viernes, 13 de septiembre de 2019


DOMINGO XXIV  15-IX-2019 (Lc. 15, 1-32) C

 El mundo se parece a una película de buenos y malos. Ya en el s. III la secta de los Maniqueos predicaba la existencia de dos fuerzas que luchan en el mundo, de dos dioses que nos gobiernan: el dios del Bien y el dios del Mal. “El hombre es una chispa de luz apresada en las tinieblas”. El Hinduismo también atribuye a un dios llamado Siva el mal, la destrucción, y a otro de nombre Visnú la conservación, los cuales, junto con el creador Brahama, forman su trimurti o trinidad.
El Evangelio de san Juan, inspirado en los gnósticos, habla de los hijos de la Luz en lucha con los hijos de las Tinieblas, es decir, buenos contra malos; santos y pecadores, justos y réprobos. Son como las dos fuerzas motrices que generan en el mundo vida y muerte. Hacen acto de presencia en el mismo Paraíso nada más crear Dios al hombre. Allí crecía el árbol del Bien y del mal frente al árbol de la Vida. Hay filósofos que afirman que merced a esas dos fuerzas: positiva y negativa, centrífuga y centrípeta, bien y mal, amor y odio, calor y frío, vida y muerte..., y debido a ellas es por lo que el mundo se mantiene, avanza y desarrolla.
Todas las religiones, movimientos filosóficos y sociales tienen buen cuidado de trazar la línea divisoria entre buenos y malos aunque luego a menudo a los que unos juzgan buenos otros los consideran malos, los considerados como héroes de un bando son los asesinos y criminales de guerra del contrario, los fieles a una causa son para la otra los infieles y traidores. ¿Dónde hay que situar la frontera universal entre el bien y el mal?
También los cristianos hemos trazado nuestra línea divisoria. A todos nos agradan las fronteras. Sin embargo aquellos que llamamos cristianos, incluso empleando nuestro propio baremo, a menudo dejamos mucho que desear, siendo iguales o peores que los no cristianos. Deberíamos ser mejores pero no lo somos. Y así nos encontramos con personas agnósticas o ateas con grandes valores éticos y morales, con virtudes humanas practicadas a veces hasta un grado heroico, y hay gente religiosa, e incluso muy piadosa ¿por qué no? pero que rebosan egoísmo, soberbia, vanidad y presunción por todos los poros de su piel.
Hay gente mal hablada que no pisan el templo, ni quiere saber nada con la iglesia pero que hacen brotar a su alrededor la amistad, la alegría, el optimismo y creo que hasta la fe, esos que el P. Godín llamaba “militantes intermediarios” en el movimiento JOC. Y hay gente piadosa y bien hablada capaz de aguar la fiesta con sus intransigencias y falta de generosidad al más pintado.
Y lo malo es que caemos tarde mal y nunca en la cuenta de estas actitudes que aunque vayan diluidas entre la masa de cristianos no por eso dejan de notarse más y más.
Una de esas posturas la encontramos en el “hijo, fiel” en el que pocas veces nos fijamos al leer este evangelio de hoy y sin embargo tanto su postura como la actitud de su padre respecto a él es tan elocuente como la tan conocida marcha y regreso del “hijo pródigo”. El “hijo fiel” se enfrenta a la postura del padre y se lo reprocha claramente y sin contemplaciones: “Mira, en tantos años como te he servido nunca, nunca, desobedecí una orden tuya, y tú nunca me has dado ni un cabrito para tener un banquete con mis amigos”. Jesús no dice que fuera mentira. Acaso él tampoco se lo pidió nunca a su padre. Pero lo que critica Jesús en él es su postura de querer aparecer como la persona buena y cumplidora, que sin duda lo fue, pero que debía callárselo en vez de hacer alarde de ello ante todo el mundo. Le faltó la humildad, el perdón, la magnanimidad, el saber olvidar, le faltó todo, por eso es él y no el hijo pródigo, es el que recibe una cariñosa reprimenda de su padre. A poco más agua la fiesta y la alegría del hijo reencontrado. Y esa es, a menudo, la postura de muchos. Aunque no abiertamente, pero, a su modo, van sembrando desilusión, crítica, decepción o pasividad entre la gente sin darse cuenta de que poco a poco estas actitudes minan y terminan aguando la fiesta del perdón al Padre Dios.
