DOMINGO XIX 11-VIII-2019 (Lc. 12, 32-48.) C
La Palabra dominante en el evangelio de hoy es vigilancia. “Estad preparados, estad alerta,
vigilad...”. Vigilia es una
palabra hoy poco usada y menos practicada. La vigilia consistía, no en pasar un día sin comer carne, esto era una
consecuencia, sino en pasar una noche en vela como aguardando bien despiertos
el amanecer de una fiesta. Y de ahí que se llamasen las horas de la noche vigilias: la del oscurecer: primera vigilia, la de la medianoche: segunda vigilia, y la del amanecer: la tercera vigilia.
Los hebreos dividían las noches en tres guardias o
vigilias: “el principio de las guardias”, “guardia del medio” y “guardia del
amanecer” siguiendo la nomenclatura babilónica. Los romanos dividían la noche
en cuatro vigilias (división que adaptaron en cierto momento los judíos): la primera vigilia duraba desde las 6 de la
tarde a las 9, la segunda vigilia desde
las 9 a las 12, la tercera vigilia
desde las 12 a las 3 de la mañana, y la cuarta
vigilia desde las 3 hasta las 6,
cuando empezaba a amanecer.
La Iglesia empleaba esta vigilia de la noche ante una
fiesta como hemos dicho, en rezar, cantar…, ya que el día, litúrgicamente
hablando, no comienza al amanecer sino la víspera. Pues bien, para los místicos
la vida era un vigilia, una vigilia o
más bien unas vísperas, ya que
mientras vivimos estamos, deberíamos estar, como en vísperas de un gran
acontecimiento, como el día anterior a la celebración de algo verdaderamente
grande. Nuestro gran día es el día de nuestra definitiva resurrección de entre los muertos, la entrada definitiva en la Vida
Eterna.
Sí, nos cogen por sorpresa. Por ejemplo las guerras,
las revoluciones… (hubo tantas que la historia es a lo que está dedicada: a
contar historias de guerras y caudillos y batallas, victorias y derrotas, con
algún tratado de paz de vez en cuando que sirva de descanso para reanudar de
nuevo las contiendas). Y es igual que los síntomas sean más o menos evidentes,
que los timbres y señales de alarma suenen por todas partes, nosotros siempre
estamos ausentes y casi nunca, salvo algún clarividente o profeta, casi nunca
las vemos venir.
En tiempos de Noé la gente se reía de aquel hombre porque
anunciaba un desastre ecológico, un diluvio que iba a anegar la faz de la
tierra, y él tomaba sus precauciones fabricando una gran barca de madera. Ya
sabemos al fin lo que pasó, cuando quisieron reaccionar no tuvieron tiempo y
perecieron todos, todos menos Noé y
su familia. Es curioso que en un mundo donde hay tantos puntos de observación
para todo, donde infinidad de satélites vigilan día y noche desde el cielo el
cambio del tiempo, el movimiento de una plaga, la marcha de una guerra, etc.,
un mundo donde los teléfonos están pinchados, las conversaciones son
registradas, las idas y venidas filmadas por “el ojo indiscreto” del Gobierno de turno, y cada dato de interés
de cada humano es archivado en grandes bancos de datos... es curioso que el
hombre viva tan de espaldas a todo, tan despreocupado de la vida.
Un escape de radiactividad de una planta nuclear fue
detectado casi al momento por el ojo espacial de los satélites que nos
envuelven con sus haces de ondas como las arañas a su presa. Almacenamos odio y
datos, fronteras y bombas en los sótanos del mundo... Se nos dice a menudo que
el planeta que habitamos es un polvorín a punto de explotar... Nadie hace caso.
Nos sucede lo mismo que en aquel cuento que recoge el filósofo existencialista Sören Kierkegard: Llegó una vez un
circo a un pueblo. La gente acudió en tropel a divertirse. Un payaso era la
estrella haciendo reír cada velada a los vecinos con sus chistes y graciosas
historietas. Una noche el payaso tardó un poco en salir, de momento se presenta
sin aliento en el escenario gritando: ¡Ciudadanos!
¡el pueblo está en llamas! ¡Abandonad vuestros asientos y huid rápidamente!
La gente rió más que nunca creyendo que era otra de sus astracanadas. El payaso
gritaba con más fuerza, trató de quitarse el maquillaje para hacerse creer. Todo
en vano, la gente reía más y más cada palabra y cada gesto que por sinceros
eran mucho más reales y paradójicamente resultaban más graciosos. Por fin el
payaso desalentado huyó corriendo del escenario dejando en la boca de la gente
una nueva carcajada. Duro sólo un momento pues rápidamente el fuego hizo acto
de presencia en el circo pereciendo medio pueblo entre las llamas. Idéntica
lección nos brindan de igual modo varias fábulas.
