viernes, 28 de septiembre de 2018


DOMINGO XXVI.- 30-IX-2018 (Mc. 9, 37-42, 44-47). B

Se dice que en la guerra que libraron Julio César y Pompeyo, los dos mantenían, en este aspecto, posturas diametralmente opuestas. Para Pompeyo era enemigo todo aquel que no se ponía abiertamente de su parte. César, más político, más astuto y con más tacto, consideraba amigo a todo aquel que no se declaraba abiertamente enemigo suyo. Tras deshacerse el Triunvirato entre ellos dos y Craso, con la muerte de este último, estalla la segunda guerra civil y sale victorioso Julio César en la famosa batalla de Farsalia (6 de agosto del 48), victoria debida en gran parte a haberse granjeado con su modo de actuar muchos adictos.

Jesús en este evangelio adopta ambas posturas, la de Pompeyo: “Quien no está conmigo está contra mí” (Mt. 12,30) y la de César: “Quien no está contra nosotros está con nosotros” (Mc. 91, 37). Hay una diferencia: En el primer caso o se está con Jesús (en singular) o contra Él. En el segundo caso se trata de estar con los suyos (en plural); de ese modo Jesús pretende que nos definamos claramente los que estamos a su lado con respecto a Él y a su persona, pero que tengamos una gran consideración desde el grupo hacia aquellos alejados de la iglesia, que desde fuera trabajan por la paz, por la justicia y por la libertad. Esos también son nuestros aunque no sean de los nuestros. Jesús sabe que la lucha que se libra contra el mal en el mundo se ganará más fácilmente si todos somos uno, si formamos una comunidad de solidaridad y de amor, porque aquí, con más razón que en ningún otro frente, la unión hace la fuerza.

El teólogo alemán Hans Küng en su obra Ser Cristiano al hablar a los párrocos de tomar opción por la Iglesia, aconseja “avanzar siempre juntos, unidos... Un feligrés... no tiene influjo alguno... cinco feligreses pueden resultar molestos, cincuenta pueden lograr cambiar una situación”. Con uno no se cuenta, a cinco se les presta atención, cincuenta son invencibles... De ahí la importancia, ahora que empieza el curso parroquial, de que nos organicemos en la consecución de objetivos comunes y nobles, religiosos o civiles, siempre que, por consejo del mismo Cristo, estemos abiertos y prestos a colaborar, a trabajar, a dejar trabajar y a aprovechar todo lo que de bueno pueden hacer otros grupos, incluso no católicos, en bien de los demás.

Esto lleva consigo una buena preparación respecto a las verdades que profesamos y en las que a menudo los católicos mostramos una tremenda falta de formación teológica y bíblica. En muchas parroquias existen cursos parroquiales de formación. No estaría de más pensar también en ellos.

Pero sin ir más lejos, dentro de la misma Iglesia, surgen a menudo movimientos apostólicos comprometidos a los que, con frecuencia juzgamos a la ligera, tales como los curas obreros, las Comunidades de base, los Carismáticos, la teología de la liberación, etc. que, ignorando de ellos casi todo, los condenamos sin más.

Nadie tiene el monopolio de la verdad. Incluso en el A.T. en el que la Ley era tan rígidamente interpretada, cuando Eldad y Medad profetizan lejos de la tienda de Moisés y un muchacho, acaso alertado por los guardianes del orden, corre a contárselo a Moisés, Josué, creyéndose intérprete de la voluntad de Dios, suplica a Moisés: “Señor, prohíbeselo”. Moisés tiene una respuesta inteligente y evangélica: “Ojalá todo el pueblo profetizara” y hablara de la misma manera que estos. Pues mucho más se podría decir tratándose de un cristiano que por el bautismo toma parte del sacerdocio, del profetismo y de la realeza de Cristo. Nadie puede monopolizar la verdad, ni la palabra, ni el Evangelio, ni la ortodoxia, ni la justicia, ni la libertad; el espíritu sopla donde quiere, no lo apaguéis, nos recomienda san Pablo.

Lo expresa de modo plástico y literario el Premio Nobel noruego Bjørnsterne Bjørnson en su novela “Las sendas de Dios” que es toda ella una protesta contra el fanatismo teológico y el puritanismo moral y legalista de aquellos que creen andar por los caminos del Señor por el hecho de estar de acuerdo con su Congregación y sus normas legales. El Dr. Kallen es un hombre activo, humano y desinteresado. El pastor evangélico Oletuft es un puritano cumplidor pero mezquino e hipócrita. Un enfrentamiento entre ambos hace que triunfe Kallen y que el pastor protestante exclame: “Jamás desde hoy buscaré a Dios ni en un dogma o fórmula teológica, ni en un sacramento, ni en un libro ni en ningún otro sitio que no sea la misma vida, pues la vida es la más alta enseñanza que Dios nos da en este mundo”.

Ninguna religión tiene por qué apropiarse en exclusiva la verdad. Hay parcelas de verdad en todas partes y en todas las posturas, lo mismo que se cometen errores en todas. Nadie puede afirmar: “La verdad está de mi parte”, pues la verdad no consiste tanto en tenerla como en serla. Ni siquiera Cristo se atrevió a apropiársela: Él sólo proclama: “Yo soy la verdad” en vez de: “Yo tengo la Verdad”, porque la Verdad no está tanto en poseerla, o que la posea mi doctrina, cuanto en vivirla, es decir, en ser verídicos, en ser auténticos. Como decía Antonio Machado:
“¿Tu verdad? No, la verdad,
y ven conmigo a buscarla
la tuya guárdatela”.

Cuando Mahama Gandhi explicaba el Hinduismo acostumbraba a definirlo como “una incansable búsqueda de la verdad. Es la Religión de la verdad. La verdad de Dios. Hemos conocido gentes que renegaron de Dios pero esos mismos nunca podrán renegar de la verdad si pretenden ser sinceros”. Nosotros acostumbramos a dividir maniqueamente el mundo partiéndolo por la mitad en dos facciones: buenos y malos, derechas e izquierdas, Oriente y Occidente, pobres y ricos, gracia y pecado..., pero siempre considerándonos a nosotros entre los que pertenecen a la parte buena. Los malos siempre son los otros, “el infierno son los demás”; los de un bando excluyen al de enfrente y viceversa. Lo que cabría hacer son dos grandes partidos: el de los que aman, y el de los que no aman. Porque Jesús el bueno, come con quienes todos juzgan malos, Jesús el santo es amigo de los que pasan por pecadores, Jesús el judío de raza y religión manda pagar tributo al César. Sólo excluye de su Reino al puritano fariseo que cumple muy bien la Ley, pero que desprecia a los del otro bando, “yo no soy como los demás”, esos están contra mí porque no están conmigo en mi religión, en mi partido, en mi patria. Jesús en su modo de actuar lo que busca es unir, derribar fronteras y tender puentes, salvar a todos sin excluir a nadie saltándose las barreras de la raza, la religión y el comportamiento y a veces hasta las de la ley.

El cristianismo es unión, com-unión con todos los hombres, con los que piensan como yo y con los que no piensan así. Jesús es radical. Todo aquello que perjudique esta unión es su mayor enemigo. Es preciso que la Religión se adapte y cambie sus conceptos hacía nuevos horizontes más generosos y ecuménicos. No podemos fosilizar nuestras posturas. Hasta los mismos vocablos deben sufrir ciertos corrimientos semánticos y evolucionar, lo mismo que han venido evolucionado tantas y tantas cosas desde que Jesús predicó su Evangelio.

Creo que debemos despertar y echar a andar. No hay por qué estancarse en una postura. Nos gusta, nos apasiona atar..., “que quede todo atado y bien atado...”, mantener las palabras intactas, las tradiciones como algo sagrado, las leyes y normas como algo intocable, respaldados en el mandato del Señor a Pedro: “lo que ates en la tierra...”, normas publicadas in aeternum, a respetar por todos los que vengan; pero Jesús también habló de “desatar”, es decir, de promover el campo de la libertad. “Lo que Dios ha unido que no lo desate el hombre”, pero a veces “lo que el hombre ata no lo desata ni siquiera Dios”. La verdad no está encadenada y muchos de los que consideramos enemigos podrían ser también de los nuestros, si pusiéramos en marcha nuestro amor al prójimo. Es palabra del Señor, que está aún fresca en el evangelio si queremos entenderla y ponerla en práctica.
Jmf.

viernes, 21 de septiembre de 2018


DOMINGO XXV 23-IX-2018 (Mc. 9, 29-36) B

El domingo pasado Jesús hacía una pregunta a sus discípulos: “¿Qué dice la  gente?”. Hoy les hace otra pregunta: “¿De qué discutíais por el camino?”. Vamos a fijarnos en este verbo discutir: “alegar razones contra el parecer de otros”, como lo define, en una de sus acepciones, el Diccionario de la Real Academia. Y ¿de qué se discute? Hay un dicho que afirma: “De la abundancia del corazón habla la boca”. Como estamos llenos de egoísmo la discusión versa siempre sobre lo mismo: “¿Quién es más que quién?”. Nos pasamos la vida, mientras hacemos el camino de nuestra existencia, discutiendo, haciendo de la propia discusión no un argumento para clarificar “quién es quién” (eso sería el diálogo) sino para demostrar que somos más que el otro.

Ocurre con frecuencia en estas discusiones lo que en la fábula de Los dos conejos de Tomás de Iriarte, que por discutir si los que se acercaban eran galgos o podencos, por querer salir cada uno con la suya..., “en esta disputa / llegaron los perros / y pillan descuidados /a los dos conejos”. Es de ese modo como el enemigo nos coge por sorpresa. Lo malo es que de la discusión no “sale la luz”, como decían los antiguos, sino “las chispas”, es de donde emanan todos los conflictos: se empieza con palabras y se pasa a los insultos, arrecian los insultos y se echa mano de la fuerza... así empiezan las tragedias, las guerras, las muertes.

Y es curioso que el hombre, con dos millones de años de rodaje sobre la tierra, no haya aprendido aún a dialogar y a hacerse comprender, a entenderse con los demás. Seguimos en la Prehistoria: entonces se arrojaban piedras y dardos, ahora bombas y balas. ¿Por qué hemos llegado a eso? Si escuchamos atentamente una discusión acalorada veremos con frecuencia cómo toda aquella sarta de frases e insultos no es nada más que una cortina de humo tras la que, a menudo por no decir siempre, se esconde el verdadero problema. Y es que en toda discusión existe un metalenguaje que convendría desenmascarar a tiempo. Para comprobarlo basta con observar cualquier altercado entre dos personas, hasta en un Congreso..., siempre se esconde tras las palabras el verdadero problema, basta con escuchar atentamente una de las miles discusiones políticas, matrimoniales o laborales, de hijos con los padres, de subalternos con superiores, o de cualquier programa en TV o en la radio. Si no somos capaces de descubrir el problema, la verdadera raíz, o nos negamos, es porque nos ciega (se habla de cegar) el amor propio.

De ahí la importancia que habría que darle siempre al diálogo, ver las razones que esgrime nuestro contrincante y tener la humildad suficiente para admitirlas. Nadie tiene toda la razón y todos tienen un poco de razón. ¿De qué discutían los Apóstoles? ¿De quién es quién? ¡Qué va! Discutían sobre “Quién era el más importante en el Reino que pensaban Jesús instauraría...”. También entre ellos había envidias y peleas, cosa muy normal entre personas, aunque tengan un cierto grado de religiosidad, como apunta en su carta Santiago, eran hombres. Jesús desbarata la polémica con una frase que debió de dejarlos desconcertados en su ambición por alcanzar el poder: “En mi Reino... el primero es el último. Y el más importante es el que hace de criado, de servidor de todos...”, diríamos hoy de botones, de guaje o de monaguillo. Es este un evangelio sorprendente, da la sensación de que aún no lo hemos estrenado, siendo así que lleva unos dos mil años escrito y nos da las claves de la tolerancia y la armonía en el trato.

No se nos prepara para el diálogo ni para la convivencia porque no nos enseñan a ceder, a respetar la opinión de los demás, a reconocer nuestras deficiencias. A los cristianos nos bastaría con leer el Evangelio, sobre todo esos trozos de Evangelio que solemos pasar por alto. Y el Evangelio o se asume por entero y sin fisuras o es un engaño y una trampa. Como dijo cierto teólogo: “En vez de convertirnos al Evangelio tratamos a menudo de convertir el Evangelio a nosotros”. Desde luego, lo que Jesús nos propone no es nada fácil, exige renuncia, dominio del amor propio, sacrificio, servicio a los demás... De ello nos dan un hermoso ejemplo, hasta en el mismo reino animal, las laboriosas abejas, como hemos apuntado ya más veces. Basta leer con detenimiento ese hermoso libro del Premio Nobel Mauricio Maeterlinck titulado La vida de las abejas. Es todo un himno a la convivencia y al orden social ¿Por qué? Porque cada individuo, dentro de la colectividad, sacrifica su propio bienestar al servicio de los otros: la reina renuncia a la luz del sol, y a mariposear de flor en flor para consagrar su vida a permanecer enclaustrada en el interior de su oscura celda. Las abejas renuncian al amor y a la maternidad que se reserva a una sola para dedicarse al servicio del grupo. A los zánganos se les educa para que uno de ellos pueda fecundar a la reina durante ese asombroso viaje o vuelo nupcial hacia la altura. Sólo lo consiguen los más fuertes, los restantes, seres perezosos y voraces, son eliminados inmediatamente en masa y sin piedad. Es un tremendo ejemplo que la naturaleza, a veces un tanto cruel, nos brinda como modelo de convivencia. Uno piensa qué sería el mundo si funcionara aquí el espíritu de la colmena aunque sólo fuera durante un año.

Al hombre se le exige sacrificarse, por lo menos un poco, en bien de los demás para que reine una mayor convivencia. Decía aquel teólogo cristiano, Dietrich Bonhoeffer, muerto en 1945 en el campo nazi de Closaburg, cerca de Neustadt (Alemania): “Ser cristiano no es cultivar una nueva forma de ascetismo sino ser únicamente hombre. Jesús no nos invita a entrar en una nueva religión. Jesús nos invita a vivir, participando del sufrimiento de Dios en la vida del mundo”. Y es por ahí por donde van los tiros, por ahí empieza la paz y la convivencia. “No hay caminos para la paz -gritaba Mahatma Gandhi- la paz es el camino”.

Está a punto de empezar o ya empezó el nuevo curso escolar en casi todos los Colegios e Institutos. ¿Educamos a los niños, los hombres del mañana, en esa filosofía? Honradamente creo que no. Salvo algo que oyen en el Colegio, a los padres o en la Iglesia, nuestros niños y jóvenes se educan en la calle, a través de la TV, del cine, de los informativos y concursos en los que todo respira guerra, odio, sensualidad, discusión, el imperio de los sentidos y de la fuerza bruta. Cuando se habla de un film con escenas fuertes de ordinario todo el mundo piensa en el sexo, cuando el matar a un semejante es aún un pecado mayor por el que nadie rasga las vestiduras, del que nadie se escandaliza ni protesta al presenciarlo.