Nos sucede aquello que cuenta Jeremías Gotthelf en su obra La Granja de Vehfreude. En una aldea suiza van a levantar una escuela. Los agricultores, en un momento dado, cambian de idea, juzgan que va a ser más rentable una industria y terminan levantando una granja. En ella recogen la leche de todos los alrededores. Los campesinos compiten en superar en cantidad al vecino y empiezan a aguar la leche: “dos litros de agua entre mil nadie los va a notar” -piensa cada uno para sí- hasta que al fin se dan cuenta de que el queso no salía porque todos habían caído en la misma tentación y la mayor parte de la leche era... agua. Tratamos de aguarnos la fiesta engañándonos unos a otros sin darnos cuenta de que al final los más perjudicados vamos a ser nosotros mismos. De ahí que un primer paso para una más sincera comprensión y acercamiento sería romper la línea divisoria entre buenos y malos.
No es cosa de cambiar el mundo. El mundo seguirá su marcha. Es más bien cosa de cambiar nosotros. Hay que borrar de nuestra mente la frontera entre buenos y malos. Una frontera es muy difícil de trazar adecuadamente y fueron siempre causa de conflictos, guerras y muerte. Lo hemos visto en Yugoslavia y cualquier día lo tendremos aquí si Dios no lo remedia y el sentido común no nos abandona.
Cada uno de nosotros lleva dentro el Bien y el mal. La frontera sólo existe en la cabeza y sobre todo en el corazón del hombre. La luz y las tinieblas están en cada uno de nosotros. Sería una utopía tratar de hacer un mundo de santos, como lo sería hacerlo de ricos. Si no hubiera pobres no habría ricos, y “los pobres los tendréis siempre entre vosotros” según la promesa del Señor. Lo mismo los pecadores. De todas formas Dios “no está con los pecadores que se consideran buenos” sino con “los buenos que se consideran pecadores”, que viven en la humildad y compunción de corazón.
Y si un día cayésemos en la tentación de señalar con el dedo a los malos deberíamos pensar cuanto los ama Dios, cuanto quiere a esos malos que el evangelio denomina pecadores. Por eso deberíamos aprender lo que es perdón. Y luego preguntarnos qué sabemos nosotros de eso ¿sabemos perdonar? Y si perdonamos ¿hemos aprendido a perdonar con alegría? Si nunca experimentaste el gozo y la alegría de perdonar es que nunca has perdonado de verdad. “Sólo después de pronunciar la petición (“perdónanos nuestras deudas”) sellada entre los cristianos con el beso de la paz, se acercaban estos a la mesa del Señor”. Son palabras de Tertuliano y de la Didajé.
En realidad es tan difícil trazar la frontera que una vez más habrá que hacer caso al escritor Gibrán Jalil: “Háblanos del bien y el mal, dijo uno de los ancianos. Y él respondió: -Yo puedo hablaros del bien que hay en vosotros pero no del mal. Porque ¿qué es el mal sino el bien torturado por su propia hambre? Cuando el bien tiene hambre busca alimento incluso en oscuras cavernas, y cuando tiene sed hasta en aguas estancadas...Sois buenos cuando sois uno con vosotros mismos. Pero cuando no sois uno con vosotros mismos no sois malos.
Porque una casa dividida no es una cueva de ladrones, es sólo una casa dividida...
Sois buenos cuando estáis completamente conscientes de vuestras palabras. Mas cuando estáis dormidos y vuestra lengua tartamudea despropósitos no sois malos. Incluso un hablar vacilante puede fortalecer una lengua débil...
Sois buenos de muchas maneras pero cuando no sois buenos no sois malos. Sois en ese momento perezosos, indolentes. Lástima que los ciervos no puedan enseñar su velocidad a las tortugas...
Porque el que es verdaderamente bueno no le pregunta al desnudo: ¿Dónde está tu ropa? Ni al vagabundo: ¿qué ha pasado con tu casa?”.
El mundo no debe ser una película de buenos y malos... es en el corazón, en el corazón y en la mente de cada hombre donde tienen lugar esas luchas entre la luz y las tinieblas, entre el error y la verdad, entre el Bien y el mal... Y es ahí donde el verdadero cristiano debe entablar la lucha.
Y cuando veamos que el Padre recibe a algún hijo extraviado con los brazos abiertos (a veces hay gente que le gustaría volver a misa y no lo hace por temor al qué dirán) no imitemos la actitud del hijo fiel. También Dios nos puede tomar cuentas y recriminarnos por nuestra actitud intransigente (hay quien es más papista que el papa y hasta trata de ser más justo que el mismo Dios). Al contrario, abramos también nuestros brazos... “porque era un hijo que estaba, acaso, perdido y lo hemos encontrado...”. Jmf

No hay comentarios: