papel fechado la noche del 23 de noviembre de 1654, siete años antes. Empezaba con la palabra: Fuego, y una cita del libro del Éxodo, (3,6) y del evangelio de San Mateo, (22, 32), sobre la zarza ardiendo: “Dios de vivos no de muertos. El Dios de Abrahán -decía- no tiene nada que ver con el de Aristóteles. El Dios de Jesús no se parece en nada al de los teólogos ya que la fe en el verdadero Dios, lo más importante para el hombre, no se le concede gratuitamente, es preciso buscar a Dios con ahínco, sacrificio y de verdad, un poco al margen del sistema racional. El punto de partida es, pues, el sacrificio”. Y concluía con aquellas palabras del salmo 119: “No olvidaré tus palabras. Amén”. ¿Qué es lo que le había sucedido a Pascal aquella noche de noviembre? Dicen los biógrafos que posiblemente sufrió una crisis religiosa en la que vio también a Jesús pasar de largo por el camino, como el ciego del Evangelio. Pero aunque Pascal era físico y matemático, sin embargo reconoce que es el corazón el que nos lleva a Dios, como afirma en uno de sus Pensamientos: “El corazón tiene razones que la razón desconoce. Hay cosas que se sienten con más facilidad que se ven: un golpe de intuición ve a menudo más que un buen razonamiento. Creyendo en Dios nada se pierde y en cambio creyendo en él se puede ganar todo. Entonces ¿cuál es el camino para llegar a Dios? Pues el de reconocernos ciegos y pedir al Jesús que camina, no hacia el Tabor sino hacia Jerusalén, que nos abra los ojos. Querer creer es ya empezar a tener fe. Como Moisés, Pascal vio al Dios de la zarza ardiendo y perdió la visión, pero la recuperó su corazón, en una lucha a muerte con la duda, él quiere creer: “Si creo es porque quiero que exista”.

Su drama es un drama de fe. Palacio Valdés, en su novela titulada precisamente “La fe”, narra las dudas, amarguras y desventuras del P. Gil, acusado, detenido y condenado injustamente. Será a través de ese mismo sufrimiento y el desprecio lo que hará volver de nuevo a encontrar a Dios, empezar de nuevo a ver al Jesús que pasa a su lado por el camino... La fe es la luz, pero no una fe ciega como la que practican algunos cristianos, “fe de carbonero”.  La fe es ciega cuando razona, mejor dicho cuando no sabe dialogar, y sólo sabe discutir. No admite las razones del otro que a veces no son razones sino posturas un tanto irracionales a priori, tomadas en un momento crucial de la vida que lo han marcado para siempre. Una fe así es la que tienen los fundamentalistas, los reaccionarios y sectarios. Pero también se puede dar la razón ciega, la de aquellos que piensan que son los dueños de la verdad, que ésta les pertenece por derecho propio y que es la razón el único e insustituible camino del conocimiento, sin pararse a pensar que la verdad que ellos proclaman anda también por los senderos de la fe, de la intuición, del amor y hasta del desamor, del dolor y de la sinrazón.  M. Kant, uno de los más grandes filósofos, tuvo que abrir una puerta en su revolucionario y magistral sistema de la Crítica de la Razón pura para dar paso a Dios y a la fe (alma, libertad y amor).

No pretendáis que un enamorado os razone por qué se comporta de este o de aquel modo, sus razones pocos las entenderían. No pretendáis que Teresa de Calcuta os razone por qué ha dado su vida por los más pobres entre los pobres, por los enfermos y marginados de la India a cambio de nada aquí en la tierra, o acaso a cambio de todo, prescindiendo de que luego le concedan el Premio Nobel de la paz. Todavía llegan a este domingo los ecos del Domingo Mundial de la Misiones… Tenía razón el autor de Gárgoris y Habidis, Fernando Sánchez Dragó, cuando, en una carta sobre esta legión desconocida de héroes, escribía:
“Quiero partir una lanza por las misiones... cuyos adelantados se limitan a ayudar al prójimo en zonas de dolor, de miseria, de enfermedad, de hambre y de consunción. No venden, ofrecen. No predican, explican.  No juegan, se la juegan. No explotan, siembran.  No cobran, pagan. No asustan, consuelan. Si yo fuera rey de un país desarrollado haría cerrar y cegar los despachos de los Organismos de las Naciones Unidas que sólo sirven para financiar la opípara sopa boba de sus paniaguados, y entregar las sumas a los misioneros para que las distribuyeran entre los de abajo. Lo demás es perderse en laberintos. Sé lo que digo. Trabajé en la FAO, que Dios confunda.  El día del Domund depositaré mi óbolo en las huchas de la calle.  Con los pobres de la tierra quiero yo mi suerte echar y no con los brahamines que ofician su liturgia de descuideros en la cueva de Alí Babá de las Naciones Unidas”.

