LA PURIFICACIÓN DE LA PURÍSIMA
A VUELTAS CON LA FE…
Purificar a la que es purísima parece un pleonasmo, y sin embargo uno trata de quintaesenciar su culto, despojándolo en lo posible de impurezas. Hoy he pensado en Ella, en nuestra madre a quien, no idolatramos, aunque a veces, cuando se ama, lo expresó muy bien Bécquer, nos quedamos ante su imagen “mudos, absortos, de rodillas, como se adora a un dios antes su altar…”. No es simple veneración. Y hoy quisiera hablar sobre su fe. La fe de María. No recuerdo que el Evangelio recoja alguna confesión en la que la Virgen haya hecho expresamente un acto de fe. La iconografía recoge imágenes que llevan como título: “La Virgen de la Fe”. Aquí más que de la fe de María vamos a tratar de nuestra fe en María. Hans Küng dice en su libro Ser cristiano: “Yo no creo en la Biblia, como creen los protestantes, sino en Aquel de quien ella testifica; ni creo en la Tradición como hacen los ortodoxos, sino en Aquel que ella transmite; ni siquiera creo en la Iglesia Católica sino en Aquel a quien ella predica” y podríamos nosotros añadir: Yo no creo en la Virgen sino en lo que de ella nos enseña el Evangelio.
HOY HE VUELTO A REZAR
A LA PUERTA DE LA ERMITA
Su culto se ha generalizado al bautizar con alguna de sus advocaciones infinidad de templos, pero sobre todo ha sido motivo de culto en santuarios en alguno de los cuales presuntamente hizo acto de presencia ante algunos videntes. Estos santuarios siempre aparecen en medio de la naturaleza: en un bosque, sobre una colina, junto a un río o una fuente, en una cueva… pero podemos decir que no se ven santuarios urbanos. María es ecologista, aldeana, no urbanita, nunca que sepamos se apareció en la esquina de una calle, sobre un tranvía, en medio de un boulevard, ni en el árbol de algún parque. Curiosamente Jesús también era amante de la naturaleza: nació en una gruta, predicó en una montaña, se bautizó en un río, buscó apóstoles junto a un lago y finalmente murió y subió a los cielos en un monte. ¡Santo mío! Ecologista cien por cien. Dios ama la naturaleza, no cabe duda, y consiguientemente su madre también. El pueblo fiel ya desde siempre ha tenido una atención desmedida por estos lugares donde se apareció o simplemente donde se venera su imagen, en estos santuarios donde alguna de sus advocaciones son objeto de un culto que a veces se desborda y va un poco más allá de la hiperdulía (culto específico de la Virgen).
UN VENDAVAL
A uno de estos santuarios acudía yo cada año unas veces a predicar, otras a cantar y acompañar la misa con el acordeón, otras simplemente a ayudar al párroco, un cura no muy viejo, que había sido vocación tardía pero que tenía una fe y una devoción a la Virgen desmedida, ajena a toda duda. La imagen de aquel santuario era una de esas “vírgenes de vestir”, que solamente tienen cara y manos, y el resto un armazón de madera. Las devotas lo recubrían el día anterior con su mejor vestido y su más vistoso manto. En una de aquellas fiestas mientras la procesión avanzaba lentamente en torno al templo se levantó de improviso un vendaval tan fuerte que en un momento dado se llevó el manto y parte del vestido quedando el armazón al aire, ante la mirada atónita y desconcertada de los fieles y el disgusto consiguiente del preste. Aquel buen cura, que a pesar de los años de seminario no había perdido aún un lenguaje un tanto callejero, al ver a su virgen despojada de sus ropas dejando a la vista su desnudez de maderamen soltó un par de tacos e hizo a media voz un juramento: “¡Ay, Santina…! ¡Prométote que en la p… vida te va a ver ya nadie más en… ”. (Cada uno pude suplir los… con cualquier prenda íntima, acertará. Yo lo silencio por pudor). Me dio la sensación de que la Virgen meneaba la cabeza negativamente balbuciendo: Manolo, Manolo…, que así se llamaba el cura. La cubrieron como mejor se pudo y en medio del ventarrón, que ya venía acompañado con la lluvia, se introdujo en la ermita. Después de algunos meses el buen cura se desplazó a la capital e hizo las gestiones pertinentes con un taller de arte, sustituyendo la imagen de vestir por una de talla hecha de madera noble. Era una hermosa imagen sentada con el niño en brazos, imitando las medievales vírgenes románicas. Cuando la gente llegó al santuario, al verla empezó un runruneo alcanzando poco después a las protestas… “Esta no es nuestra virgen, nos la han cambiado…”. En vano trató primeramente el cura, luego los predicadores de sentar las bases de una verdadera devoción. Todo fue inútil. El malestar llegó a ser tal que aprovechando la llegada de otro cura se destronó la talla y se volvió a vestir y a colocar de nuevo en su hornacina la antigua imagen… “¡Estas sí que es nuestra Virgen, esta, esta, no esa otra…!”, se oía un tanto despectivamente por doquier.
