DOMINGO III. t.o.. 27-I-2019 (Lc. 1,
1-4; 4,14-21) C
El domingo pasado recordábamos el primer milagro de Jesús. Aún no había pronunciado su
primer discurso. Jesús primero hace, realiza, y luego dice, predica... Es una buena filosofía.
Hoy san Lucas nos trasmite su primer
sermón en la sinagoga de su pueblo en la que todos los vecinos podían
intervenir. Jesús
en esta primera parte del discurso echa mano de una técnica de apostolado muy
moderna: Planifica la acción y nos
adelanta el programa. El discurso se
inicia leyendo un pasaje de la Biblia, puestos todos en pie, cierra el libro,
se sienta y después de entregarlo al ayudante da comienzo a la explicación. Es
lo que seguimos haciendo después de 2.000 años.
Y ¿cuál es su programa? Podríamos resumirlo en una
sola palabra: libertad. Esa es su
gran noticia: hacer hombres libres. Toda su doctrina gira en torno a eso: en
dar libertad corporal a los cuerpos
liberándolos de sus enfermedades, dar libertad
espiritual a las almas curándolas del mal del pecado y en dar libertad económica a los pobres,
entregándoles la posesión del Reino de los cielos, cosa que no se resuelve
únicamente con palabras y discursos
sino con hechos. La libertad es un
don, una conquista ansiada y buscada por todos los pueblos y por todos los
hombres, desde el niño que se escapa de casa…, hasta la nación que lucha por la
independencia. Sin embargo, ¡qué mal se entiende después esa libertad y qué mal
se emplea! Nos parecemos al protagonista, (Jean-Pierre
Léaud), de aquel film de François Truffaut Los 400 golpes; huye del Reformatorio porque su ilusión era
únicamente llegar al mar. Cuando atraviesa jadeante la playa y al fin se mete
entre las olas, después de saborear unos segundos la victoria, enseguida se
asoma a sus ojos la decepción tras un gran interrogante: ¿Y ahora qué...? mientras la palabra FIN cubre con sus letras la pantalla.
Todas las revoluciones luchan por derrotar al tirano e
implantar su doctrina, pero una vez en el poder también asoma a sus ojos el
gran interrogante ¿Y ahora qué? Y por
eso de revolucionarios se convierten en tiranos, y de progresistas en
reaccionarios. No hay poder establecido que no haya caído en esta trampa. La
corona del poder, una vez que nos cubre la cabeza, es como el apagavelas de los
ideales y de la ética más elemental. Dice Gibrán
Jalil Gibrán en El profeta: “En verdad eso que llamáis Libertad es la
más fuerte de vuestras cadenas, aunque sus eslabones relumbren al sol y
deslumbren vuestros ojos... Y si es a un tirano a quien queréis destronar,
cuidad para que el trono que le habéis erigido en vuestro interior, sea también
destruido”. Cuando un líder político, cultural, religioso, etc. da a
conocer su programa siempre hay gentes que tratan de descafeinarlo, de atenuar
su fuerza. Jesús lanzó un programa
de libertad. Sus paisanos enseguida quisieron no sólo restarle importancia al
mensaje sino incluso linchar al propio Cristo, matar al mensajero.
En 1917 la periodista americana Ana Luisa Strong entrevistó a Mao
Tse-Tung. En el decurso de la entrevista, sabiendo que era cristiana, Mao
le preguntó: Dígame en dos palabras el
mensaje de Cristo. Liberar cautivos, contestó sin dudar Ana Strong. ¿Y qué hicisteis los cristianos para llevar a cabo este programa?
insistió Mao. Y sin esperar
respuesta prosiguió diciendo: “Jesús tuvo
la mala suerte de morir víctima de la injusticia. Fue uno de los más grandes
pensadores”. Así opinaba aquel hombre que luego se convertiría él mismo a
su vez, en el gran perseguidor del cristianismo en China. La Iglesia primitiva
fue revolucionaria y libre en medio de la persecución. Llegó Constantino el Grande y trató de
hacerla libre y soberana. Tras él toda la Edad Media y moderna no han hecho más
que cargarla con cadenas de oro y de poder. Así, con las Cruzadas, la Inquisición
y el Renacimiento, de perseguida y
libre se convirtió en combativa y esclava. Que “el poder corrompe” es una verdad como un templo. De ahí la difícil
cuestión de predicar la libertad. Hace años, en cambio, ha surgido un sector de
la Iglesia que ha iniciado la lucha en este frente, es la llamada iglesia de la
“Teología de la liberación”.
Exhortar a la libertad es peligroso. Se suele pagar
con la vida. Así le aconteció a Jesús,
y así lo pagaron los teólogos de la
liberación de El Salvador, el P.
Ellacuría y compañeros mártires. Es más seguro predicar la obediencia y la
sumisión en todo a la ley y a la autoridad vigente, actúe como actúe. Pero la
cuestión es que el hombre fue creado libre, algo que cualquier estado,
gobierno, organización o ideología deben tener presente, y antes de legislar o
actuar preguntarse: ¿Esto hace libre al pueblo o lo esclaviza? Porque la verdad
es que hemos manipulado tanto las palabras que, siendo realmente esclavos de
muchas situaciones, nos consideramos libres.
Recuerdo a este respecto una leyenda adaptada por el
escritor Carlos Ginés. Había una vez
un hombre bueno y trabajador que amaneció un mal día encerrado en una torre con
las dos manos atadas sin saber cómo ni por qué. Los primeros momentos fueron de
verdadera desesperación pues ni él ni nadie sabía cómo poder desatárselas. Poco
a poco y ante lo irremediable de la situación empezó a usarlas en la medida en
que le era posible, así un día logró liar un cigarrillo, otro día atar los
zapatos... Entonces alguien le empezó a hablar de las cosas malas que llevaban
a cabo los que, fuera del castillo, tenían las manos libres. Pero silenciaban,
por ejemplo, que había manos prodigiosas que cincelaban la piedra, tocaban el piano
o fabricaban palacios. Sólo le decían las cosas malas de las manos sueltas.
Entonces el buen hombre se llegó a considerar un afortunado y a pensar que era
mucho mejor para todos vivir con las manos atadas.
En 1986 el filósofo Emilio Lledó pronunció una conferencia en la Fundación Juan Marx de Madrid en la cual venía a decir que estar
informado no equivale a pensar... Las pequeñas noticias con que nos atiborran a
cada momento los medios de comunicación pueden llegar a paralizar el pensamiento.
Para estar bien informado antes es preciso estar bien formado..., es decir
tener las manos libres, o lo que es igual, tener libre el pensamiento.
Un cristiano, en primer lugar, debe sentirse libre
siendo portador de buenas noticias, debe ser un evangelista: que anuncia buenas nuevas, incluso
corriendo riesgos, comprometiéndose, denunciando la injusticia donde sea y como
sea y exigiendo la libertad, pues esto sí que es la verdad de Dios: que allí
donde se encienda la verdad brillará la buena noticia de la libertad. Y allí
donde se predique la libertad, allí donde el hombre sea plenamente libre, (lo
que no equivale a vivir en el libertinaje) allí estará Dios y por lo tanto allí
es donde debe estar un cristiano.
La verdadera libertad está en la verdad. En este punto
no podemos menos de recordar al gran paladín de la libertad, el apóstol Pablo. Cuando escribe a los Gálatas Pablo les insiste en que la ley de Cristo es el amor. Los
judaizantes insisten en que hay que volver a la Ley y a las prácticas tradicionales.
Entonces Pablo arremete contra ellos
y les dice: “Erais libres ¿y ahora os
vais a hacer esclavos?”. Esto es a menudo comprometido como lo fue para Jesús; pero sólo así transformaremos el
mundo. Y no pensemos que esto se lleva a cabo únicamente con palabras,
sermones, discursos, pastorales... todo ello falla si no cristaliza en hechos,
en buenas obras.
Nosotros parece que disfrutamos más comunicando malas
noticias, sembrando pesimismo. Hasta los medios de comunicación tienen más
venta y difusión si publican catástrofes y crímenes. Jesús nos trae “buenas
noticias”. Eso que nosotros acostumbramos a desear a los demás pero luego
fallamos a la hora de llevarlo a la práctica.
Por ejemplo oímos bien temprano: Buenos días, en la radio, pero enseguida sin darnos tiempo a
reaccionar prosiguen diciendo: Según un
despacho de la agencia equis o zeta hubo tal asesinato, terremoto, accidente, etc.
¿A qué viene entonces ese Buenos días?
¿No sería más lógico esa mañana empezar diciendo Malos días? Como en la novela de François Sagan en la que Cecile
la protagonista, con una maldad a la vez inocente y a la vez perversa, provoca
la ruptura de su padre con Anne,
pero a partir de entonces es víctima de una tristeza infinita a la que suele
saludar cada mañana con aquel “buenos
días, tristeza!” que da título a la novela. Pues algo así tendríamos que
decir muchas mañanas.
Sin embargo Cristo
vino también a liberarnos de esa tristeza y pesar. Libertad también es verse
libre de uno mismo ¿Cómo podemos hablar de libertad si no la tenemos? Vernos
tal cual somos es la verdad pura, reconocernos pecadores tal cual somos es la
verdad limpia, sentirnos hijos de Dios, pues lo somos, es la verdad de Dios, en
una palabra, vivir en la verdad pues sólo eso es la gran verdad, y “la verdad nos hará libres” son sus
palabras que no pasan.
Dice J.P.
Sartre que “Libertad
no es hacer lo que uno quiera sino querer lo que uno puede hacer”. Cristo
hoy nos enseña qué es lo que podemos hacer para ser libres y nos enseña cómo
quererlo y el camino y modo de lograrlo a pesar de todos los obstáculos que nos
salgan al paso, empezando por nuestro propio entorno, por nuestro propio ambiente. Jmf
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