Es un testimonio que denuncia y acusa duramente ciertas campañas hipócritas a pesar de que alardean de humanitarias. La fe puede ser ciega, pero también la razón puede ser ciega, y el amor suele ser ciego, incluso el amor de Dios ¿por qué no?.. ¿Cuál será la luz que nos ilumine? Los tres pueden convertirse en luz con tal de adoptar la postura del ciego Bartimeo: reconocerse ciego. “No hay peor ciego que el que no quiere ver”. Sin embargo reconocer que puedo no tener razón. Entonces brotará espontáneamente del fondo del alma la oración: “¡Que yo vea!” y el milagro. Recuerdo a este respecto un párrafo escrito por un anónimo inglés del s. XIV en un hermoso libro titulado: “La nube del no saber”. Dice así: “Prefiero dar de lado a todo aquello de lo cual no pueda hacerme una idea y tener como objeto de mi amor a Aquel del que me es imposible hacerme una idea, porque puede ser amado pero no pensado”.

Estamos demasiado obsesionados con las ciencias eclesiásticas: estudiar teología, saber razonar la fe ante todo y sobre todo, formar a nuestros cristianos en los dogmas tradicionales. No está mal, pero Jesús ni fue filósofo, ni sociólogo, ni profesor, ni científico ni siquiera teólogo. Él se esforzaba, trataba de hablar al corazón de las gentes más que a la cabeza, exigía fe, pedía a sus seguidores confiar en Él a tumba abierta, a sepulcro vacío. No trata de argumentar para que se crea en Él, sólo pregunta ¿tú crees? ¿Qué teología podría saber el ciego Bartimeo? Ninguna. Y sin embargo su fe lo curó. Una gran lección para tener en cuenta en estos tiempos en los que de nuevo la preocupación por la formación teología y bíblica nos está inquietando a todos.

Acaso esta misma homilía adolezca un tanto de eso, en cambio posiblemente estemos abandonando un poco el evangelio a secas, el evangelio puro y duro, leído y asimilado sin más. Y sin embargo, por las páginas del Evangelio, camino de Jerusalén, Jesús sigue pasando día tras día, mientras nosotros estamos al borde del camino no pidiéndole luz, sino mendigos de palabras que convenzan, encendiendo lámparas bajo el celemín de la razón para buscar argumentos que refrenden nuestra fe.
Jmf.