Otra lección que se puede sacar del Evangelio es que los apóstoles no se atrevieron o no quisieron preguntar. Hubiera sido tan fácil zanjar la discusión preguntando a Jesús qué pensaba Él sobre el asunto... No. Ellos prefieren discutir, no rebajarse, seguir en sus trece... Cierto profesor el primer día de curso ordenaba a sus alumnos que abriesen un cuaderno en el que debían escribir como primera nota esta frase: “Pregunta siempre que no cuesta nada”. Si fuéramos más niños preguntaríamos más ¿No veis cómo los niños siempre tienen a flor de labios los porqués? Pero cuando nos hacemos hombres ya no. A veces acaso por soberbia, por miedo a rebajarnos. Con lo fácil que sería preguntar... ¿Para qué? Nos parecemos a esos turistas que al llegar una ciudad recorren calles y calles en busca del Hotel por no detenerse unos segundos a informarse. Con lo fácil que sería preguntar, pues no..., seguimos dando vueltas y vueltas aunque no lleguemos nunca al fin.

Otras veces tememos la respuesta. La verdad no gusta a nadie: “La verdad suele ser amarga” dice el refrán latino, y sin embargo cuántos errores y equivocaciones evitaríamos si nos atreviésemos a preguntar. Andamos toda la vida buscando la verdad y cuando la encontramos huimos de ella como de la peste.

Jesús hoy nos invita al diálogo, a la convivencia, a la conversación con Él, a saber humillarnos para que exista diálogo, a dialogar para que surja la convivencia en la humildad, a preguntar como los niños para poder entrar en su reino “si no os hacéis como niños...”, a aprender la verdad de todo el Evangelio: que “si queremos ser algo en el Reino de los cielos debemos ser los últimos, los servidores de todos...”. Esa es toda la verdad y nada más que la verdad, lo demás son ganas de querer cerrar los ojos y engañarnos.
Jmf.




viernes, 14 de septiembre de 2018


DOMINGO XXIV.- 16- IX-2018    (Mc. 8 27-35) B

 En cierta ocasión Jesús hizo a sus apóstoles una pregunta que a la vez es doble: a) ¿Quién dice la gente que soy yo? b) Y vosotros ¿quién decís que soy? La gente, al opinar de los demás, se equivoca con frecuencia, y si la crítica no es buena acostumbra a usar el genérico “dicen...” para librarse de posibles responsabilidades. Jesús trata de desenmascarar esas posturas. Es fácil decirle a uno: “Dicen de ti esto o aquello...”, pero sería más fraternal descubrirle quien es el autor de la crítica diciéndole: “Me dijo fulano de tal de ti esto y esto”. Por eso Jesús, después de la primera pregunta, añade: “Y vosotros ¿quién decís que soy?” ¡Vosotros...!, no la gente.
¿Y qué dice hoy la gente de Jesús? Salvo raras excepciones creo que se podría hacer un hermoso florilegio de alabanzas a Cristo. Bastaría con revisar algunos aspectos de la literatura y del arte. Incluso hombres sin fe como lo fue Ernesto Renán, (1823-1892),  que apostata del Catolicismo a los 23 años, exclama en su polémica Vida de Jesús, al verlo morir en la cruz: “Tu obra queda concluida, tu divinidad fundada. A costa de unas horas de dolor has conseguido la más completa inmortalidad... Mil veces más vivo, más amado después de tu muerte que mientras cruzaste este valle de lágrimas... llegarás a ser de tal modo la piedra angular de la Humanidad que, borrar tu nombre de los Anales del mundo, sería conmoverle hasta sus mismos cimientos”
Más cercano a nosotros está el escritor ruso Boris L. Pasternak. En 1958 recibió el Premio Nobel por su obra El Doctor Jivago en la que cuenta la vida del pueblo ruso durante la Revolución de Octubre. Se publica en los más duros años de persecución religiosa. En los diarios de Jivago, acaso autobiográficos, se encuentra uno de los más hermosos elogios sobre Cristo. Después de describir los execrables vicios del mundo antiguo, el mercado de dioses que fue la Roma de los Césares, donde los peces eran alimentados con carne de esclavos, rompe de momento en este canto: “Y he aquí que en aquella orgía de mal gusto llegó Él, ligero y vestido de luz, fundamentalmente humano, voluntariamente provinciano, el Galileo... Desde ese instante los pueblos, los dioses dejaron de existir y comenzó el hombre agricultor, el hombre pastor entre un rebaño de ovejas a la puesta del sol, el hombre cuyo nombre no sonaba ni solemne ni feroz, el hombre generosamente ofrecido a todas las canciones de cuna de todas las madres y a todos los museos de pintura del mundo...” (p. 55). Creo que desde aquel horizonte marxista y ateo en el que se escribió esta obra no se puede decir más ni hablar mejor del Hijo del Hombre Dios.
Y no sólo la Literatura, si recorriéramos las salas de cualquier Museo y arrancásemos de sus paredes los cuadros alusivos a Jesús quedarían medio vacías. El mismo cine, última de las artes descubiertas y que cuenta con poco más de un siglo de existencia, nació en 1895, ya tiene en su haber infinidad de respuestas a la pregunta ¿Quién dice la gente...? A modo de ejemplo recordemos, y habría que hacerlo más a menudo, filmes como Vida de Cristo rodada nada menos que por los propios inventores del cine, los Hermanos Lumier (1896). Luego llegarían otras como Christus, Rey de Reyes, Gólgota... En España: Cristo, El Judas, El beso de Judas, etc. sin contar las innumerables Pasiones que se representan durante la Semana Santa en decenas de pueblos. Por quedarnos con algunos filmes del universal, recordemos el Jesús (1980) del católico y practicante director Franco Zeffirelli. Encarna el papel de Jesús el actor Robert Powell que se confiesa no creyente y sin embargo no duda en afirmar en una entrevista: “Lo que Jesús vivió, dijo (e hizo) son para mí las cosas más profundas que yo hice y dije en toda mi carrera de actor”. En 1976 se estrena en una iglesia de París El Mesías, cuyo autor, Rossellini, tampoco es creyente, según él mismo confesaba a Radio Vaticano. El film arranca con tres citas: La primera, acaso la más elocuente, es de Hegel: “Toda la Historia viene de Cristo y tiende hacia Él. La aparición del Hijo del Hombre es el eje de la Historia”. Las otras dos son la famosa frase: “La religión es el opio del pueblo...” y otra del profeta Isaías. Algo parecido se podría decir de El evangelio según San Mateo de Pier Paolo Pasolini, de Gospel o de Jesucristo superstar, etc.
Y si prestamos atención al mundo de la música rock, junto con Joan Báez y Bob Dylan que cantaron a menudo a Jesús, están las manifestaciones de Larry Norman considerado por el New York Times como “el escritor más inteligente de la música cristiana” el cual llegó a afirmar: “La única cosa realmente importante y duradera en este mundo es Jesús. Esa es toda la música que yo hago. Fuera de Jesús nada tiene valor”. Desgraciadamente estas voces no suenan ni en nuestras asambleas de creyentes o lugares de culto como tendrían que sonar ni siquiera en nuestras emisoras cristianas. Al menos en un pequeño sermón de una pequeña parroquia recordémoslas como humilde acto de homenaje y de reconocimiento. Y estos son únicamente unos cuantos testimonios espigados al azar cuyo mensaje no va tan desencaminado como los escuchados por Jesús. Estos al menos saben de quién se trata.
Pero ¿y nosotros? ¿Qué es lo que decimos nosotros, los creyentes, de misa diaria o de domingo, de misa de funeral, de boda y de bautizo? Dentro de dos o tres domingos vamos a dar comienzo el curso parroquial, la Catequesis... Para empezar con buen pie es preciso que nos preguntemos ¿qué es para cada uno de nosotros Jesús? Aquí no vale sólo con saber definiciones, hay que aprender, aunque nos cueste el año entero, a descubrirlo en los demás. Como en la obra de Kazantzakis, las palabras solas no bastan son necesarios los hechos. Y cuando esto tiene lugar sobran los sermones, las leyes y los ritos... Sólo basta recordar de qué fue capaz Teresa de Calcuta, una monja apenas sin cultura, sin boato, sin tener sangre azul, sólo con la fuerza del amor a los más pobres entre los pobres... Desgraciadamente vivimos en un mundo de palabrería, de discursos, de mítines, de ideologías en conserva, sin aplicación práctica a la vida, un mundo sin amor, sin fraternidad que es precisamente lo contrario de lo que Cristo manda, de lo único que Él manda. Como dijo no sé quién: “Los cristianos no amamos, acaso tampoco odiemos, pero nos desimportamos aterradoramente”. Incluso esto se da en círculos donde la camaradería pudiera ser un sustituto del amor, como decía un líder sindicalista: “Aquí se lucha codo con codo pero no cara a cara”, es decir, puede que luchemos por el que trabaja con nosotros en la empresa, por el que milita con nosotros en tal o cual partido o en una asociación religiosa, pero no le conocemos. Y es que no hemos descubierto aún que los rasgos del rostro de Cristo están impresos en el rostro de los demás.
También los cristianos corremos el riesgo de caer en esa trampa cuando venimos a la iglesia: estar codo con codo pero no corazón con corazón, aunque en el rito de la paz nos demos la mano. Y sin embargo hasta en estos sencillo gestos se encuentra Cristo si sabemos descubrirlo. ¿Qué es el hombre? se preguntaba Manuel Kant, y respondía: “Ahí está el secreto de toda la filosofía” y de todo el Cristianismo, habría que añadir: el hombre es el mismo Cristo. Max Scheller sobre el que Juan Pablo II hizo su tesis doctoral y acaso se inspiró para redactar la encíclica Redemptor hominis, define al hombre occidental según lo que piensa, en tres categorías o círculos: 1) En los que lo consideran como un compuesto de ideas judeocristianas. 2) en aquellos para los que permanece sobre el hombre aún la mentalidad de los antiguos clásicos, y 3), para quien el hombre es el producto de una evolución darwiniana cuyo último eslabón estamos fabricando. De razonar así no nos tiene que sorprender que, siendo el último eslabón de la cadena, los únicos valores sigan siendo el egoísmo, el desamor y la rivalidad.
Manuel Mounier, otro gran cristiano, decía que el hombre no es un compuesto de alma y cuerpo, ni siquiera un individuo, el hombre es una persona con sus virtudes y defectos, (es cierto, “Somos imperfectos, permítasenos el derecho a equivocarnos”), pero sin olvidarnos de que somos personas que deben realizarse en una comunidad donde la única ley que debe regir es el amor y donde cada cual debe tomar su cruz a cuestas y no añadirla al que ya lleva la suya. Esa es la verdadera respuesta al “y vosotros ¿quién decís que soy?”. No sólo palabras, no sólo el Catecismo, eso está bien, pero no basta, la verdadera respuesta incluso va más allá de la que dijo Pedro, la verdadera respuesta es nuestra vida transformada en amor a los demás porque también aquí sigue siendo válido el dicho: “Obras son amores y no muchas ni siquiera buenas razones, obras, obras son amores”. 
Jmf

lunes, 10 de septiembre de 2018


JOSÉ MANUEL FEITO



LA CRUZ DEL
PADRENUESTRO


(Las notas y su numeración van insertas en rojo y en el texto para mayor facilidad)

EL LENGUAJE DE LA CRUZ

Hace algún tiempo vi una cruz. .. Era un dije de oro que lucía sobre el pecho una persona amiga. Me comentó que lo había visto anunciado en Internet como “dije o joya Cruz Padre Nuestro” y que lo había adquirido en la subasta por 370 €. Sobre los dos brazos de la cruz estaban grabadas y perfectamente legibles, las siete peticiones de la oración dominical.
Desde un principio me sorprendió esta combinación de cruz y padrenuestro y empecé a estudiar y a descubrir curiosas relaciones entre el símbolo y la oración que me han servido para reflexionar y orar..., y hasta de inspiración poética durante este Centenario de nuestras dos cruces, la de los Ángeles y de La Victoria.
La expresión “cruz del padrenuestro” pudiera interpretarse de diversas formas. Por ejemplo la cruz o fastidio que puede suponer para alguno su rezo una y otra vez, uno tras otro, como se hace en algunas plegarias populares, o bien que la cruz pudiera tener alguna relación con Dios Padre, Padre nuestro, primera persona de la Trinidad que también hay que tener en cuenta. Nos referimos más bien a que en esta oración se encuentra de algún modo encriptado el simbolismo de la cruz, o por mejor decir, que va implícita la cruz misma, en forma de palabras. Lo veremos gráficamente luego.

Muchas son las lecciones que se pueden sacar solo con ver nuestra señal o símbolo cristiano. Colocada sobre las tumbas o al frente del nombre en una esquela podemos interpretarla como el signo matemático “más” (+), simbolizando y pregonando que no termina todo allí, sino que el destino de los hombres sigue “más... “, más allá.
Cuando se colocó el pararrayos sobre la cruz, su inventor Franklin exclamó: “Ahora la ciencia está sobre la religión”. Posiblemente hubiera sido más acertado decir que ahora el pararrayos descansa sobre la cruz, incluso que sus tres puntas, evocación trinitaria, son una nueva forma de cruz. “La ciencia sobre los campanarios se apoya una vez más en un símbolo religioso para llevar a cabo su cometido, ya que la ciencia tuvo su origen en la religión”. Bajo la cruz gira la veleta con sus brazos en cruz, sobre la rosa de los vientos. y de igual modo la aguja de la brújula en su caja.

Se suele ver la cruz al cuello del cristiano y hasta del que no lo es, a la cabecera de la cama, sobre la mesa del juez y en ciertos lugares públicos y hasta vemos que la trazan sobre sí algunos deportistas. Estuvo también presidiendo las escuelas... Una corriente de laicismo trató, y de nuevo trata, de quitarla para despojar sus paredes y aulas de todo símbolo cristiano y con ello dejar despojada la enseñanza de toda connotación religiosa.
A este respecto el P. Coloma cuenta la historia del maestro que en tiempo de la República quería pintar la escuela. Había echado mil solicitudes al Ayuntamiento aduciendo que el humo de la estufa en invierno y el paso del tiempo habían ennegrecido las paredes. Nadie le hizo caso. Cuando el alcalde siguiendo las consignas del Gobierno decidió quitar los crucifijos, vieron que aún quedaba la marca de la cruz en la pared. Al día siguiente mandaron pintar la escuela.

