jueves, 20 de junio de 2019


DOMINGO DEL CORPUS.-23-VI-2019 (Lc., 9. 11-6, 17) C
  
Cuando se habla de hacer caridad sólo pensamos en los pobres. Cuando nos referimos a los pobres sólo pensamos en los que carecen de pan, vestido, dinero, vivienda... pero apenas más. Hoy pretendemos superar esa mentalidad, al menos en teoría, ya que la caridad a menudo se la confunde con la justicia. En la Declaración Universal de los Derechos Humanos queda claro en el art. 23 que “Toda persona tiene derecho a trabajo elegido libremente, a un salario digno”, “a vacaciones pagas” (art. 24), “al alimento, vestido, vivienda, vestido, y asistencia médica” (art. 25) etc., Y esto fue aprobado por la ONU, o lo que es lo mismo, por casi todas las naciones del mundo, en París el 10 de diciembre de 1948.

Es decir, que el pan, el vestido, la vivienda, y hasta el derecho al descanso... le pertenecen al hombre por derecho y en justicia ¿Qué es eso de andar mendigándolo de puerta en puerta? Por lo tanto no hay que confundir los términos: allí donde termina la justicia, y sólo allí, es donde podemos empezar a practicar la caridad, no antes; lo demás es querer “dar gato por liebre”, y esto ya no le corresponde a la Iglesia sino a las autoridades competentes. Y sólo así empezaremos a saber y a vivir la auténtica caridad, lo demás puede convertirse en una estafa.

Hoy el hombre, incluso en el rincón más apartado del planeta, está tomando conciencia de este hecho, ya no se le puede engañar tan fácilmente. De ahí que muchas palabras y actitudes que significaron y aún significan esclavitud, tiranía, vasallaje, explotación... tiendan a desaparecer; y en la misma proporción algunas profesiones, por llamarlas de algún modo, como los mendigos, criados, lacayos, escuderos, pajes, etc.

Pero esto sólo es en teoría, en la práctica dichas profesiones han sido sustituidas por otras tales como la asistenta técnica del hogar, o palabras como el tercer mundo, la tercera edad, países en subdesarrollo, deuda externa... casi siempre sinónimos de pobreza. Ahora no llegan a pedir a nuestras casas los por-dioseros “por amor a Dios” sino los que están forzosamente en el paro porque pasan hambre y se sienten con derecho a ser socorridos por la sociedad…, basta solamente escuchar las formas con que a veces exigen esa ayuda.

Hoy se nos dice en el Evangelio que Jesús multiplicó el pan.  Vivimos una era en la que los adelantos técnicos son capaces de multiplicar sin necesidad de milagros el pan, y además en abundancia. A veces se habla hasta de frenar la producción de alimentos arrancando olivos, viñedos, etc., controlando la abundancia de leche, carne, aceite, vino, etc. para mantener los precios. Pero paralelamente a estas normas vemos que el hambre va en aumento en muchos países del globo. ¿Cuál es la razón? Si seguimos con los símiles matemáticos diríamos que hoy el problema no está en multiplicar la producción sino en dividirla.

En esas historietas que estuvieron de moda hace algunos años y cuya protagonista era una niña llamada Mafalda, recuerdo que decía en una de ellas, aludiendo a este tema: “Pocos tienen mucho, muchos tienen poco, algunos nada. Cuando muchos tengan algo de lo que tienen pocos y esos pocos sepan lo que es vivir con lo poco que tienen muchos, todo se arreglará”. Un juego de palabras que Eugenio D'Ors simplificó en algo como esto: “A mí me parece normal que haya gente que lo pase bien y gente que lo pase mal, gente que tenga yate, piscina, casa de campo y un buen sueldo y gente que viva en un piso, con un pequeño sueldo y tenga que ir al trabajo en autobús o a pie, pero… ¡caray! ¡que no sean siempre los mismos!”. Es una cuestión muy difícil que no vamos a resolver hoy aquí. Pero también es verdad que preferimos desentendernos del problema y no queremos complicarnos la vida con los otros, que cada uno apeche con lo suyo, y los demás que se las arreglen como puedan. “Pasar de largo, pasar de todo, y a pesar de todo”…, ese es el lema del más feroz egoísmo que terminará con nosotros, no lo dudemos.

