DOMINGO VI.-17-II-2019 (Lc. 6, 17.20-26) C
Hay una idea central
y hasta subversiva y revolucionaria que atraviesa todo el Evangelio: Su
mensaje es una gran noticia para los
pobres, pero una maldición para los
ricos. Y aunque también es cierto que el mensaje cristiano se resume en el amor, aquí se podría decir que aparece
como un amor “contra” los ricos.
Es curioso constatar las dos maneras como nos trasmiten san Lucas y san Mateo el Sermón de la Montaña. San Lucas sólo escribe: “...Bienaventurados los pobres”, sin más. San Mateo añade a los pobres “de espíritu”. Hay autores que lo explican como que san Mateo, que era un hombre que procedía del mundo de la banca, quiere “descafeinar”, diluir un poco esa teología dura, ese filo tan cortante que es la pobreza material, pura y dura. Pienso que es todo lo contrario. San Mateo trata de llevarnos más allá. Cristo felicita en su Evangelio no sólo a los pobres de bienes materiales sino, y sobre todo, a aquellos que no ambicionan tener más y más. De ese modo trata de levantar una trinchera en esa retaguardia de los sentimientos que es el deseo y la intención.
Es curioso constatar las dos maneras como nos trasmiten san Lucas y san Mateo el Sermón de la Montaña. San Lucas sólo escribe: “...Bienaventurados los pobres”, sin más. San Mateo añade a los pobres “de espíritu”. Hay autores que lo explican como que san Mateo, que era un hombre que procedía del mundo de la banca, quiere “descafeinar”, diluir un poco esa teología dura, ese filo tan cortante que es la pobreza material, pura y dura. Pienso que es todo lo contrario. San Mateo trata de llevarnos más allá. Cristo felicita en su Evangelio no sólo a los pobres de bienes materiales sino, y sobre todo, a aquellos que no ambicionan tener más y más. De ese modo trata de levantar una trinchera en esa retaguardia de los sentimientos que es el deseo y la intención.
Es lo mismo que
sucede con los diez mandamientos, que
bien examinados se reducen a ocho,
puesto que el noveno no es más que
una barrera contra el sexto al
prohibir el deseo y el décimo del séptimo por lo mismo. La razón de este
doblete es sin duda de tipo psicológico: el que desea algo desordenadamente, como dice el viejo Catecismo al hablar de los pecados capitales, tarde o temprano
termina llevándolo a cabo. Y si un día se nos concediera convertir el deseo de
todos los pobres en ricos, y reducir los ricos a pobres ¿cambiaría en algo el
mundo? Es lo que habría que ver. En unas manifestaciones que hizo hace años Daniel Ortega sobre Nicaragua, se
lamentaba de que los líderes políticos de la revolución se hubieran ido a vivir
a los mismos palacios de Somoza y
que banqueteasen, viajasen y dilapidasen el escaso patrimonio estatal tan
alegremente como lo habían hecho poco meses antes sus antecesores en el
gobierno, en tanto que el pueblo llano seguía sufriendo los impuestos, el
hambre y la miseria. Gaspar G. Laviana
y E. Cardenal perseguían los mismos
ideales. Hoy Ortega, traicionando
todo este idealismo revolucionario, está viviendo en el palacio de Somoza. Y es que la solución a ese
problema no está en que la riqueza y el poder cambie de dueño sino en que los dueños
de la riqueza cambien y la pongan al servicio de los más necesitados.
Desgraciadamente las
leyes, las políticas que siguen los gobiernos, sean del signo que sean, siempre
tienden a inclinarse a favorecer al que más tiene…, en detrimento del más
pobre. No así los consejos que dimanan del mensaje evangélico. Lo expresó muy
bien el novelista francés Anatole France:
“Divinas leyes que prohiben por igual,
tanto al rico como al pobre, robar leña, y dormir debajo de un puente”. Jesús mira por encima de todo la actitud,
el deseo, la intención de las personas. Se enfrenta a la riqueza, o mejor dicho
a quienes hacen mal uso de ella, no porque quiera que reine en el mundo la
miseria, que no es buena, sino porque la riqueza suele ser un obstáculo para el
entendimiento y sobre todo para entrar a formar parte de su Reino. En cambio
elogia la pobreza porque a través de ella, por medio del desprendimiento la
gente se hermana y el camino que conduce al Paraíso queda más expedito. El Sermón de la Montaña no es un código
más, unos mandamientos añadidos a los de la ley de Dios, no, el Sermón de la Montaña es ante todo una
tarjeta de felicitación, con ocho bienaventuranzas o invitaciones, ocho modos
de alcanzar la meta de la perfección cristiana.
Antes del Concilio Vaticano II (1962-65) se
suponía que los mandamientos eran
para la “clase de tropa” o cristianos de a pie sin aspiraciones, y que los
consejos y las bienaventuranzas eran
para la gente selecta, la flor y nata de la espiritualidad. De algún modo los
tres votos con los que se comprometen los monjes y los religiosos a vivir la
santidad, si bien se miran, no son más que un resumen de las ocho
bienaventuranzas: pobreza, limpieza de corazón, mansedumbre, obediencia, etc. Para
Lutero las bienaventuranzas vienen a
ser como una plantilla que, superpuesta sobre nuestra vida espiritual, nos hace
ver qué es lo que nos falta y qué es lo que nos sobra. Para el filósofo Manuel Kant se trata de un código de ética de los buenos
sentimientos. León Tolstoy las
consideraba un modelo del nuevo orden
social y de la paz que Cristo había venido a traer a la tierra, que deben
ser cumplidas al pie de la letra pero sin violentar conciencias ni voluntades,
sea por parte de la ley, de la política o de la religión. Finalmente para el
teólogo, misionero y médico francés Alberto
Schweitzer, las bienaventuranzas condensan una ética de urgencia, apta para un reino que los primeros cristianos
creían inminente y que una vez implantado ya no sería necesaria, pues la
libertad de los elegidos generaría automáticamente un reino de justicia, de
amor y de verdad. A pesar de que aquellas esperanzas no han tenido cumplimiento
en el momento anunciado, las normas y consejos o invitaciones dadas para
entonces, siguen aún en pie, siendo aún válidas para nuestro tiempo.