La cruz está en el teleobjetivo o punto de mira de las armas de largo alcance y precisión. Allí, sobre la cruz, está la vida o la muerte. Y se puede ver también en las pantallas de radar, en los mapas (meridianos y paralelos), en los objetivos del meoteosat que envían mensajes y fotografían la tierra..., en todas las latitudes nos encontramos con la cruz.
En la aldea, cuando se amasaba y cocía el pan en casa, se solía hacer un corte sobre la masa en forma de cruz antes de meterlo en el horno. También después, una vez cocido, se hacía la cruz con el cuchillo en el asiento del pan y se rezaba una oración antes de cortar la primera rebanada. Los alfareros trazaban una cruz sobre la boca del horno al cocer sus vasijas. Con la cruz se señala en las listas la falta de asistencia de algún miembro o se señala su participación en algún acto. Y una cruz se suele poner en la casilla de la Declaración de la Renta. Siempre la cruz de una forma u otra, la sombra de la cruz a cada momento en los más diversos campos y circunstancias.

Por otra parte la fe fue plantando cruces de igual modo no sólo con el nombre, bautizando tierras y ciudades, como Santa Cruz de..., sino plantadas en piedra, madera y hierro en los cruces de caminos. Porque allí, según viejas leyendas heredadas de épocas, incluso precristianas, se reunían los espíritus o almas de los muertos. Los viandantes al pasar solían arrojar una piedra al centro del cruce formando de ese modo un pequeño cúmulo para que encontraran en él los espíritus su morada. Luego sobre dicho cúmulo se levantaron las tan veneradas “cruces de ánimas”. En los entierros se hacía un alto al llegar a este lugar y se rezaba un responso. Seguía la creencia de la presencia allí de lo ultramundano. Más tarde vinieron los cruceros para señalar con uno de sus brazos la dirección que llevaba al peregrino hasta el sepulcro del Apóstol. Y al pie de una cruz, sobre su tumba o en su memoria, en actos públicos o en privado fue el padrenuestro la oración preferida para pedir por un difunto. Siempre la cruz del signarse y el padrenuestro...

Desde hace siglos el cristiano usa la cruz como símbolo, santo y seña, de su fe. Y así es costumbre manifestarse en diversos momentos del diario acontecer. Su modo de trazarla sobre el cuerpo es de tres formas: “signándose”, es decir, “haciendo una cruz desde la frente hasta el pecho, desde el hombro izquierdo hasta el derecho invocando a la Santísima Trinidad”, “santiguándose”, que consiste en “hacer tres cruces con el dedo pulgar de la mano derecha, una en la frente, otra en la boca y una tercera en el pecho diciendo: Por la señal de la santa cruz / de nuestros enemigos / libramos Señor, Dios nuestro”, y finalmente “persignándose” que consiste en unir las dos anteriores. Esta devoción se la conoce popularmente como “la porla “, o sea, por las dos primeras palabras con las que empieza el signarse:  Por la señal... “Cuando hacemos la señal de la cruz o rezamos el padrenuestro, lo hacemos mirando al bautismo de Jesús y nuestra comunión con él gracias a nuestro bautismo en nombre del Dios trino. Nosotros nos atrevemos a pronunciar el inaudito y osado tratamiento 'Abba, Abbuni': Padre, padre nuestro..., porque nos sabemos unidos a Jesús, agraciados y salvados por su Espíritu. El padrenuestro será realmente la forma fundamental de nuestra fe...”. (1) (1) Bernhard Haring, El padrenuestro, alianza, plegaria, programa de vida”, Madrid 1996, p. 15.

Tanto el padrenuestro como la cruz son también resumen, uno gráfico otro en verbal, de nuestra religión. Todo el dogma cristiano se apoya en un sustantivo clave: amor, toda la moral gira o debería girar sobre un solo verbo que es amar, uno y otro se desdoblan en dos normas: Amar a Dios, y amar al prójimo. El Amor a Dios lo tenemos simbolizado en el palo vertical y en la primera parte del padrenuestro, es decir, en las tres primeras peticiones, tres... El amor al prójimo lo encontramos en el palo horizontal, a derecha ya izquierda, y se halla en las cuatro restantes peticiones. Sobre estos dos trazos discurre todo este trabajo y comentario. “El amor al prójimo no pude separarse de este presupuesto teológico; sólo en el movimiento divino que va de la ´verticalidad´ a la´horizontalidad´ puede verse lo que es el cristianismo”. (2) (2) H. U. von Baltasar, Gloria, Nuevo Testamento, Madrid, 1989, p. 356.

EN EL ARCANO DE UN CUADRADO MÁGICO

Los primeros cristianos mantuvieran un cierto culto secreto a la cruz ya que durante un tiempo siguió siendo considerada más como un referente de maldición y castigo, por haber sido un instrumento de suplicio, que como un símbolo de redención a rendir culto. Con todo, la antigüedad de su culto se podría deducir de una inscripción conocida como El cuadrado mágico de Pompeya, (s. I) llamado así por ser ese el lugar donde se descubrió durante la obra llevada a cabo por los arqueólogos y donde se encuentra aún. El cuadrado o laberinto dice así:
S   A T  O  R
A  R  E  P  O
T  E  N  E  T
O  P  E  R  A
R  O  T  A  S

En este juego de letras prevalece el número cinco, un número cargado de significado al ser símbolo del orden, de la perfección y de la voluntad divina expresada en la pentalfa o pentagrama. En ella se inscribe de pie el hombre: cabeza, brazos y piernas. Y cinco son los libros del Pentateuco o Tora, cinco los panes con que Jesús alimentó a 4.000 personas e incluso, con relación a la cruz, cinco las llagas del cuerpo de Jesús crucificado.

Félix Grosser di Chemnitz descubrió en 1926, que con las letras del palíndromo pompeyano se escribe dos veces PATERNOSTER, cruzando las dos palabras sobre la N central. Hubiera servido perfectamente para grabar sobre la cruz o dije de oro llamada “cruz del padrenuestro” ya citada. También uniendo con líneas las cuatro O y las cuatro A, queda una especie de cruz cuyos brazos vendrían a ser el Alfa y el Omega. Es decir, que tras el laberinto, (las cinco palabras se pueden leer en todas las direcciones con el mismo significado), se esconde el signo de la cruz o si se prefiere el padrenuestro, llevando en sí, de alguna forma, la cruz, tal como lo expusimos al principio. Solamente hay que ir buscando y situando las letras de las que están compuestas las dos primeras palabras del padrenuestro en latín (P-A-T-E-R-N-O-S-T-E-R). Faltarían las que simbolizan el cuerpo del crucificado... Pues bien, como quedan sin colocar una A y una O, bien pudieran ser el Alfa y la omega, primera y última letra del alfabeto griego, que colgaron posteriormente de la cruz, (las tenemos también en La Cruz de La Victoria), en lugar del cuerpo de Jesús y que por razones obvias no pareció oportuno ostentar en un principio. De ese modo, el laberinto, y con él la cruz, toman un simbolismo mucho más profundo y espiritual.

P
A
T
E
R
PATERNOSTER
A    O     ω
S
T
E
R

El Alfa (A) y la omega (ω), (mayúscula el Alfa y minúscula la omega) aparecen en la Biblia aplicadas a Dios Padre y al Hijo. No olvidemos que el padrenuestro se escribió por primera vez en griego. España siente cierta predilección por esta cruz, puesto que tuvo que soportar varios siglos de lucha contra los arrianos que negaban que Cristo fuera Dios. También Asturias, pues encontramos cruces con estas dos letras en las murallas de Oviedo, en San Martín de Salas, en varios códices medievales, etc.
Por otra parte contemplando el cuadrado mágico se puede encontrar también un cierto equilibrio alma - cuerpo (materia u horizontalidad, espíritu o verticalidad) ya que sus letras, al estar manteniendo un cierto orden interno, causan en la mente el efecto que producen los mandalas orientales en los fieles que los contemplan largamente. Si a ello añadimos una continua repetición del padrenuestro como se acostumbra, tenemos también la cruz de estos dos elementos: el mandala para contemplar, para elevar nuestro espíritu, nuestra mirada a Dios, y el mantra para concentramos y encontrar así la paz interior que deberá revertir después -materialmente - en nuestro prójimo.

Y así, la repetición 150 veces del avemaría intercalando padrenuestros, (un modo de suplir el rezo de los 150 salmos para quienes no sabían leer) dio pie para que, según Herbert Thurston, se llamara al rosario también el paternoster. En la Didajé (s. I) ya se recomienda rezar el padrenuestro tres veces al día. El uso del ábaco con 50 cuentas acaso tenga su origen en el de 99 cuentas mas una (los 99 nombres de Dios, mas el Innombrable), usado por el Islán y que ellos denominan misbahat.
El primer domingo de octubre de 1883 en una iglesia en construcción, situada en el Valle de Pompeya, se rezó por primera vez en público la “Súplica a la poderosa Reina del Rosario de Pompeya” que luego habría de repetirse en todo el mundo el día 8 de mayo y el primer domingo de octubre por la constante iniciativa de Bartolo Longo, quien falleció en 1926 y fue declarado beato el 26 de octubre de 1981.
El 8 de mayo de 1887, el Cardenal Mónaco de la Valleta colocó a la venerada imagen una diadema de brillantes bendecida por el Papa León XIII y el 8 de mayo de 1891, se llevó a cabo la Solemne Consagración del nuevo Santuario de Pompeya, que existe actualmente. La Carta Apostólica “Rosarium virginis Mariae” (2002) de Juan Pablo II finaliza con una alusión a esta devoción en este santuario. No deja de ser una curiosa coincidencia la del nombre y el lugar con el cuadrado mágico.

LA ORACIÓN del PATER NOSTER

En la santa misa empezamos diciendo: “Fieles a la recomendación del Salvador y siguiendo su divina enseñanza nos atrevemos a decir”. ¿Nos atrevemos de verdad? Deberíamos reflexionar sobre esta aseveración que seguramente se remonta al respeto con que se rezó en un principio, en parte por pertenecer al arcano. Porque…
Hay que atreverse a excluir al hermano de nuestro amor fraternal, y llamarle luego a Dios Padre nuestro.
Hay que atreverse a no pensar nunca o pocas veces en Dios, vivir como si no existiese, al menos así lo da a entender nuestra conducta, y decir que estás en los cielos.
Hay que atreverse a profanar el nombre de Dios, o usarlo mil veces tan en vano y decirle luego santificado sea tu nombre…
Hay que atreverse a desear aplazar su venida, ya que nuestra fe es la que hará posible que vuelva,  y decir venga a nosotros tu Reino…
Hay que atreverse a hacer lo que nos da la gana y seguir diciendo luego: hágase tu voluntad…
Hay que atreverse a desperdiciar comida y pedir el pan de cada día…
Hay que atreverse a odiar, a vengarse del que nos hace daño y no perdonar y luego decir perdónanos como nosotros perdonamos…
Hay que atreverse a andar tras el placer y en pos de la sensualidad y pedir que no nos deje caer en tentación…
 Y hay que atreverse a meternos de hoz y coz en mil peligros, abusando de la salud, conduciendo sin prudencia, etc., y pedirle luego líbranos de todo mal…, culminando nuestro atrevimiento con el deseo de que así sea.
A pesar de todo, porque Dios es Padre, y padre bueno, a pesar de todo, con temor y temblor, podemos todavía y debemos atrevemos a decir... ¿Qué otra cosa podemos hacer? Él nos entenderá y disculpará.

Contemplando la cruz en lo alto del Calvario sugiere un nuevo símbolo, la balanza. Allí el buen ladrón en un platillo significando el bien, el mal ladrón en el otro símbolo del mal. De los brazos de la cruz sobre un cielo oscuro y embrumado pesa y pende, “dulce pondus sustinet”, el dulce cuerpo de Jesús.
Y es en la misma columna vertebral de la cruz donde aparece inserto el mensaje del padrenuestro, la oración por excelencia del cristiano, “breviario de todo el evangelio” como la llama Tertuliano (3) (3) De oratione, PL 1, 1153.

Jesús hace su presentación en el contexto del Sermón de la montaña. Jesús había comenzado ya su vida pública, y debido a que ya era un conocido predicador congregó a mucha gente que quería recibir sus enseñanzas. Decidió -aparece la verticalidad- subir a un monte para que todos pudieran escucharle mejor, y una parte importante de las enseñanzas cristianas se basa en este pasaje evangélico de las bienaventuranzas (Mt 5:1-12), cuyos enunciados, acaso han sido desafortunadamente traducidos por “dichosos” ya que “dichoso” es un adjetivo que hasta puede encerrar algunas veces un cierto sentido despectivo: ¡Dichosa miseria!, ¡Dichosa pobreza! Tampoco sonaría bien llamarlas las “Dichosas…” Y si las llamamos Bienaventuranzas cae de su peso que lo lógico sería empezar los enunciados diciendo: “Bienaventurados…”.
El contexto en el que Jesús expone el padrenuestro es el del reproche hacia aquellos, judíos o gentiles, que han convertido tanto la oración, como la limosna, en un hábito meramente externo (Mt 6, 5-8). Jesús recomienda orar en secreto y con sencillez, y les ofrece el padrenuestro como ejemplo de oración sencilla para dirigirse al Padre. He aquí la versión de san Mateo: “Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre, venga tu reino, hágase tu voluntad en el cielo como en la tierra. Nuestro pan diario dánoslo hoy, perdona nuestras ofensas como nosotros perdonamos a nuestros deudores, y no nos lleves a tentación sino líbranos del maligno”
Cita primero los cielos en plural, luego la tierra, habla del perdón de los deudores, en la segunda parte, en contraposición a las ofensas que aparece en la primera, pide que no nos lleve a tentación, y de ese modo nos libre del Maligno: parece que son dos partes correlativas. Pudieran ser detalles sin importancia pero conviene tenerlos en cuenta a la hora de una reflexión un poco más profunda.

San Lucas sitúa el padrenuestro en el viaje a Jerusalén: precedido por la parábola de “El buen samaritano” (Lc. 10, 30-37) y por el episodio de la disputa entre Marta y María (Mt. 10, 38-42), -en ello se puede descubrir un cierto sentido de horizontalidad- frente a la verticalidad en la subida a la montaña. Y da a entender que Jesús estaba orando solo y en lugar retirado. Un discípulo le pide que les (en plural) enseñe a orar, como Juan enseñó a sus discípulos. Y Jesús les recita el padrenuestro, en una versión más corta: “Padre, santificado sea tu nombre; venga tu reino; danos cada día el pan que necesitamos; perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a nuestros deudores (oféilonti: όφείλοντι); y no nos metas en tentación.” (Lc. 11, 2 - 4).
Si comparamos ambos relatos vemos que en Lucas es uno de los discípulos quien le pide a Jesús que les enseñase a orar. En Mateo no aparece la petición del discípulo, la iniciativa parte del propio Jesús. Lucas invoca a Dios sólo como Padre, Mateo como Padre nuestro que estás en los cielos;
Lucas no añade la petición de Jesús de que se realice la voluntad de Dios así en la tierra como en el cielo; ni se menciona la petición “líbranos del maligno”, presente en Mateo. Hay tres palabras: “pecados”, “ofensas” y “deudas” que cada uno administra a su modo en el texto. Finalmente uniendo ambas versiones: la verticalidad del monte en Mt., y la horizontalidad de Lc. en el camino, aparece de nuevo la sombra de la cruz.
De todas formas el fondo de los dos relatos es el mismo: Jesús enseña a su gente cuál es la forma correcta de dirigirse a Dios. San Mateo la desarrolla de manera más extensa y profunda, y su relato resulta más apasionado, puesto que en él Jesús está sobre una montaña rodeado de una muchedumbre ansiosa por escuchar sus palabras. En cambio Lucas nos presenta a Jesús de camino, siempre en camino... y causa la admiración de un discípulo, quien espera pacientemente a que termine su oración para pedirle que le enseñe a orar.

