jueves, 27 de febrero de 2020

DOMINGO I CUARESMA 1-II-2020 A
Esta homilía podría titularse “Otra vez el diablo”, (la primera vez que hizo acto de presencia fue en el Paraíso) y hoy vuelve a hacer su aparición tentando nada menos que al mismo Jesús. Dice el evangelio que el diablo lo llevó al desierto. El desierto es sólo tierra y arena, con una temperatura entre 45º y 48º, sequedad, viento, soledad... Hay algunos exégetas que mantienen que no se trata aquí del desierto meramente tal sino de un lugar donde había una especie de monasterio, cuya biblioteca apareció hace unos años escondida en una cueva, y que fue allí, en Qunrán, junto al Mar Muerto, donde Cristo fue sometido a una serie de exámenes o pruebas sobre su divinidad. El examinador sería aquí el demonio, o alguien que hiciera de algo así como de abogado del diablo.
Otros afirman que se trata únicamente de un lenguaje metafórico. Y así como había un rito en el que el pueblo judío extendía sus manos sobre un chivo expiatorio para que cargara con las culpas del pueblo y luego lo llevaban al desierto para dejarlo morir o lo despeñaban, Jesús como antes Juan, fue llevado también al desierto, cargando sobre sus hombros nuestros pecados para morir por ellos. Hubo luego numerosos imitadores, anacoretas y santos ermitaños que escogieron esta vida; por ejemplo san Antonio el ermitaño (cuyas tentaciones fueron inmortalizadas por Hoffman, que las ve como algo corporal, o por Gustavo Flaubert que las describe de modo más espiritual, y hasta el mismo Dalí que trató de reflejarlas con rasgos surrealistas en uno de sus más conocidos lienzos). Algo de seducción debe de tener el desierto cuando sedujo a tantos santos, e inspiró tantas obras de arte. Jesús es tentado y sale victorioso, para dejar muy claro cual iba a ser su lucha y su plan de actuación una vez que hubiera sido bautizado por Juan en Betabara.
La primera tentación conecta con la primera lectura del génesis: “Di que estas piedras se conviertan en pan”. En el Paraíso le dice el tentador a Eva: “¿Cómo que os ha dicho Dios que no comáis de ningún árbol del jardín?”. Quería que Eva especificara el árbol prohibido, para atacar de nuevo. Esa fue siempre su estrategia. Jesús venció, Adán y Eva no. Dice Dostoiewski en “El gran inquisidor” que “estas tres tentaciones presiden toda la historia, y muestran las tres imágenes a las cuales se reducen todas las más insolubles contradicciones históricas de la naturaleza humana sobre la tierra: sensualidad, prestigio y poder...”. En efecto la primera, la sensualidad, viene dada, tanto aquí como en el Paraíso, por la comida. Comer pertenece al individuo, reproducirse a la especie, por eso acaso el diablo acosa por las necesidades personales más perentorias. Y para algo tan imprescindible como es el comer pide el diablo a Jesús un milagro...
Hoy seguimos consintiendo, consumiendo. Toda la vida del hombre moderno gira en torno a consumir, a comer, a gastar, “a tratar de convertir piedras en pan”, algo que de alguna forma estamos logrando, pues muchos de los alimentos ya son sintéticos, es decir elaborados y obtenidos de productos químicos. Y cuando estamos ya hartos de un producto aparece en el mercado otro para abrir el apetito y poder comer sin engordar, eso sí, hay que mantenerse en forma, y hasta se erige en eslogan, no ya la satisfacción, -por ejemplo la de saciar la sed-, sino la misma sed: “da gusto tener sed”, y así hasta la misma necesidad se convierte en consumismo. Creo que es algo diabólico.
“Seréis como dioses”, dijo la serpiente en el Edén. “Vivirás, serás como Dios”, dice a Jesús el tentador. Si hoy se nos presentara la ocasión de convertir piedras en pan, con los millones de personas que en el mundo mueren de hambre, ¿habría alguien capaz de resistir la tentación? Pues tendríamos que rechazarla, porque antes que el pan está el “buscar el Reino de Dios y su justicia..., el pan vendría luego por añadidura” y en mejores condiciones para todos. Y es que este afán de consumir nos está convirtiendo en los esclavos del s. XXI ¡Consumid malditos! parece que es el grito que se oye por doquier parodiando aquel título de un film americano de Sydney Pollack. Jesús, Biblia en mano, dijo algo que será eterno: “No sólo de pan vive el hombre...”. Y si no, que se lo pregunten a los hartos, a los satisfechos... (Deut. 8, 3).
En la segunda tentación el diablo insiste. Lo lleva al pináculo del templo... le exige otro milagro: “¡Tírate de aquí abajo...!”, es decir, ¿un suicidio? No, eso no, porque los ángeles te sostendrán con sus manos... y la gente al verte bajar solemnemente aplaudirá a rabiar y podrás presentarte ya como un Mesías...! También ahora el diablo echa mano de la Biblia y aduce el salmo 9, 11: “está escrito...”