viernes, 19 de octubre de 2018


DOMINGO XXIX. 21-X-2018 (Mc. 10, 35-45) B

 La idea central del evangelio de hoy se podría resumir en una pregunta: “¿Qué piensa Jesús sobre el poder civil?”. En distintas ocasiones toca el tema, v.g. cuando le llama al rey Herodes “zorro” o cuando manda pagar tributo al César: “Al César lo que es del César”, etc. Hoy nos sorprende con una nueva frase: “Los jefes de los pueblos los tiranizan…”. Y avisa a los apóstoles: “Vosotros nada de eso”.
No sé quién dijo: “Gobernar es resistir”. En buen cristiano no debe ser así, gobernar debe ser servir: “El que quiera ser grande entre vosotros que sea vuestro servidor y el que pretenda el primer puesto que sea vuestro esclavo”. Antes se solía responder a quien tomaba lista: “¡servidor de Ud.!”, hoy preferimos decir: “¡presente!”, acaso para hacernos notar, valer. Nadie quiere estar ya al servicio de nadie, ser criado/a se considera un baldón.
Esa es la filosofía del hombre moderno: Quiero que tú hagas, lo que pienso yo, lo que quiero yo. Lo mando yo, pero lo vas a hacer tú, el súbdito, o el gobierno, el patrono o el obrero, los padres o los hijos, siempre los otros… Como reza el refrán: “Dijo el abad: bajemos al huerto y trabajad”. Pero cuando rezamos no es eso lo que decimos sino más bien: “Hágase tu voluntad”. Hay muchas fuerzas de poder en el mundo: religiosas, económicas, culturales, civiles, ideológicas…, y es preciso que lleguen a la conclusión de que más que mantenerse y triunfar lo importante es servir y ayudar eficazmente a los demás con obras y no con meras palabras: “muéstrame lo que has hecho no me hables de lo que vas a hacer”.
A través de la Historia hubo muchos cambios de tipo social, político o religioso: Espartaco y los esclavos que se levantan contra el Imperio romano, el Feudalismo en la Edad Media, los cambios sociales del s. XVIII y XIX... que habría que ver si fueron realmente cambios o fueron más bien sustitución de palabras; porque la esclavitud, las bolsas de pobreza y la represión, adaptadas a los tiempos modernos, envasadas en otras palabras, siguen aún ahí, poco más o menos lo mismo. Nadie entiende que mandar es servir. Será acaso porque la honestidad y la justicia no encuentran su recompensa en el poder; y la Historia, como dice Indro Montaneli, “siente una cierta debilidad por los bribones y los déspotas”. Tenemos un ejemplo muy gráfico en aquel general griego llamado Arístides que luchó al lado de Milcíades en la batalla del Maratón contra los persas (490 a.C.). Arístides era un jefe honrado a carta cabal. Tras la batalla entregó todo el botín al Estado, un caso inusitado de honradez, hasta tal punto que un día en el teatro cuando uno de los actores recitaba aquellos versos de Esquilo: “…él no pretende aparecer justo sino serlo y en su corazón sólo anida la sabiduría y la cordura” todos los ojos de los asistentes se volvieron hacia donde se sentaba Arístides como movidos por un resorte. Pues bien, con ser tan honrado y todo, fue vencido en unas elecciones por su rival Temístocles de quien dijo Plutarco que los maestros le habían enseñado “más que a ser, a triunfar valiéndose de los medios que fuera”. La respuesta a su fracaso se la dio un campesino analfabeto al votar, estando Arístides a la mesa, el cual le preguntó: “¿Por qué votas a Temístocles?”, y sin saber quién era el que le hacía la pregunta el campesino respondió: “No, no me ha hecho nada, pero estoy cansado de oír a todo el mundo llamarle honrado”. Así de desconcertante es a menudo el vulgo. Y así se escribe la Historia.
¿Qué dice Jesús a todo esto?  “Vosotros nada de eso, el que quiera ser el primero que sea vuestro servidor… pues los últimos serán los primeros”. Si fuéramos sinceros veríamos que es una ley que se cumple incluso en lo humano. Jesús se opone frontalmente a la tiranía y al poder.  Y paradójicamente resulta que manda el que sirve, castiga el que perdona y vive -sobrevive- el que muere. Si Él no hubiera tomado el camino del Calvario y no hubiera servido de víctima paciente perdonado en la cruz y muriendo por nosotros no hubiera resucitado y hoy no sería nuestro Salvador. Y si los cristianos se hubieran rebelado y hecho la guerra contra los emperadores romanos posiblemente no hubieran salido triunfantes de las catacumbas al llegar Constantino. Es verdad  que todo esto es muy difícil, que se presta a múltiples interpretaciones y que entre nosotros también se da este tipo de ambición.  Existió ya en el Colegio Apostólico.  Dos de ellos piden a Jesús nada menos que sentarse en su Reino, que creían de inminente llegada, uno a su derecha y el otro a su izquierda. En Mt. 20, 20, interviene incluso la recomendación de su propia madre Salomé, hermana de la Virgen y tía carnal de Jesús.  Y es que el ansia, la erótica del poder es tan profunda y está tan arraigada en el ser humano que acaso sea el instinto más fuerte que tenemos.
