viernes, 11 de enero de 2019


BAUTISMO DE JESÚS.  13-I-2019 (Lc. 3, 15-16) C

A veces nos podemos hacer esa pregunta, aparentemente inocente, que formula el Catecismo: ¿Qué quiere decir cristiano? El conflictivo profesor de Tubinga Hans Küng da la respuesta y para ello necesita un libro de 672 páginas, titulado Ser cristiano. El Catecismo lo hace con dos palabras: “Cristiano quiere decir hombre de Cristo”, es decir, “hombre que tiene la fe de Jesucristo que profesó en el Bautismo, y está obligado a su santo servicio”.

Pueden cambiar las palabras pero “ser cristiano” es lo mismo hoy que en tiempos de san Pablo (Hech. 11,29) cuando en Antioquía se empezó a llamar a los seguidores de Jesús cristianos, seguidores de una fe profesada en el bautismo. Sin embargo en este punto fallan los viejos catecismos cuando sólo enseñan que el Bautismo fue instituido “para borrar el pecado original y otro cualquiera que haya en el que se bautiza”. Eso es una consecuencia, pero lo fundamental, lo importante es que en el bautismo recibimos la gracia santificante, con la que damos muerte al pecado y resucitamos a otra vida, una vida nueva.
Todos los Evangelistas ponen el Bautismo de Jesús como punto de partida –a modo de nacimiento- a su vida pública no sin un significado profundo para nuestra vida cristiana, aunque debemos tener en cuenta que el bautismo de Jesús cuando dice a los apóstoles: “Id por el mundo y predicad el Evangelio, el que crea y se bautice se salvará…” (Mc. 16, 16), o (Mt. 28, 19) tiene poco que ver con el de Juan que es solo de penitencia. Bautizar es tan antiguo como el propio hombre, pues bautizar significa, bañarse, sumergirse, lavarse. Y se puede decir que casi todas las religiones tienen este tipo de rito, de ahí que muchas de ellas se hayan desarrollado a orillas de un río que consideran sagrado: el Nilo para los egipcios, el Ganges para los budistas, el Jordán para los judíos, etc.

Hoy el Evangelio nos habla del bautismo de Jesús en el Jordán, pero distingue ya dos tipos de bautismo; el bautismo de Juan que era simplemente un bautismo de penitencia, acaso como el que tenía lugar en el monasterio esenio de Qum Ran, a orillas del Mar Muerto; y el que instituirá unos años después Jesús, bautismo “con Espíritu Santo y fuego”.

Desde los apóstoles se bautizó en ríos o manantiales, como hizo el apóstol Felipe con el eunuco de la Reina Candace (Hech. 8, 38) o Pablo en Filipos con Lidia la vendedora de púrpura y su familia a orillas del río Gangites (Hech. 16, 15). Más tarde se construyeron lugares ex profeso llamados Baptisterios o piscinas regeneradoras, de ordinario cerca o adosados al templo. En ellos se bautizaba a todo aquel que mostrara una fe viva y hubiera hecho sincera penitencia. Luego se pensó en que había que preparar un poco más a los aspirantes para recibir este sacramento con el fin de evitar que entrara gente indigna. Esto se hacía mediante una enseñanza llamada catecumenado, que duraba a veces varios años.

Desde el s. IV la preparación se hacía en tres etapas:
1ª) la de oyentes (oían únicamente la predicación). A estos fue Tertuliano quien los denominó catecúmenos, es decir oyentes. Hoy podríamos decir que hemos vuelto en nuestras misas a esta primera etapa de misas de catecúmenos puesto que muchos católicos sólo asisten a ellas como oyentes. Hasta la misma expresión del mandamiento: Oír misa entera... adolece de este defecto.
2ª) Los que además de oír rezaban y recibían la bendición del Obispo, eran llamados genuflectantes o arrodillantes. Finalmente
3ª) aquellos que, superadas ciertas pruebas a las que eran sometidos, se disponían a recibir el bautismo en las próximas fiestas, y eran conocidos por el nombre de competentes o elegidos. A estos se les iniciaba en la llamada Doctrina del Arcano que consistía en saber el Padrenuestro, el Credo, el Misterio de la Santísima Trinidad, el de la Encarnación y los Sacramentos. Se renunciaba a Satanás y luego tenían lugar tres inmersiones en el agua. A los enfermos e impedidos se les asperjaba. Desde el s. XIII son frecuentes los bautismos por aspersión. Al principio no se bautizaba a los niños pero en el Concilio de Cartago (252) ya aparece esta costumbre.

Se generalizó por aquel entonces entre muchos el alargar el bautismo hasta la hora de la muerte, en primer lugar por no sentirse con fuerzas para cumplir los deberes cristianos de romper con la vida de pecado que llevaban pudiendo así disfrutar de lo que les placiera lícita o ilícitamente en la tierra… y después ganar el cielo. En segundo lugar, y como se desprende de lo anterior, para garantizar la salvación puesto que el bautismo borraba todo pecado mortal y venial. Así lo hizo, entre otros, Constantino el Grande.