Con el texto griego delante, así es como se pude interpretar:

Original griego
Translitaración
Traducción
Πάτερ ήμν ό έν τος ούρανος
Páter emón, o en tois uranois
Padre nuestro, él en (dentro de) los cielos
γιασθήτω τό νομά σου
agiaszeto to ónomá su;
sea santificado el nombre tuyo,
λθέτω βασιλεία σου
elzeto e basiléia su;
llegue el reino tuyo,

 γενηθήτω τό θέλημά σου
genezeto to zélemá su
sea hecha la voluntad tuya,

ς  ν οραν κα π γς
os en ouranó kai epi gues
como en el cielo y sobre
la tierra
τν ρτον μν τν πιούσιον δς μν σήμερον·
ton árton emón ton epiúsion dos emín sémeron;
El pan nuestro de diario danos hoy
 κα φες μν τ   φελήματα  μν
kai afes emín ta ofelémata
emón
y perdónanos las deudas de nosotros
ς κα μες φίεμεν τος  φειλέταις μν
os kai emeís afékamen
tois ofeiletais emón
que también nosotros hemos perdonado a los deudores de nosotros
 κα μ εσενέγκς μς ες   πειρασμόν
kai me eisenegkes emás eis peirasmón
y no lleves nos a tentación
λλ ῥΰσαι μς π το πονηρο.
Alá risai emás apó tu ponerú
 sino líbranos del maligno
μήν
Amén
. Que así sea

Como queda dicho, el padrenuestro es la respuesta de Jesús a un ruego de uno o varios discípulos que le piden ¡enséñanos a orar! ¿No perdería (?) aquí Jesús una hermosa oportunidad de darles una sencilla lección, previa al padrenuestro? Solamente bastaría con que le respondiera: ¿Enseñaros a orar? ¿No ves que lo que me estás pidiendo es ya una oración? Pero ¿por qué no se lo dijo? Una explicación pudiera estar en que quiso dar a entender que la oración no debe dirigirse a Él, no se le reza al Señor, o al menos eso parece deducirse, sino al Padre y solamente a Dios, aunque desde luego siempre ''por medio de Nuestro Señor Jesucristo, que con... Él vive y reina...”, tal como terminan las colectas y oraciones litúrgicas.

DOS PALOS, UNA CRUZ

Venimos diciendo que entre las 12 letras del P-a-d-r-e-n-u-e-s-t-r-o, ¡12! (once en el Pater Noster) se puede “descubrir” la cruz expresada en sus dos palos: El palo vertical representado por la letra T (tau griega) del pronombre que se mantiene durante toda la primera parte: esTás, Tu nombre, Tu reino, Tu voluntad... El palo horizontal o amor al prójimo está representado por el nos (en la “ene”) recordando el amor al prójimo. Y de ahí que el NOS lo usemos durante toda la segunda parte, en cuestiones tan comunes como son el pan, el perdón, la tentación, el mal: daNos, perdónaNos, no Nos dejes caer. . .
Dos palos, dos polos, y Jesús que envía a sus discípulos por todo el mundo de dos en dos... dualidad esta que se contempla también en la física, en la electrónica, en la biología (somos dos células unidas para formar el hombre, de ahí dos ojos, dos oídos, dos brazos, dos cerebros o lóbulos...), también en psicología (“converso con el hombre que siempre va conmigo”), en teología san Pablo nos habla del hombre viejo y del hombre nuevo... Y siguiendo esa línea dual, hasta son dos las cruces asturianas cuyos centenarios celebramos.
Dos palos cruzados, dos, pero unidos forman uno. “Que sean uno”, pide Jesús al Padre, (Ut unum sint, de Juan Pablo II, 25- V -1995), “serán dos en una sola carne” dice Dios al crear la primera pareja. Y donde dos... están reunidos en mi nombre, allí estoy yo “, allí, porque en medio de esa dualidad brota una tercera persona que es el mismo Jesús: pequeña trinidad, tres en uno, reflejo de la que habita en el corazón del justo: “vendremos a Él y haremos en él nuestra morada” (Jn. 14,23).
¿Pero cómo podemos hacer nosotros que esa dualidad sea también una en nosotros? Pues actuando en “unidad de pensamiento y acción”, es decir, lo que soy o pienso eso hago y eso represento. No hay que ser uno y aparentar otro, simplemente hay que ser como uno es, justo o pecador. Es cierto que cada uno es lo que los demás le han hecho ser. El ideal nos suele venir de los demás, de lo que los otros nos han hecho creer que somos o debemos ser. De ahí que la imagen que damos suele ser a menudo falsa. No te dejan ser tú mismo. ¿Y qué es lo que nos une y nos convierte en uno? Solamente el amor, el amor en el matrimonio, en la comunidad, en la familia, en la amistad “¡Qué hermoso y qué agradable convivir los hermanos unidos!” (Sal. 132, 1). Para ser uno debemos además ser transparentes, dejar pasar la luz. Nos une el símbolo, (la luz) nos separa el diábolo (las tinieblas). No podemos engañar, porque en la mentira hay doblez, dualidad, opacidad. Tras ser uno y aparentar otro se esconde el diablo, el padre de la mentira, el Maligno, del que pedimos a Dios nos libre al santiguamos: “Líbranos, Señor, Dios nuestro”.
El símbolo de la cruz une la humanidad con la divinidad, el amor de Dios con el amor a los hombres. El amor une, el odio separa, y acaso más que el odio, más que la raza, la sangre, o la ideología, nos separa el egoísmo. Nada se ama más en el mundo que a uno mismo. Por eso Dios puso ese punto de referencia en la regla del amor: “como a ti mismo”, ese es el supremo amor del hombre, y “nadie ama más que aquel que da la vida-su yo- por su amigo”, porque da lo que más ama, se da a sí mismo. Cambia el yo por el tú.
Dos mandatos, dos leños, dos palos, dos pronombres... que cruzados encierran toda la ley y los profetas. Cambiando el noster (nuestro) por el más arcaico nostrum (de nosotros) y cruzados, como en el cuadrado de Pompeya, tendríamos:
P
A
NOSTRUM
E
R
X
La X en la base de la cruz recuerda las dos tibias de la muerte sobre las que se apoyan muchas cruces. También evocan los brazos abiertos hacia el cielo en actitud de orar o simplemente la cruz de san Andrés. La “equis” (X), signo de la primera letra del nombre de Cristo en griego, recuerda los pies cruzados del crucificado, después de haber multiplicado encuentros y caminos. Y cruzamos las manos para orar y los dedos para tener suerte o conjurar un peligro. La (x) equis, o signo aritmético (x = por), no sólo significa misterio e incógnita, Dios escondido en la cruz, también significa abundancia de gracia, multiplicación de panes y de peces.
Con respecto a los pies del crucificado, el pie izquierdo está debajo del derecho. Acaso por eso las cruces ortodoxas rusas balancean el palo inferior donde supuestamente se apoyaban los condenados en la cruz. En la Sábana santa, la huella del pie izquierdo aparece un poco más corta debido a la contracción del clavo o clavos, no porque Jesús fuera cojo como algunos santos Padres trataron de deducir. Es un matiz que quedó reflejado en algunas iglesias y catedrales al colocar los canteros el capitel izquierdo del último arco un poco más bajo. Simbolizaban la iglesia no solo como cruz sino como el crucificado, y el pie izquierdo debe estar por debajo del derecho.
También podríamos ver en los dos palos de la cruz hecha con letras un símbolo de la unión de la divinidad, Pater: el palo vertical, con la humanidad, nostrum: el palo horizontal, o sea el misterio de la Encarnación: Dios Padre que se sitúa en la horizontalidad del hombre en la hipóstasis del mismo centro de la cruz. No hay religión que simplifique y resuma mejor su doctrina que la nuestra, expuesta en una cruz y avalada con la oración por excelencia.

De igual modo no deja de ser curioso la primera invocación, Padre..., y la última palabra, Maligno antes del Amén. La primera Padre, es una referencia a Dios, al Bien, a la Misericordia suma, con todos los atributos de la bondad. Pues es a Dios, a nadie más, a quien se le puede atribuir con toda propiedad el sustantivo “padre” (Mt. 23, 9). No deberíamos aplicarlo así sin más ni más a seres de la tierra por muy venerables y dignos de respeto que nos parezcan. Ciertamente que para todo hay explicación, sin embargo son detalles que no deben descuidarse.
La última palabra hace relación al Maligno, al mal: (líbranos de él...) es una clara referencia también al padre, pero en este caso al padre de la mentira, al demonio. Son los dos polos de la vida entre los que se debate el hombre, el Ying y el Yang, o más técnicamente el uno y el cero, el positivo y el negativo de la fuerzas de la naturaleza. Padre (+) y Maligno (-).

Y también aquí Jesús nos da una lección de psicología magistral, hasta para un tema tan cotidiano como es el saber pedir cosas terrenas, solicitar un favor, sobre todo ante personas notables y pudientes. Nunca se debe empezar pidiendo, sino sencilla y llanamente alabando las virtudes de quien esperamos recibir la gracia. Primeramente hay que descubrir qué virtudes o cualidades tiene esa persona, encontrar esos valores que en algún modo todo el mundo tiene, y con mesura y tiento expresar su reconocimiento: “Sabedor de su generosidad, de su buen hacer en la gestión de la empresa..., sabedor de que su bondad, honradez y amabilidad...” o expresiones parecidas. Una vez expuestas esas premisas es cuando cabe la solicitud: “acudo a V. en la esperanza de ser atendido si así lo juzga justo y yo merezco su confianza”, etc., y saber pedir también disculpas por si se ha incurrido en alguna descortesía o yerro. Es solamente un esquema, un sencillo ejemplo. “Siempre que ores, dice san Basilio, no empieces desde luego pidiendo; porque entonces harás aparecer tu afecto como culpable, acudiendo a Dios como obligado por la necesidad…”.(4) (4) “In Constitut. monast., cap. 1.
Pues bien, también es así como Jesús nos da una magistral lección de protocolo místico para gestionar una solicitud, y es así como nos enseña a comportarnos con el prójimo y nos recomienda orar ante su Padre Dios y Padre nuestro, no empezar cansando al Señor con peticiones sino colmándolo de alabanzas, santificando su nombre, haciendo su voluntad..., peticiones / loas que iremos viendo a continuación.

TRES TIPOS DE ORACIÓN Y UNA SUGERENCIA

Signarnos (una cruz) o santiguarnos (tres cruces), con ser un gesto tan sencillo, son ya una oración, o deberían serIo. Al signamos invocamos a la Santísima Trinidad con lo que nuestra oración es plegaria de adoración o latréutica. En su nombre debemos empezar nuestras tareas. Nos signamos con tres dedos, recordando a la Santísima Trinidad. Y con tres dedos en la frente ordenó Constantino (s. IV) saludar militarmente a sus soldados recordando a la Santa Trinidad. Había ganado la batalla de Puente Milvio tras haber visto, según tradición, una cruz en el aire con la leyenda: “In hoc signo vinces”: “en el nombre de esta señal vencerás…”. Cuando nos santiguamos, (el pulgar sobre el índice en forma de cruz), con tres cruces también, nuestra oración se convierte en impetratoria o de petición. Y nos persignamos uniendo las dos: “Por la señal…”, “En el nombre del Padre…”.

En el padrenuestro nos encontramos al menos con tres formas de oración: La oración latréutica o de alabanza en la primera parte: Padre, santificado sea tu nombre, y también en el Amén final.
La oración impetratoria o de petición cuando pedimos en la segunda parte el pan, y que nos libre del mal...
La oración expiatoria cuando le pedimos que perdone nuestras deudas u ofensas.
Sin embargo no se encuentra la oración eucarística o de acción de gracias, al menos aparentemente. Acaso porque todo el padrenuestro lo es, y quizá por ello se introdujo como pieza muy importante de la “Acción de gracias”.
San Gregorio lo introdujo en el canon de la misa, antes de la comunión, al final del cual la asamblea solía responde con el “Sed libera nos a malo”.
San Jerónimo afirma que Jesús enseñó a sus discípulos a destacar la oración del padrenuestro cuando celebraran la Eucaristía. (5) (5) Contra Pelagio, III, 15. Y se usó en el rito del Bautismo desde antiguo. La opinión de que San Gregorio afirma que la consagración de la misa se lleva a cabo con el rezo del padrenuestro, (6) (6) Ep. IX, 12. naturalmente no es correcta.
Por otra parte las tres primeras peticiones se pueden considerar trinitarias: La que se dirige al Padre, “que estás... “, la que hace referencia al Hijo: “venga tu Reino…”  (el de tu Hijo), y la que insinúa la voluntad del Padre: “hágase tu voluntad…”,  o sea, su santa voluntad, su Santo Espíritu, el cual procede del Padre y del Hijo a modo de voluntad (7) (7) Santo Tomás. De Pot., Qu. 10, artº 2, ad quintum.
Finalmente en la primera parte, al ser únicamente oración de alabanza, se usa el modo subjuntivo: sea, venga, hágase. En la segunda parte se imponen los imperativos: danos, perdónanos... por tratarse de oración impetratoria y expiatoria.
Entre los incontables textos que podríamos reunir sobre esta oración, he aquí lo que nos dice Miguel Eyquen de Montagne (1533 1592) en uno de sus “Ensayos”: “De las plegarias...”: “Puede la Iglesia extender y diversificar los rezos según las necesidades de su instrucción, pero al padrenuestro debiera dársele el privilegio de que la gente lo tuviera siempre en la boca porque en esa oración se dice cuanto nos es menester y resulta adecuada a todas las ocasiones. Es la única plegaria de la que yo me sirvo de continuo y la repito antes que cambiarla por otra, por lo tanto ninguna tengo tanto en la memoria como esa... “. (8) (8) Ed. Orbis Barcelona 1984 t. 1, ed. íntegra, pág. 257, c. LVI. y con respeto a la paternidad divina es una consoladora sugerencia la de que Dios de alguna manera es también madre, hasta más madre que padre, fórmula consagrada por Juan Pablo I, tratando de aplicar a Dios padre esas características de ternura, amor y dedicación propias de la madre, diferentes y en algún aspecto superiores a las del padre y que tantos comentario y tan sugerentes ha ocasionado. Isaías nos habla de este amor maternal de Dios (Is. 66, 13) e incluso lo lleva más allá (49, 15). Como Dios no tiene sexo se le pueden aplicar perfectamente las virtudes propias de una mujer, con la misma propiedad que se le atribuyen las del hombre y de alguna manera y con la misma propiedad se puede aplicar a nuestro primer padre Adán esta imagen, puesto que si fue hecho a imagen de Dios, a su imagen y semejanza, también él tenía que tener algo más de madre que de padre, puesto que Eva al nacer de su costilla viene a ser su hija y él por consiguiente su padre. Trato de resumir la idea de esta paternidad maternal en unos versos que se pueden leer en la Glosa final.

