lunes, 2 de septiembre de 2013

PAPA FRANCISCO SÍ, PERO...


Estamos todos, o casi todos entusiasmados con el nuevo Papa. Parece que fue un milagro. Como si se hubiera abierto el cielo o roto una vidriera en la gran catedral de la santa Iglesia y entrara un vendaval. “Por favor, aire fresco” gritaba E. Sola, autor de “La Isla”, por favor aire fresco, un nuevo espíritu anhelaban muchos  creyentes. Cada discurso, cada intervención del nuevo Papa es una sorpresa… La gente quiere cambio. Eso hizo triunfar a un partido hace años en unas elecciones. Cambio, por favor… Sucesor de Juan XXIII, parece que al fin la iglesia ha encontrado  su camino…
PERO…
¿Quién ha pensado en esos dos tercios de cardenales que lo eligieron? ¿Acaso no es a ellos a quienes se lo debemos? ¿Qué sesudo periodista -zahoríes algunos de los entresijos más entresijos de la gran noticia-, podía sospechar siquiera que, bajo aquellos capisayos, no sé cuantos llevaban en su cabeza un plan, un programa, una persona?  “Ecclesia reformanda…”, ¡hay que reformar la iglesia…!, pedía san Agustín… Tardamos un montón de años en llevarlo a cabo. Uno veía desfilar camino de la capilla Sixtina a 115 cardenales, muchos entrados ya en años, y al parecer la mayor parte iba pensando: Ecclesia reformanda…, esto tiene que cambiar, esto debe cambiar, la curia debe ser cribada, la iglesia purificada, las estructuras remodeladas.
Y al parecer es por la curia vaticana, con la sombra de la banca y de los lobby a sus espaldas, por donde dio comienzo.  Con todo hay un error en no pocos comentaristas al confundir la jerarquía con la curia, y la Iglesia con la Jerarquía, aunque en parte se entrecrucen. En la curia puede haber seglares sin ser por tanto ni jerarquía de orden que se imparte por un sacramento, ni siquiera de jurisdicción que es confiada por nombramiento. Y era la curia el punto de mira de dos tercios de los cardenales. Los cardenales gozan de ambas jerarquías, orden y jurisdicción. Pues bien, fue precisamente la jerarquía la que pensó en un cambio en la curia y demás estamentos contaminados dentro de la Iglesia.
A menudo se cae en la teoría de los universales, otra vez el eterno problema medieval del nominalismo, como si la jerarquía fuera una especie aparte, un ente real que anda por ahí planeando sobre las cabezas de los fieles y no tan fieles. Creo que en este terreno habría que volver al nominalismo y dejarse de crear entes de ficción. La jerarquía y la Iglesia están compuestas por ciudadanos, por personas, personas con un poder sacramental o jurisdicional, pero al fin y al cabo personas como el resto de los humanos.
El ser cura, obispo o papa es solo un adjetivo, que no anula ni siquiera aminora a la persona, al hombre, si acaso solo lo enriquece. El sustantivo es ser hombre, ser persona, con los mismos atributos, derechos y obligaciones que cualquier otro votante y contribuyente, exactamente los mismos. La voz Iglesia, en algún sentido, también cabría decir que es una especie de flatus vocis, porque la iglesia somos todos, uno por uno…, sin personas, sin cristianos no habría iglesia. Que a esa unión de fieles se le llame iglesia no deshumaniza ni despersonaliza a sus miembros, en un apartheid religioso, ¡qué más quisieran muchos! siendo así que sus miembros son, somos ciudadanos de a pie como otros cualesquiera.
Por eso el papa Francisco nos quiere antes personas que cristianos, antes cristianos que curas, primero buenas personas… luego buenos cristianos, ejemplares ciudadanos, excelentes vecinos siempre en primer lugar, y el resto, los adjetivos que se quiera, como complemento.
“Volviendo a lo primero…”, que decía el viejo catecismo, volviendo a los cardenales que votaron al Papa ¿no merecerían un mayor protagonismo, y tenerlos más en cuenta con algún tipo de reconocimiento público…, un premio o al menos  un poco más de atención, consideración y admiración?
Yo creo que tienen derecho a ello. Si algo pudiera uno pedir y hacer saber al Papa Francisco, sería que olvidara aquel “esto no os lo perdono” que dijo tras la elección y tras el perdón y en nombre de toda la iglesia tuviera un recuerdo de gratitud para sus al menos 76 electores. Yo solo me atrevo a decir ante tanto acierto y discreción: ¡Gracias eminentísimos señores!

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