jueves, 7 de mayo de 2020

DOMINGO V DE PASCUA 10-V-2020  (Jn. 14, 1-12) A

El domingo pasado Jesús decía: Yo soy la puerta. Y hemos hablado de la puerta. Pero cuando una puerta se abre se nos muestra un camino. Jesús también hoy nos dice: Yo soy el camino.
La vida de un hombre, la historia de los pueblos, son siempre un camino a recorrer. A los cristianos la teología escolástica nos llama viatores, es decir, caminantes. La última Comunión se llama viático... o comida que se toma o que se lleva para un viaje. A los discípulos de Aristóteles, que daba sus clases paseando, (¡y cuántas cosas se aprenden yendo de camino!), los llamaron peripatéticos o paseantes. Sin embargo la filosofía que empleamos en nuestro caminar por la vida se parece muy poco a la que empleamos en nuestros desplazamientos. Hay que ver cómo preparamos una excursión, cómo la estudiamos antes de salir. En cambio el camino de la vida es una continua improvisación y como en todas las improvisaciones está lleno de errores.
Nuestra vida también se la suele comparar, ya desde san Pablo a una carrera deportiva, ahora que la gente vive tan a fondo las competiciones deportivas entre ellas el ciclismo. Pero la filosofía empleada en esas competiciones tampoco se parece a la filosofía que usamos en nuestro existir, donde envidiamos al último que llega o que más años tarda en llegar a la meta, es decir, a la muerte; en cambio en las deportivas se premia al que llega en primer lugar o en menos tiempo. Acaso porque no sabemos la gloria y el triunfo que nos aguarda después de haber vivido cristianamente.
El Concilio Vaticano II nos recuerda en su Constitución sobre la Iglesia Lumen Gentium: “Mientras no haya cielos nuevos y una nueva tierra... la Iglesia peregrinante... lleva consigo la imagen de este mundo que pasa, y vive ella misma en la espera de la manifestación de los hijos de Dios” (48-49).
A nuestra misma vida espiritual también se la puede llamar camino. Santa Teresa en “Camino de perfección” compara la vida de clausura (ya sabemos que principalmente escribía para sus monjas, aunque se puede aplicar a cualquier cristiano) con un camino que va desde la vida exterior del claustro a la vida íntima del alma, o sea, al castillo interior. Y “el único modo de avanzar -dice- es por medio de la oración”, no estando en ella pasivamente sino descubriendo el valor activo de la contemplación y el espíritu contemplativo en la acción.
Los budistas viven su contemplación a solas. El cristiano en compañía de Dios, siempre a su lado, en medio del silencio, por medio de la oración. Ese el modo de hacer camino, de llevar camino de... Como diría Pío Baroja en su novela homónima a la de santa Teresa, “Camino de perfección”, o también “Pasión mística”: “El pecado es la soledad que aniquila sin posibilidad de salvación y contra el que sólo puede aliarse la esperanza purificadora del amor”.
También el amor es un camino, un camino que puede llevar a Dios, cuando no es un Dios perdido entre nubes sino hallado dentro y en medio de nosotros, al que debemos amar cada uno “como a nosotros mismos” acaso porque Jesús cuando hablaba así se imaginaba a Dios dentro de cada uno de nosotros.
Algo de eso quiso decir el teólogo y místico alemán Jacobo Bóhmen (que tenía el oficio de zapatero) en su obra Camino hacia Cristo escrita allá entre los siglos XVI y XVII: “Si haces callar tus sentidos y tu egoísmo personal nacerá en ti un eterno ver, oír, hablar... y Dios verá, oirá y hablará por medio de ti (dentro de cada uno). En ti está Dios... en ti está el cielo y el infierno. Debemos pues buscar el camino verdadero hacia nosotros mismos y este sólo se encuentra en Cristo”.
