PASCUA DE
PENTECOSTÉS. 9-VI-2019 (Jn., 20, 19-23)
C
Así como antes de la última reforma litúrgica se
decía: “Hay tres jueves en el año que
relucen más que el sol…” podríamos de igual modo decir que “hay tres Pascuas en el año…” sobre las
que gira todo el calendario litúrgico. Como dice la copla: “¡Pascua!,
la bien celebrada/ y tres veces bienvenida:/ llega en Navidad nevada,/ en
Pentecostés granada/ y en Resurrección florida”. Las tres arrancan de fiestas populares que tuvieron en
un principio una tradición precristiana. En cuanto a la Pascua de Pentecostés, a los 50 días de la Resurrección, se remonta
a los tiempos bíblicos, y era la fiesta del final de la recolección y del
nacimiento de las crías en los rebaños cuyas primicias debían ofrecerse
solemnemente a Yahavé. Entre nosotros los primeros frutos se celebran el día de
la Ascensión “cerezas en Oviedo y cebada
en León”. Se la llamó también “festividad
de las semanas” porque tenía lugar siete semanas después de Pascua (es
decir, una semana de semanas) (7 x 7= 49~50). Se hacía también la
ofrenda de la primera gavilla (Lev.23, 15). Las dos primeras Pascuas (Navidad y
Resurrección) son más conocidas y celebradas, sin embargo la Pascua de Pentecostés suele pasar
verdaderamente inadvertida para muchos creyentes.
Sucede
con ella lo mismo que con el Espíritu Santo, su protagonista, al que se le
llegó a calificar como “el gran
desconocido”, “el dios desconocido”,
podríamos decir nosotros con san Pablo a quien los cristianos de Éfeso, cuando
les preguntó si lo habían recibido le contestaron: “Ni sabíamos que existiese tal cosa” (Hch. 19). Hoy sin embargo no
es del todo así, pues tanto entre las sectas protestantes como en el propio
Catolicismo parece haber renacido la devoción por la tercera persona de la
Santísima Trinidad. Basta ojear cualquier periódico de no hace mucho para
encontrarnos con frases como éstas: Gracias
Espíritu Santo o incluso una larga oración
al Espíritu Santo. Algo se mueve dentro de la iglesia. Y un creyente debe
estar siempre oído atento, ojo avizor, a los movimientos del Espíritu. Ya decía
Jesús a Nicodemo aquella noche en la que este fariseo, admirador secreto del
divino maestro, vino a hablar con Él, amparado por las sombras: “El viento sopla donde quiere. Oyes su ruido
y no sabes ni de dónde viene ni a dónde va. Así sucede con todo nacido del
espíritu”. (Jn. 37). Estamos en un tiempo en el que no es raro comprobar
cómo se pide acaso demasiada letra para recibir ciertos sacramentos:
Matrimonio, Confirmación, Bautismo,
Orden Sacerdotal… En algunas parroquias
son bastante remisos en administrar, por ejemplo, el Bautismo y la Confirmación
sin un bagaje teológico aceptable. No está mal. Pero entonces tendríamos que
preguntarnos si prestamos la misma atención a los movimientos del espíritu y
exigimos ver hechos realidad sus dones en la misma medida por parte de la
persona que pide el sacramento.
Uno de
los grandes escritores noruegos, Bjørnstjerne
Bjørnson, premio Nobel de Literatura (1903) y autor del himno noruego,
plantea, en la novela “Un muchacho de
buen temple”, una situación parecida a la descrita. Oeynvind tiene que sufrir un examen para acercarse al sacramento de
la Confirmación. Se
ha aprendido el Catecismo de pe a pa.
Hace un examen brillantísimo, “ni en una
sola respuesta me he equivocado” dice al salir. Sin embargo el párroco le
comunica que no ha sido el mejor, ni mucho menos. -¿En qué me he equivocado yo? A ver ¡Quiero saberlo! Es entonces cuando el párroco le explica: -Oeynvind, pagas tu culpa. No has estudiado por amor
a tu calidad de cristiano sino por vanidad. ¿No hubiera sido pecaminoso
acercarse al Señor guiado únicamente por la presunción de superar a tus
compañeros? Cuando el muchacho acepta el puesto y reconoce humildemente su
vanidad es cuando el párroco juzga que ha aprendido esta última lección que le
faltaba y la más importante, la humildad y el amor a los demás. La letra mata, dijo Jesús, el espíritu es el que vivifica. El espíritu
es quien da la vida y alienta y empuja a la Iglesia. En todos los
momentos cumbres de la Redención está Él: lo vemos presente en la Encarnación
hecha por obra y gracia del Espíritu Santo, está en el Bautismo descendiendo en
forma de paloma. Luego nos recordará Jesús cómo para entrar en el Reino hay que
renacer por el agua y el Espíritu Santo. Está presente el día de Pentecostés
cuando los apóstoles, llenos de Espíritu Santo, se lanzaron mundo adelante a
dar testimonio del Señor resucitado.