PADRE NUESTRO

Antes de iniciar las siete peticiones damos inicio a las mismas con una invocación al Padre, al “¡Padre...! que está en los cielos... “
El nombre de Padre aplicado a Dios, no aparece en el Antiguo Testamento. Es la palabra clave en toda la catequesis de Jesús. El padrenuestro se llama también “oración dominical” o del Señor, pero se le podría llamar de igual modo “oración paternal” o la oración del Padre porque es al Padre, a quien se dirige siempre la plegaria, por medio de Jesús.
El Padre, como queda dicho, vendría a ser el palo vertical de la cruz, la línea ascendente: hacia arriba, hacia el pasado, hacia el Principio. Las genealogías vienen por línea paterna. Mateo las hace proceder de Adán mezclando historia con genealogía. Pero para sentir esta paternidad sin mentir es preciso que antes nos sintamos hermanos y lo seamos luego de veras, si no, no podremos a llamar a Dios padre con toda propiedad, a todo más se le podrá llamar Señor Dios. Aquellos que niegan a Dios y luego proclaman la fraternidad universal (libertè, egalité, fraternité... ) no pueden llamarse hermanos puesto que no admiten ni reconocen ser hijos de un padre común, de un padre de todos, no de un sucedáneo. ¿Hermanos sin padre? No es correcto. Y tampoco se entiende el que se trate de reemplazar la palabra fraternidad por esa otra más fría, aunque respetable, de solidaridad, a no ser por rehuir el reconocimiento de esta paternidad.
El pronombre “nuestro” que equivale al palo horizontal de la cruz, es una línea, no un punto. El padrenuestro elimina ese punto que es el yo, el odioso eyoísmo o egoísmo. El fariseo usaba el yo: Yo no soy como los demás... El publicano usa el tú y se dirige a Dios: “Sé tú propicio conmigo... “. (Lc. 18, 13). El tú Y el yo se funden en los pronombres nuestro, vuestro... que implican comunidad, asamblea. . ., pero deben también emplearse adecuadamente. El fariseo pone en sus manos a los demás (vosotros) y al propio Dios; el publicano se pone él y a los demás en las manos de Dios: me confieso a Dios... y ante vosotros hermanos. El mismo Dios con ser la unicidad, Uno, también usa el plural: hagamos al hombre... vendremos a Él...
Padre nuestro, pues, porque padre mío se lo podemos llamar al de la tierra, al del cielo sólo es posible llamarle padre nuestro. Cristo sí le podía llamar con toda razón Padre mío: “Subo a mi Padre, padre mío y padre vuestro, mi Dios y vuestro Dios” (Jn. 20, 17). Lo subraya cuando enseña a sus discípulos a orar recomendándoles que digan Padre nuestro, dos palabras que encierran todo el Evangelio, la Ley y los Profetas, el dogma y la moral.

En uno de sus famosos discursos el P. Loring, autor de un conocido librito titulado “Para salvarte”, afirma con profusión de ejemplos y argumentos, que cualquier creyente puede salvarse y encontrar el perdón de sus faltas si en el último momento de su vida logra decir de corazón estas palabras: ¡Dios mío, perdóname! Argumenta este jesuita que el pronombre mío tiene aquí la fuerza de un acto de perfecta contrición, porque mío es la expresión consumada del amor. Y pone el ejemplo del amor de madre cuando dice: ¡Hijo “mío! De la misma forma cuando decimos a Dios, mío, es como traer, atraer toda su bondad hacia nosotros, es como un gran acto de amor, de una entrega total, de una perfecta contrición y aún sería más entrañable dicho en asturiano: ¡Diosín mío!
Pues bien, si esas tres palabras: Dios mío, perdóname, dichas con fe, son capaces de salvamos en el último momento de la vida, caso de no encontrar confesor, con mucha más razón si pronunciamos el nombre de Padre y añadimos nuestro con verdadera compunción de corazón, puesto que, si se quiere, son más bíblicas y profundas, implican más caridad y unión al incluir al prójimo en un más profundo amor: como a mí mismo, y además porque fueron las tres que Jesús nos mandó repetir cuando rezamos: Padre nuestro, y perdónanos. El padrenuestro es la oración del Reino. En los primeros años del cristianismo se enseñaba únicamente a aquellos iniciados que habían penetrado en “la doctrina del arcano” que era el mensaje de Jesús, aquellos cristianos que, examinados de amor al prójimo, habían superado la prueba y se podían llamar con toda propiedad hermanos sin que al decirlo se incurrieran en mentira, como a menudo pasa hoy. El amor fraterno es el carné de identidad de los ciudadanos del Reino. Jesús al invitamos a llamar Padre a Dios implantó en el mundo la paternidad universal para poder sentimos verdaderamente hermanos unos de otros.

(QUE ESTÁS) EN LOS CIELOS.

El griego dice simplemente, Padre nuestro en los cielos. También seria hermoso y maternalmente infantil rezarle: Padre nuestro que eres el cielo... o que eres un cielo... Sin embargo decir, ¡oh Dios del cielo!, no es del todo correcto pues indica lugar determinado, el cielo es otra cosa difícil de definir, pues es lo que “el ojo no vio, ni el oído oyó... es lo que preparó el Señor para los que le aman” (I Coro 2, 9).
Se habla de los cielos en plural, pero es según la vieja concepción de los siete cielos. San Pablo dice que estuvo en uno de ellos... (II Cor. 12, 1-4). La preposición “de”, (genitivo), aunque ya está refrendada por el uso y la liturgia, solemos aplicarla de igual modo a su madre, la Virgen del cielo, con una cierta imprecisión, ya que no es igual decir la Virgen de Covadonga que la Virgen en Covadonga, pues la Virgen de... excluye de algún modo a las demás advocaciones, sin embargo la Virgen en las incluye a todas. Por eso “Dios (que estás) en el cielo” dice más que “Dios del cielo”. Dios no es de los cielos, más que estar “es” (en) dentro de los cielos, y en plural, o sea en todas partes: en tois uranois. En el Catecismo de los párrocos publicado en 1564 se dice que las palabras “así en la Tierra como en el Cielo” referidas a la petición “hágase Tu Voluntad”, hay que hacerlas extensibles a la petición de “santificado sea Tu Nombre” y a la de “venga a nosotros Tu Reino”.
Siempre el hombre preguntó en algún momento de la historia donde se encuentra Dios. -Rabbí, ¿dónde moras? -Venid y veréis. (Jn. 1, 38). Bruno Ferrero, autor de hermosas historias como “La silla vacía”, cuenta que en una ocasión dos monjes se echaron mundo adelante en busca de un lugar (utopía) en el que el cielo tocara con la tierra. Suponían que allí encontrarían la puerta del cielo. Tras un largo camino iniciático sembrado de mil dificultades llegaron al lugar y hallaron la puerta. Llamaron y al abrirse la puerta vieron que estaban en su propio monasterio. Pero ¿dónde está entonces Dios? se preguntaron. Y un monje les contestó: “Dios está allí donde le dejéis entrar”.

Dios está siempre a la puerta…, y llama. Dios está dentro de cada uno si le hemos permitido entrar. Por eso los verdaderos adoradores no necesitan lugares de culto para orar, ya que le pueden adorar en espíritu y en verdad dentro de su corazón. San Gregorio Magno cuenta en uno de sus sermones que reunía a los hijos de los bárbaros los domingos para explicarles el catecismo. Una de las preguntas que al parecer les hacía era:
-¿Dónde está Dios?
-En el cielo, respondían a coro.
-Y cuando un niño es bueno y está en gracia ¿a quién tiene en su alma?, seguía preguntando el Papa.
-A Dios, le contestaban.
Entonces san Gregorio argumentaba:
-Pues si Dios está en el cielo,  y un niño en gracia tiene a Dios en su alma el cielo está en las almas de los niños en gracia.
Algo así viene a decir santa Teresa de Jesús: “Ya sabéis que... donde está el rey allí está la corte... donde está Dios es el cielo... donde está su Majestad está toda la gloria...”. (9) (9) O. C., Camino de perfección, c. 46, BAC, p.268. El infierno, por tanto, es donde Dios no está, es decir donde no hay amor, hay fuego abrasador de ausencia de amor que devora a quienes han nacido para un amor que no lo han querido ensayar a corresponderlo.

SANTIFICADO SEA TU NOMBRE

El nombre es lo más querido por nosotros. También para Dios. En la manera de llamar tanto a Dios como a la gente se mide el afecto de quien le o nos llama Jesús no le llama Dios, sino Padre…. Porque hay quienes nos llaman, hay quienes nos motejan o simplemente nos apellidan, hay quienes nos quieren y nos aprecian un poco más y buscan un nombre para rebautizamos. Algunos nombres acarician..., hasta se diría que quienes nos quieren pulen nuestro nombre y lo encariñan. Por tanto y de ordinario, en el modo de llamarte se podría descubrir el grado o intensidad de afecto que te profesa quien te nombra, llama, apellida o moteja. Reyes, papas y demás jerarcas suelen cambiar su nombre o adornarlo de altas condecoraciones y ribetes: majestad, excelencia, santidad…, porque el nombre es algo sustancial en la persona.
En hebreo el nombre de Dios consta de cuatro letras IHVH llamadas tetragrama, a las que se les aplicaron las vocales del sustantivo Adonai, que es como le llamaban a Dios en aquel tiempo, a fin de evitar pronunciar dicho tetragrama, IaHoVaH o IaHaVeH, que por sumo respeto siempre se le silenciaba.
Los cristianos recibimos en el bautismo, a veces en la Confirmación, un nombre. Jesús “bautiza” también a algunos de sus apóstoles llamando por ejemplo Leví a Mateo, a Simón Pedro.., incluso moteja a alguno de ellos llamando “Hijos del trueno” (Boanerges) a Juan y a Santiago, y “el Mellizo” a Tomás, etc.
Adán se adueña de los animales al imponerles el nombre... Los exploradores descubren tierras y las bautizan con un nombre para apoderarse de ellas. Nuestro nombre, dulcemente pronunciado, es el sonido más grato a nuestro oído, por tanto también lo será a los oídos de Dios el Suyo.
La expresión “santificado sea” impersonal, extendido a todos y a todo, sin sujeto agente, es el deseo llevado a la realidad, un imperativo divino: sea o hágase en mí... equivale a “sea en mí tu Palabra...”. Es una petición que atañe al mundo de los hombres pero también al de la Naturaleza. Ella canta la gloria de Dios y de ese modo lo santifica y consagra. De ahí que la blasfemia sea, por insulto y profanación, una de las mayores ofensas a nuestro padre Dios. Insultos que recibió Jesús precisamente cuando moría en la cruz. Quien blasfema, de ordinario no sabe lo que hace. “Es que yo soy ateo” decía un día un blasfemo. Hay ateos porque existe Dios, sino ¿cómo se podrían serlo? El Dios tapa agujeros, el Dios ausente de la vida en el que no creen algunos, en ese Dios tampoco creen los verdaderos creyentes. Pero el Dios Dios solo merece respeto y alabanza. Bendito sea su santo nombre.
El pronombre es un bello pronombre. En cambio el Yo es odioso, y sin embargo es la palabra que más usamos: yo, mí, para mí, conmigo... Saber decir Tú es muy importante: “poesía eres... tú”.
Jacinto Benavente tiene un poema que abona esta idea, titulado
“En el meeting de la Humanidad”
 y dice así:

En el meeting de la Humanidad
millones de hombres gritan lo mismo:
¡ Yo, yo, yo, yo, yo, yo!
¡Yo, yo, yo, yo, yo, yo!
¡ Cu, cu, cantaba la rana
cu, cu, debajo del agua!...
¡Qué monótona es la rana humana!
¡Qué monótono es el hombre mono!
¡Yo, yo, yo, yo, yo, yo!...
y luego: A mí, para mí;
en mi opinión, a mi entender.
¡Mi, mi, mi, mi!
¡ y en francés hay un “Moi”!
¡Oh! el “moi” francés, ¡ese sí que es grande!
“Monsieur le Moi”
La rana es mejor
¡Cu, cu, cu, cu!
Sólo los que aman saben decir ¡Tú!

VENGA (A NOSOTROS) TU REINO.

En griego solamente se pide que venga su reino, pero ni especifica de donde ni a donde ni a quienes. Suprime el posesivo en el original  y así para rebasa el concepto localista del mundo judío y evita la tentación de apropiamos de él cuando su reino es “reino eterno y universal”, en la cruz del tiempo y el espacio como lo es la Iglesia. Decía mejor el latín: “adveniat regnum tuum”.
Afirma E. Bloch que Jesús no dijo nunca: “El reino de Dios está dentro de vosotros” sino está “entre vosotros”, (Lc. 17,21) Y además que al decirlo se dirigía a los fariseos no a los discípulos. Tampoco dijo, según este autor, “Mi reino no es de este mundo” expresión que considera una interpolación de san Juan (18, 36), ya que ello sería una coartada ante Pilatos utilizando un cobarde pathos del más allá, cosa que iría contra la dignidad de Jesús. (10) (10) Enest Bloch, El principio esperanza, t. 2, Ed. Trota, Madrid 2006, pág. 62.
Pero se podría argumentar que si el reino de Dios no está dentro de nosotros, de cada uno de nosotros, tampoco se puede afirmar que el Reino de Dios está del todo entre nosotros. Habrá que unir ambas interpretaciones, trabajar y esforzarse para que el reino entre dentro de cada uno, y una vez en nuestro interior es cuando se puede decir con toda propiedad que también está entre nosotros.

