LA SANTÍSIMA TRINIDAD.-16-VI-2019
(Jn., 16, 12-15) C
La palabra Trinidad no
aparece en la Biblia. Se acuña en el s. III y su
doctrina teológica se formula y pone en circulación entre los creyentes, por
hablar de algún modo, en el s. IV.
Parece ser que fue Alcuino, teólogo y filósofo anglosajón de la
corte de Carlomagno en el s. IX, el
primero en componer una misa en honor de este misterio. Los monjes de Cluny, en el s. XI, y los del Cister en el XIII, dieron un gran
impulso a la fiesta hasta que el año 1334 Juan
XXII, papa en Aviñón, la impuso y
mandó que se celebrase en toda la Iglesia.
Pero el hecho de que la
palabra trinidad no aparezca
explícitamente en las Sagradas Escrituras no quiere decir que no tenga su
fundamento en ellas. Lo acabamos de ver
en la lectura de la carta de san Pablo
a los Romanos: “En paz con Dios… por medio de Jesucristo… con el Espíritu Santo que se nos ha dado” (5,
5). Jesús envía a sus apóstoles por
el mundo a bautizar en nombre de las tres
personas... San Esteban mártir, exclama poco antes de morir: “Veo el cielo abierto y a1 Hijo del Hombre a
la derecha de Dios…, dijo lleno del
Espíritu Santo” (Hech. 7, 55) por citar sólo unos textos.
Todo esto unido a que el
número tres tiene en la numerología
una connotación sagrada, hizo que las representaciones plásticas de este
misterio fueran cuajando poco a poco en la iconografía y en el lenguaje
cristiano. Ello tiene también su historia entre pensadores y culturas no
cristianas. Platón, por ejemplo, al hablar de los números y
de las figuras geométricas argumenta que el círculo y las tres clases de
triángulos pertenecen al orden ideal. Constantino
el Grande impuso a sus tropas el saludo militar que aún se conserva y que
consiste en llevar los tres dedos de la mano derecha, los tres que usamos para
santiguarnos, hasta la frente mientras se recuerda a la Santísima Trinidad.
Y han sido muchos los
escritores de los primeros tiempos que han hablado de este misterio, y en
especial los Santos Padres de la
Iglesia, y que nos han legado hermosos escritos sobre el tema. Novaciano y Tertuliano, Orígenes cuando arremete contra Celso, san Agustín al atacar a los arrianos, y otros muchos han hecho que
el pueblo fiel se esforzara también a su modo en entender, expresar y hasta
representar plásticamente la Trinidad de Dios. Incluso algunos filósofos
modernos, tales como Hegel y tan ajenos a la idea cristiana como Carlos Marx, han visto en la Trinidad
un anticipo de su doctrina, que ellos basan en la dialéctica, o desarrollo de
la materia y de la historia, en las tres etapas de tesis, antítesis y síntesis. Sin embargo entre los teólogos
cristianos hay quien afirma, como el alemán Dietrich Bonhoeffer, ahorcado
por las SS nazis, que una catequesis nunca debería empezar explicando este
misterio sino que, al modo de los primeros cristianos, habría que dejarlo para
los iniciados. Y aunque el filósofo Manuel
Kant, apurando el tema, dijera aquella conocidísima frase de que “con la doctrina de la Trinidad no se puede
hacer nada práctico” hoy vemos cómo, de unos años a esta parte, este
misterio está cobrando de nuevo actualidad, al menos por lo que respecta a su
tratamiento en muchas Revistas de Teología.
No cabe duda de que estamos
ante uno de los grandes enigmas de la divinidad. El hombre se mueve casi siempre a flor
de piel, sobre la superficie del espíritu y de la materia, del pensamiento y de
las verdades de la fe.
Profundizamos poco. Pero cuando lo hacemos, a medida que
ahondamos, nos vamos encontrando más y más con el espíritu y nos vamos
acercando más y más a Dios y a la Verdad.
En el libro “Los secretos de la materia” de Helmut Karl, después de hacer la historia
de los avances y esfuerzos del hombre por descifrar los secretos que encierra
la materia, avances que de día en día nos asombran más sin duda alguna, añade
que la materia, para ser bien comprendida, hay que traducirla en fórmulas, a
ser posible matemáticas, “pudiendo decir
que la verdadera imagen del universo igual da que se trate del macrocosmos que
del microcosmos se encierra en una idea.
La moderna física atómica zanja la antigua discusión entre Platón y Demócrito (espíritu versus materia) a favor de Platón, es decir, a favor de una estructura o concepción espiritual del
universo. Al fin y al cabo la esencia de la cosas se encierra en un número, en
una ecuación, en una idea; o sea, en una palabra, la esencia de las cosas es
espíritu…”. Y si nos paramos a pensarlo un poco es cierto, pues para
explicar algunas verdades de las ciencias ¿no se usan siempre fórmulas
matemáticas? Todos sabemos lo que es una
circunferencia pero cuando un matemático trata de explicarla acude a una
fórmula, puesto que en ella se resume lo mejor posible: r2= (x-a)2 + (y-b)2, y
una simple recta se explica mejor mediante su fórmula analítica Ax + By + C = 0. Nos encontramos con una
serie de letras, números y signos distintos y una sola figura verdadera. Y lo
mismo cuando ahondamos en el alma de la personas, también aquí tropezamos con
este misterio trinitario reflejado en las interrelaciones de cada ser humano.
En la vida lo fundamental es relacionarse. Un concepto tan abstracto como
este... y sin embargo se emplea para algo tan íntimo como el amor, la amistad,
entablar relación. Un hombre, una mujer son dos personas, pero de su unión nace
una tercera distinta que es el
hijo. Y es que el yo de cada uno no tendría sentido si no comportara relación con un tú o con un él. Hablamos de buenas relaciones, de personas bien relacionadas,
etc., el Diccionario de la Lengua define la palabra relación según diversas acepciones que pueden ser de amistad,
parentesco, relaciones humanas, comerciales, matrimoniales... etc.
La vida, el cuerpo, la mente
también son relaciones. El mismo
estudio, ahora que estamos en época de exámenes, no es más que saber
relacionar, “relacionar estudios y
estudiar relaciones”. El hombre no podría vivir ni subsistir sin
relacionarse con los demás, relaciones sociales, afectivas, espirituales a
culturales. El, hombre es por naturaleza
sociable. Y si Dios nos hizo a su imagen y semejanza hay que deducir que en su
seno también debe darse algún tipo de relación, debe relacionarse de algún
modo. ¿Pero con quién si no es consigo mismo? Pues bien, esta relación divina
se llama Trinidad. Y de ahí que al
hablar de Dios digamos que es una en
naturaleza y trina en personas, lo
que sería decir lo mismo que “Dios vive
en familia, comunica vida, se da y se nos da...”. En la iconografía del s.
XVIII, y especialmente en España, se le llama Trinidad terrestre a la Sagrada Familia : Jesús, José y María. E incluso llegaron a fundir la familia de la
tierra con la divina familia denominándolas “las
dos Trinidades”. Pintores como Rubens, Durero, El Greco o Ribera trataron de plasmar en sus
lienzos este misterio por medio de las tres figuras clásicas combinadas de
varias formas y que todos hemos visto infinidad de veces, y lo han hecho con el
fin de expresar de la mejor manera posible la Unidad de Dios en Trinidad de
personas.
Con todo hay que tener en
cuenta que Dios más que objeto de estudio, de arte y de especulación debería
ser objeto de amor y de vida. En otras
palabras la confesión de un Dios trino no
es más que el desarrollo teológico de la expresión del evangelio de San Juan: “Dios
es amor” (I Jn. 4. 8 y 16). Esta fiesta que hoy celebra la Iglesia, último
día apto para el cumplimiento pascual, no debemos olvidarlo, tiene como fin
celebrar la vida divina que no sólo es intelectual ni aún espiritual... es
mucho más, es trinitaria, una vida misteriosa, al fin y al cabo. Es por eso por lo que hoy celebra la Iglesia
el Día de los conventos pobres “Día pro
orantibus” o en favor de aquellas personas que dejando el mundo viven en
familia, en comunidad, dedicadas a la contemplación: orar y trabajar.
Y por el riesgo que corremos
de tener un tanto olvidado este Misterio es por lo que la Iglesia nos invita a
menudo a recordarlo: Todos los Sacramentos se nos dan en nombre de la Trinidad:
Padre, Hijo y Espíritu Santo. Cuando
hacemos la señal de la Cruz invocamos a las tres personas divinas. Las oraciones de la Iglesia suelen terminar
con la triple invocación: “Por Nuestro
Señor Jesucristo, que contigo (nos dirigimos al Padre) que contigo vive y reina en la unidad
del Espíritu Santo por los siglos de los siglos…”.
En el Credo, que no es más
que el himno del cristiano, recorremos las prerrogativas del Padre en la
primera parte, la historia del Hijo en la segunda parte y la acción del
Espíritu en la última. En la Misa damos comienzo con un pasaje de la carta a
los Corintios que alude a las tres personas:
“La gracia de Nuestro Señor Jesucristo,
el amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo esté con
todos vosotros” (II, 13, 13).
Como vemos motivos y ocasiones para invocarla no nos faltan. Pero eso sólo no basta, es preciso contemplar
ese misterio y sobre todo vivirlo haciendo que las relaciones entre los hombres
se parezcan a las divinas haciéndolas más fraternas, más unas. Unión de todos
con todos aunque pensemos de diverso modo, pues ese es el único modo de ver
reflejado en nuestro corazón una imagen de Dios en familia, trino en personas y
uno en esencia como dice el Catecismo. Jmf
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