jueves, 13 de junio de 2019


LA SANTÍSIMA TRINIDAD.-16-VI-2019 (Jn., 16, 12-15) C

La palabra Trinidad no aparece en la Biblia.  Se acuña en el s. III y su doctrina teológica se formula y pone en circulación entre los creyentes, por hablar de algún modo, en el s. IV.  Parece ser que fue Alcuino, teólogo y filósofo anglosajón de la corte de Carlomagno en el s. IX, el primero en componer una misa en honor de este misterio. Los monjes de Cluny, en el s. XI, y los del Cister en el XIII, dieron un gran impulso a la fiesta hasta que el año 1334 Juan XXII, papa en Aviñón, la impuso y mandó que se celebrase en toda la Iglesia.

Pero el hecho de que la palabra trinidad no aparezca explícitamente en las Sagradas Escrituras no quiere decir que no tenga su fundamento en ellas.  Lo acabamos de ver en la lectura de la carta de san Pablo a los Romanos: “En paz con Dios… por medio de Jesucristo… con el Espíritu Santo que se nos ha dado” (5, 5). Jesús envía a sus apóstoles por el mundo a bautizar en nombre de las tres personas... San Esteban mártir, exclama poco antes de morir: “Veo el cielo abierto y a1 Hijo del Hombre a la derecha de Dios…, dijo lleno del Espíritu Santo” (Hech. 7, 55) por citar sólo unos textos.

Todo esto unido a que el número tres tiene en la numerología una connotación sagrada, hizo que las representaciones plásticas de este misterio fueran cuajando poco a poco en la iconografía y en el lenguaje cristiano. Ello tiene también su historia entre pensadores y culturas no cristianas. Platón, por ejemplo, al hablar de los números y de las figuras geométricas argumenta que el círculo y las tres clases de triángulos pertenecen al orden ideal. Constantino el Grande impuso a sus tropas el saludo militar que aún se conserva y que consiste en llevar los tres dedos de la mano derecha, los tres que usamos para santiguarnos, hasta la frente mientras se recuerda a la Santísima Trinidad.

Y han sido muchos los escritores de los primeros tiempos que han hablado de este misterio, y en especial los Santos Padres de la Iglesia, y que nos han legado hermosos escritos sobre el tema. Novaciano y Tertuliano, Orígenes cuando arremete contra Celso, san Agustín al atacar a los arrianos, y otros muchos han hecho que el pueblo fiel se esforzara también a su modo en entender, expresar y hasta representar plásticamente la Trinidad de Dios. Incluso algunos filósofos modernos, tales como Hegel y tan ajenos a la idea cristiana como Carlos Marx, han visto en la Trinidad un anticipo de su doctrina, que ellos basan en la dialéctica, o desarrollo de la materia y de la historia, en las tres etapas de tesis, antítesis y síntesis. Sin embargo entre los teólogos cristianos hay quien afirma, como el alemán Dietrich Bonhoeffer, ahorcado por las SS nazis, que una catequesis nunca debería empezar explicando este misterio sino que, al modo de los primeros cristianos, habría que dejarlo para los iniciados. Y aunque el filósofo Manuel Kant, apurando el tema, dijera aquella conocidísima frase de que “con la doctrina de la Trinidad no se puede hacer nada práctico” hoy vemos cómo, de unos años a esta parte, este misterio está cobrando de nuevo actualidad, al menos por lo que respecta a su tratamiento en muchas Revistas de Teología.

No cabe duda de que estamos ante uno de los grandes enigmas de la divinidad. El hombre se mueve casi siempre a flor de piel, sobre la superficie del espíritu y de la materia, del pensamiento y de las verdades de la fe. Profundizamos poco. Pero cuando lo hacemos, a medida que ahondamos, nos vamos encontrando más y más con el espíritu y nos vamos acercando más y más a Dios y a la Verdad.