Lo
mismo que la festividad de Pentecostés cae siempre en mayo o muy cerca de este
mes, dedicado a María, también el Espíritu Santo suele estar cerca de Ella en
todos los grandes acontecimientos, como la Encarnación, y suelen imaginarla
presente también en Pentecostés según lo que se deduce de los Hechos de los Apóstoles cuando dicen: “Subieron al aposento superior donde tuvo
lugar la Última
Cena. Todos perseveraban unánimes en la oración con María la madre de Jesús”
(1,14).
Por lo
tanto ella suele estar siempre cerca del Espíritu Santo. Esto se manifiesta
modernamente en los grandes conversos. Un ejemplo lo tenemos en el pensador
francés León Bloy, católico a
machamartillo, que afirma en su Diario: “El
primer pensamiento de mi madre cuando nací fue ofrecerme a la Virgen con un
voto especial. Durante treinta y tres años esta reina ha llamado a la puerta de
mi corazón sin cansarse”. Y la misma idea la repite de nuevo en su novela “El desesperado” (1886) en la que él
mismo se define como “peregrino de lo
Absoluto perdido en un mundo extraño y hostil”.
Si nos
adentramos en los entresijos de la conversión de Paul Claudel nos encontramos con que esta tiene lugar en su alma un
día en el que llega a la catedral de Notre
Dame de París en busca de situaciones para ambientar sus escritos
literarios. Oye al coro de niños cantar el Magníficat,
himno litúrgico a María, y exclama deslumbrado apoyándose en una de las
columnas de la nave: “¡Yo creo, Dios
existe, aquí está. Es alguien y me ama!”. Hoy una lápida recuerda en la
pared aquel momento.
María
está siempre en el centro de gravedad, en el ojo del huracán del torbellino del
Espíritu. Creo que los católicos estamos olvidando esta realidad espiritual,
algo a tener en cuenta por todas las asociaciones que bajo el nombre de Acción
Católica celebran en esta Pascua su día.
Otra
característica del Espíritu es la gran virtud que tiene para unir. “Tener un mismo espíritu” es vivir en
cristiano o viceversa, y ser cristiano en tener un mismo espíritu que nos une.
Cuenta la Biblia en él capítulo once del Génesis que, después del Diluvio
universal, “todo el mundo tenía un mismo
lenguaje e idénticas palabras”, pero la soberbia los cegó, Dios confundió
sus lenguas de modo que allí, hablando acaso el mismo lenguaje, nadie se
entendía. Sucede a menudo que, usando el mismo idioma, no nos entendemos. Sin
embargo cuando hay amor y reina el espíritu de la concordia aunque habláramos
idiomas completamente diferentes nos entenderíamos a la perfección.
Es lo
que sucedió el día de Pentecostés que, siendo los oyentes hablantes de multitud
de lenguas, “cada uno los oía hablar en
su mismo idioma”. Por ahí debe empezar la unidad, por “entenderse”. Sin embargo ¡qué difícil llegar a entenderse ¿Cuál es
la razón? Es curioso constatar que Jesús, inmediatamente después de enviar el
Espíritu Santo, les confiere la potestad de perdonar los pecados. Acaso la
falta de perdón, perdón a manos llenas, sea la mayor barrera para el no
entendimiento entre los hombres. Pentecostés es como la Pascua del perdón.
Tenía razón el párroco de Oeynvind
al decir que sólo cuando uno está limpio de ambiciones, de vanidad, de odios y
pecado, está preparado para recibir el Espíritu Santo.
La
renovación del mundo no llegará si antes no hay una pacificación interior. Y
son muchos los pensadores que profetizan una inminente renovación en el mundo.
Escritores proféticos como lo fue Rimbaud
en su obra “Tiempo de asesinos”
auguran que esta renovación saldrá de una serie de catástrofes nacionales y
universales, y que la espiritualidad se centrará en el sufrimiento del pobre, (al Espíritu Santo a menudo se le
llama “padre de los pobres”), y la herencia de los elegidos será un
cristianismo dramático y doloroso. Acaso esa era la razón por la que León Bloy exclamaba: “creo en Espíritu Santo y en los cosacos”.
Una interpretación muy particular de esta acción del espíritu en la iglesia la
encontramos en “El incendio del bazar de
caridad”, de este mismo autor.
Es
preciso más fe en estas realidades divinas. Es preciso, hoy más que nunca,
recitar y sentir la tercera parte del Credo
tal como se recita en algunas iglesias: “Creo
en el Espíritu Santo que está dentro de la iglesia católica para
la comunión de los santos, para el perdón de los pecados, para la
resurrección de los muertos y para la vida eterna”.
Hermoso
programa el que nos brinda la pascua de Pentecostés. Pero para llevarlo a cabo
no hay otro camino que orar, orar como oraron los apóstoles, con María en el
cenáculo. Ese es el primer paso, exclamando a menudo con la Liturgia de este
día: “Ven Espíritu Santo y llena los
corazones de tus fieles”. Jmf
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