jueves, 27 de febrero de 2020


MIÉRCOLES DE CENIZA    CICLO A    26-II-2020



Hoy es el primer día de Cuaresma. Hoy es la entrada, el introito, (en bable decimos antroxo o antroido), la entrada del tiempo de penitencia. Desde antiguo el Cristianismo viene planteando en este tiempo la lucha de la gracia contra el pecado, de la luz contra las tinieblas, del bien contra el mal, o como dice el Arcipreste de Hita (s. XIV-XV): el combate de Doña Cuaresma contra Don Carnal o Carnaval.        
En su famosa obra, la conocen todos los estudiantes de bachillerato, recordarán que representa a Don Carnal rodeado por un ejército de gallinas, perdices, conejos, etc., capitaneados por Don Tocino y Doña Cecina, los cuales esgrimen por armas toda clase de sartenes, cazos y perolas. Doña Cuaresma, en cambio, está rodeada de sardinas y de todo tipo de pescados y verduras. Se entabla la batalla y vence Doña Cuaresma que encarcela a Don Carnal y le obliga a confesarse y a vestirse de penitencia. Pero el Domingo de Ramos, Don Carnal, burlando la vigilancia de Don Ayuno, y con la ayuda de Don Almuerzo y de Doña Merienda, huye de la cárcel y vuelve a las andadas. Entonces reta a Doña Cuaresma, que se ve obligada a huir por valles y montañas mientras Don Carnal entra triunfante en Toledo saliendo a recibirlo “los homes e las aves e toda noble flor”.
Así representaban en la Edad Media la Cuaresma. Y era al final, el día de Ramos o de Sábado Santo, cuando se quemaba la vieja de siete pies, los cuales representaban las siete semanas de la Cuaresma y que le iban quitando uno al final de cada semana, o también los siete pecados capitales. “Quemar la vieja” podría equipararse a quemar el hombre viejo del que habla san Pablo, desprendernos de lo inútil, barrer la casa de manchas, pecados y reliquias de la mala vida pasada, acaso por eso le ponen también una escoba en la mano, para barrer lo que está sucio y convertir el mundo en algo un poco más limpio. ¡Qué lema tan sugerente el de aquella vieja canción “Si yo tuviera una escoba cuántas cosas barrería”!
Don Carnal vuelve pronto a las andadas, a pesar de los cuarenta días de ayuno y penitencia. Lo expresó años más tarde nuestro don Ramón de Campoamor en una hermosa redondilla:
“Te cantaré en un cantar
la rueda de la existencia
pecar, hacer penitencia
y luego vuelta a pecar”.
Hoy acaso ni siquiera tendría lugar ese volver a pecar puesto que ya no se diferencia Cuaresma de Carnaval, se confunde el bien y el mal y, en expresión del Papa, en una palabra: se ha perdido prácticamente la conciencia de pecado, pocos sienten ya el remordimiento por una acción mal hecha. Y de esto no sólo da la voz de alarma la Iglesia, la misma sociedad se plantea si nuestra juventud, si nuestros niños son capaces de distinguir lo que está bien de lo que está mal, llegando a cometer asesinatos, como los que recoge la prensa de cada día, acaso porque nadie les enseña a distinguir lo moral de lo inmoral.
Más aún, se les incita al pecado y a pensar que todo lo que es placer es lícito. Como dijo un torero, preguntado acerca de cierta campaña que hubo sobre el sexo: “es una cosa hermosa si es manifestación del amor, de un amor de verdad entre dos personas, pero si es buscar el placer por el placer eso se llama vicio”. Y a eso invitan esas campañas que propugnan quitar la Religión (ahora ya no se suple ni con la Ética). El fruto ya lo vemos: vicio, delincuencia, muerte y corrupción a manos llenas.
Es cierto que antes del Cristianismo, en estas mismas fechas, se celebraban también fiestas de parecido talante y con igual relajo de costumbres. Algún emperador romano no cristiano, espantado del daño, llegó a suprimirlas. Pero estas prohibiciones que algunos gobiernos pretendieron, fueron inútiles. Es mejor procurar dignificarlas y cristianizarlas como ha hecho la Iglesia con muchas de ellas, que eran inicialmente poco dignas.
Febrero, último mes del año romano, era un mes dedicado a la purificación y a los difuntos. De ahí que la Iglesia haya puesto el día dos la fiesta de la Purificación de María, María, la inmaculada y la purísima como contrapeso a la inmoralidad; de ese modo se podía celebrar el Carnaval pero teniendo al mismo tiempo presente la dignidad cristiana en la figura de la Virgen.