Al principio sólo bautizaba el Obispo. Con respecto a los padrinos se citan ya en el s. II (susceptores) y su práctica se remonta hasta los Apóstoles. Inmediatamente después del bautismo los bautizados se ponían una vestidura o palio blanco. De ahí vino un refrán que se aplicaba a los paganos que por conveniencia abrazaban el cristianismo y que decía: “pasó de la toga al palio” (hoy diríamos “cambió de chaqueta”). Debido a esta vestidura blanca se llamaban también candidatos (cándidus en latín significa blanco). El Bautismo se podía recibir cualquier día pero se solía administrar de modo especial los domingos y sobre todo en las fiestas de Pascua (Sábado Santo), Pentecostés y Epifanía y su solemnidad era comparable a la de una boda en nuestros días, (también hoy de nuevo).

A partir del s. V desaparece el Catecumenado hasta que Pablo V el año 1614, después del Concilio de Trento, funde en un solo rito la preparación, el catecumenado y las ceremonias del bautismo. Después de recibir el agua eran ungidos con crisma tal como hoy hacemos, recibiendo así la plenitud del Espíritu Santo, unción que algunos teólogos equiparan a la Confirmación. Al tiempo que se ungía se recitaba una fórmula: “He aquí el sello de los dones del Espíritu Santo”, seguida de la imposición de manos.
En el s. V se introducen los “exorcismos”: el Obispo soplaba sobre el catecúmeno, le tocaba los oídos diciendo Epheta (abríos) y le ponía sal en la boca (también un poco de miel y leche, símbolo de la suavidad y la dulzura de que debería hacer gala en su nueva vida), y le ungía la cabeza. El aspirante, vuelto hacia Occidente, mantenía un cirio encendido en la mano como señal de su consagración a Cristo. Estos ritos se siguieron, con algunas variantes, hasta el Concilio de Trento.

El año 1700 se quiso volver a implantar el Catecumenado pero sin éxito hasta que el Concilio Vaticano II (1965) trata de recuperarlo. Ya se venía haciendo a partir de 1950 en muchas parroquias. No obstante han surgido años ha ciertos Movimientos en la Iglesia, como son las llamadas Comunidades de base, la Iglesia comprometida o contestataria, la Teología de la liberación, etc. que lo cuestionan, porque insisten más en la acción que en el rito, más en la liberación del cuerpo que en la del alma, más en la información política y social que en la formación teológica y espiritual. No es nueva esta tendencia, hoy ya un poco en retroceso, pues el año 1645 un teólogo protestante americano llamado Roger Williams lanzó esta misma idea en su obra Bautismo no hace cristiano en donde aboga por la libertad de conciencia, una Iglesia democrática y una sociedad cristiana libre, en la que los pobres puedan disfrutar de los bienes de la tierra con el mismo derecho que los ricos: igualdad de oportunidades para todos. Un individuo pertenece a la iglesia -según él- no porque se halla sometido a un rito sino porque ha optado en su conciencia por ella libremente. Sólo el día que consigamos esto haremos Iglesia.

¿Qué pensar de todo ello? Pues que andamos siempre por los extremos. Hoy proliferan los cursillos prebautismales. Se cree que a más información teológica más fe. Y tampoco es eso. Ser cristiano es pensar de otra manera. Formar es tratar de llevar al cristiano hacia un modo de pensar más de acuerdo con el Evangelio pero nunca imponerlo. Debemos tratar de vivir lo que creemos. Es preciso que lleguemos al cambio de nuestro corazón de piedra por un corazón de carne, llegar a un cambio de mentalidad, en una palabra, a una auténtica y sincera conversión. Se lo dijo Jesús a Nicodemo: -“Quien no nace de nuevo no puede ver el Reino de Dios” (es decir, una vez celebrado el nacimiento de Jesús en Navidad, debemos esperar y celebrar nuestro personal nacimiento a la gracia). Y ¿cómo puede nacer uno de nuevo siendo viejo? pregunta Nicodemo. Naciendo del agua y de Espíritu, responde Jesús. ¿De qué modo? insiste Nicodemo. Jesús añade: Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgarlo sino para que se salve por Él. Quien cree en Él no será juzgado, quien no cree ya está sentenciado (Jn.3, 3... 18).

Volver a nacer, eso que decimos después de haber salido de un gran peligro o de un accidente grave: “volvió a nacer”. El bautismo nos ha hecho volver a nacer. Y esto ya es harina de otro costal. Por eso hay tan pocos cristianos de verdad. Desgraciadamente sigue siendo cierto aquel dicho de que “en los primeros tiempos del cristianismo se bautizaba a los convertidos, hoy en cambio tenemos que convertir a los bautizados”.   Jmf


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