DOMINGO V DE PASCUA 10-V-2020 (Jn. 14, 1-12) A
El domingo pasado Jesús decía: Yo
soy la puerta. Y hemos hablado de la puerta. Pero cuando una puerta se abre
se nos muestra un camino. Jesús
también hoy nos dice: Yo soy el camino.
La vida de un hombre, la historia de los pueblos, son siempre un
camino a recorrer. A los cristianos la teología escolástica nos llama viatores, es decir, caminantes. La
última Comunión se llama viático... o
comida que se toma o que se lleva para un viaje. A los discípulos de Aristóteles, que daba sus clases
paseando, (¡y cuántas cosas se aprenden yendo de camino!), los llamaron peripatéticos o paseantes. Sin embargo
la filosofía que empleamos en nuestro caminar por la vida se parece muy poco a
la que empleamos en nuestros desplazamientos. Hay que ver cómo preparamos una
excursión, cómo la estudiamos antes de salir. En cambio el camino de la vida es
una continua improvisación y como en todas las improvisaciones está lleno de
errores.
Nuestra vida también se la suele comparar, ya desde san Pablo a una carrera deportiva,
ahora que la gente vive tan a fondo las competiciones deportivas entre ellas el
ciclismo. Pero la filosofía empleada en esas competiciones tampoco se parece a
la filosofía que usamos en nuestro existir, donde envidiamos al último que
llega o que más años tarda en llegar a la meta, es decir, a la muerte; en cambio
en las deportivas se premia al que llega en primer lugar o en menos tiempo.
Acaso porque no sabemos la gloria y el triunfo que nos aguarda después de haber
vivido cristianamente.
El Concilio Vaticano II nos
recuerda en su Constitución sobre la Iglesia Lumen Gentium: “Mientras no
haya cielos nuevos y una nueva tierra... la Iglesia peregrinante... lleva
consigo la imagen de este mundo que pasa, y vive ella misma en la espera de la
manifestación de los hijos de Dios” (48-49).
A nuestra misma vida espiritual también se la puede llamar camino. Santa Teresa en “Camino de
perfección” compara la vida de clausura (ya sabemos que principalmente
escribía para sus monjas, aunque se puede aplicar a cualquier cristiano) con un
camino que va desde la vida exterior
del claustro a la vida íntima del alma, o sea, al castillo interior. Y “el único modo de avanzar -dice- es por medio de la oración”, no estando
en ella pasivamente sino descubriendo el valor activo de la contemplación y el
espíritu contemplativo en la acción.
Los budistas viven su contemplación a solas. El cristiano en compañía
de Dios, siempre a su lado, en medio del silencio, por medio de la oración. Ese
el modo de hacer camino, de llevar camino de... Como diría Pío Baroja en su novela homónima a la de santa Teresa, “Camino de
perfección”, o también “Pasión
mística”: “El pecado es la soledad
que aniquila sin posibilidad de salvación y contra el que sólo puede aliarse la
esperanza purificadora del amor”.
También el amor es un camino, un camino que puede llevar a Dios,
cuando no es un Dios perdido entre nubes sino hallado dentro y en medio de
nosotros, al que debemos amar cada uno “como
a nosotros mismos” acaso porque Jesús
cuando hablaba así se imaginaba a Dios dentro de cada uno de nosotros.
Algo de eso quiso decir el teólogo y místico alemán Jacobo Bóhmen (que tenía el oficio de
zapatero) en su obra Camino hacia Cristo
escrita allá entre los siglos XVI y XVII: “Si
haces callar tus sentidos y tu egoísmo personal nacerá en ti un eterno ver,
oír, hablar... y Dios verá, oirá y hablará por medio de ti (dentro de cada
uno). En ti está Dios... en ti está el cielo y el infierno. Debemos pues buscar
el camino verdadero hacia nosotros mismos y este sólo se encuentra en Cristo”.
Hay un dicho que dice: “Todos
los caminos nos llevan a Roma”, pero por parecidas razones cabría decir que
todos los caminos nos llevan a Dios. A veces hasta los caminos del error y del
pecado. ¡Cuántos conversos encontraron a Dios en el vacío, en el propio
infierno del pecado! Bastaría conocer la trayectoria de algunos de los santos
como san Agustín, san Pablo... De ordinario suelen ser
hombres sinceros. El que busca a Dios honradamente aunque sea erróneamente lo
encuentra siempre, tiene que hallarlo por necesidad. De ordinario estos hombres
son sinceros. Quien camina honradamente, quien lucha, se esfuerza y trata de llegar, por difícil que le
parezca, por lejano que la imagine, por oscura que se le presente la meta
siempre encontrará un camino que le lleve hasta ella.
