viernes, 7 de junio de 2019


PASCUA DE PENTECOSTÉS. 9-VI-2019 (Jn.,  20, 19-23) C

Así como antes de la última reforma litúrgica se decía: “Hay tres jueves en el año que relucen más que el sol…” podríamos de igual modo decir que “hay tres Pascuas en el año…” sobre las que gira todo el calendario litúrgico. Como dice la copla: “¡Pascua!, la bien celebrada/ y tres veces bienvenida:/ llega en Navidad nevada,/ en Pentecostés granada/ y en Resurrección florida”. Las tres arrancan de fiestas populares que tuvieron en un principio una tradición precristiana. En cuanto a la Pascua de Pentecostés, a los 50 días de la Resurrección, se remonta a los tiempos bíblicos, y era la fiesta del final de la recolección y del nacimiento de las crías en los rebaños cuyas primicias debían ofrecerse solemnemente a Yahavé. Entre nosotros los primeros frutos se celebran el día de la Ascensión “cerezas en Oviedo y cebada en León”. Se la llamó también “festividad de las semanas” porque tenía lugar siete semanas después de Pascua (es decir, una semana de semanas) (7 x 7= 49~50). Se hacía también la ofrenda de la primera gavilla (Lev.23, 15). Las dos primeras Pascuas (Navidad y Resurrección) son más conocidas y celebradas, sin embargo la Pascua de Pentecostés suele pasar verdaderamente inadvertida para muchos creyentes.

Sucede con ella lo mismo que con el Espíritu Santo, su protagonista, al que se le llegó a calificar como “el gran desconocido”, “el dios desconocido”, podríamos decir nosotros con san Pablo a quien los cristianos de Éfeso, cuando les preguntó si lo habían recibido le contestaron: “Ni sabíamos que existiese tal cosa” (Hch. 19). Hoy sin embargo no es del todo así, pues tanto entre las sectas protestantes como en el propio Catolicismo parece haber renacido la devoción por la tercera persona de la Santísima Trinidad. Basta ojear cualquier periódico de no hace mucho para encontrarnos con frases como éstas: Gracias Espíritu Santo o incluso una larga oración al Espíritu Santo. Algo se mueve dentro de la iglesia. Y un creyente debe estar siempre oído atento, ojo avizor, a los movimientos del Espíritu. Ya decía Jesús a Nicodemo aquella noche en la que este fariseo, admirador secreto del divino maestro, vino a hablar con Él, amparado por las sombras: “El viento sopla donde quiere. Oyes su ruido y no sabes ni de dónde viene ni a dónde va. Así sucede con todo nacido del espíritu”. (Jn. 37). Estamos en un tiempo en el que no es raro comprobar cómo se pide acaso demasiada letra para recibir ciertos sacramentos: Matrimonio,  Confirmación, Bautismo, Orden  Sacerdotal… En algunas parroquias son bastante remisos en administrar, por ejemplo, el Bautismo y la Confirmación sin un bagaje teológico aceptable. No está mal. Pero entonces tendríamos que preguntarnos si prestamos la misma atención a los movimientos del espíritu y exigimos ver hechos realidad sus dones en la misma medida por parte de la persona que pide el sacramento.

Uno de los grandes escritores noruegos, Bjørnstjerne Bjørnson, premio Nobel de Literatura (1903) y autor del himno noruego, plantea, en la novela “Un muchacho de buen temple”, una situación parecida a la descrita. Oeynvind tiene que sufrir un examen para acercarse al sacramento de la Confirmación. Se ha aprendido el Catecismo de pe a pa. Hace un examen brillantísimo, “ni en una sola respuesta me he equivocado” dice al salir. Sin embargo el párroco le comunica que no ha sido el mejor, ni mucho menos. -¿En qué me he equivocado yo? A ver ¡Quiero saberlo!  Es entonces cuando el párroco le explica: -Oeynvind, pagas tu culpa. No has estudiado por amor a tu calidad de cristiano sino por vanidad. ¿No hubiera sido pecaminoso acercarse al Señor guiado únicamente por la presunción de superar a tus compañeros? Cuando el muchacho acepta el puesto y reconoce humildemente su vanidad es cuando el párroco juzga que ha aprendido esta última lección que le faltaba y la más importante, la humildad y el amor a los demás. La letra mata, dijo Jesús, el espíritu es el que vivifica. El espíritu es quien da la vida y alienta y empuja a la Iglesia. En todos los momentos cumbres de la Redención está Él: lo vemos presente en la Encarnación hecha por obra y gracia del Espíritu Santo, está en el Bautismo descendiendo en forma de paloma. Luego nos recordará Jesús cómo para entrar en el Reino hay que renacer por el agua y el Espíritu Santo. Está presente el día de Pentecostés cuando los apóstoles, llenos de Espíritu Santo, se lanzaron mundo adelante a dar testimonio del Señor resucitado.

