viernes, 20 de septiembre de 2019


DOMINGO XXV (Lc. 16, 1-13) 22-IX-2019 C

 Hay dos mandamientos, el 6º y el 7º que han traído siempre a la Humanidad de coronilla. Ya les ponía de sobre aviso a los curas recién ordenados el Papa Pío XII al aconsejarles aquello de: “Ahora cuidado con Judas y con Eva”. También la sabiduría popular, haciéndose cargo de lo difícil de su cumplimiento, condensó en aquellos versos escritos a propósito del tríptico “El carro de heno” de El Bosco:
“Si en el sexto no hay perdón
y en el séptimo rebaja
ya puede Dios ir pensando
llenar el cielo de paja”.
Centrándonos en la riqueza y en lo de avisar de sus peligros no es de hoy, ni siquiera de ayer, sino que viene de muy lejos. Profetas como Amós ya gritaban 750 años antes de Cristo contra los que traficaban con dinero obtenido explotando al pobre, a base de aumentar los precios y hacer trampa en la balanza, como hemos escuchado en la primera lectura.
Durante los primeros siglos del Cristianismo algunos Santos Padres escribieron también cosas tremendas contra la riqueza. Así san Ambrosio: “Paga al obrero su salario, no lo defraudes en el jornal debido... pues es un homicidio negarle a un hombre el salario que le es necesario para su vida” (Lib. De Tobías M.L. 14, 798). San Basilio el Grande: “Si cada uno tomara sólo lo que necesita para cubrir sus necesidades y dejara el resto para los necesitados nadie sería rico..., pero tampoco nadie sería pobre” (Hom. Destruam, n. 31) San Juan Crisóstomo: “No dar parte de lo que uno tiene ya es una rapiña” (Mon. II n. 1 y ss.), etc. Algo de malo y de peligroso debe de tener el dinero cuando hasta el mismo Jesús nos pone tan de sobre aviso, a pesar de que sin dinero apenas se puede dar un paso. Francisco de Quevedo reconoce su poder en aquella conocida letrilla:
“Madre, yo al oro me humillo,
él es mi amante y mi amado
pues de puro enamorado
de continuo anda amarillo,
que pues doblón o sencillo
hace todo cuanto quiero,
poderoso caballero
es don dinero”.
Será otro clásico, Quiñones de Benavente, en su entremés “El delantal” quien recoja en unos versos su peligro, sobre todo si el dinero que manejamos no es nuestro:
“Peligro es dinero ajeno
porque quien trata con miel
se lame a veces los dedos...”.
Pero ¿quiénes son los ricos? ¿A quienes señala el evangelio con el dedo? Si analizamos la figura del rico epulón por los datos que tenemos no podemos deducir que él hubiera adquirido las riquezas de manera ilegítima ni siquiera que se hubiera aprovechado de la pobreza de Lázaro explotándolo laboralmente o escatimándole el salario, y sin embargo Cristo lo condena sin paliativos. La distancia que había entre el rico y Lázaro era la misma que había entre el rico y Dios. Es parecido a lo que sucede en la parábola del buen samaritano: ni el sacerdote ni el levita agredieron, ni arrojaron el herido a la cuneta... ni siquiera le causaron daño alguno, únicamente que pasaron de largo. El auténtico pobre fue aquel que, careciendo de prejuicios religiosos y de raza, pero lleno de compasión, se acercó y le ayudó haciéndose cargo de él y de su curación. Por eso en la escena del juicio final el “apartaos de mí malditos...” no será dicho por robar, matar, mentir, cometer actos impuros o faltar a misa, etc., sino por no hacer: “Tuve hambre y no me disteis de comer, tuve sed y no me disteis de beber, estuve desnudo y no me vestisteis, enfermo y no me visitasteis...” es decir, son los pecados de omisión los que en este caso salen a relucir...
Hoy el concepto de pobreza ha evolucionado, lo mismo que el concepto de sacrificio o el de penitencia. Antes una mortificación era dormir en el suelo, guardar las vigilias y cosas similares, gestos que tienen su valor y son meritorios, pero hoy se le da más valor penitencial a otro tipo de sacrificios como saber apagar el televisor en un momento dado e irse a descansar, dejar de fumar o trabajar a favor de los demás.