. Hay que tener cuidado con los “bibliólogos”, porque, Biblia en mano, los piratas ingleses expoliaron nuestras galeras que venían cargadas de oro de las Indias, y Biblia en mano ellos y otros esclavizaron y siguen esclavizando a medio mundo. Hay que ser cautos con los “bibliólogos” porque muchas sectas, Biblia en mano, siguen engañando y esclavizando a mucha gente. El diablo conoce muy bien la Biblia, mejor que nosotros. A Jesús quiere hacerlo caer con la tentación del prestigio, de la gloria y de la inmortalidad, con el aplauso de la gente. Dice la periodista María Luisa Brey en una entrevista que hizo hace años al patriarca del clan Antonio Garrigues, que al hablarle de la gran labor de Teresa de Calcuta aquel le contestó: “Esa mujer es admirable, pero temo por ella, porque la gloria humana puede destruirla”. Y es que el aplauso nos ofusca y nos ciega. Es otra de las graves tentaciones del hombre. El demonio quiere que nos tiremos sin paracaídas, en vuelo libre, como sea pero que caigamos. Para Jesús aterrizar en la Ciudad Santa, en Jerusalén, en olor de multitud, sería la entrada triunfal más inimaginable; pero aquello no es lo suyo, lo suyo es la humildad: cayendo lo ensalzarían humanamente pero cedería al Maligno. En cambio subiendo hasta el Calvario Dios lo humillará al asumir lo más humano: el dolor y el abandono de los suyos, para después glorificarlo haciendo que reine sobre la cruz. Cara a cara con el diablo de nuevo Jesús desarma sus argumentos con la palabra de Dios escrita: “No tentarás al Señor Dios nuestro” (Deut. 6, 16, y Éx. 17, 2).
Finalmente la tercera y última tentación consistirá en llevar a Jesús a una montaña altísima, acaso el monte Nebot, donde murió Moisés (Deut. 34, 1), y allí el diablo le pide no un milagro, sino una cosa más simple, sólo un gesto de adoración. Es curioso cómo siempre han sido los montes lugar de adoración pagana, culto al sol, a la naturaleza, a la fecundidad... Y en un monte quiere el diablo tener un nuevo altar y un adorador único: “Todo esto te daré...” así cara a cara. Todos tenemos un precio. ¿Es este el tuyo? Todos los reinos del mundo. Todo tuyo a cambio de algo tan sencillo como ponerte de rodillas. Dice Ciorán: “El espectáculo de la caída impresiona más que el de la muerte. Todos los seres mueren, sólo el hombre está llamado a caer”. El demonio quiere así saber que no es más que un hombre, viéndolo arrastrarse por el suelo. En contrapartida convertiría el mundo entero en el Reino de Cristo, una redención sin sangre ni calvario, por un simple gesto de adoración. Jesús lo rechazó también de plano: “Vete de aquí Satanás, porque escrito está: Al Señor tu Dios adorarás y a él sólo darás culto” (Deut. 6, 13).
Tres tentaciones que son claves también para el hombre de hoy, para cada uno de nosotros: placer, vicio, ser y tener... Tentaciones que debemos superar. Para ello se nos ofrece este tiempo litúrgico, este desierto de la Cuaresma, en el que, como Jesús, es preciso emplear para vencer, una estrategia. Alejandro Casona en “Otra vez el diablo”, (obra estrenada en Madrid en 1935), mantiene la tesis de que el hombre, auxiliado por la gracia de Dios, puede vencer al demonio, no matándolo fuera, sino dentro de cada uno de nosotros, porque es dentro del alma donde se esconde, y es dentro de nuestro corazón en donde podemos darle muerte. Esa misma tesis la plantea en “La barca sin pescador”. El diablo se le aparece a Ricardo Jordán. Aquel caballero negro le promete salvar su empresa de la quiebra a cambio de que mate a un hombre, pero será un asesinato a distancia, sin sangre, sin que se entere nadie. Muere un hombre, un pescador de un puerto nórdico. Ricardo, sabedor de que es ya un asesino, llega al pueblecito pesquero para pedir perdón a la familia y se entera de que el asesino no había sido él sino otro. Para el diablo no importa, lo había asesinado ya con la intención y eso le basta. Entonces Ricardo reacciona: “El contrato sigue en pie. He prometido matar a un hombre y lo haré”. Ricardo promete matar también sin sangre, pero a ese otro hombre que todos llevamos dentro, así cumplirá su promesa de matar...: “El día en que no quede en mí ni un solo rastro de lo que he sido, entonces Ricardo Jordán habrá matado a... Ricardo Jordán”. De la mano de Casona vemos cómo esta vez de nuevo el diablo es vencido por medio de la humildad, de la vida interior, de la conversión y del amor.
La Cuaresma más que para convertirnos, que eso es cosa de Dios, es para que reflexionemos, para que caigamos en la cuenta de que la vida es no caer en tentación, y no queda más remedio que luchar y renunciar. Hay que saber decir ¡NO!, algo que estamos olvidando. Ahora todo son facilidades, sobre todo para el vicio y la corrupción. Ahora a un niño no se le puede negar nada... hay que consentirle todo, darle todo lo que pide, y ya... Y eso va contra el espíritu evangélico del sacrificio y la renuncia e incluso es antinatural. La naturaleza no está hecha para el placer, este le destruye, sino para el sacrificio y la renuncia.


Pero además de luchar es preciso rezar, conocer, mejor aún, escuchar la palabra de Dios y qué es lo que nos pide. Hoy nos pide oración, sacrificio, abnegación, caridad..., ese debe ser también nuestro pan de cada día. Con él también debemos pedir a Dios, por medio de su Hijo, vencedor del pecado, que “no nos deje caer en tentación””que nos libre del Maligno”, pues eso fue lo que nos enseñó a decir cuando hablemos con el Padre nuestro y suyo que está en los cielos. Jmf:

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