viernes, 8 de febrero de 2019


DOMINGO V. -t. o.- 10-II-2019 (Lc. 5, 1-11) C

Después de haber dejado atrás el ciclo de Navidad y estar próximos a entrar en el de Pascua, con su antesala de la Cuaresma, nos encontramos estos domingos en un terreno intermedio pero no por eso menos interesante para nuestra vida cristiana. Las palabras de Jesús, que hoy recoge el Evangelio, “Rema mar adentro”, pueden servirnos muy bien de lema. Es una imagen marinera muy hermosa aplicada a la evangelización. El mar no tiene caminos. Lo que dijo Mahama Gandhi, hablando de la paz, podríamos nosotros aplicarlo al mar: “No hay caminos en el mar, el mar es el camino”.

Jesús nos invita a salir a alta mar, a ser pescadores, a evangelizar. Y ¿qué es evangelizar? Evangelizar no es colonizar, evangelizar es liberar. Evangelizar no es hacer prosélitos. (A veces no hemos hecho más que eso, confundiendo en nuestro oficio de pastores una cosa con otra). Hay, por desgracia, bastantes casos en la historia. En el s. V sube al trono de Francia, llamada entonces Las Galias, Clodoveo I a la edad de 15 años. Estaba casado con Clotilde que era católica. Durante la contienda contra los alamanes se vio en apuros y hace una promesa: “Si gano esta guerra me convertiré a la religión de mi esposa”. Venció, y el día de Navidad del año 496 es bautizado en la catedral de Reims por el obispo san Remigio, en compañía de 3.000 soldados. A partir de esta fecha obligaba por la fuerza a todos aquellos pueblos que sometía a su mando: francos, visigodos, borgoñones, alamanes, etc., a abrazar su religión.

Otro tanto hizo en España el rey godo Recaredo, como lo había hecho en su época Constantino el Grande y lo siguieron haciendo los demás conquistadores de uno y otro bando. Pero evangelizar no es colonizar, es todo lo contrario, evangelizar es liberar. Evangelizar no es decir qué deben hacer los demás sino qué debemos hacer nosotros por los demás en razón de una fe que vivimos y debemos comunicar. Evangelizar no es hablar por hablar: hay que tener algo que decir y luego saber decirlo llevándolo a la práctica. El charlatán no tiene nada que decir, habla y habla desde su egoísmo, desde sus intereses, desde su punto de vista, nos habla “para vendernos la moto”, como vulgarmente se dice. El evangelista trata siempre de decirnos algo para nuestro propio provecho, escucha y dice, tratando de comunicarnos más sus convicciones que sus ideas, poniéndose siempre en nuestro lugar. Es lo que sucede con los actores de cine o de teatro: algunos nos dicen su papel de memoria, pero los buenos actores lo dicen de corazón. Ahí puede estar el quid del éxito y el quid de la evangelización: ¿no buscamos a menudo más, el tener teólogos ortodoxos, de recta y tradicional doctrina que teólogos que se echan a la mar, que arriesgan, porque los guía más el corazón, el amor a Dios que el Dogma, la Moral y el Derecho? Y actuando así no nos damos cuenta de que fuimos capaces de dejar morir de hambre a millones de seres y de mandar a la hoguera al teólogo que hablaba de liberación.

Evangelizar no sólo es sentir, es además comunicar. Hoy el mundo se ha convertido en un gran salón de mítines, de propagandistas desde todos los medios de comunicación. Ya sabemos que esto es un sermón..., pero cada columnista de la prensa que ataca posturas de la Iglesia también es un predicador de su causa, tratando de inculcarnos su mensaje. Criticamos la Inquisición pero los mismos que la critican están asumiendo el oficio de inquisidores de la Inquisición, mandando a la hoguera a todo aquel que no piensa como ellos. Es el grado más alto de la hipocresía y del cinismo. Cada anuncio de un producto es un sermón, es un mitin, estamos inmersos en un mar de propaganda y de propagandistas, y siempre un mar adentro en el que nadie escucha a nadie porque todos se escuchan a sí mismos. Y con todo necesitamos avanzar a través de ese mar. Marshall Mc Luhan ya decía que: “Se terminará la propaganda cuando empiece el diálogo”, y hoy, como dijo Krisnamurti, hasta “repetir una verdad se puede convertir en una mentira”.

