DOMINGO VII PASCUA “ASCENSIÓN” 2-VI-2019 (Lc. 24. 46-53) C
La Ascensión es un misterio
de la vida de Jesús que recogen
todos los Catecismos: “Jesucristo subió a
los cielos por su propio poder en presencia de sus discípulos a los cuarenta
días de su Resurrección”. Esto como doctrina tradicional. En los Hechos se
dice que “fue elevado”, (Hch., 1,9) no
que “se elevó”. Un tema para debatir en otro momento. En todo caso acaso por
parecernos demasiado sorprendente, sea un misterio que resbala un poco sobre
nuestra vida de cristianos.
¿Qué significa Ascensión? En
sentido literal es subir. Así hablamos de ascensión a los Lagos, al Naranjo de
Bulnes, a la Aconcagua o al Kilimanjaro... Pero en sentido bíblico más que
subir físicamente significa salir de un mundo visible hacia otro invisible “ex visibilibus ad invisibilia” es
decir, de lo que vemos a lo que creemos. Ya en algunos libros apócrifos
(secretos) del A. T. se habla de la ascensión a los cielos de algunos
personajes, como la Ascensión de Isaías,
la Ascensión de Moisés, etc., mal
llamada también ascensión, pues de haber sido ascensión se habrían ido de la
tierra por su propio poder y no como cuentan que se han ido: llevados por la
mano de Dios. Pero incluso en los Libros Canónicos nos encontramos con alguna
de estas subidas al cielo, por ejemplo la del Profeta Elías en un carro de fuego (II Re, 2. 1 ss.) o la del Patriarca Enoc (He. 11, 5).
El Credo recoge
admirablemente este dogma en tres verbos y en tres tiempos del “verbo”: “Subió a los
cielos, está sentado a la derecha de Dios Padre, y vendrá a
juzgar a los vivos y a los muertos”. De momento nos interesa y nos quedamos
con el verbo “está”, pues el pasado es historia y el futuro está por venir. Cristo
sigue estando presente entre nosotros en los pobres, en donde dos o más están
reunidos en su nombre, en la Iglesia... etc. Y lo está, como se dice en la Encíclica Misterium
fidei de Pablo VI, como está en la Eucaristía. Dios
está aquí, ahí, en todas partes, aunque aparentemente se haya ido, “conviene que Yo me vaya” señaló Jesús. Tiene un poema León Felipe que profundiza en esta
misma idea:
“Aquí vino… y se fue./ Vino y nos marcó nuestra tarea
y se fue tal vez detrás de aquella
nube. /Hoy, alguien que trabaja
lo mismo que nosotros,/y tal vez /las
estrellas,
no son más que ventanas encendidas /de
una fábrica
donde Dios tiene que repartir / una
labor también. Aquí vino/ y se fue.
Vino, llenó nuestra caja de caudales
/con millones de siglos y de siglos,
nos dejó unas herramientas / y se
fue. /Él que lo sabe todo
sabe que estando solos,/ sin dioses
que nos miren,/trabajamos mejor…”.
Con la Ascensión se cierran
los “Evangelios”, “las palabras”, las catequesis, la evangelización y empieza
el tiempo de los “Hechos”, el tiempo de actuar. Como les sucedió a los
apóstoles, corremos el riesgo, si no, de pasarnos la vida anclados en las
palabras cuando el mensaje de Jesús son
los hechos: “Id, bautizad…”. El mundo
de hoy, el mundo de la ciencia, de la sociología, de la filosofía, del arte...
rechaza este mensaje. La gente cree poco, o ya no cree, y trata de hacer,
prescindiendo de Dios, lo que cada uno cree justo. Y así van las cosas como
van, por no tener en cuenta a Dios.
Las mismas ciudades modernas
nos impiden ver el cielo, en primer lugar porque sus rascacielos nos aplastan
con sus moles de cemento, y con su altura impiden ver más allá, y en segundo
lugar, porque el poco cielo que se nos permite ver es únicamente una capa de
aire contaminado y sucio. Así que para la gente de la ciudad el cielo es ver
escaparates. Nos pasamos media vida contemplando las nubes de los escaparates.
Y antes había que salir para verlos, pero ahora con la TV ya los tenemos hasta
en la misma sopa.
En 1967 Stanley Kubrick dirigió ese gran film “2001: una odisea del espacio” (1967) en el que trata de contar la
Historia de la Humanidad, escrita sobre un cuento de Arthur C. Clarke desde la
aparición del hombre en un lugar perdido de África hasta el estadio casi
espiritual que consigue el protagonista al cruzar la Puerta de las Estrellas
para alcanzar un grado inimaginable de evolución de la especie. Pues bien, en
unas declaraciones a la
Revista Positiv
(Dic. 1968), afirma que muchos astrónomos, a fuerza de mirar al espacio,
llegaron a la conclusión de que el Universo está regido por una inteligencia.