Bertrand Russell en su obra “El poder” (1938), (un nuevo análisis social) dice que el dominio más que para disfrutarlo lo empleamos para imponernos. “El animal ejerce el poder para satisfacer una necesidad, el hombre para satisfacer una pasión” (egoísmo). Y esta locura de poder nos lleva a todos a caer víctimas de ese mismo poder. George Orwell tiene ya una visión profética en su novela “1984” escrita en 1948, de este peligro. Así, cuando O'Brien, el jefe supremo de aquel superestado dice: “El poder es el valor absoluto y único” razona de la siguiente manera: “Para conquistarlo debe sacrificarse todo, y una vez conquistado debe conservarse sacrificándolo todo”. De ahí las tres clases de personas que constituyen el Estado: los obreros dedicados únicamente a producir armas e instrumentos de poder, la clase media: oficinistas y plumíferos que supervisan todo el engranaje de un Estado cuya misión es vigilar, esclavizar y controlar. Por último los dirigentes que ejercen el poder sin piedad, cargándose lo divino y lo humano: “la guerra es la paz, la libertad esclavitud y la ignorancia fuerza”. Causa angustia ver al protagonista Winston luchar sin esperanza por ser libre valiéndose del lenguaje y del amor, y cómo es sorprendido y mentalmente destruido sometido al Gran Hermano. Es el poder que temía Russell.
Pero es que eso, en pequeña escala, ya lo estamos sufriendo todos.  Desde que llegó la Revolución Industrial (1769) ya no es el hombre quien domina la máquina sino viceversa. Cada día sufrimos más esclavitud de más estructuras que nos dominan y controlan con guante blanco. Se dice que con los datos que aporta la Declaración de la Renta, aparentemente inocentes, una vez computados y cruzados entre sí, cualquier experto es capaz de saber hasta de qué número calzamos. Y es que desde hace tiempo los gobiernos siguen una norma clásica en este campo por la que luchan a brazo partido queriendo tener en sus manos los grandes adelantos de la informática y de la telecomunicación, ya que saben que: “A mayor información más poder”.
En la citada novela de Orwell se habla de que hay que fomentar la guerra: todos los libros y películas deben hablar de guerra (con el cine que veamos a diario misión cumplida). “No se establece una dictadura para salvar una revolución se hace una revolución para que perdure una dictadura” “No importa quien ostente el poder con tal de que todo siga igual”, “No es la Religión quien impondrá a los hombres la moralidad sino que esta estará impuesta por la peste” (el sida) (herpes).
¿Cuál debe ser entonces, y ante todo esto, la postura de un cristiano?  Cristo nos la plantea claramente hoy en el evangelio “¿Podéis beber el cáliz?”. Responder como los apóstoles: “¡Podemos!” es el primer paso, es decir, tener Voluntad de poder, como reza el título de un libro de William James: “Debemos y podemos mejorar el mundo porque Dios lucha de nuestra parte, a nuestro lado, un Dios que, siendo todopoderoso, no es omnipotente porque quiere necesitar de nosotros; siendo infinitamente sabio no es omnisciente pues también Él se ve desbordado por su propia obra puesto que las cosas no le han salido a su gusto y manera, necesitando de nuestra ayuda”.
Este año el lema del DOMUND reza: “Cambia el mundo”, es la misión del cristiano. La diócesis de Oviedo trabaja por este cambio en la actualidad con 147 misioneros asturianos que están anunciando el Evangelio y ayudando en esa transformación a los más desfavorecidos en 40 países del mundo. De todas formas y ciñéndonos al evangelio para llevar a cabo ese cambio tiene que haber quien programe y mande.  Todos mandamos, unos en mayor grado otros en menor, pero será mejor jefe aquel que haga más y mande menos, aquel que en vez de ser el primero se considere el último porque, en el Reino, el que obedece manda, el que sirve gobierna y los últimos serán los primeros.  
Jmf.