Lo mismo que la festividad de Pentecostés cae siempre en mayo o muy cerca de este mes, dedicado a María, también el Espíritu Santo suele estar cerca de Ella en todos los grandes acontecimientos, como la Encarnación, y suelen imaginarla presente también en Pentecostés según lo que se deduce de los Hechos de los Apóstoles cuando dicen: “Subieron al aposento superior donde tuvo lugar la Última Cena. Todos perseveraban unánimes en la oración    con María la madre de Jesús (1,14).

Por lo tanto ella suele estar siempre cerca del Espíritu Santo. Esto se manifiesta modernamente en los grandes conversos. Un ejemplo lo tenemos en el pensador francés León Bloy, católico a machamartillo, que afirma en su Diario: “El primer pensamiento de mi madre cuando nací fue ofrecerme a la Virgen con un voto especial. Durante treinta y tres años esta reina ha llamado a la puerta de mi corazón sin cansarse”. Y la misma idea la repite de nuevo en su novela “El desesperado” (1886) en la que él mismo se define como “peregrino de lo Absoluto perdido en un mundo extraño y hostil”.

Si nos adentramos en los entresijos de la conversión de Paul Claudel nos encontramos con que esta tiene lugar en su alma un día en el que llega a la catedral de Notre Dame de París en busca de situaciones para ambientar sus escritos literarios. Oye al coro de niños cantar el Magníficat, himno litúrgico a María, y exclama deslumbrado apoyándose en una de las columnas de la nave: “¡Yo creo, Dios existe, aquí está. Es alguien y me ama!”. Hoy una lápida recuerda en la pared aquel momento.

María está siempre en el centro de gravedad, en el ojo del huracán del torbellino del Espíritu. Creo que los católicos estamos olvidando esta realidad espiritual, algo a tener en cuenta por todas las asociaciones que bajo el nombre de Acción Católica celebran en esta Pascua su día.

Otra característica del Espíritu es la gran virtud que tiene para unir. “Tener un mismo espíritu” es vivir en cristiano o viceversa, y ser cristiano en tener un mismo espíritu que nos une. Cuenta la Biblia en él capítulo once del Génesis que, después del Diluvio universal, “todo el mundo tenía un mismo lenguaje e idénticas palabras”, pero la soberbia los cegó, Dios confundió sus lenguas de modo que allí, hablando acaso el mismo lenguaje, nadie se entendía. Sucede a menudo que, usando el mismo idioma, no nos entendemos. Sin embargo cuando hay amor y reina el espíritu de la concordia aunque habláramos idiomas completamente diferentes nos entenderíamos a la perfección.

Es lo que sucedió el día de Pentecostés que, siendo los oyentes hablantes de multitud de lenguas, “cada uno los oía hablar en su mismo idioma”. Por ahí debe empezar la unidad, por “entenderse”. Sin embargo ¡qué difícil llegar a entenderse ¿Cuál es la razón? Es curioso constatar que Jesús, inmediatamente después de enviar el Espíritu Santo, les confiere la potestad de perdonar los pecados. Acaso la falta de perdón, perdón a manos llenas, sea la mayor barrera para el no entendimiento entre los hombres. Pentecostés es como la Pascua del perdón. Tenía razón el párroco de Oeynvind al decir que sólo cuando uno está limpio de ambiciones, de vanidad, de odios y pecado, está preparado para recibir el Espíritu Santo.

La renovación del mundo no llegará si antes no hay una pacificación interior. Y son muchos los pensadores que profetizan una inminente renovación en el mundo. Escritores proféticos como lo fue Rimbaud en su obra “Tiempo de asesinos” auguran que esta renovación saldrá de una serie de catástrofes nacionales y universales, y que la espiritualidad se centrará en el sufrimiento del  pobre, (al Espíritu Santo a menudo se le llama “padre de los pobres”), y la herencia de los elegidos será un cristianismo dramático y doloroso. Acaso esa era la razón por la que León Bloy exclamaba: “creo en Espíritu Santo y en los cosacos”. Una interpretación muy particular de esta acción del espíritu en la iglesia la encontramos en “El incendio del bazar de caridad”, de este mismo autor.
Es preciso más fe en estas realidades divinas. Es preciso, hoy más que nunca, recitar y sentir la tercera parte del Credo tal como se recita en algunas iglesias: “Creo en el Espíritu Santo que está dentro de la iglesia católica para la comunión de los santos, para el perdón de los pecados, para la resurrección de los muertos y para la vida eterna”.

Hermoso programa el que nos brinda la pascua de Pentecostés. Pero para llevarlo a cabo no hay otro camino que orar, orar como oraron los apóstoles, con María en el cenáculo. Ese es el primer paso, exclamando a menudo con la Liturgia de este día: “Ven Espíritu Santo y llena los corazones de tus fieles”.   Jmf

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