Lo desconcertante es que también Dios usa palabras, Él mismo es Palabra pero una palabra cuyo mensaje es diametralmente opuesto a todos los que el mundo lanza a los cuatro vientos. Porque Él no se quedó sólo en palabra sino que la Palabra se hizo carne. Evangelizar no es sólo promulgar libertades legales, que todos más o menos tenemos o creemos tener, evangelizar es promulgar y hacer efectivas las libertades reales, es decir que nos sintamos libres y tengamos conciencia clara de que nadie nos manipula. Evangelizar no es imponer el orden a costa de lo que sea y cueste lo que cueste, evangelizar es divulgar la doctrina del amor y de la caridad de Cristo a quienes quieran aceptarla. Jesús no fue un dictador. Jesús fue incluso más profeta que sacerdote, más salvador que libertador, más obrero y artesano que jefe, pensador e intelectual. Evangelizar es liberar al hombre de todo tipo de violencia: la subversiva y la represiva, la física y la moral, la política y la religiosa, la abierta y la encubierta.

Evangelizar es librar al hombre de la esclavitud, y es librar al hombre del hambre. Sí,  del hambre física, laboral, intelectual, espiritual, afectiva... y todo eso lleva consigo la labor de embarcarse mar adentro, de “mojarse”, pero ya. Hoy ya no se nos pide una limosna, ni un trozo de pan para un mendigo, hoy la Iglesia quiere que tomemos conciencia de que el mundo es un pañuelo y de que aquello de “enseñar a pescar en vez de dar el pez” tiene que hacerse cada vez más efectivo. Aunque tampoco debemos olvidar de paso, que multiplicar los peces, no salir a pescar,  fue uno de los milagros del Señor que se recogen en el Evangelio.
A menudo encontramos mil disculpas en estos temas tan sangrantes que, en realidad, no tienen escapatoria pero el Evangelio en ellos es clarísimo. Por eso, acaso un día, Jesús nos diga aquello que escribió a este propósito un poeta chileno:
“Tuve hambre y me mandaste esperar.
Tuve hambre y nombraste una comisión.
Tuve hambre y tú viajaste a la luna.
Tuve hambre y respondiste: Así es la vida.
Tuve hambre y me dijiste: Dios te ampare.
Tuve hambre y a ti te sobraban divisas para comprar armas. Tuve hambre y tú me preguntaste: Señor ¿y cuándo te vimos hambriento? (Mensaje. Chile, marzo 1975).

Con todo... también se pudiera dar el caso de que nuestro esfuerzo nos parezca baldío y digamos como Pedro: “Toda la noche navegando, y no hemos conseguido nada”, ni un pez... Pues con todo y con eso, Jesús es a Pedro a quien dirige la palabra, es a Pedro a quien escoge para regir su iglesia, a un Pedro que se queja, que duda, que vacila y hasta reniega del Maestro. Cuando Dios nos invita a remar mar adentro, a trabajar en su Iglesia no vale decir: no valgo para eso, tengo poca fe, mi vida no responde, tengo muchas faltas, soy pecador.... no vale. Cuando Dios llama ya conoce él todas nuestras debilidades y cuenta con todo eso. Tampoco es prudente lo contrario, echar las redes en nombre propio como acostumbramos a hacer a veces. No pescaremos nada. “En tu nombre echaré las redes”, eso es otra cosa. Es preciso que nos decidamos de una vez. Dentro de unas semanas empezará la Cuaresma. Antes había como una cierta coacción por parte del entorno religioso en el que nos desenvolvíamos, para confesar y comulgar por esas fechas. Hoy se deja, más aún, hoy se recomienda plena libertad, libertad que debe nacer de una necesidad de vernos limpios de pecado y en gracia de Dios. Si la gente tanto ama el pasado, las costumbres ancestrales y los ritos antiguos, en la Cuaresma los tenemos bien antiguos y además hermosos. Pero lo que es difícil, por antiguo que sea, parece ser que no interesa, así nos convertimos en folclóricos pescadores a río revuelto por la calle de Galiana…, y no en cristianos de mar adentro.

Evangelizar es evangelizarnos metiéndonos dentro de nuestro corazón, y echar la red, si no queremos “enredarnos” en leyes y palabras, para enseñar al hombre su libertad total y el multiforme camino de la mar. Así en vez de pecadores contra Dios nos convertiremos en pescadores de hombres para Dios.  Jmf

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