viernes, 12 de octubre de 2018


DOMINGO XXVIII.- 14-X-2018 (Mc. 10, 17-30) B

 Hablar del dinero siempre será tocar un tema muy vidrioso. Basta escuchar cualquier entrevista para percatarnos de las evasivas del interlocutor, las explicaciones y silencios con que responde a quien le pregunta: Y usted ¿cuánto gana? Hay como un pudor extraño a manifestarlo.

Se suele decir que los pueblos antes crecían en torno al templo, la vida de la gente giraba en torno al culto: la misa, el rosario, el ángelus, casi siempre guiados a toque de campana. Hoy en cambio la vida gira en torno al banco: los Bancos se apoderan de las esquinas de nuestras ciudades y villas, como jugando a las cuatro esquinas... En ellos también hay un sagrario, ese sancta sanctorum que encierra, en caja fuerte, el sacramento del dinero. El devocionario que se lee y relee por quienes visitan el lugar es la cartilla de ahorros, y las jaculatorias más en boga: “Tanto tienes tanto vales”, “¿a cómo se cotiza hoy la bolsa?”… Lo importante es tener más, poseer más, aunque tengamos que ser menos, gastar la salud, perder la paz y sacrificar la libertad y hasta la vida. La meta ya no es tener para vivir sino vivir para tener.
“Cuando tenía dinero 
me llamaban don Tomás,
ahora que no lo tengo
me llaman Tomás, no más,
o como cantó Góngora en una letrilla llena de ironía:
“Poderoso caballero
 es don dinero”.

Muchos pueblos primitivos, muchas tribus fueron testigos del estrago que el dinero provocó en ellas. Antes de llegar nuestra civilización, el único modo de obtener un producto era el trueque. Cada uno valoraba su trabajo y el trabajo del otro, el esfuerzo que había realizado para obtener lo que se intercambiaba. Llegó el dinero… ya no era preciso trabajar para obtener un producto, aquellos “milagrosos papelinos” suplían con creces el esfuerzo y el cansancio. Con el dinero llegó la catástrofe social y familiar. Lo importante no era ya trabajar, ni producir, lo importante era ganar, como sea, pero ganar, conseguir “los todopoderosos papelinos”.

De ello se dieron perfecta cuenta unos misioneros jesuitas que, en el s. XVIII, enviados por Felipe III, fundaron junto al río Paraná (limítrofe con Paraguay, Brasil y Argentina) las famosas Reducciones o Repúblicas de Dios. Las tribus guaraníes que las componían disfrutaban todas de idénticos privilegios. Todos sus pueblos estaban trazados de acuerdo con el mismo plano: una plaza central en la que se levantaba la Iglesia, enfrente estaba situado el Ayuntamiento, a los lados los Colegios y la casa de Recogidas para huérfanos, viudas y enfermos. Pueblos de no más de 5.000 habitantes desconocían por completo el dinero, todo se repartía gratuitamente y había para todos porque todos trabajaban para todos y todos participaban de la labor y el fruto de todos. Funcionaba a la perfección aquello de “A cada uno según sus necesidades y cada uno según sus posibilidades”, o aquello otro de “Prosperidad para todos, provecho para ninguno”. Un aciago ida empezó la tragedia, como hemos visto en La Misión del director Roland Joffé. Este film recoge bellamente la experiencia que ya en 1941 otro autor, el austríaco Fritz Hochwälder en Das Heilege Experiment (el divino experimento), había puesto en escena magistralmente como un verdadero precursor de la Teología de la liberación. Aquella hermosa Utopía se vino abajo por la ambición desmedida de los colonizadores españoles y portugueses que pensaban encontrar las arcas de la misión repletas de doblones de oro. A esto se añadió la mala información que malintencionadamente le facilitaron al rey Carlos III, dando con ello al traste la mejor experiencia de la Historia de una sociedad sin dinero.

Hay muchos autores que recogen la historia de las diversas manifestaciones humanas: la historia del cine, de la literatura, del arte, del mueble, la historia de la mujer. Sería interesante escribir la historia del dinero, no me refiero a la numismática sino a su modo de empleo. En 1955 el escritor Julio Camba publicó un libro: Aventuras de una peseta. En él cuenta lo que vio y de lo que fue testigo nuestra moneda nacional,  al viajar por Alemania, Francia, Inglaterra, Italia, el Vaticano, Portugal... Sería curioso poder saber qué recorrido viene haciendo un billete que llega hasta nosotros, por qué manos pasó, cuántos sudores costó y para qué sirvió. A veces vemos sobre él escrito a mano un nombre, un teléfono, o una frase, pero no sabemos más.