SANTA MARÍA EN…
El suceso me hizo cavilar por algún tiempo y se me ocurrió pensar qué ocurriría si en buena ley, por ser teológicamente saludable, un buen día se diera una orden de intercambiar en España las imágenes de todos los santuarios, llevando, por ejemplo la del Rocío a Monserrat, la del Pilar a Guadalupe, la de Covadonga al santuario del Camino (León), etc. etc. y así todos los demás santuarios… La imagen es solo una representación de la verdadera y única virgen nazarena, pero seguramente los sentimientos del pueblo se rebelarían removiéndose desde sus más hondas raíces y la protesta no se dejaría esperar. “Nos han cambiado la Virgen, y mira tú la que nos han traído, y además andaluza o asturiana…”. Y es que la devoción que practica el pueblo, más que a la humilde virgen de Nazaret, madre del Salvador y madre nuestra, parece ser a una imagen, “una”, a un icono que llevan en el alma desde niños. En vano una adecuada formación teológica trataría de hacerles recapacitar que lo mismo se venera a la Virgen ante una imagen del Rocío, que ante una de Montserrat, de Covadonga o de donde sea. Por tanto no cabe duda de que en estos cultos hay algo más que hiperdulía, acaso un culto rayano ya sino en idolatría pura y dura, sí en una “santa e inocente idolatría”.
Ya viene de atrás el error alimentado por una preposición gramatical, la preposición “de”, que puede indicar origen, procedencia, modo, etc. pero sobre todo aquí parece estar empleada más bien y únicamente como pertenecía (Virgen de) y por tanto la procedencia, ya sea del Rocío, de Guadalupe, de Montserrat o Covadonga…, se apodera de la palabra principal que es la Virgen y la supedita, haciendo que lo importante sea no la Virgen sino la imagen, el lugar o procedencia. Por eso desde hace años en nuestras homilías sobre el tema venimos diciendo e insistiendo en la claridad que se le daría al tema si en vez de la preposición “de”, empleáramos la preposición “en” (la Virgen en), lo que, indicaría que es la misma Virgen, la misma persona la que veneramos, pero bajo distintas figuras, imágenes o formas, “en” distintos lugares y festividades, o como decía un cura amigo, “en todas es la misma Virgen de Nazaret, pero en cada lugar vestida con el traje regional propio de la comarca”.
HIPERDULÍA, MARIOLATRÍA
También otras imágenes pueden acaparar una atención devocional un tanto heterodoxa dando más culto e incluso más poder taumatúrgico a cualquier santo que al Santo de los santos sacramentalmente presente en los sagrarios. Se pasa ante él sin apenas un gesto de adoración para ir a postrarse de rodillas ante cualquier imagen. No es a las imágenes a las que hay que dar culto, estas son iconos, símbolos que nos llevan a través de ellas hacia la gran Verdad. El culto a los santos debe ser transitivo, debe atravesarlos sin detenerse en ellos para llegar a lo divino. Su mediación solo es en tanto en cuanto, puesto que la verdadera y única mediación es la de Jesucristo. Por algo todas las oraciones de la Iglesia terminan intercediendo, “por nuestro señor Jesucristo que contigo vive y reina…”, nunca por un santo.
Todo ello nos llevaría a revisar también nuestra fe ante este culto a la personalidad que a veces parece desbordar los límites de lo ortodoxo. A los grandes personajes del cine, del deporte, de las letras o de la música se les suele llamar ídolos. Y no cabe duda que reciben un culto cuasi idolátrico por sus fans (reliquias, imágenes…). Pero eso mismo nos puede suceder a los católicos por ejemplo con el Papa, lo que se vino a llamar papolatría. O visitar lugares santificados con alguna supuesta presencia sobrenatural lo que sería caer también en algo así como topolatría, o adoración de un recinto. “Este es un lugar santo hay que quitarse las sandalias…”, dijo Iahvé a Moisés, pero hoy el culto en estos lugares, fuera de los templos, debería administrase con la debida atención evitando los excesos.
UNA RIADA
En octubre de 2012 una crecida del Gave de Pau inundó el santuario de Lourdes. Solamente se veía la Virgen, unos cirios y un crucifijo. Yo creo que si sabemos interpretar los hechos también se podría aplicar a nuestro caso como una lección de la naturaleza empeñada siempre en limpiar y purificar lo que el hombre contamina, en este caso a limpiar fanatismos y abusos en el culto, sin contar con el comercio de imágenes, agua bendita, estampas, suvenires, etc. que rodean estos santuarios que si no caen directamente en simonía andan siempre por sus aledaños y habría que evitar los excesos a toda costa, respetando, desde luego, a los que de “buena fe” acuden a María en busca de ayuda.
Una riada que barriera miles de estos falsos conceptos incrustados como excentricidades en la auténtica fe sería conveniente y hasta necesaria. Sin duda la Virgen, tan habladora en apariciones a videntes y paradójicamente tan callada en el Evangelio, desde allí donde se encuentre lo aceptaría con agrado, lo bendeciría sonriente y acaso, acaso… hasta sería capaz de hacer algún milagro para confirmarlo.
José Manuel Feito
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