Hay un dicho que dice: “Todos los caminos nos llevan a Roma”, pero por parecidas razones cabría decir que todos los caminos nos llevan a Dios. A veces hasta los caminos del error y del pecado. ¡Cuántos conversos encontraron a Dios en el vacío, en el propio infierno del pecado! Bastaría conocer la trayectoria de algunos de los santos como san Agustín, san Pablo... De ordinario suelen ser hombres sinceros. El que busca a Dios honradamente aunque sea erróneamente lo encuentra siempre, tiene que hallarlo por necesidad. De ordinario estos hombres son sinceros. Quien camina honradamente, quien lucha, se esfuerza y trata de llegar, por difícil que le parezca, por lejano que la imagine, por oscura que se le presente la meta siempre encontrará un camino que le lleve hasta ella.
Cuenta Gibran Jalil Gibrán en El Vagabundo la siguiente parábola:
“En una colina vivía una mujer con su hijo. Un día el niño murió de fiebre. La madre le preguntaba al médico:
-¿Qué es la fiebre?
-Algo infinitamente pequeño y que no se puede ver, le contestó el médico.
Luego miró al sacerdote como interrogando. Este le dijo:
-Dios se lo ha llevado.
-¿Y quién es Dios? interrogó la mujer.
-Algo infinitamente grande que no alcanzamos a ver ni a tocar ni a oír, dijo el sacerdote.
-Entonces ¿qué somos nosotros? dijo la mujer...
En esto entró la abuela del niño con la mortaja en la mano y respondió, al escuchar la pregunta:
-¿Nosotros? Somos el puente, el camino entre lo grande y lo pequeño”.
En efecto el hombre es un camino entre el no ser y el ser, entre el nacer y el morir. El cristiano es un puente entre su nada, infinitamente pequeña, y su Dios inmensamente grande, somos “pontífices” divinos, puentes que unen el bien y el mal, la vida y la muerte.
Pero por suerte, en el cristianismo, camino y caminante suelen ser la misma cosa, se confunden el mensajero y el mensaje, y todo se simplifica más y más, la palabra con la vida, la verdad con el camino. Como dijo al día siguiente de su conversión Clara Boothe Luce:
“Pensaba convencer a mis amigos con palabras y argumentos, con discursos apologéticos pero pronto me convencí yo de que lo que ellos juzgaban era a mi misma, no mis discusiones sino mi alegría, mi entrega a los demás...”.
Vive tu vida, esa es la gran verdad en el camino. Porque también el hombre de hoy busca caminos y verdades. Según el filósofo Habermas de la Escuela de Frankfurt: hoy el hombre sólo cobrará confianza en sí mismo cuando:
1) use el trabajo únicamente para progresar, avanzar, caminar,         
2) cuando use el lenguaje sólo para descubrir y revelar la verdad, y finalmente,
3º) cuando sea capaz de aprovechar sus descubrimientos e inventos científicos para procurar vivir mejor con una más alta calidad de vida.
Sin embargo el hombre por sí mismo, lo vemos cada día, es incapaz de cubrir esas metas y de descubrir estos valores, hundiéndose cada día más y más en sus propios logros pues ni el trabajo ni el lenguaje ni los inventos le llevan a ninguna parte. Jesús es el único medio y el único camino capaz de llevarnos más allá.
“¿Cómo podremos saber el camino?”, pregunta santo Tomás, el incrédulo, a Jesús. En efecto ¿cómo podremos conocer la verdad ni dónde está? “¿Y qué es la verdad?” preguntaba Poncio Pilatos a Jesús, ¿cómo podremos conocer el por qué, la razón del vivir, la última razón? “Creed en Dios y creed también en mí”, le responde Jesús a Tomás.
Hoy el evangelio trata de darnos una lección de alegría, de luz que ilumine nuestra existencia. “Yo soy el camino la verdad y la vida, nadie va al Padre si no es por mí”. Por todos los caminos nos sale al encuentro Dios. Y todos pueden acercarnos hacia Él. Hay que estar atentos a los indicadores. Los indicadores no son para subirse sobre ellos con la necia esperanza de que nos lleven al lugar que indican. No. Los indicadores por sí no llevan a ninguna parte. El camino tenemos que hacerlo cada uno de nosotros, los viatores, los caminantes por este mundo, con la plena confianza de que, reconozcámoslo o no, siempre seremos capaces de descubrir a nuestro lado la nube luminosa que acompañaba a los israelitas por el desierto, es decir el Señor, la fiel compañía de Cristo que es a la vez, como debemos serlo cada uno de nosotros, camino y caminante. Jmf

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