Atacamos de manera despiadada a quien peca contra el sexto mandamiento, a quien trafica con droga. Y no nos falta razón. Sin embargo Jesús lo suele disculpar: “Vete y en adelante no quieras pecar más...”, “sus pecados le son perdonados porque ha amado mucho…”. “Hoy ha entrado la salud en tu casa” porque Zaqueo había repartido la mitad de sus bienes entre los pobres. Pero Jesús, tan condescendiente con los pecadores... arremete contra el avaro, contra la riqueza, con palabras durísimas: “Antes pasa un camello por el ojo de una aguja que un rico se salve”. Al oír esto nos parece que Jesús ataca nuestra vida, este mundo de despilfarro en el que todos estamos inmersos, un mundo de ricos, por poco que tengamos, si nos comparamos con gentes del tercer mundo, y sin embargo Jesús no ataca a nadie, lo único que pretende es ayudarnos, darnos una luz, echarnos una mano para salir del peligro, para liberarnos de una esclavitud, pero nunca para zaherirnos ni amenazarnos. Jesús apostrofa a los ricos y apuesta por los pobres, lo que no es igual que apostar por la miseria. La miseria no es buena. Lo expresan hermosamente Los Proverbios: “No me des pobreza ni riqueza, sino el pan de cada día” (30)  Qué fácil sería arreglar el mundo si cesara la ambición!

Y es que por poco que tengamos estamos tan aferrados a ello que terminamos por hacernos sus esclavos y hasta hundirnos con ello. Hay una historia muy curiosa que narra como en un naufragio todos se fueron salvando cogidos unos a las tablas del barco, otros a los salvavidas o a restos flotantes de la tragedia, todos menos un avaro que se empeñó en aferrarse a su cofre repleto de monedas con lo que los dos, cofre y avaro, se precipitaron en lo profundo del mar. El dinero arrastra a las personas al abismo. Pero el dinero no sólo son unos papeles, el dinero es poder, ambición, envidia, y todo el mundo se siente seducido por él. El dinero lo puede casi todo y todo tiene un precio. Y el mayor obstáculo, no sólo para entrar en el Reino de Dios sino para la convivencia, suele ser el dinero. ¿Cual es a menudo la causa del enfrentamiento de una familia que se mantuvo unida, que llevó una vida ejemplar e incluso aparentemente al menos muy cristiana? el dinero y las herencias. Por el dinero anda el mundo como anda. Giovanni Pappini lo llama en su Vida de Cristo “el estiércol del diablo” pero también sus editores hacen caso omiso y escriben al reverso del libro el precio en cifras abultadas. Es difícil sustraerse a su encanto.

A menudo recuerdo aquella historia del encargado de obras que llega un día a cierto pueblo con el fin de construir un pantano. Alquila una habitación en la fonda por 15.000 pta. El dueño de la fonda, con el dinero aún en la mano, recuerda que debe 15.000 pts. al herrero. Se acerca a la fragua y se las paga. Entonces el herrero se da cuenta que es la cantidad que debe al carpintero y sin pensarlo más se la devuelve. Este tuvo que pagar el parto de su hijo al médico que asistió a su mujer. Eran 15.000 pos. que le entrega de inmediato. El médico había estado en la fonda el mes de vacaciones mientras su familia estaba afuera. La deuda ascendía a las 15.000 pta. de la historia, que el dueño de la fonda ingreso de nuevo en caja. En esto llega el encargado de las obras. El proyecto se suspende por algún tiempo, de modo que desalquila la habitación. El posadero le devuelve las 15.000 pta. y el encargado se va. En el pueblo no entró ni un duro, pero precisamente por ese sentido de justicia que reinaba entre los vecinos se solucionaron todos los problemas y se rescindieron todas las deudas.

¡Qué de milagros haría la buena voluntad de la gente, la solidaridad de las personas si de veras quisiéramos arreglar las situaciones conflictivas! Y ¡qué de estragos hace la ambición y el dinero! Si uno, sólo uno, hubiera roto la cadena quedándose con el dinero que se le adeudaba y no recordara que él era también deudor la cadena se rompería y se iría la paz del pueblo al traste. El Evangelio es la buena noticia para el pobre. Podría ser también buena noticia para el rico pero estos han roto a menudo la cadena, quieren seguir cobrando sólo a quien les adeuda sin pagar lo que en justicia deben, en una palabra, siguen siendo egoístas. Cuando Jesús por medio de su Evangelio les invita a que le sigan, fruncen el ceño, como el joven rico, y se alejan. La historia desgraciadamente, se repite.
Jmf


