ASCENSIÓN
DEL SEÑOR 24-V-2020 (Mt. 28, 16-20) A
Desde hace años esta fiesta de la Ascensión
del Señor pasó a celebrarse el domingo VII después de Pascua en vez del
Jueves anterior. Un jueves que quedó, únicamente en el refranero, con el del Corpus. Se celebra en jueves solamente el Jueves Santo. Los otros dos se celebran ambos en Domingo. El cambio
se ha hecho por motivos de calendario laboral y para suprimir fiestas. Sin
embargo los 40 días se han cumplido precisamente el jueves y no hoy.
Conmemoramos la subida de Jesús a los cielos... Pero Jesús no se ha ido, Jesús no es una ave migratoria, un Juan Salvador Gaviota que emprende el
vuelo desde la tierra para perderse en el cielo, alejándose de nuestra vista y
volviendo un tiempo después. Si Jesús
se fuera de este mundo no sería por propia voluntad sino porque nosotros lo
habríamos echado.
De que hubo esta clase de raptos o
arrebatos al cielo tenemos conocimiento por la Biblia: el profeta Elías fue arrebatado al cielo en un
carro de fuego, como se cuenta en el Libro II de los Reyes, (2, 1). Y en Ezequiel se lee: “Entonces me alzó el espíritu y me arrebató” (3, 14). San Pablo también fue llevado al tercer
cielo; él mismo se lo recuerda a los Corintios
en su II carta (12, 2). En cuanto al
mundo pagano sabemos por el historiador Tito
Livio que cierto día estando Rómulo,
el fundador de la ciudad de Roma, pasando revisión a las tropas los soldados
pudieron contemplar cómo era elevado al cielo sobre una nube. Y según otra
leyenda Mahoma, el fundador del Islán,
también subió a los cielos el año 632 sobre un caballo blanco llamado Burak, desde la roca del templo sobre la
que hoy se levanta la mezquita de Omar en Jerusalén...
Siempre hubo un deseo entre los
creyentes de enviar sus santos y profetas al cielo, bien materialmente, bien
con beatificaciones y canonizaciones sin pararse a pensar que en el cielo sólo
viven los dioses paganos, perdidos entre las nubes del Olimpo o paseando por
los jardines de los campos Elíseos. Los cristianos de verdad, el cristianismo
de base, y por tanto el verdadero, prefiere dejar a Jesús entre nosotros según su promesa: “estaré con vosotros hasta el fin del mundo” (Mt. 28, 20). El
premio Nobel André Mauriac lo
expresa en su Vida de Jesús titulada
“El Hijo del Hombre” así: “No hablaba de un pedazo de pan... cuando
dijo este es mi cuerpo... lo dijo con el mismo énfasis y la misma precisión que
hablaba de ese hambriento a quien
disteis de comer: ese hambriento... soy yo”.
“Dios
con nosotros”. Los apóstoles mirando cómo subía Jesús “se les fue el santo al cielo”, a nosotros nos puede suceder algo
parecido. Ellos miraban y miraban hasta que dos jóvenes vestidos de blanco los
volvieron de nuevo a la realidad. Es como si quienes se fueran elevando fueran
ellos y tuvieran que venir alguien a hacerles poner de nuevo los pies sobre la
tierra; a cambio les dejan una promesa: “como
se fue volverá”. Los santos se hacen santos no encumbrándose en las alturas
sino humillándose y rebajándose hasta donde puedan ser vistos y tocados por sus
hermanos los pecadores. Esa es la voluntad de Dios y así pedimos que ésta se
lleve a cabo por este orden: en primer lugar aquí en la tierra, luego en el
cielo, “así en la tierra como en el
cielo”.
En junio de 1981 la prensa se hacía
eco de una noticia insólita: un grupo de iluminados de determinada secta se
estaban preparando en Holanda para ser elevados a los cielos desde la ciudad de
Harderwyk. Llegó el día y la hora
señalada. Sin embargo, como se puede suponer, después de una larga espera no
sucedió nada. Seguían donde estaban. Y es que Dios no quiere llevarnos con Él
sino venir Él a nosotros. Él sigue entre nosotros y nunca se va ni se irá a no
ser que le arrojemos con nuestras malas obras. Y si a veces su voz o su
presencia no se dejan escuchar y hacer presentes, de algún modo debemos pensar
que no es tanto porque Dios se aleje cuanto que nosotros nos volvemos más
sordos y nos alejamos más de Él. Debemos agudizar más nuestro oído espiritual,
nuestra mente, nuestros ojos... Dicen los biólogos que algunas aves llegan a
ver cien veces más que el hombre. Esa visión en la vida espiritual se consigue
por la fe. Si Dios se va es fácil que sea precisamente a lo más hondo del
firmamento de nuestro corazón, y ahí sólo lo encuentran los ojos de la fe.