Jesús también nos invita a vigilar y a vigilar a todas
horas, pero sin temor. “No temáis,
pequeño rebaño, vuestro Padre ha tenido a bien daros el Reino”. Este sería
un primer punto de reflexión.
Otra de las comparaciones que usa Jesús para que estemos siempre prevenidos y en vela es la visita de
los ladrones. Hoy de tan sangrante actualidad, pues casi no hay casa ni
establecimiento que no haya sido punto de cita de algún modo por estos
inoportunos visitantes. Y cuanto más tenemos… más intranquila se nos vuelve la
vida pensando en su visita el día que menos lo esperamos. Jesús nos aconseja aplicar la lección a nuestras vidas procurando
vivir desasidos de riquezas. Las riquezas empobrecen. Disfrutamos de mucho más
confort que antes pero habría que preguntarse ¿Vivimos mejor? No es que
tengamos que andar pidiendo como pordioseros, no. Aunque sería un caso
evangélico a reflexionar; los mendigos ni siembran ni recogen, viven
simplemente, y a su modo son felices puesto que no hacen mucho por salir de su
indigencia. Pero eso no es para todos. Jesús se refiere al deseo insatisfecho
de tener, de amontonar, de poseer…
Dice el Obispo
Iniesta: “Miseria y riqueza
esclavizan igualmente. Nadie fue canonizado por pasar de pobre a rico… Debemos
vigilar este punto: si nos estamos haciendo ricos nos estamos alejando de la
santidad. La pobreza evangélica es un estilo de vida, una dinámica que no se
puede encerrar en una ley… Teresa de
Calcuta vivía en la pobreza, lo que
no quiere decir que fue una andrajosa…”.
Dios, no lo debemos olvidar, “cuenta con los que no cuentan”. El Evangelio en este punto es
tajante: “Vended vuestros bienes y dad
limosna”. Aquí Jesús no está
hablando en parábolas ni usando una metáfora.
Una tercera circunstancia que nos suele coger por
sorpresa es la muerte. “Estad preparados
porque a la hora que menos penséis
viene el Hijo del Hombre”, No se puede decir una verdad más apodíctica e
irrefutable. Con todo uno no sabe si eso es bueno espiritualmente o no. Es
bueno en cierto sentido pues nos estimula a ser buenos en cada momento pero no
es tan bueno dada la naturaleza humana tan proclive a improvisar. Habría que
decirle al Señor lo que le dijo el zorro al Principito: “Sería mejor concretar el momento en el que vas a venir, porque si te
presentas de improviso nunca sabré a qué hora preparar mí corazón y los
preparativos. “los ritos...”, sobre todos los de la hora suprema, “…son necesarios”. A ello se podría
contraponer, y acaso Jesús nos lo
recordaría, lo que Rilke escribía a
un joven poeta en la Carta VIII: “Vuestro
destino, vuestro futuro no viene de afuera, brota del fondo de nuestra alma. Del
exterior sólo llega mucho tiempo antes una premonición. De ahí esa tendencia a
estar solo cuando se está triste porque la tristeza hace al corazón receptivo…”.
Es bueno vigilar, estar en vela, sobre todo cara a la otra vida:
“Bajo la
suela delgada
siento la
tierra que espera,
entre la
vida y la nada
¡qué
delgada es la frontera!”.
También la muerte nos coge por sorpresa, como el
ladrón, como las guerras y las tempestades. A ello todos contribuimos engañando
al enfermo, contándole la historia de los Reyes Magos o de que los niños vienen
de París colgados del pico de la cigüeña, historias para niños, porque los
enfermos se hacen como niños y es fácil engañarlos. También puede ser cruel
contarles la verdad. ¿Qué hacer entonces? ¿Seguir mintiendo? Aquí habría que
recomendar la misma receta que solemos aplicar al tema de los niños: Hay que
decir las cosas, decir siempre la verdad, pero teniendo en cuenta que decir la
verdad no es decir todo lo que sabemos sino que lo que digamos que sea verdad. Así
nuestros enfermos no se sentirán estafados y comprenderán, cuando caigan en la
cuenta de su mal, que lo que pretendíamos era únicamente ayudarles.
Jesús hoy nos invita a vigilar en todos estos frentes. Nunca
estará de más el recordarlo, porque lo mismo que el Ángel del Apocalipsis
reprochaba a la Iglesia de Sardes nos puede reprochar a nosotros, y con las
mismas palabras; “¡Sus fíeles ya no
esperan la venida del Señor…!”.
En esta tarde de vísperas, que es la vida, debemos
vigilar, y “dichosos aquellos que el Señor
al llegar los encuentre en vela, os digo
que se ceñirá y los hará sentar a la
mesa”. Son las palabras de consuelo que Dios tiene reservadas a los que escuchan
su voz y la ponen en práctica.
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