lunes, 8 de octubre de 2018


DOMINGO XXVII.- 7-X-2018 (Mc. 10, 2-16) B

El tema que toca hoy el evangelio es el del divorcio, un tema que estuvo en la palestra aquí en España durante los primeros años de la década de los 80, con motivo de la controvertida ley del divorcio y al que vamos a dedicar hoy la homilía.
Tres son los modos de romper el  vínculo matrimonial de una pareja: La nulidad, que consiste en probar jurídicamente -(no vale con tener conciencia de ello en el fuero interno)-  que el matrimonio, por un defecto de forma, no fue válido, bien por falta de libertad, bien por engaño, incompatibilidad de caracteres, etc. No se anula un matrimonio, esa es una expresión incorrecta, se declara nulo, porque lo fue desde la misma boda. Pero ello hay que probarlo jurídicamente poniendo el asunto en manos de abogados expertos lo cual cuesta dinero. Es cierto que hay procedimientos para llevarlo a cabo en caso de pobreza pero suele ser bastante complicado. Tratándose de leyes, ya se sabe, los pobres llevan las de perder.
El segundo modo es la separación, es decir, la pareja sigue casada por tanto no cabe un nuevo matrimonio con otra persona, sólo hay separación legal de bienes, de hijos, de vivienda, etc.
El tercer caso se trata del divorcio propiamente tal que consiste en romper el vínculo de un matrimonio en regla, rescindiendo el contrato y el sacramento y quedando libres para volver a casarse con otra persona, cosa que, de momento, la Iglesia no admite, aunque lo permita la legislación civil en su fuero: el llamado matrimonio civil. San Pablo admite el divorcio en caso de estar casado un cristiano/a con un pagano/a. Es lo que se conoce como “privilegio paulino”: “si el no cristiano quiere divorciarse, en ese caso que se divorcie” (I Cor. 7, 12). Este, privilegio lo recogen los cc. 1.143 y 1.146. San Marcos, anterior a san Mateo, no hace excepciones: “Lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre. Si uno se divorcia y luego se casa peca él y peca la mujer”. Y es que en tiempos de Jesús había dos tendencias: Los divorcistas, también llamados de la escuela de Hillel, los cuales seguían de cerca la Ley de Moisés referente al libelo de repudio y al divorcio, y los antidivorcistas o escuela de Schaumaz contrarios a la ruptura matrimonial. Marcos, al escribir para los Romanos, prescinde de estas opiniones que Mateo sí tiene en cuenta.
En España hubo varias etapas: Felipe II en 1554 incorporaba a la Ley del Reino los cánones que sobre el matrimonio había promulgado el Concilio de Trento, es decir, no al divorcio. La Iglesia no siempre estuvo en contra y algunos Santos Padre lo admitieron. Las Iglesias orientales lo practicaban. Por eso que si un día la Iglesia da una ley en contra no atentaría contra ningún dogma. En 1870 se permite en España el matrimonio civil. El Código de 1889 distingue dos tipos de matrimonio: el canónico y el civil, pero no admite todavía el divorcio. Lo incorpora en 1931 la Segunda República en el art. 43 de su Constitución: “…pudiendo disolverse el matrimonio a petición de uno u otro cónyuge por justa causa”. En 1938 se suprime de nuevo el divorcio por un decreto del Ministerio de Justicia. En 1978 la Constitución permite al legislador regular las causas de la separación, nulidad y disolución (divorcio) del matrimonio. Finalmente el 22 de junio de 1981 el Pleno del Congreso de Diputados modifica el Código Civil introduciendo el procedimiento de las causas de nulidad, separación y divorcio.
Con todo hay que dejar también muy claro como nuestra tradición más antigua y clásica, y lo antiguo y lo clásico ya son de por sí valores positivos, ha sido siempre anti divorcista. Pienso ahora solamente en un clásico de nuestra lengua: Cervantes. Quien más quien menos seguramente oyó hablar del pasaje del Quijote en el que se narran las Bodas de Camacho. Poco antes, yendo Don Quijote de camino, se dirige a Sancho con el siguiente elogio sobre el matrimonio:
“Si todos los que bien se quieren se hubiesen de casar... quitaríase la elección a los padres... El matrimonio está muy en peligro de errarse y es menester gran tiento y particular favor del cielo para acertarle. Quiere hacer uno un viaje largo y si es prudente antes de ponerse en camino busca alguna compañía segura y apacible con quien acompañarse. Pues ¿por qué no hará lo mesmo el que ha de caminar toda la vida, hasta el paradero de la muerte, y más si la compañía le ha de acompañar en la cama, en la mesa y en todas partes como es la mujer con el marido? La de la propia mujer no es mercaduría que una vez comprada se vuelve, se trueca o se cambia; porque es accidente inseparable que dura lo que dura la vida; es un lazo que, si una vez lo echáis al cuello, se vuelve nudo gordiano que si no lo corta la guadaña de la muerte no hay desatarle” (II c. XXII (Gordio era un labrador que entró a rezar al templo de Júpiter en Frigia; este lo elige rey y le ordena que desate los bueyes y deje allí en el suelo las coyundas, que forman un nudo “indesatable”. El que desate dicho nudo será dueño de Asia. Alejandro lo corta de un tajo con la espada diciendo: “tanto monta monta tanto”, lema que tomaron para su blasón los Reyes Católicos).
Y por si la cita del Quijote no fuera poco clara, aún tiene un entremés en el que se manifiesta abiertamente en contra. Se trata de El juez de los divorcios. Ante un juez desfilan diversos personajes: un viejo y su mujer Mariana la cual pide el divorcio porque al viejo le huele mal el aliento; una de las causas que la moral clásica contempla como motivo de separación. Luego llega un soldado y su mujer Guiomar, ella pide el divorcio porque él es un holgazán. También aparece un médico y su esposa Aldonza entre los que los celos y cuatrocientas cosas más plantean la ruptura matrimonial... Ellas gritan, ellos hablan, el juez calla… hasta que al fin unos y otros se van. Todos piden el. divorcio a voces, pero al cabo de algún tiempo, cuando enfrían los ánimos, todos terminan arreglándose. Por eso los músicos que entran en el último momento cantan unas hermosas coplas alusivas al tema:
“Entre casados de honor
cuando hay pleito descubierto
más vale el peor concierto
que no el Divorcio mejor.