Cuando decimos NOS-OTROS, VOS-OTROS no sólo hay que pensar en NOS o VOS inicial, es decir en cada uno de nosotros o en los que son de los nuestros o de los vuestros, sino también en los OTROS. Unamuno lo explicaba usando una doble acepción: Nos-unos y nos-otros. Así buscamos el sentido de la Comunidad y el perdón colectivo, cuando decimos NO NOS dejes..., líbraNOS....
Joachim Jeremías le da además al pasaje un alcance social de cercanía del reino: “La proximidad de Jesús a los pobres es tal que su mensaje no es que “el reino de Dios está cerca”, sino que “está cerca... de los pobres”.
Reino lleva consigo la idea de territoriedad. Y no es de los menos importantes este instinto que aparece en animales y también, por naturaleza, en el hombre. Cuando vemos una pintada sobre una fachada alguien ha marcado allí su territorio, allí aflora el instinto de territoriedad. Por el amor a la tierra se cometen grandes crímenes y horrendas carnicerías dilucidando fronteras y marcando territorio. El animal lo señala con olores o ruidos, el hombre traza fronteras (naturales, geográficas, culturales, ideológicas, religiosas) y al pedir nuestro Padre Dios que venga su reino pedimos de algún modo también el fin del mundo, aceleramos su venida, su 2ª venida para implantar su dominio y su poder, “su territorio”. Él no vendrá de ningún sitio, sino que se irá haciendo presente algo así, salvando las distancias, como la sonrisa del gato de Cheshire en la conocida obra de L. Carrol. (11) (11) Lewis Carrol Alicia en el país de las maravillas, Alianza, Ed., Madrid 1981, p. 138 y ss.
Fritz Hochwälder en su obra “Así en la tierra como en el cielo” interpreta las Reducciones del Paraguay fundadas por los jesuitas (s. XVII-XVIII) y que eran una especie de “Reino de Dios en la tierra” de otra forma. Aunque habían logrado el régimen político ideal, la fraternidad universal, erradicar la pobreza, implantar la cultura y atención médica para todos, etc., no podía, no debía subsistir. Habían hecho el Reino de Dios en la tierra, y el Reino de Dios no es de este mundo. Es un drama que merece ser leído y comentado. Así, dice entre otras cosas: “El Reino del Dios que es bueno” no puede ser el Reino de Dios. “En un mundo irremediablemente dominado por la codicia y la infamia hemos pretendido realizar la palabra de Cristo. Deslumbrado por nuestra misión, el pueblo indio espera ahora de nosotros la libertad nacional, espera de nosotros una protección infalible contra los poderosos; espera nada menos que ¡la instauración del Reino de Dios aquí abajo!... Y este mundo de aquí abajo no está hecho para la realización del Reino de Dios” (12) (12) Charles Moeller.- Literatura del siglo XX y Cristianismo, t. IV, p. 528. Das heilige Experiment, Zurich 1941, adaptación de Jean Mercure: Sur la terre comme au ciel, Paris 1952.
El Reino de Dios vendrá a nosotros, se implantará entre nosotros pero desde dentro de nosotros. No es que venga de aquí o de allá, no, Él está en todas partes. Lo que sucede es que se irá revelando, haciéndose visible, como se hacía visible la imagen fotográfica que se revelaba hasta hace poco en los laboratorios. Estaba allí, venía porque se hacía más presente, porque de algún modo ya lo estaba. Solo eso. Entre tanto debemos orar “mientras aguardamos la venida de nuestro Señor Jesucristo”.

HÁGASE TU VOLUNTAD
ASÍ EN LA TIERRA COMO EN EL CIELO

En la primera petición se dice “en los cielos” (plural) aquí “en el cielo” (singular) Literalmente aquí sería: “como en el cielo así sobre la tierra “, o sea en todo lo creado, visible e invisible. El verbo hacer es la primera palabra bíblica que sale de la boca de Dios: Hágase la luz. Y la primera que sale de la boca de María: hágase en mí según tu palabra (fiat). Es también la última que recoge de sus labios el Evangelio: Haced lo que él os diga. Es como el amén de la vida de María. Lo repetimos nosotros también en  nuestras oraciones, pero no solo significando que así sea, sino con un sentido que va un poco más allá: Haz que sea así. Cuando un creyente entrega su libertad a Dios a fin de no pecar, como si dijera: “soy libre para pedirte que no quiero ser libre. Quiero ser solamente tu esclavo” y Dios prefiere dejarlo libre y que peque ¿qué entiende el Señor por libertad? ¿O es que acaso Dios no razona como razonamos nosotros? V. Balthasar al hablar de la conversión de Adrienne von Speyr dice: “...la muerte de EmUle había revelado que en adelante no podría ya formular con una plena verdad subjetiva, la súplica del padrenuestro: 'Hágase tu voluntad'. ... Por estricta lealtad, evitó en lo sucesivo rezarlo. Un pastor protestante le dio el nefasto consejo de sustituirlo por otras oraciones... “ (13) (13) H. Urs von Balthasar, Adrienne von Speyr, Vida y misión teológica, Madrid 1986, p. 25 y ss. La voluntad es una de las tres potencias del alma, según los místicos. Pero hacer mi voluntad... es equivalente, en lenguaje popular, a “hacer lo que me da la gana”. La “gana” es una palabra que hemos hecha reina en grado superlativo: Hago lo que me da “la realísima gana”, y hemos elevado a los altares en su último grado: Hago lo que me da “la santísima gana”. Por tanto se trata de una palabra muy importante en las relaciones humanas eso de imponer su santa voluntad, o no dejarse dominar, por real y santa gana. Entra aquí una virtud fundamental que es la humildad. Aceptar a voluntad de Dios es humillamos, es aceptar su voluntad en los desprecios, ofensas, ultrajes, maltratos del prójimo y las contrariedades de la vida que el Señor nos envía o permite que nos sucedan. Es vencer el mayor pecado o fuente de pecado que es el egoísmo: no mi voluntad sino la tuya. De ahí que sean tan bíblicas y acordes con esta petición dos expresiones populares, una de deseo en subjuntivo: “Que sea lo que Dios quiera” y otra en indicativo y por tanto más afirmativa: “Si Dios quiere” y que ya usaban los griegos: “ean Theos thele”.

En cuanto a la frase Así en la tierra..., una vez más nos encontramos aquí con la horizontalidad del palo trasversal de la cruz: “Id por todo el mundo”. Tierra y cielo forman la cruz que lo abarca todo, cielo y tierra. Y en cuanto a la expresión, filológicamente hablando, insistimos en que sería más teológico decir: “Así sobre la tierra como ahí dentro en el cielo”. En realidad algo de eso nos dicen las dos preposiciones en griego: “oos en (dentro) ouranoó kai epi (sobre) gues”. En “como en el cielo” se descubre también la verticalidad (la ascensión).
Recordar de vez en cuando el cielo es importante, nosotros hablamos poco de él acaso porque desconfiamos o soñamos poco en él, o apenas pensamos en la felicidad que nos aguarda, que debería ser motivo de continua meditación y alegría, miramos poco hacia arriba. En Catedrales e iglesias los dorados e historiados retablos, con santos, hornacinas y demás adornos quieren ser un recuerdo visible de la gloria del cielo, como si fueran otros “pórticos de la gloria”, “glorias de Bernini” o antesalas del paraíso. También en el arte arquitectónico se refleja la cruz: Así en el gótico se puede adivinar la mirada del hombre medieval pendiente únicamente del cielo, siempre sus ojos hacia arriba, olvidando acaso un poco al prójimo. En cambio en catedrales e iglesias modernas priva la horizontalidad, a derecha e izquierda, que en algún modo refleja la demasiada preocupación, al menos en teoría, por solidarizamos con los pobres de este mundo pero acaso olvidándonos de mirar también al cielo.
Las expresiones: “en el cielo, sobre la tierra” hacen referencia al espacio. Las de “cada día”, y “dánosle hoy” se refieren al tiempo. Espacio y tiempo son también una cruz, coordenadas cartesianas, que representan el “aquí” y “ahora”.
Recordando la respuesta del por qué permitió que fracasara aquella sociedad descrita por F. Hochwalder, socialmente perfecta, culta, sin pobres ni ricos y viviendo en cristiana fraternidad, al parecer se debió a que este mundo de aquí abajo no fue hecho para que se lleve a cabo en él el Reino de Dios. Debemos pedir que Dios reine en el corazón de cada uno de los hombres, lo demás llegará por añadidura. De ahí la importancia de ponemos en sus manos, providencialmente en sus manos, haciendo que se lleve a cabo en nosotros su santa voluntad.
Seguimos caminando sobre los dos palos de la cruz. Tierra, y cielo nos llevan de nuevo a la primera expresión, Padre y nuestro, Padre refiriéndose al cielo, y tierra refiriéndose a nuestro. Lo nuestro de momento es la tierra, lo del Padre es el cielo, pero ahora se invierten los términos, allí primero es el Padre, luego lo nuestro, aquí va primer lugar la tierra (lo nuestro) luego el cielo, (el Padre), porque es en la tierra, es decir, en los hombres, donde debe hacerse la voluntad del Padre Dios, donde debe llevarse a cabo el reino de Dios, la llegada de su reinado, su voluntad. Identificando lo humano con la tierra, y lo divino con el cielo la expresión recuerda al viejo Catecismo de Astete cuando pregunta ¿Cuántas naturalezas, voluntades y entendimientos hay en Jesucristo? Y responde: Dos naturalezas: una divina y otra humana, dos voluntades: una divina y humana otra y dos entendimientos uno divino y otro humano... Una persona y una memoria, persona divina y memoria humana... siempre la tierra y el cielo unidos en Cristo Jesús. “In cruce latebat sola deitas, ac hic latet simul et humanitas ... “.

EL PAN NUESTRO DE CADA DÍA DÁNOSLE HOY.

Entramos en la segunda parte del padrenuestro. Toda la escenografía da en este punto un giro de 90º, la verticalidad se convierte en horizontalidad, en materialismo biológico primario: el pan, las deudas, la tentación..., en todo lo que necesitamos. Acaso por eso  pan viene en el texto a continuación de la palabra tierra. Al pan de la Eucaristía se le llama (panem de coelo) “pan del cielo” (Ex., 16, 4; y Jn. 6, 31), que nos viene del cielo, en contraposición al cotidiano que nos viene de la tierra. El dios Pan significaba y sintetizaba toda la naturaleza. Cuenta Plutarco que durante el reinado del emperador Tiberio los tripulantes de una nave que pasaba cerca de las costas de Pafos oyeron unas voces que decían: “Si vais a Egipto decid que el gran dios Pan ha muerto”. Cuando dieron a conocer la noticia se empezaron a escuchar gritos de dolor por todas partes, salidos de las plantas, de los animales y de las rocas. Y es que desaparecía el culto a la naturaleza y se inauguraba el culto al verdadero Dios. (14) (14) Quevedo t. 1, pág 569, y H. Biedermannn, Diccionario de símbolos, ver Pan. Parece ser que la voz (pan) fue tomada del griego para significar con ella toda clase de alimentos. Y acaso la palabra hartura, hartar provenga también del griego arton, (en el Bron, la lengua de los caldereros artón significa pan). Con todo el refrán latino que dice “saturatio mala, panis péssima” (toda hartura es mala, la del pan malísima), también tiene su punto de ironía, ya que no se puede uno hartar solamente de pan, o sea, no solo de pan vive el hombre.
Pan, por tanto, simboliza, significa todo tipo de alimento: cultural, espiritual, material. Muchos refranes e incluso eslóganes y pronunciamientos lo utilizan: Patria, justicia y pan, o aquel otro de... Pan y espectáculos. Jean Anouilh decía: “Me gusta la realidad, sabe a pan”. A veces no sólo hay que pedir el pan, como si fuera un don, acaso sea más evangélica la oración de aquel que rezaba: “El pan nuestro de cada día no me lo des, ayúdame a ganarlo”. Pero ese pan debe ser compartido. Compango, compañero, acompañar, llevan consigo y en su raíz el significado de pan: comer juntos. Precioso prefacio de la eucaristía, o colofón de la misma ese del pan y vino compartidos. Es lo que quiere y nos pide el Señor.
Le aconsejaban a un hombre aficionado a la bebida que en vez de beber tanto en los bares se llevara el vino para casa y que se embriagara allí, sin molestar. A lo que el interpelado contestó: “Está bien el consejo, pero... es que sabéis lo bien que sabe el vino hablao”. El vino o el pan, no repartido, sino partido, compartido, departido, hablado. Eso es la Eucaristía: pan hablado, vino compartido. Aquí habría que imaginar la sombra de la cruz redentora, e introducir y explicar su presencia en la Eucaristía, lo que nos llevaría demasiado lejos. Y el pan es el pan nuestro, no el mío... Y tiene que ser nuestro, sirviéndonos de brújula el palo horizontal que apunta tanto al Oriente como al Occidente. A la hora de la verdad el pan mío quitaría pocas hambres, el pan nuestro, el de todos y para todos, es el que sería capaz, si de verdad nos lo propusiéramos, de solucionar los problemas del tercer mundo que también es el “nuestro”.

DÁNOSLE HOY. Las palabras “artos epiousios”, que nosotros de acuerdo con la traducción que hace la Vulgata (en san Lucas), traducimos por “el pan nuestro de cada día”, san Jerónimo cambia (según san Mateo) la palabra quotidianum por supersubstantialem, dejando el término quotidianum para el evangelio de san Lucas. La gente quiere el pan de cada día, el atrasado no le gusta... Aquí Jesús usa dos términos de sumo interés: el pan de cada día, porque el de mañana, aunque en el original se emple este adverbio, puede llegar tarde para los que se están muriendo de hambre, y la hambruna no tiene espera. ¿No nos recuerda este pan de cada día el maná que recogían cada mañana y solo duraba una jornada? “El de hoy”, ¡hoy! ¡Qué gran adverbio! Ni el de ayer ni el de mañana... el pan “para hoy”. En segundo lugar el pan nuestro, no el mío.

PERDÓNANOS NUESTRAS DEUDAS

No deja de ser significativo que Dios perdone nuestras deudas, referidas acosas, y nosotros a nuestros deudores, es decir a las propias personas. Es una contraposición (deuda - deudor) digna de tener en cuenta aunque habría que precisar qué significado más profundo encierra.
Hoy decimos perdónanos nuestras ofensas, pero la frase griega se inclina más a pensar en deuda comercial o pecuniaria. San Mateo contrapone ofensa a deuda, y Lucas pecado a deuda, es decir, que el perdón de ofensas y pecados debe ser y operar con la radicalidad y el esfuerzo que nos puede costar perdonar una deuda. En realidad cuando Jesús habla de deudores parece referirse de ordinario a personas que debían una cantidad de dinero: tantos denarios, tantos talentos... El haberlo cambiado suaviza el radical perdón. Una ofensa se perdona mucho más fácilmente que una deuda. Las deudas no se olvidan, las ofensas tal vez... Acaso las naciones acreedoras de una gran deuda pública vieron en la expresión perdonar las ofensas un atenuante y una excusa para evadir el compromiso del perdón de dicha deuda pues pocas abrigan el compromiso de perdonar la deuda pública.