Hay cristianos que tratan de manipular
a Dios, de materializarlo, de visualizarlo haciéndolo a nuestra imagen y
semejanza. Es la eterna tentación a la que el diablo somete a los humanos desde
la caída de nuestros primeros padres en el Paraíso. Allí la serpiente les
brindó la inmortalidad con aquel “seréis
como dioses” haciéndonos semejantes a Él, aquí queremos que Dios sea como
nosotros. Jesús vino para ser visto
pero en los demás, no en su cuerpo mortal y terrenal, que ese sí se fue a los
cielos, sino en su cuerpo místico, en su espíritu y en su palabra, en el amor
al prójimo que es lo que dura y permanece o debe permanecer entre nosotros. Y
en este punto es donde deberíamos situar la
Ascensión, la marcha de Jesús o
su venida, en razón de la caridad que tenemos con los demás. Nos hemos alejado
tanto de su doctrina que casi la desconocemos, la hemos perdido de vista. Y
para nosotros no interesa tanto el hecho histórico de su Ascensión cuanto el
mensaje que nos dejó, ya que ni siquiera el Nuevo Testamento nos da un punto
geográfico seguro en donde haya tenido lugar: Según San Mateo y San Marcos
parece que sucedió en Galilea el mismo domingo de Pascua (San Juan ni la menciona); en cambio San Lucas y los Hechos de los
Apóstoles la sitúan en Jerusalén, en el monte de los Olivos, cuarenta días
después de la resurrección tal como la veníamos celebrando en la Liturgia
católica. Jesús se va bendiciendo a
sus apóstoles, ellos se quedan adorándole postrados (así en San Mateo, una actitud y una postura
que estaba reservada a los monarcas que habían sido divinizados). Son todo ello
simples pinceladas anecdóticas pero que sin duda tienen también su lectura
mística: por ejemplo San Mateo dice
que algunos de los discípulos aún dudaban; y San Lucas apostilla que una vez que el Señor subió a los cielos
ellos descendieron del monte con gozo, algo que contradice los conocidos versos
de Fray Luis de León a la Ascensión:
Y
dejas, pastor santo,
tu
grey en este valle hondo y oscuro
con
soledad y llanto
y
Tú rompiendo el puro
aire
te vas al inmortal seguro
...
... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ....
A
este mar turbado
¿quién
le pondrá ya freno?, ¿quién concierto
al
viento fiero airado?
Estando
Tú encubierto
¿qué
Norte guiará la nave al puerto...?
Jesús
fue arrebatado de algún modo al cielo, pero también nosotros al final de los
tiempos “seremos arrebatados... en un
abrir y cerrar de ojos” (I Tes. 4, 13) cuando todas las cosas, las cosas,
tierra y cielo nuevos, además de las personas, cuando todo converja en Cristo.
A este propósito escribe Miguel de
Unamuno en “El sentimiento trágico de
la vida”: puesto que todas las cosas tienen alma, así se lo imagina él,
Cristo las asumirá, las recapitulará en sí, en eso que en Teología se llama apocatástasis final, para que, de algún
modo, el Señor sea todo en todos, como si el mundo entero sufriera el día de la
Ascensión al verlo irse.
El mismo escritor al hablar de Segovia
en un artículo titulado “¿Asunción o
ascensión?” duda de si somos los hombres quienes levantamos las ciudades o
son ellas las que nos elevan a nosotros. Aplicado aquí cabría pensar si es Cristo
quien nos eleva al cielo o somos nosotros quienes lo mandamos allá.
La vida es una ascensión, una subida
muy empinada pero hacia dentro de uno mismo, hasta encontrar a Dios en los
demás. Dice Mircea Eliade en su “Historia de las Religiones”: “Toda ascensión es una ruptura de nivel, un
paso al más allá, una superación del espíritu y de la condición humana... La
consagración por los rituales de ascensión y la subida de montes o de escalas
debe su validez al hecho de que introduce a quien la realiza en una región
superior o celeste”.
Es más difícil subir que caer. La
caída de los cuerpos libres se acelera en el tiempo y en el espacio, según pudo
comprobar y estudiar Galileo cuando
experimentaba dejando caer piedras desde la Torre
de Pisa. En el campo de lo espiritual no teníamos necesidad de demostración
alguna pues lo podemos experimentar cada uno cada día. Cuando uno cae si no
reacciona a tiempo, cae cada vez más y más aprisa. Sería preciso un esfuerzo
para detenernos y luego poder remontar la altura tal como hoy nos muestra y
enseña Jesús a llevarlo a cabo.
A Él le llamó el ángel el día de la
anunciación Enmanuel, que significa Dios con nosotros, y eso sigue siendo
una realidad hasta el día de hoy. Él no se fue. Cuando una persona fallece,
algo que siempre ha impresionado, son sus últimas palabras. Las de Jesús, podríamos decir que quedaron
como sobre impresionadas en la escena final de su Ascensión. Lo mismo que
sucede con la palabra FIN o algunas
frases o sobre la última escena en las películas.
Pero sus palabras son en primer lugar
una invitación a echar a andar: “¡Id!”,
es decir, no os quedéis ahí, y con este mandato una promesa: “Yo seguiré entre vosotros”..., al revés
de lo que acostumbramos a hacer nosotros que es quedarnos donde estamos y pensar
que Jesús se fue hasta que regrese
al final de los tiempos.
Pero Él sigue entre nosotros, según su
palabra, que es en lo que necesitamos hacer más hincapié. Dios sigue entre
nosotros mientras no le echemos. En el Credo
recordamos este dogma: “Subió a los
cielos y está sentado a la derecha de Dios Padre. Y desde allí ha de volver...”
Podemos hacerlo volver si creemos que sigue entre nosotros. No es cristiano que
lo elevemos a la altura y lo echemos a los cielos, es mejor que lo echemos de menos y procuremos hacerlo
presente en nuestra vida. Jmf
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