DOMINGO DEL CORPUS.-23-VI-2019 (Lc.,
9. 11-6, 17) C
Cuando se habla de hacer
caridad sólo pensamos en los pobres. Cuando nos referimos a los pobres sólo
pensamos en los que carecen de pan, vestido, dinero, vivienda... pero apenas
más. Hoy pretendemos superar esa mentalidad, al menos en teoría, ya que la caridad
a menudo se la confunde con la
justicia. En la Declaración
Universal de los Derechos Humanos queda claro en el art. 23 que “Toda persona tiene derecho a trabajo
elegido libremente, a un salario digno”, “a vacaciones pagas” (art. 24), “al
alimento, vestido, vivienda, vestido, y asistencia médica” (art. 25) etc., Y esto fue aprobado por la ONU,
o lo que es lo mismo, por casi todas las naciones del mundo, en París el 10 de
diciembre de 1948.
Es decir, que el pan, el
vestido, la vivienda, y hasta el derecho al descanso... le pertenecen al hombre
por derecho y en justicia ¿Qué es eso de andar mendigándolo de puerta en
puerta? Por lo tanto no hay que confundir los términos: allí donde termina la
justicia, y sólo allí, es donde podemos empezar a practicar la caridad, no
antes; lo demás es querer “dar gato por
liebre”, y esto ya no le corresponde a la Iglesia sino a las autoridades
competentes. Y sólo así empezaremos a saber y a vivir la auténtica caridad, lo
demás puede convertirse en una estafa.
Hoy el hombre, incluso en el
rincón más apartado del planeta, está tomando conciencia de este hecho, ya no
se le puede engañar tan fácilmente. De ahí que muchas palabras y actitudes que
significaron y aún significan esclavitud, tiranía, vasallaje, explotación... tiendan
a desaparecer; y en la misma proporción algunas profesiones, por llamarlas de
algún modo, como los mendigos, criados, lacayos, escuderos, pajes, etc.
Pero esto sólo es en teoría,
en la práctica dichas profesiones han sido sustituidas por otras tales como la asistenta técnica del hogar, o palabras
como el tercer mundo, la tercera edad, países en subdesarrollo, deuda externa... casi siempre sinónimos de pobreza. Ahora no llegan
a pedir a nuestras casas los por-dioseros “por
amor a Dios” sino los que están forzosamente en el paro porque pasan hambre
y se sienten con derecho a ser socorridos por la sociedad…, basta solamente
escuchar las formas con que a veces exigen esa ayuda.
Hoy se nos dice en el
Evangelio que Jesús multiplicó el
pan. Vivimos una era en la que los
adelantos técnicos son capaces de multiplicar sin necesidad de milagros el pan,
y además en abundancia. A veces se habla hasta de frenar la producción de
alimentos arrancando olivos, viñedos, etc., controlando la abundancia de leche,
carne, aceite, vino, etc. para mantener los precios. Pero paralelamente a estas
normas vemos que el hambre va en aumento en muchos países del globo. ¿Cuál es
la razón? Si seguimos con los símiles matemáticos diríamos que hoy el problema
no está en multiplicar la producción
sino en dividirla.
En esas historietas que
estuvieron de moda hace algunos años y cuya protagonista era una niña llamada Mafalda, recuerdo que decía en una de
ellas, aludiendo a este tema: “Pocos
tienen mucho, muchos tienen poco, algunos nada. Cuando muchos tengan algo de lo
que tienen pocos y esos pocos sepan lo que es vivir con lo poco que tienen
muchos, todo se arreglará”. Un juego de palabras que Eugenio D'Ors simplificó en algo como esto: “A mí me parece normal que haya gente que lo pase bien y gente que lo
pase mal, gente que tenga yate, piscina, casa de campo y un buen sueldo y gente
que viva en un piso, con un pequeño sueldo y tenga que ir al trabajo en autobús
o a pie, pero… ¡caray! ¡que no sean siempre los mismos!”. Es una cuestión
muy difícil que no vamos a resolver hoy aquí. Pero también es verdad que
preferimos desentendernos del problema y no queremos complicarnos la vida con
los otros, que cada uno apeche con lo suyo, y los demás que se las arreglen
como puedan. “Pasar de largo, pasar de
todo, y a pesar de todo”…, ese es el lema del más feroz egoísmo que
terminará con nosotros, no lo dudemos.
Y es aquí donde los
cristianos de verdad tienen algo que decir: descubrir la miseria y tratar de
socorrerla. Como muy bien lo expresaba Mingote
en unos de sus chistes: Un pobre náufrago muerto de hambre hacía señales de
socorro a las tres carabelas de Colón
que regresaban de América. Y mientras agitaba su pañuelo se decía esperanzado: “¡Ahora a ver si me descubren a mí!”.