Pero hay más aún. Si perdonamos a nuestros enemigos hacemos el acto de amor más perfecto, el más completo acto de perfecta contrición. El perdón no es una anécdota de un buen día en el que amanecimos de buen humor, el perdón es una actitud que hay que mantener viva en todos los momentos y hacer permanente durante toda nuestra vida. Un texto de san Agustín citado por Josef Staudinger en su obra El Sermón de la Montaña, a propósito del rito de la paz, llevado a cabo precisamente una vez dicha esta petición, sellada con el beso de la paz, da un poco más de luz a esta petición cuando dice: “Os acercáis a la mesa del Señor ¿Qué es lo que debemos decirle primeramente a Dios? Perdónanos nuestras deudas, como nosotros perdonamos a nuestros deudores. ¡Apresuraos, por tanto, a perdonaros unos a otros! ¿Llevas el odio en tu corazón y pronuncias estas palabras? ¿Te retraes y no las pronuncias? ¡Cómo!, ¿quieres rezar el padrenuestro y omitir esas palabras? ¡Reflexiona: si las pronuncias mientes; y si no las pronuncias entonces no te aprovecharán para la salvación! Luego di/e a tu corazón: ¡No debes odiar!”(15) (15) Serm. 48, 8. Y añade J. Staudinger: “De este pasaje se deduce que se consideraba el padrenuestro como un sustitutivo de la quizás necesaria confesión”. Y en la nota 122 sustiturivo: ''para los pecados secretos, a los que no se extendía todavía entonces sacramentalmente la práctica de la penitencia. La conciencia del poder del padrenuestro para borrar los pecados no era naturalmente tan viva en todas partes y fue amortiguándose con la obligación de la confesión también para los pecados graves que no eran públicamente conocidos. Pero no se perdió nunca del todo. Las posteriores fórmulas penitenciales colocan con frecuencia en primer plano el motivo del puro amor de Dios, pero no siempre realzan aquella profunda seriedad del examen interno, tal como lo hace la quinta petición del padrenuestro” (16) (16) J. S. El sermón... Ed. Herder, Barcelona 1962, p. 162.
De nuevo aparece aquí la silueta de la cruz y el crucificado. Desde ella se dijeron las más hermosas palabras de clemencia: “Perdónalos, Señor, no saben lo que hacen…”. No sólo tenemos que perdonar a nuestros deudores, también hay que pedirle a Dios que los perdone, y además aduciendo un argumento, una disculpa, no por parte de los deudores sino del que intercede ante el Padre por ellos. El perdón, perdón, es así de desconcertante y radical, predicado y hecho realidad desde la cruz y en el padrenuestro.

“Como nosotros perdonamos…”, no yo, nosotros. “ώς”, aquí es un adverbio de modo, que establece una comparación, perdónanos, tal como nosotros perdonamos. Es la ley del Talión aplicada al perdón: “talis-talis”: Con la misma medida que medís seréis medidos, es decir, con el mismo perdón que uséis lo usarán también con vosotros... Como nosotros perdonamos... Y al estar el verbo griego el aoristo, “άφήκαμεν”, debería traducirse por pasado, es decir, como nosotros hemos perdonado, una acción que ya ha sido llevada a cabo, lo cual cobra más responsabilidad aún, a la hora del perdón. De nuevo hay que atreverse. Y pedimos el perdón en plural, una absolución comunitaria, no perdón para mí. Jesús nos sugiere aquí pedirlo reunidos, no uno por uno, en plural como él lo pidió desde la cruz para nosotros: “Perdónalos...”, (Lc. 23, 34) al paralítico (Mc. 2, 5). A la mujer pecadora: “Tus pecados quedan perdonados”, (Lc. 7, 48), todos tus pecados en racimo, no uno por uno, a fin de que el perdón nos envuelva por completo.
Perdón implica también olvido de las ofensas. En el cementerio de Kiev, donde una llama, ardiendo noche y día, recuerda a los caídos en el frente de batalla, se puede leer a la entrada una inscripción: “Nadie olvida, de nadie se olvida”. En Gijón, en el Colegio de la Inmaculada, antiguo cuartel de Simancas destruido en parte durante la Guerra Civil, se podía leer en la maqueta: “Perdonamos pero no olvidamos”. Es muy edificante a este respecto la leyenda que recoge J. L. Borges: “Abel y Caín volvieron a encontrarse después de su muerte. Caminaban por el desierto y se reconocieron de lejos, ya que los dos eran muy altos. Los hermanos se sentaron en tierra, encendieron fuego y comieron. Estaban callados como suele estar la gente cansada al caer el día. En el cielo asomaba alguna estrella que aún no había recibido nombre. A la luz de las llamas Caín encontró en la frente de Abel la señal de la piedra y dejando caer el pan que iba a llevarse a la boca, le pidió que perdonase su delito. Abel respondió:
- ¿Me mataste tú a mí o fui yo quien te mató a ti? No me acuerdo. Estamos aquí juntos como antes.
-Ahora sé que me has perdonado, dijo Caín, porque olvidar es perdonar.También yo procuraré olvidarme. Abel le dijo lentamente:
-Así es. Mientras dura el remordimiento dura la culpa”. (17) (17) Cit. por Carmine di Sante, El Padre nuestro, Salamanca 1998, pp. 170-171.
Los cristianos de hoy no acostumbramos a olvidar. Además solemos usar dos medidas: hablamos de pobreza, pero maquillamos el término, hablamos de caridad, pero eso que practicamos no es caridad, y decimos que perdonamos, pero ni perdonamos de corazón ni olvidamos. Decimos que amamos pero no amamos. Vivimos en una especie de esquizofrenia lingüística y ética difícil de comprender. Usamos dos medidas, sin damos cuenta de que es una sola medida la que el Señor usará con nosotros: la misma medida con la que medimos.

NO NOS DEJES CAER..., NO QUIERAS LLEVARNOS HACIA LA TENTACIÓN

Aunque a veces usamos más lo negativo, como sucede en el Decálogo que tiene siete mandamientos que empiezan por NO, contra tres afirmativos: amar, santificar y honrar, en el padrenuestro solamente hay un “no” y para eso con el significado de “no nos quieras meter en tentación”, no nos lleves a caer, no en el pecado, ese aún no hizo acto de presencia, sino en tentación. Siempre una barrera antes de... En griego al ser un aoristo ingresivo tiene el significado de “no comiences a llevarnos”.

El verbo caer y tentación suelen ir unidos al sustantivo pecado, así, caer en tentación viene a ser como caer en pecado. El deseo es el que nos pone en camino de pecado, es nuestra actitud positiva o negativa frente a la tentación la que nos puede hacer responsables de la falta.

Hay dos mandamientos que sirven de barrera precisamente al hecho de pecar. Son los referentes al deseo de dos grandes pecados del hombre: la lujuria y la avaricia, es decir, el afán desmesurado de tener ya sea los bienes, ya la mujer del prójimo. Dos pecados que trajeron de cabeza a la humanidad desde siempre. Alguien dijo que
                                              “Si en sexto no hay perdón
   y en el séptimo rebaja,
             a Dios le queda otra opción:
      llenar el cielo de paja “.
Son dos mandamientos al final del Decálogo, puestos ahí para libramos uno de apetecer y querer apropiarnos de lo ajeno, el otro del deseo de poseer la mujer que no nos pertenece. En ambos se mezcla de algún modo el deseo de tener y poseer fuera de lo establecido por la ley. Y están puestos ahí a fin de salvaguardar dos valores importantes de la sociedad organizada, que es el matrimonio, ya que en él se gesta y hasta podríamos decir que se fundamenta la ley de la evolución, y sobre él rueda todo el caminar de la humanidad. El otro valor es en instinto de la propiedad (territoriedad) que desatado fue el detonante de las mayores y guerras y más terribles genocidios, al querer adueñarse de la tierra, riqueza o bienes del otro.

La ascética cristiana desgraciadamente ha unido más de lo debido pecado con lujuria. Abrimos cualquier libro piadoso o de moral y enseguida vemos cómo se suele identificar pecado con sexo. Si un confesor pregunta al penitente ¿pecaste? este no se cuestiona en un primer gesto de culpabilidad si faltó gravemente a la caridad con el prójimo, si dudó de la providencia divina o incluso si agredió, mintió o injurió gravemente..., más bien casi a voto pronto reflexiona si tiene alguna falta grave en materia de castidad.
Habría que cambiar este chip en el que se ha hecho tanto hincapié en sermones, misiones populares y en ejercicios espirituales para lograr que resonara en la conciencia del penitente, siempre que se hablara de pecar, cómo fue nuestro comportamiento en materia de amor y caridad con el vecino, incluso con nuestros enemigos.
Para ello es imprescindible negarse a sí mismo. Y no deja de ser curioso que en latín el verbo sea: nego, as, are. Es como si quisiera expresar ya en sí la negación de sí mismo, la negación, del ego (n-ego), del yo (Mt. 16,24), lo que le daría un matiz muy positivo a dicha negación y más aún a dicho verbo. Pero ¿negarse a sí mismo conduce a algo? ¿No sería más positivo pensar en reafirmarse uno más en sí? El Evangelio recomienda este negarse a sí mismo (Lc. 9, 23) por más que Oscar Wilde afirmara que “La mejor manera de librarse de la tentación es caer en ella”. Pero esa es la razón por la que pedimos a Dios no que no nos deje caer sino que no nos lleve hacia ella. Traduce bien la Vulgata con el verbo in-duco: conducir a... “et ne nos inducas…”, no nos lleves “in”: hasta dentro de la tentación, aunque acaso más fiel al texto griego sería decir: “no trates de llevarnos camino de la tentación “.
El Evangelio nos habla de las tres caídas o pecados del apóstol Pedro, que consistieron en negar a su maestro. La piadosa práctica del vía crucis nos recuerda tres caídas de Jesús bajo el peso de la cruz camino del Calvario.
Y ya que en el padrenuestro le pedimos al Padre Dios que “más que nos libre de caer que no nos lleve, que no nos meta en tentación”. No olvidemos que el diablo para tentar a Jesús lo llevó a la cima de un monte, a lo más alto del templo… Por nuestra parte deberíamos también evitar el deseo, así nos será más fácil no caer. En realidad nadie cae de repente, valga la expresión, nos vamos acercando poco a poco a la caída, imaginando, pensando, deseando... Al joven, a punto de caer, pensemos en la droga, hay que dejarle bien claro, que hubo un proceso de aceptación antes de llegar, y que no se suele llegar si no se emprende un camino. Tampoco se le puede restar importancia con la dichosa frase: “pchsss, ¡por una vez...! “, no, lo que se debe tener en cuenta siempre es que no va a ser por “una vez” sino que va a ser “¡la primera vez!”, tras la cual habrá una segunda, tercera, etc.

LÍBRANOS DEL MAL

Parece ser, según muchos comentaristas, que la traducción de la última frase debería ser “sácanos” o “libéranos del maligno “, un cambio que justifica el uso de la preposición “mas” en vez de la conjunción “y”, convirtiendo prácticamente las dos últimas frases en una misma petición: no nos lleves a tentación más libéranos del maligno. En primer lugar aparece aquí la libertad de la que ya hablamos, ese don tras el que hombre corre y corre. Sin embargo solo seremos libres si vivimos en la verdad (Jn. 8,32). Ser lo que aparentamos y aparentar lo que realmente somos no mintiendo ni de palabra ni con nuestros actos. La verdad nos hace libres, y a libertad hemos sido llamados (Gal. 5,13). El Diablo es el padre de la mentira, del que vive en el engaño. Hoy el Diablo... no es que ande por el mundo con cuernos y rabo, tal como se le acostumbra a representar, y tal como aparece en el monumento que el pueblo madrileño le ha levantado en el parque de El Retiro, no, pero el diablo está presente. Nadie se atrevería a afirmar que Cupido anda por jardines, bailes y romerías arco en ristre, si así se puede decir, lanzando flechas, y sin embargo nadie niega su existencia. El mal existe, lo vemos por todas partes. Qué ropaje use y como se deje ver como persona, esa es ya otra cuestión. Dice el premio Nóbel William Golding que “el hombre produce mal como la abeja miel”, tremenda frase.
También aquí se podría decir: “el Reino del Mal está dentro de nosotros”, de ahí la petición... líbranos del mal, mas líbranos del maligno. Jesús lo pide al Padre para sus discípulos “No te pido que los saques del mundo sino que los libres del mal” (Jn., 17, 15).

Estar en el mundo, pero no ser del mundo, es tener los pies en el suelo, (Jesús se los lavó a los discípulos), es vivir los problemas de los desheredados, es estar a su lado, pero sin ser del mundo, sin participar de sus posturas y criterios. Curiosamente muchos cristianos no están en el mundo, viven en las nubes, en la estratosfera, no se involucran en los problemas del diario vivir ni luchan contra el mal que nos rodea. No están en el mundo, pero son del mundo, porque viven, piensan y reaccionan como gente de mundo. Con su actitud demuestran que para ellos Jesús nunca habló de perdón ni de amor a los enemigos. Para ellos Jesús sigue en el sepulcro. No viven en el mundo, pero son y viven según el mundo. De esa mentalidad también le pedimos al Padre que nos libre.
En la señal de la Cruz (signarse) toman parte esas dos fuerzas, la de Dios y la del Mal, la de: Dios Padre: “En el nombre del Padre...”, la del Maligno en la expresión “de nuestros enemigos líbranos...” que equivalente al “más líbranos del mal” del padrenuestro. De nuevo una primera invocación y un último ruego el primero referido a Dios y el último al Diablo.
Entre los incontables textos que podríamos reunir sobre esta oración, he aquí lo que nos dice Miguel Eyquen de Montagne (1533 1592) en uno de sus  “Ensayos”
“Puede la Iglesia extender y diversificar los rezos según las necesidades de su instrucción, pero al padrenuestro debiera dársele el privilegio de que la gente lo tuviera siempre en la boca porque en esa oración se dice cuanto nos es menester y resulta adecuada a todas las ocasiones. Es la única plegaria de la que yo me sirvo de continuo y la repito antes que cambiarla por otra, por lo tanto ninguna tengo tanto en la memoria como esa... “. (18) (18) Ed. Orbis Barcelona 1984 t. 1, ed. íntegra, “De las plegarias…”:pág. 257, c. LVI.

AMÉN
Si uno no une Padre nuestro con pan nuestro, no puede decir Amén.
 Leonardo Boff

Amén, es decir que sea sí. También tiene cuatro letras lo mismo que YHVH, lo mismo que DIOS. De ahí que de algún modo podríamos llamado el tetragrama final de la oración.