Lo que sí podemos
afirmar también es que tanto ellas como los consejos que las respaldan siguen
siendo aún una auténtica provocación para el modo de pensar y actuar del
hombre; por ejemplo cuando allí se nos manda: “si te abofetean en una mejilla debes poner la otra”, o “si alguien te obliga a acompañarle una
milla vete con él dos…” …,” y a quien
te quite media capa regálasela entera…”.
Hay otro aspecto que
aparece ya dos veces en los mandamientos, como hemos indicado, que es la supresión del deseo. Se basa en la misma
teoría del budismo predicado por Shiddharta
Gautama, de sobrenombre Buda o
“el iluminado”, uno de esos personajes tan dignos de admiración por los
cristianos que, siendo como era un pagano, fue canonizado en la Edad Media con el
nombre de san Barlaam. Buda predica que La vida es un dolor, un sufrimiento cuya causa es el deseo. Por tanto
lograremos superar y vencer el dolor el día que sepamos vencer el deseo. Para
ello tenemos varios caminos que se reducen a la moralidad, a la concentración
mental y a la sabiduría. Como Buda,
Jesús nos invita también a
prescindir del deseo porque el propio deseo ya es un pecado: “quien mira a una mujer deseándola ya pecó
en su corazón”, y lo mismo cuando dice: no sólo quien hiere sino “el que se irrita con su hermano, o le llama
imbécil o necio” es ya reo de un castigo (Mt. 5, 27 s. y 21 s.).
Posiblemente Jesús planteó en un principio muy
crudamente su mensaje. Así, declara que nada de jurar, que basta con decir el sí sí o el no no. Y cuando las cosas van a mayores el propio san Mateo establece un orden
reglamentado de instancias: ante una falta grave del prójimo házsela ver, si se
arrepiente perdónalo, si no denúncialo a la Iglesia y si no hiciere caso tenlo
por gentil o pagano (Mt. 18, 15).
Jesús prohibe también radicalmente el divorcio pasando por
encima de todas las sentencias mantenidas por las dos grandes Escuelas
Rabínicas de su tiempo: la
de Shammai que
permitía divorciarse con tal de
presentar una falta de orden sexual, y la escuela de Hillel para la que era suficiente, por ejemplo, que a la mujer se
le hubiera quemado aquel día la
comida. La radicalidad de Jesús acaso para no ir tan frontalmente en contra de estas dos
escuelas, es aminorada por san Mateo
que hace una excepción, es decir, deja abierta una puerta: puede divorciarse uno en caso de prostitución (18, 9); lo difícil es saber qué entendía
él aquí por prostitución, en griego,
porneia.
Da la sensación como
si los apóstoles, una vez que se fue Jesús
de este mundo, trataran de atenuar su mensaje. Jesús no era un jurista, ni tiene ni quiere ejercer poderes legales
contra esto o contra aquello, sólo nos da unos consejos, lo cual ya es en sí un
valor y muy digno de agradecer. Por eso cada uno es libre para cumplir tanto
con Dios como con el prójimo en distinta manera: Unos le dan a Dios todos sus
ahorros, como la viuda del templo, otros le dedican alma y vida como las
mujeres al pie de la cruz y luego camino del sepulcro o hacen un derroche que
parece absurdo, como cuando en Betania María
rompe un frasco de perfume de nardo a los pies de Cristo con cuyo dinero
comerían muchos pobres... Hay quien lo da todo a los pobres, otros la mitad de
sus bienes como Zaqueo, y finalmente
hay quien sólo ayuda con préstamos, aunque eso sí, sin distinguir si a quien
presta es su amigo o su enemigo. Es algo que no se había oído nunca, y que
nadie había dicho hasta entonces. Y todo ello sin leyes ni castigos, por pura
voluntad y benevolencia...
Lo que Jesús nos deja en el Sermón de la Montaña son invitaciones para el Reino de Dios y
las reciben en primer lugar los que sufren, los que lloran, los que pasan
hambre y sed, los pobres.... Curiosamente estas invitaciones se verán colmadas
el día del juicio final, entonces los que las hayan seguido, oirán de nuevo a Jesús que los invita a entrar en su
Reino, dando la razón del premio: porque
tuve hambre, tuve sed, estuve desnudo, y me atendisteis…. Con ello, aquel
que pasó hambre y tuvo sed y estuvo triste y encerrado y perseguido, por un
insondable misterio de Dios, se convierte en el mismo Cristo. “Siempre que hacíais algo de eso con uno de
estos conmigo lo hacíais”. Así es de sorprendente este sermón que no queda
sólo en palabras ni siquiera en hechos sino que llega a transformar a quien lo
sigue en el mismo Cristo bendito.
Jmf
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