[Antes era una mortificación vivir como un anacoreta, hoy acaso lo sea vivir en medio de la gente formando equipo o comunidad, porque si es verdad que es difícil ser pobre en solitario a lo mejor lo es más vivir la pobreza en compañía y acaso sea más eficaz. Tampoco se es más pobre por cambiar un mercedes por un fiat panda ya que la pobreza está más que en desprenderse de las cosas en saber utilizarlas adecuadamente. Hasta el “no tener” puede causar menos quebraderos de cabeza y ser a veces hasta más cómodo y menos comprometido que el tener de sobra. Es en ese uso adecuado donde podemos encontrar el aplauso de Cristo como claramente se nos da a entender en la parábola del administrador injusto que no es más que un obrero despedido de la empresa. Cuando ve las orejas al lobo prepara una estrategia para asegurarse el porvenir abriendo una doble contabilidad, truco por lo visto tan viejo como el evangelio mismo.
Es el mal destino de las riquezas lo que es verdaderamente condenable. El dinero ni es bueno ni es malo, lo hace bueno o malo el uso que hagamos de él. En cambio la pobreza sí que atañe a lo más íntimo de la persona. Puede darse el caso de personas ricas de las que se puede decir “¡pobre gente!”. Sólo bastaría entrar en su corazón y aguardar el momento confidencial en el que, desprendiéndose de su careta, los viéramos tal cual son; nos encontraríamos con... pobres hombres. Se consideran ricos porque se sienten intolerablemente suficientes y seguros de sí mismos.
En cambio ¡cuántos que juzgamos pobre gente o que a ellos mismos les parece que lo son, podrían sentirse ricos si supieran valorar y disfrutar de un montón de dones que sí tienen al alcance de la mano, como es la salud, la paz, la tranquilidad, el sosiego, un salario merecido y el desprendimiento de todo. Se lo dice bien claro san Pablo a los Filipenses después de exhortarles a que estén alegres: “...yo he aprendido a contentarme con lo que tengo”. (4, 11)].
Presumimos de creer en un Padre y padre nuestro pero después somos incapaces de saber comportarnos como hermanos. Y Cristo está entre nosotros en los pobres y en los necesitados. Si tomó carne fue para que nosotros podamos compartir con él más fácilmente de lo nuestro.
Todos los bienaventurados llevan sobre sus frentes la contraseña de la pobreza: “Bienaventurados los pobres, porque de ellos es el Reino  de los Cielos...”. No veamos en las frases del evangelio una reprimenda ni un querer amargarnos la existencia, fueron escritas para nuestro bien. “Dejémonos criticar por la palabra de Dios” con lo que haremos una gozosa realidad aquella cita evangélica de san Juan: “Vosotros estáis limpios gracias a la palabra que os he anunciado...” (Jn. 15, 3).
¿Qué hacer pues con los bienes? ¿Darlos a los pobres y seguir a Cristo? Es una invitación a la que no todos están en condiciones de responder. ¿Abandonarlos y vivir míseramente? Tampoco. Es preciso aprender a saber utilizarlos. Mientras seas dueño de tus bienes debes administrarlos sabia y adecuadamente de modo que te sirvan no sólo en esta vida sino como garante para entrar en la otra, debido a las buenas obras que con ellos hayas hecho. Dice Chesterton que “cada año los niños el día de Reyes agradecen a Dios encontrar al despertar por las mañanas sus zapatos llenos de regalos; pero seguramente casi ninguno le da gracias cada día por encontrar, camino del Colegio, un par de pies sanos dentro de esos mismos zapatos”. Y así tantas y tantas cosas.
Bajo la mirada de la Virgen este evangelio cobra un nuevo sentido y nos hace comprender mejor aquellas palabras que dijo en el Magníficat: “A los hambrientos los colmó de bienes y a los ricos los despidió vacíos”. (Lc. 1, 53). Y estos bienes que brindan las palabras de María, no lo dudemos, nos harán pasar de las riquezas de este mundo. Jmf.

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