Las fiestas que dieron pie al Carnaval se llamaban Lupercales. Los lupercos, corriendo por el pueblo, esgrimían correas de cuero con que azotaban sobre todo a las mujeres, una costumbre que sigue entre los mozos disfrazados con pieles de cordero, los cuales reciben en diversos lugares los nombres de guirrios, sidros, ceniceiros, zamarrones, aguilanderos, etc. Llevan colgados de los pies y la cintura esquilones y cencerros para espantar los malos espíritus. Febrero, del verbo februare, significa en latín purificar. La Cuaresma quiere ser el tiempo en que nos purifiquemos de todas nuestras faltas.
A la gente le gusta disfrazarse. Decía Miguel de Unamuno: “Dime de qué te disfrazas y te diré quien eres”. La gente se disfraza para aparentar otra cosa cuando en realidad de lo que nos disfrazamos es de lo que nos gustaría ser. Según el citado autor, al colocarnos una máscara nos quitamos la nuestra y sale a relucir el ricachón, el travesti, el inmoral, el asesino, el violento, el reprimido, el loco o el payaso o hasta el cura que todos llevamos dentro más o menos camuflado. Eso es lo que dicen los sicólogos y antropólogos como Julio Caro Baroja. Hasta el propio vestido de diario puede ser un disfraz si con él pretendemos aparentar más de lo que tenemos o somos. Y de ahí que haya gente bien y mal vestida.
De igual modo el maquillaje es un disfraz para ocultar las arrugas y los años, el perfume es un disfraz, pues nadie huele así naturalmente, y no digamos nada si nos fijamos en nuestros comportamientos sociales casi todos envueltos en el disfraz del rito social, de la mentira y de la hipocresía. La vida es una carnavalada gigantesca pero sin Cuaresma.
Sería conveniente acostumbrarnos a ser tal como somos, a quedarnos en lo que llevamos dentro, incluso quedarnos en el puro animal, el animal que somos... Ojalá muchas veces nuestro comportamiento se pareciera un poco y siguiera las pautas que sigue el comportamiento de algunos animales. Ellos, por regla general, no suelen disfrazarse. El lobo es lobo y no se pone nunca una piel de oveja, eso lo hace el hombre. Y el zorro es zorro y la serpiente serpiente. Se disfrazarían de hombre si mataran sin causa justificada o si atacaran por placer y no por necesidad, eso que es casi costumbre normal entre los hombres y excepción entre ellos. El mismo Jesús nos aconseja que tomemos ejemplo de los animales y seamos “sencillos como palomas y prudentes como serpientes, providentes como las aves del cielo..., obedientes como corderos tras el pastor...”, etc.
Finalmente está el rito de la ceniza. Entre los lupercales y ahora los guirrios, zamarranones, etc., existía la costumbre de arrojar ceniza sobre la gente como rito de fecundación. Pero la Iglesia lo aprovecha en el día de hoy para recordarnos la caducidad de la vida. El mundo es un cenicero o en eso terminamos, en ceniza... ¿No se les llama a los restos de una persona sus cenizas? Si lo pensamos bien vivimos entre muertos, sobre un inmenso cementerio, ¡cuánta tierra será parte y átomos de los millones y millones de seres que ha habido en el mundo hasta el presente! Pero así como los clásicos creían que el Ave Fénix surgía otra vez de sus cenizas, o que la princesa del cuento salía de una humilde cenicienta, así nuestros cuerpos resurgirán algún día de sus cenizas para ser revestidos de gloria y de inmortalidad.
El Miércoles de ceniza está puesto por la iglesia en este día no para ponernos un disfraz más sobre la frente sino para que nos lo quitemos desprendiéndonos de aquello que desfigura nuestra verdadera imagen. Con la ceniza podemos lavar nuestra conciencia como hacían antiguamente las mujeres cuando empleaban ceniza en la colada de la ropa, colaban agua caliente a través de la ceniza que luego dejaba inmaculada la tela; de ahí le viene hoy al lavado de la ropa el nombre: la colada. Y del mismo modo debería limpiar el agua de nuestro arrepentimiento y la ceniza de nuestros sacrificios nuestra alma del pecado para poder descubrir la blancura de la imagen de Dios en nuestro corazón. No olvidemos que hemos sido creados a su imagen y semejanza.
Con estas o parecidas reflexiones debemos empezar este tiempo de Cuaresma en el que Cristo quiere una vez más venir a nuestro encuentro. Jmf

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