Hoy la Iglesia nos pide a los cristianos no sólo que obremos en justicia y que
cada uno tenga lo que necesita para vivir; tenemos que ir un poco más lejos y
pensar que además de la pobreza del hambre, que es la más perentoria e injusta,
hay otras pobrezas, por ejemplo
1) la pobreza de cultura. En
el mundo hay más de 800 millones de analfabetos, 100 millones más que hace 30
años. A la gente le gusta saber, informarse, tener conocimientos (que no es lo
mismo que estudiar tal como hoy se practica en muchos Centros, (de ese estudio
la gente está un poco harta), es otro tipo de conocimientos, y que sean
enseñados de otra forma. Sin embargo los
medios de comunicación cada día aborregan más a la masa, procurando drogarla
con bobadas, consumismo, fútbol a todas
horas, culebrones, sexo y violencia a manos llenas... cualquier cosa con
tal que no piense y de ese modo que tenga menos tiempo para incordiar. Algo que
sin duda redundará en beneficio de unos pocos, como siempre. Y hay pobreza de
formas de delicadeza, de comportamiento, de educación... cada día nos estamos
quedando más pobres de valores humanos, vitales para la convivencia, cada día.
2).-Pobreza de fraternidad y
de amor. La gente necesita no sólo buenas formas, decíamos que también escasean
bastante, sino que necesita amigos, querer y sentirse querido, amar y ser
amado, alguien con quien y a quien y de quien fiarse, y acabar de una vez con
eso de ser una trampa los unos para otros, de ser enemigos y lobos unos con
otros. Y finalmente:
3).-La gran pobreza espiritual,
pobreza de Dios, de valores espirituales.
Creo que fue Fulton Sheen,
obispo de Nueva York, otros lo atribuyen a Unamuno,
quien dijo: “Si un hombre se te acerca a
pedirte fuego y te detienes con él cinco minutos terminará pidiéndote a Dios”.
No todos los problemas del mundo tienen fácil y rápida solución, pero hay
pobrezas que no tienen espera como es el hambre, un mes de retraso es la muerte
de miles de ellos. A veces nos pasamos horas estudiando si en justicia hay que
dar o hay que absolver o hay que ayudar. Recuerdo a este propósito la historia
que cuenta Anthony de Mello en “El canto del pájaro”: Un comandante del
ejército llegó a un pueblo en busca de un desertor que se les había escapado. “Sabemos que lo escondéis aquí, si no lo
entregáis arrasaremos la aldea y todos pereceréis”. En realidad era cierto
que la aldea ocultaba al hombre. Parecía un ser bueno e inocente, bastaba
mirarle a la cara. Pero
si no lo entregaban perecerían todos. El alcalde fue a ver al cura. Este dijo: “Veamos qué dice el Evangelio”. El cura
y el alcalde estuvieron la noche entera buscando, hasta que al fin dieron con
un pasaje que podía ser la
solución. Era aquel que dice: “Es mejor que muera uno por todos que perezca todo el pueblo”. Así
que por la mañana el alcalde decidió entregar al hombre. Le pidió perdón. Este
dijo que no había nada que perdonar, que él no quería poner al pueblo en
peligro. Lo torturaron lo indecible de modo que durante tres días se oyeron sus
gritos en la aldea. Al
final lo ejecutaron al amanecer. A los 20 años pasó un profeta por el pueblo y
le dijo al alcalde: -¿Cómo has hecho eso?
Aquel hombre era el que iba a salvar a todo el país y tú lo has entregado para
ser torturado y muerto. -¿Y qué iba a hacer? dijo el alcalde, el cura y yo estuvimos mirando el Evangelio
y actuamos en consecuencia. -Ese fue vuestro error, dijo el profeta, mirasteis el Evangelio en vez de haberle
mirado a él sus ojos. Creo que nos olvidamos a menudo de mirar a la gente y
actuamos de memoria o en función de una ley. Cada cual tiene su libro, o lee su
evangelio en vez de leer ese otro evangelio en carne viva que son los pobres y
los desamparados del mundo.
Necesitamos amor, una vez
cubierta la etapa de la justicia, necesitamos amor. Es misión del cristiano
convertir el mundo en un reino de amor. Y si esto es muy ambicioso empecemos
por lo más cercano. Contaba en una ocasión Paloma
Gómez Borrego que en Nápoles, la región más pobre de Italia, los días de
invierno y frío los obreros cuando cobran, siempre que toman un café dejan pago
otro para que pueda tomarlo también aquel que no tenga trabajo o que no haya
cobrado aquel día. Porque “un café
caliente -dicen- le viene siempre
bien a cualquiera”, máxime estando en paro. Ese sería el modo de arreglar un
poco el mundo, empezar por pequeñas cosas con nuestros prójimos; sino nunca
haremos nada.
Y pensar que más que en multiplicar los frutos y bienes de la
tierra el problema hoy está en dividir,
en repartir. Producir es cuestión de técnica y progreso pero el compartir y dividir adecuadamente no se consigue si no es con grandes dosis de
amor: amor a Dios que es Padre de todos, y amor al prójimo, que al fin y al
cabo es nuestro hermano. Jmf