Y es aquí donde los cristianos de verdad tienen algo que decir: descubrir la miseria y tratar de socorrerla. Como muy bien lo expresaba Mingote en unos de sus chistes: Un pobre náufrago muerto de hambre hacía señales de socorro a las tres carabelas de Colón que regresaban de América. Y mientras agitaba su pañuelo se decía esperanzado: “¡Ahora a ver si me descubren a mí!”. Hoy la Iglesia nos pide a los cristianos no sólo que obremos en justicia y que cada uno tenga lo que necesita para vivir; tenemos que ir un poco más lejos y pensar que además de la pobreza del hambre, que es la más perentoria e injusta, hay otras pobrezas, por ejemplo
1) la pobreza de cultura. En el mundo hay más de 800 millones de analfabetos, 100 millones más que hace 30 años. A la gente le gusta saber, informarse, tener conocimientos (que no es lo mismo que estudiar tal como hoy se practica en muchos Centros, (de ese estudio la gente está un poco harta), es otro tipo de conocimientos, y que sean enseñados de otra forma.  Sin embargo los medios de comunicación cada día aborregan más a la masa, procurando drogarla con bobadas, consumismo, fútbol a todas  horas, culebrones, sexo y violencia a manos llenas... cualquier cosa con tal que no piense y de ese modo que tenga menos tiempo para incordiar. Algo que sin duda redundará en beneficio de unos pocos, como siempre. Y hay pobreza de formas de delicadeza, de comportamiento, de educación... cada día nos estamos quedando más pobres de valores humanos, vitales para la convivencia, cada día.
2).-Pobreza de fraternidad y de amor. La gente necesita no sólo buenas formas, decíamos que también escasean bastante, sino que necesita amigos, querer y sentirse querido, amar y ser amado, alguien con quien y a quien y de quien fiarse, y acabar de una vez con eso de ser una trampa los unos para otros, de ser enemigos y lobos unos con otros.  Y finalmente:
3).-La gran pobreza espiritual, pobreza de Dios, de valores espirituales.  Creo que fue Fulton Sheen, obispo de Nueva York, otros lo atribuyen a Unamuno, quien dijo: “Si un hombre se te acerca a pedirte fuego y te detienes con él cinco minutos terminará pidiéndote a Dios”. No todos los problemas del mundo tienen fácil y rápida solución, pero hay pobrezas que no tienen espera como es el hambre, un mes de retraso es la muerte de miles de ellos. A veces nos pasamos horas estudiando si en justicia hay que dar o hay que absolver o hay que ayudar. Recuerdo a este propósito la historia que cuenta Anthony de Mello en “El canto del pájaro”: Un comandante del ejército llegó a un pueblo en busca de un desertor que se les había escapado. “Sabemos que lo escondéis aquí, si no lo entregáis arrasaremos la aldea y todos pereceréis”. En realidad era cierto que la aldea ocultaba al hombre. Parecía un ser bueno e inocente, bastaba mirarle a la cara. Pero si no lo entregaban perecerían todos. El alcalde fue a ver al cura. Este dijo: “Veamos qué dice el Evangelio”. El cura y el alcalde estuvieron la noche entera buscando, hasta que al fin dieron con un pasaje que podía ser la solución. Era aquel que dice: “Es mejor que muera uno por todos que perezca todo el pueblo”. Así que por la mañana el alcalde decidió entregar al hombre. Le pidió perdón. Este dijo que no había nada que perdonar, que él no quería poner al pueblo en peligro. Lo torturaron lo indecible de modo que durante tres días se oyeron sus gritos en la aldea. Al final lo ejecutaron al amanecer. A los 20 años pasó un profeta por el pueblo y le dijo al alcalde: -¿Cómo has hecho eso? Aquel hombre era el que iba a salvar a todo el país y tú lo has entregado para ser torturado y muerto. -¿Y qué iba a hacer? dijo el alcalde, el cura y yo estuvimos mirando el Evangelio y actuamos en consecuencia.  -Ese fue vuestro error, dijo el profeta, mirasteis el Evangelio en vez de haberle mirado a él sus ojos. Creo que nos olvidamos a menudo de mirar a la gente y actuamos de memoria o en función de una ley. Cada cual tiene su libro, o lee su evangelio en vez de leer ese otro evangelio en carne viva que son los pobres y los desamparados del mundo.

Necesitamos amor, una vez cubierta la etapa de la justicia, necesitamos amor. Es misión del cristiano convertir el mundo en un reino de amor. Y si esto es muy ambicioso empecemos por lo más cercano. Contaba en una ocasión Paloma Gómez Borrego que en Nápoles, la región más pobre de Italia, los días de invierno y frío los obreros cuando cobran, siempre que toman un café dejan pago otro para que pueda tomarlo también aquel que no tenga trabajo o que no haya cobrado aquel día. Porque “un café caliente -dicen- le viene siempre bien a cualquiera”, máxime estando en paro. Ese sería el modo de arreglar un poco el mundo, empezar por pequeñas cosas con nuestros prójimos; sino nunca haremos nada.

Y pensar que más que en multiplicar los frutos y bienes de la tierra el problema hoy está en dividir, en repartir. Producir es cuestión de técnica y progreso pero el compartir y dividir adecuadamente no se consigue si no es con grandes dosis de amor: amor a Dios que es Padre de todos, y amor al prójimo, que al fin y al cabo es nuestro hermano. Jmf

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