Por la misma razón nosotros a base de mirar solamente a la tierra terminaremos
siendo irracionales. Y concluye: “Nuestra
galaxia tiene 100.000 millones de soles, y hay, que se sepa, 100.000 millones
de galaxias. La tierra está en el lugar idóneo para que en ella haya surgido la
vida después de 2.000 o 3.000 millones de años…”, él afirma que sucedió por
azar. Pero la vida no se puede quedar ahí. Debe avanzar, subir, alcanzar
niveles superiores que él divide en tres: 1) alcanzar la inmortalidad biológica: porque al lograr frenar
definitivamente el envejecimiento de las células ya no moriremos más, 2) La
ciencia creará un robot capaz de almacenar todo el saber humano y, 3) ambas
cosas darán un definitivo salto hasta llegar a convertirse en una energía pura
y espiritual con un poder casi divino y una comunicación telepática entre los
seres…”.
Al leer esto a uno se le
viene a la memoria la voz de la serpiente a Eva: “Seréis como dioses”. Ya sabemos en qué paró todo aquello. ¡Qué de
vueltas cuando falta la fe y qué sencillo con la sola aceptación de lo que nos
dicen en las Sagradas Escrituras! Porque la verdad de Dios es que en la escala
de la convivencia hemos descendido a niveles que están por debajo de los
irracionales... Ello es debido a que el camino para ascender no es el de la
ciencia de la arquitectura de Babel ni el de los descubrimientos espaciales
sino el de la fe en Dios para encontrarlo en el interior de nuestra alma,
amando a nuestros semejantes y eliminando todo aquel lastre de egoísmo, de
pasiones y pecado que nos impide subir, ascender, acercarnos a Dios.
Albert Camus en el último capítulo de El hombre rebelde protesta contra un
mundo donde el mal y la muerte no tienen explicación posible que nos satisfaga.
Entonces el protagonista busca seguridad en ese mismo sinsentido. Es la misma
actitud de Mersault, el protagonista
de El extranjero, otra de sus
novelas. Camus no propone metas ni
ideologías sino actitudes. Darse cuenta de que la vida es absurda es el primer
paso cara a rebelarnos y tratar de salir del círculo vicioso que nos cerca. Por
lo tanto, dice, la vida se vivirá mejor cuanto más absurda nos parezca porque
la reacción a escapar será más grande... Sin embargo siempre cabe plantearse la
pregunta de Dimitri Karamazov: “¿Y por qué?” que también plantea Camus ante el sufrimiento de los
inocentes.
La Ascensión de Jesús trata de respondernos a todas
estas cuestiones, trata de darnos una nueva visión de los problemas que nos
rodean, de sacarnos de nuestro mundo cerrado y oscuro y proporcionarnos una
luz, una esperanza más alta, más universal y sobre todo más optimista.
“Las despedidas suelen ser tristes” decimos.
Dejar el mundo, dejar nuestro hogar, despedirse de amigos, familiares y deudos
suele ser amargo y descorazonador. Ese cuadro en el que un hombre, una mujer o
un niño agitando su pañuelo desde el malecón del puerto dicen adiós al ser
querido que emigra en el barco que se aleja, siempre es una escena triste y a
veces hasta patética, pero para un cristiano no debe ser así. Por eso “los apóstoles volvieron a Jerusalén llenos
de alegría” (Lc. 24, 52). Sin embargo anteriormente las palabras de Jesús habían creado en ellos una serie
de tensiones o contradicciones que entendían con dificultad. Por una parte les
dice: “Conviene que Yo me vaya” y sin
embarro les asegura que “estaré con
vosotros todos los días hasta el fin del mundo”, les recomienda “quedaos en la ciudad” y casi a renglón
seguido les ordena: “Id por el todo el
mundo…”. Es como un “todavía no pero
ya”. Jesús sólo se va para quien
no cree en Él. Todo se resuelve con un poco de fe en su palabra. Si viviéramos
convencidos de su Resurrección, haciéndola presente en nuestros “hechos”,
siendo testigos de su gloria, haríamos que su regreso “desde allí ha de volver” se acelerara, y el mundo, conociéndolo a
Él y por Él al Padre, encontrara la solución a tantas preguntas a las que aún
no hallamos la respuesta adecuada. Es preciso abandonar nuestro medio, como
hicieron los peces de la historia de Arthur
Clarke que, saliendo del agua, pudieron evolucionar hacia especies
superiores. En cambio los cangrejos, centollos y percebes que prefirieron
quedarse en su cueva seguirán siendo los más torpes e imperfectos de su entorno
biológicamente hablando. Debemos dejar de mirar tanto escaparate y echar andar.
El excélsior de la leyenda
agustiniana, el más rápido, más alto, más lejos de los juegos olímpicos, el Plus Ultra, el más allá, de los marinos del s. XVI, pueden ser
lemas muy hermosos para iluminar esta fiesta.
Con esa fe, sólo con una fe
así, podremos llegar a esa región de la luz y de la paz donde Cristo y una
patria feliz nos esperan. Jmf
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