Y sobre la cruz desnuda, lo más hermoso que hizo Dios, un desnudo, el cuerpo de Jesús. Los soldados lo despojaron de sus vestiduras. Todo un símbolo que se podría aplicar hoya la Iglesia, despojada de sus vestiduras: leyes, normas, cánones, poder, ostentación, riqueza (en sus miembros más que en la institución), soberbia, vanagloria... ¡cuanto ropaje! Lo hacen en primer lugar los enemigos de la Iglesia con sus críticas, lo que es de algún modo hay que agradecer ya que si es verdad nos ayudar a hacer examen de conciencia y corregirnos, y si es calumnia no hacen más que cumplir las escrituras: Os calumniarán… Y también lo están llevado a cabo a su manera los escrituristas con el Evangelio. Quieren encontrar el verdadero cuerpo de Jesús, las palabras verdaderas -dicen ellos- (cosa un tanto extraña puesto que el Evangelio todo él en su conjunto no es historia sino simple catequesis adornada de anécdotas, o sencillas anécdotas con las que tratan de catequizar y anunciar la buena nueva).
Pero, puestos a rebuscar lo históricamente verdadero, despojan los Evangelios de frases supuestamente interpoladas, milagros o signos, falsas interpretaciones por parte de los evangelistas, buscando siempre el cuerpo desnudo de Jesús. Sin duda el evangelio puro, tal como lo vivieron santos como Francisco de Asís, sería el ideal, acaso una utopía, una santa Utopía. En su implacable afán de búsqueda ¿no correrán el riesgo algunos de tratar de encontrar el corazón de la cebolla y quedarse con las manos vacías? ¿No está el mensaje precisamente entre los pliegues de la frase, en el meta sentido de la palabra, en el más allá del texto escrito? Lo malo es despojarlo de sus vestiduras y luego con nuestra vida y modo de comportamos clavarlo en la cruz de nuevo.
De todas formas el cuerpo desnudo, un desnudo sobre aquellos dos palos en lo alto del Calvario pasará a la historia, a la literatura a la pintura como expresión de la belleza, acaso la más hermosa de cuanto el arte en todos sus aspectos ha tratado de plasmar sobre el lienzo, el papel, el pentagrama, la piedra o el mármol. Hombres sin fe como lo fue Ernesto Renán (1823-1892), que apostató a los 23 años, no puede menos de exclamar al ver a Jesús morir en la cruz: “Tu obra queda concluida, tu divinidad fundada. A costa de unas horas de dolor has conseguido la más completa inmortalidad… Mil veces más vivo, más amado después de tu muerte que mientras cruzaste este valle de lágrimas… llegarás a ser de tal modo la piedra angular de la Humanidad que, borrar tu nombre de los Anales del mundo, sería conmoverle hasta sus cimientos”. (19) (19) E. Renán, Vida de Jesús, Ed. Petronio, Barcelona 1973, p.247.

AVE MARÍA

El pueblo fiel suele añadir al padrenuestro un avemaría. No haremos aquí su exégesis. Analizando la palabra AVE vemos que las vocales de la palabra Dios en hebreo: Iahvé son las mismas que las del saludo Ave, o Eva (madre) al revés y las consonantes I y H las dos de Jesús Hombre, del anagrama IHS.
Por otra parte se podría aplicar de igual modo a esta breve oración en sus dos partes el mismo simbolismo que el aplicado a la oración dominical referida a la cruz, con ciertas y claras diferencias, como es lógico, pero con el mismo esquema: el palo, vertical en la primera parte, ya que toda ella se dirige a Ella, al TÚ de María, siendo el NOSOTROS empleado en la segunda parte. Usa también el recurso psicológico de alabar primero, -oración de alabanza- en primer lugar y luego la oración de petición o impetratoria. Finalmente has dos palabras claves en esta segunda parte, son un adverbio -fundamental en la vida de cada persona- que no es el ayer ni el mañana que ya no son, ni siquiera el hoy sino el ahora, en este instante, que es cuando pedimos que rugue por nosotros y es el único tiempo del que somos dueños. Y la otra expresión es la hora de la muerte, el momento decisivo del cristiano, donde nos jugamos todo y que con frecuencia solemos dejar siempre a la improvisación.
En noviembre de 1989, cuando comunican al médico y psiquiatra Vallejo-Nájera, gran amigo del torero Dominguín, que su enfermedad era irremisiblemente mortal, acude a la finca de Luis Miguel, con la intención de animar al torero a que recupere la fe religiosa: “No te voy a pedir que cambies de vida ni dejes de beber, que estás hecho un desastre... Dile a la Virgen: -Virgen mía, ayúdame a entrar. Dios mío, perdóname”. Se quedó muy conmovido, dice V. Nájera en su libro “La puerta de la esperanza”. Me dijo que, si Dios le tomaba la palabra, confiaba en ir al paraíso, porque nunca había hecho el mal conscientemente a nadie y siempre había procurado ayudar a los demás”.
Al día siguiente, los dos amigos salen de caza, a caballo. En la soledad de la naturaleza, en vez de disparar a los animales, mantienen una última conversación, verdaderamente emocionante.
-“Luis Miguel, reza conmigo un Ave María, aunque sólo sea la segunda parte, Santa María, madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores… que tú, Luis Miguel, lo eres de narices”. Y le pide que rece esta plegaria a María todas las noches. Luis Miguel se lo promete... (20) (20) José Luis Olaizola, La puerta de la esperanza, Barcelona 1990, p.117)
Con ese ruego quiero yo también dar por terminada esta reflexión sobre la cruz, y el padrenuestro, con María aquí, como estuvo en el Calvario, al pie de la Cruz. Pero antes del punto final no resisto la tentación de copiar dos pasajes, uno de Charles Peguy sobre ambas oraciones, el otro sobre la cruz y el padrenuestro de García Morente, oraciones hechas realidad en su propia vida. Puede ser un hermoso colofón aprovechable para nuestra vida espiritual. Dice Ch. Peguy:
“Nuestra Señora me ha salvado de la desesperación. Este era el mayor peligro. L agente como nosotros tiene siempre bastante fe y bastante caridad.
Es la esperanza la que puede faltarnos. Salí de esa situación escribiendo mi Porche. Figúrate que durante diez y ocho meses no pude rezar el padrenuestro… Yo no podía decir “Hágase tu voluntad”. No podía decirlo ¿Comprendes lo que es esto? No podía rezar a Dios, porque no podía aceptar su voluntad. Es horrible. No se trata de rezar oraciones de boquilla. Se trata de decir verdaderamente lo que se dice. Yo no podía decir verdaderamente: “Hágase tu voluntad”. Entonces recé a María. Las oraciones dirigidas a María son las oraciones de reserva… No hay ni una sola en toda la liturgia, ni una ¿entiendes? ni una que el más miserable pecador no pueda decir verdaderamente. En el mecanismo de la salvación, el Ave María es el último socorro. Con él no se puede estar perdido” (21) (21) “Lettres et entretiens, en cahiers de la Quinzaine, serie 188 Paris 1927. Cit. por Charles Moller IV pág573.)
Y como remate final, parte de un texto que dejó escrito ese gran filósofo y ejemplar converso al Catolicismo que fue el profesor García Morente donde cuenta la experiencia del día y hora en que tuvo su encuentro con Dios:
“… poco a poco se fue agrandando en mi alma la visión de Cristo hombre clavado en la cruz en una eminencia dominando un paisaje de inmensidad, una infinita llanura pululante de hombres, mujeres y niños sobre los cuales se extendían los brazos de Nuestro Señor crucificado. Y los brazos de Cristo crecían, crecían y parecían abrazar a toda aquella humanidad doliente y cubrirla con la inmensidad de su amor. Y la cruz subía, subía hasta el cielo y llenaba el ámbito todo y tras ella también subían muchos…
Subían todos, ninguno se quedaba atrás, solo yo, clavado en el suelo veía desaparecer en lo alto a Cristo rodeado por el enjambre inacabable de los que subieron con él […] Y puesto de rodillas empecé a balbucir el padrenuestro y ¡horror! ¡Se me había olvidado!! [....]
Permanecí de rodillas un gran rato ofreciéndome mentalmente a nuestro Señor Jesucristo con las palabras que se me ocurrían buenamente.
Recordé mi niñez, recordé a mi madre a quien perdí cuando yo contaba nueve años de edad, me representé claramente su cara, el regazo en el que me recostaba estando de rodillas para rezar con ella. Lentamente, con paciencia fui recordando trozos del padrenuestro, algunos se me ocurrieron en francés, pero al traducirlos restituí fielmente el texto español. Al cabo de una hora de esfuerzo logré restablecer íntegro el texto sagrado, y lo escribí en un libro de notas. [...] Una inmensa paz se había adueñado de mi alma... (29 de abril de 1937).
(22) (22) Manuel García Morente (Jaén 22 de abril de 1886).­Conversión: Madrid 7 de diciembre de 1942. (El subrayado es nuestro).


Padrenuestro / Madre Dios

Padre Dios, también Madre te han llamado
por ser madre lo más vida y ternura
que eleva a la mujer a tanta altura
que a ser casi divina la ha encumbrado.

Y si el padre algo de él nos ha legado
la madre es quien nos hace criatura
creciéndonos primero en la cintura,
llevándonos después a su costado.

El ser Madre tu paternidad eleva
a dar a luz al Verbo, ¡oh maravilla!
y así también Adán tu imagen lleva.

Él nace de tu mano y de la arcilla,
mas por Ti también él fue madre de Eva
pues Eva le nació de su costilla.

Padre nuestro que estás en el cielo...

Padre nuestro, que habitas en el cielo..
si el ser Padre a los hijos hace hermanos
el ser hijos nos hace unir las manos,
un gesto que nos sirve de consuelo.

Decir Padre es alzar al cielo el vuelo,
decir nuestro es hacemos más humanos,
que no hay causa mejor entre cristianos
que crear hermandad a ras de suelo.

Dos palabras resumen la doctrina
de todo el Evangelio y Ley Primeva:
Padre nuestro “, no hay otra Ley divina.

Decir Padre hacia Dios nos encamina,
decir nuestro hacia el prójimo nos lleva
ahí empieza la Ley y ahí termina..




Santificado sea tu nombre...

¿Cómo pides, Señor, Dios Inefable,
santificar tu nombre, cuando Tú eres
la misma Santidad, y entre tus seres
tu nombre fue en un tiempo el Innombrable?

Si a tal punto lo fue por  respetable
en Ley del Sinaí ¿por qué prefieres
se santifique ahora? O es que quieres
volverte más humano y más afable?

Cambió la antigua Ley, temores fuera,
triunfó el amor, que nadie pues se asombre
que su nombre en los labios oír quiera.

y es que nada al oído de cualquiera
resuena más doncel que el propio nombre
ni nada que, mal dicho, más le hiera.

Venga a nosotros tu reino...

Piensa mal el que piensa ir a la vida
soñada más allá de las estrellas.
No fueron hacia Ti las diez doncellas,
esperaron sentadas tu venida.

Venga a nos el tu Reino, y da cabida
a estas ansias de Ti, a estas querellas.
¡Ven, ven, Señor Jesús! muestra tus huellas,
señal de que te acercas enseguida.

No se muere... Morir es simplemente
esperar a que llegues a nosotros
sentado en una nube refulgente.

y no tardes, Señor, mira a tu gente
caminando sin rumbo unos tras otros
en busca de tu reino inútilmente.


Hágase tu voluntad...

Hay quien a obedecer le llama andana
y hacer la voluntad de Dios no quiere
pues dice que él es libre y que prefiere
decir y hacer lo que le venga en gana.

La voluntad fue siempre soberana,
 que el otro te la pise es lo que hiere
y aún ofende a Dios más el que creyere
que así el nombre divino no profana.

Hacer Su voluntad es lo sensato.
Hacer mi voluntad contra la suya
 es robar gloria al cielo sin recato.

Siendo humilde a sus ojos te haces grato
y su gloria buscando, no la tuya,
obtendrás de Él mil gracias de inmediato.

Danos hoy nuestro pan de cada día...

Era pan el maná de madrugada,
y maná a Adán y a Eva regalaste
de por vida, y a cambio les mandaste
 no comer de la fruta señalada.

Mas no siendo tu orden respetada
del jardín del Edén los arrojaste
y a comer luego el pan los condenaste
con trabajo y sudor cada jornada.

Una tarde la gente te seguía
y les diste tu pan. Señor, si puedes
 haz de nuevo el milagro de aquel día

Danos hoy de ese pan que el hombre ansía
 y con él mira a ver si nos concedes
también hambre, Señor, de Eucaristía.




Perdona nuestras ofensas...

Perdona nuestras deudas. Hoy se dice
perdona las ofensas, nadie olvida
al deudor de una deuda contraída,
olvidamos mejor al que maldice.

Dios perdona y olvida y aún bendice
a quien mide el perdón con la medida
que quiere usen con él en la otra vida
y hará con mi perdón lo mismo que hice.

Difícil petición esta que hacemos:
si el perdón de ese modo recibimos
pues así nueva deuda contraemos.

Por eso hay que decir: Nos atrevemos...
Si luego en perdonar nos desdecimos
a ver el día aquel qué respondemos.

No nos dejes caer en tentación

No nos dejes caer, eso pedimos,
 alertados por Ti eso esperamos,
caemos sin embargo y renegamos
a pesar del favor que recibimos.

No nos dejes caer, pródigos fuimos
por un mundo de goces y reclamos.
Tras caer en tu olvido hoy regresamos 
suplicando la gracia que perdimos.

No se cae sin más ni a la primera.
Son más bien los misterios del destino
los que guían al hombre en su ceguera.

No nos dejes caer, ven a la vera
del que a punto de errar en tu camino
busca amor o poder a su manera.




Mas líbranos del mal...

y líbranos del Mal, el Diablo existe,
por más que en él no crea alguna gente,
que es su misión tentar y estar presente
al par que de mentira se reviste.

Lo sabe quien lo sufre y se resiste,
lo sabe el que es tentado abiertamente,
también Jesús lo supo, penitente,
y así en hacer caer al hombre insiste.

El sabe presentamos el engaño
sembrando una fe nueva en su inocencia,
la fe de que ni tienta ni hace daño.

y aún miente desde el árbol de la ciencia
queriendo que creamos como antaño
que se es Dios no creyendo en su existencia.

Amén

Amén decimos al final del Credo,
Memoria viva e ideal cristiano,
El padrenuestro en él se da la mano,
Nunca otro ruego fue mejor remedo.

Amén tus hijos recitamos, quedo
Murmullo al viento y eco del Arcano,
En su secreto ni lo oyó el profano
Ni quien creyó lo rezará con miedo.

Amén decimos y la voz resuena
Santa en el templo en su honor y gloria,
Inmune al llanto pues de gracia es plena.

Se inmola al Padre sobre la patena
En nueva ofrenda nuestra vieja historia
Aunada a Cristo en la Santa Cena.

ÍNDICE


El lenguaje de la cruz ……………………………
En el arcano de un cuadrado mágico    …………..
Oración: pater noster    ………………….………..
Dos palos, una cruz.     ………………………........
Tres tipos de oración y una sugerencia   .....……….
Padre, padre nuestro    .……………………………
(Que estás) en los cielos     …………………………
Santificado sea tu nombre     ....................................
Venga (a nosotros) tu reino..... ........………………..
Hágase tu voluntad    …....………………………….
Así en la tierra como en el cielo   ......……………….
El pan nuestro de cada día     …..................................
Dánosle hoy     ………………………..……………..
Perdónanos nuestras deudas     …………...………….
No nos dejes caer..., no trates de llevamos     ……........
Líbranos del mal    ………………………………...….
Ave María    ....................................................................
Glosa en verso     ………...……………………………
Índice    ….………………………...…………………..