Donde no ciega el engaño
simple en que algunos están
las riñas de por San Juan
son paz para todo el año.

Resucita allí el honor
y el gusto que estaba muerto
do vale el peor concierto
más que el Divorcio mejor.

Aunque la rabia de celos
es tan fuerte y rigurosa
si los pide una fermosa
no son celos sino cielos ...

Tiene esta opinión Amor
que es el sabio más experto:
Que vale el peor concierto
más que el divorcio mejor”.
Es decir, mejor mal casado, palabra de don Miguel de Cervantes, mejor mal casado que bien divorciado. Ya sé que todo es discutible pero opiniones así también tienen su peso. El divorcio es un mal porque el ideal sería vivir siempre en paz y concordia en el sentido etimológico de la palabra, corazón con corazón.
Los hombres, las Instituciones, las naciones tienen necesidad de alianzas y de pactos de unión, necesitan coaligarse. Dios estableció dos Alianzas: Una con Israel, y la compara precisamente a un matrimonio; dice el profeta Ezequiel refiriéndose a Jerusalén: “Pasando a tu lado te vi en la edad del amor…, te comprometí con juramento... hice alianza contigo y fuiste mía” (16, 899).
Lo que fundamentalmente importa es que haya amor, un amor fiel, más que una fidelidad sin amor, un amor unido por vínculos de entendimiento y verdadera amistad, y no con la enredadera de una firma y una rúbrica. Lo que Dios ha unido... lo ha unido por amor. Lo que unen los hombres suele ser por medio de leyes y contratos, con papeles. Por eso el mandamiento divino… lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre. Sin embargo lo que el hombre une, a menudo es tan complejo, tan lleno de leyes y de vueltas que tal parece que fue hecho para que no lo separe ni Dios mismo. Y es que el amor envuelve, abraza, une..., en cambio las leyes atan, atrapan, aprietan y terminan ahogando.
Lo que Dios ha unido lo ha unido por medio del amor, cuando existe verdadero amor es que Dios lo ha unido y el sacramento del matrimonio no tiene más misión que bendecir esa unión. Dia del Rosario: antes en familia, ahora en algunos velatorios, rezar unidos, lo vemos en películas americanas bendiciendo la mesa, decía el P: Peiton gran propagandista del rosario “permanece unida”.