En el libro “Los secretos de la materia” de Helmut Karl, después de hacer la historia de los avances y esfuerzos del hombre por descifrar los secretos que encierra la materia, avances que de día en día nos asombran más sin duda alguna, añade que la materia, para ser bien comprendida, hay que traducirla en fórmulas, a ser posible matemáticas, “pudiendo decir que la verdadera imagen del universo igual da que se trate del macrocosmos que del microcosmos se encierra en una idea.  La moderna física atómica zanja la antigua discusión entre Platón y Demócrito (espíritu versus materia) a favor de Platón, es decir, a favor de una estructura o concepción espiritual del universo. Al fin y al cabo la esencia de la cosas se encierra en un número, en una ecuación, en una idea; o sea, en una palabra, la esencia de las cosas es espíritu…”. Y si nos paramos a pensarlo un poco es cierto, pues para explicar algunas verdades de las ciencias ¿no se usan siempre fórmulas matemáticas?  Todos sabemos lo que es una circunferencia pero cuando un matemático trata de explicarla acude a una fórmula, puesto que en ella se resume lo mejor posible: r2= (x-a)2 + (y-b)2, y una simple recta se explica mejor mediante su fórmula analítica Ax + By + C = 0. Nos encontramos con una serie de letras, números y signos distintos y una sola figura verdadera. Y lo mismo cuando ahondamos en el alma de la personas, también aquí tropezamos con este misterio trinitario reflejado en las interrelaciones de cada ser humano. En la vida lo fundamental es relacionarse. Un concepto tan abstracto como este... y sin embargo se emplea para algo tan íntimo como el amor, la amistad, entablar relación. Un hombre, una mujer son dos personas, pero de su unión nace una tercera distinta que es  el hijo.  Y es que el yo de cada uno no tendría sentido si no comportara relación con un o con un él. Hablamos de buenas relaciones, de personas bien relacionadas, etc., el Diccionario de la Lengua define la palabra relación según diversas acepciones que pueden ser de amistad, parentesco, relaciones humanas, comerciales, matrimoniales... etc.

La vida, el cuerpo, la mente también son relaciones.  El mismo estudio, ahora que estamos en época de exámenes, no es más que saber relacionar, “relacionar estudios y estudiar relaciones”. El hombre no podría vivir ni subsistir sin relacionarse con los demás, relaciones sociales, afectivas, espirituales a culturales.  El, hombre es por naturaleza sociable. Y si Dios nos hizo a su imagen y semejanza hay que deducir que en su seno también debe darse algún tipo de relación, debe relacionarse de algún modo. ¿Pero con quién si no es consigo mismo? Pues bien, esta relación divina se llama Trinidad. Y de ahí que al hablar de Dios digamos que es una en naturaleza y trina en personas, lo que sería decir lo mismo que “Dios vive en familia, comunica vida, se da y se nos da...”. En la iconografía del s. XVIII, y especialmente en España, se le llama Trinidad terrestre a la Sagrada Familia: Jesús, José y María.  E incluso llegaron a fundir la familia de la tierra con la divina familia denominándolas “las dos Trinidades”.  Pintores como Rubens, Durero, El Greco o Ribera trataron de plasmar en sus lienzos este misterio por medio de las tres figuras clásicas combinadas de varias formas y que todos hemos visto infinidad de veces, y lo han hecho con el fin de expresar de la mejor manera posible la Unidad de Dios en Trinidad de personas.

Con todo hay que tener en cuenta que Dios más que objeto de estudio, de arte y de especulación debería ser objeto de amor y de vida.  En otras palabras la confesión de un Dios trino no es más que el desarrollo teológico de la expresión del evangelio de San Juan: “Dios es amor” (I Jn. 4. 8 y 16). Esta fiesta que hoy celebra la Iglesia, último día apto para el cumplimiento pascual, no debemos olvidarlo, tiene como fin celebrar la vida divina que no sólo es intelectual ni aún espiritual... es mucho más, es trinitaria, una vida misteriosa, al fin y al cabo.  Es por eso por lo que hoy celebra la Iglesia el Día de los conventos pobres “Día pro orantibus” o en favor de aquellas personas que dejando el mundo viven en familia, en comunidad, dedicadas a la contemplación: orar y trabajar.

Y por el riesgo que corremos de tener un tanto olvidado este Misterio es por lo que la Iglesia nos invita a menudo a recordarlo: Todos los Sacramentos se nos dan en nombre de la Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo.  Cuando hacemos la señal de la Cruz invocamos a las tres personas divinas.  Las oraciones de la Iglesia suelen terminar con la triple invocación: “Por Nuestro Señor Jesucristo, que contigo (nos dirigimos al Padre) que contigo vive y reina en la unidad del Espíritu Santo por los siglos de los siglos…”.

En el Credo, que no es más que el himno del cristiano, recorremos las prerrogativas del Padre en la primera parte, la historia del Hijo en la segunda parte y la acción del Espíritu en la última. En la Misa damos comienzo con un pasaje de la carta a los Corintios que alude a las tres personas: “La gracia de Nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo esté con todos vosotros” (II, 13, 13).

Como vemos motivos y ocasiones para invocarla no nos faltan.  Pero eso sólo no basta, es preciso contemplar ese misterio y sobre todo vivirlo haciendo que las relaciones entre los hombres se parezcan a las divinas haciéndolas más fraternas, más unas. Unión de todos con todos aunque pensemos de diverso modo, pues ese es el único modo de ver reflejado en nuestro corazón una imagen de Dios en familia, trino en personas y uno en esencia como dice el Catecismo.  Jmf

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