Cuenta Gibran Jalil Gibrán en El
Vagabundo la siguiente parábola:
“En
una colina vivía una mujer con su hijo. Un día el niño murió de fiebre. La
madre le preguntaba al médico:
-¿Qué es la fiebre?
-Algo infinitamente pequeño y que no se puede
ver, le contestó el médico.
Luego miró al sacerdote como
interrogando. Este le dijo:
-Dios se lo ha llevado.
-¿Y quién es Dios?
interrogó la mujer.
-Algo infinitamente grande que
no alcanzamos a ver ni a tocar ni a oír, dijo el sacerdote.
-Entonces ¿qué somos nosotros?
dijo la mujer...
En esto entró la abuela del niño con la mortaja en la mano y
respondió, al escuchar la pregunta:
-¿Nosotros? Somos el puente,
el camino entre lo grande y lo pequeño”.
En efecto el hombre es un camino entre el no ser y el ser, entre el
nacer y el morir. El cristiano es un puente entre su nada, infinitamente
pequeña, y su Dios inmensamente grande, somos “pontífices” divinos, puentes que
unen el bien y el mal, la vida y la muerte.
Pero por suerte, en el cristianismo, camino y caminante suelen ser la
misma cosa, se confunden el mensajero y el mensaje, y todo se simplifica más y
más, la palabra con la vida, la verdad con el camino. Como dijo al día
siguiente de su conversión Clara Boothe
Luce:
“Pensaba convencer a mis
amigos con palabras y argumentos, con discursos apologéticos pero pronto me
convencí yo de que lo que ellos juzgaban era a mi misma, no mis discusiones
sino mi alegría, mi entrega a los demás...”.
Vive tu vida, esa es la gran verdad en el camino. Porque también el
hombre de hoy busca caminos y verdades. Según el filósofo Habermas de la Escuela de
Frankfurt: hoy el hombre sólo cobrará confianza en sí mismo cuando:
1) use el trabajo únicamente para progresar, avanzar, caminar,
2) cuando use el lenguaje sólo para descubrir y revelar la verdad, y
finalmente,
3º) cuando sea capaz de aprovechar sus descubrimientos e inventos
científicos para procurar vivir mejor con una más alta calidad de vida.
Sin embargo el hombre por sí mismo, lo vemos cada día, es incapaz de
cubrir esas metas y de descubrir estos valores, hundiéndose cada día más y más
en sus propios logros pues ni el trabajo ni el lenguaje ni los inventos le
llevan a ninguna parte. Jesús es el único medio y el único camino capaz de
llevarnos más allá.
“¿Cómo podremos saber el
camino?”, pregunta santo Tomás, el
incrédulo, a Jesús. En efecto ¿cómo
podremos conocer la verdad ni dónde está? “¿Y
qué es la verdad?” preguntaba Poncio
Pilatos a Jesús, ¿cómo podremos
conocer el por qué, la razón del vivir, la última razón? “Creed en Dios y creed también en mí”, le responde Jesús a Tomás.
Hoy el evangelio trata de darnos
una lección de alegría, de luz que ilumine nuestra existencia. “Yo soy el camino la verdad y la vida, nadie
va al Padre si no es por mí”. Por todos los caminos nos sale al encuentro
Dios. Y todos pueden acercarnos hacia Él. Hay que estar atentos a los
indicadores. Los indicadores no son para subirse sobre ellos con la necia
esperanza de que nos lleven al lugar que indican. No. Los indicadores por sí no
llevan a ninguna parte. El camino tenemos que hacerlo cada uno de nosotros, los
viatores, los caminantes por este mundo, con la plena confianza de que,
reconozcámoslo o no, siempre seremos capaces de descubrir a nuestro lado la
nube luminosa que acompañaba a los israelitas por el desierto, es decir el
Señor, la fiel compañía de Cristo que es a la vez, como debemos serlo cada uno
de nosotros, camino y caminante. Jmf
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