FIESTA
DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD 27-V-2018 (Mt. 28, 16-20) B
Estamos ciertamente ante un dogma difícil, aunque a
muchos cristianos les traiga sin cuidado. Como dice Gabriel Marcel acerca del
dolor, también aquí se podría decir: más
que de un problema se trata de un misterio. Y un misterio siempre sobrepasa el alcance de la razón teniendo
que echar mano de la fe al carecer de otros medios. Y por eso aquí falla toda
tentativa de querer explicarlo racionalmente tal como se vino haciendo con el
clásico árbol de tres ramas, con el trébol, con el río de tres afluentes, con
las tres dimensiones de un templo, con los tres estados del agua, con las tres
vidas del hombre, con los tres colores fundamentales de la luz... o con el tan usado, hasta en los dibujos de Máximo en un Diario nacional, del Triángulo Divino con un ojo en
medio. No, aquí hay algo más profundo e inexplicable, aquí hay un misterio de
amor, y por lo tanto hay algo que
sobrepasa la frontera de la razón y de las comparaciones.
Pero no pensemos que la Trinidad es un misterio
exclusivo de nuestra Religión. En la India nos encontramos con algo parecido en
la Trimurti del Hinduismo: En ella Brahma es el Creador, Siva el destructor (una explicación del
mal en el mundo), y Visnú el
conservador. Sin embargo otras creencias como el Islán eliminan todo rastro de Trinidad en Dios: “Alá es el único Dios y Mahoma su profeta” repiten
una y otra vez; y en ellos es tan
fuerte esta idea del Dios unipersonal y omnipotente que, según cuenta Abu Bakr,
un día se acercó al profeta y lo
encontró dormido. Volvió a encontrarlo de nuevo dormido pero a la tercera vez Mahoma se despertó para decirle: “Cualquiera que diga: No hay más Dios que
Dios, y muera en esta creencia, entrará en el reino de los cielos aunque
hubiese robado y pecado” -¿Incluso aunque haya robado y fornicado? insistió Abu Bakr. “-Incluso
aunque haya robado y fornicado”, contestó
el Profeta. Por tres veces lo repitió y a
la cuarta vez añadió: “Y tú te salvarás
aunque desprecies a tal creyente”. Es
admirable esta fe de roca en un Dios
único. Ello recuerda la carta aquella que escribió Lutero desde el Castillo
de Watburgo, donde estaba recluido, a Melancton: “Peca, y peca fuerte con tal que creas más fuerte, y alégrate en Cristo
vencedor del pecado, de la muerte y del mundo; basta con que conozcas al
Cordero que quita los pecados, aunque mil veces, recuérdalo, aunque mil veces
mates y forniques en un día...”.
Actualmente podíamos decir que una fe que lo perdona
todo es la de aquellos que tienen fe
en la masa obrera, en el pobre que es reo de injusticias, en el mártir de la
justicia, en el que es víctima de opresión y de la dictadura: aunque robe, mate y extorsione parece que su lucha real
o imaginaria por la justicia lo justifica todo. En el mismo ateísmo se practica
una fe y se reconocen ciertos dogmas. Así es curioso el paralelismo que
establece el teólogo Charles Lowvy en su libro Cristo y Comunismo entre
el Credo católico y el Manifiesto
Comunista, entre la Trinidad divina y la tesis, antítesis y síntesis hegeliana, entre proletariado y
el pueblo escogido de Dios, entre pecado original y la propiedad privada, entre
la Iglesia y el partido, la Biblia y los escritos marxistas, el Reino de Dios
futuro y el advenimiento de una sociedad sin clases, el Juicio final y la Gran
Tarde, la confesión o penitencia y la autocrítica, la excomunión y la degradación por culpas
cometidas, etc., etc. Es una Religión sin Dios pero con muchos y muy parecidos
dogmas y prácticas. Y es que esta religión mundana y materialista es más fácil
de entender y practicar que la espiritualista, ya que la moderna sociedad se
inclina más hacia el pragmatismo ateo de Demócrito que hacia el idealismo de Platón. Y sin embargo, como dice Helmut Carl en su obra: Los secretos de la Materia: “La moderna
física atómica zanja la antigua discusión entre Platón y Demócrito a favor de Platón: porque “detrás de la materia late una estructura espiritual que desconocemos...”.
Nuestra Trinidad es un misterio de Amor por lo tanto
deberíamos preocuparnos no tanto de explicarlo cuanto de vivirlo. Creo que
hemos perdido mucho tiempo en explicaciones. Para ello eran más prácticos que
nosotros aquellos viejos párrocos de
aldea. Cuentan que en una ocasión cierto cura joven trataba en vano de convencer
a un moribundo sobre la racionalidad del dogma del Dios uno y Trino, pero no
había modo. Tuvo entonces que acudir el anciano párroco. “Pero ¿qué es lo que te pasa, Antón?, le pregunta el sacerdote. -Pues
nada, señor cura, que su coadjutor dice que si no creo en el misterio de la
Trinidad no me salvo; y a mí eso de que sean tres y uno no me cabe en la
cabeza”. Entonces el viejo cura
le preguntó a bocajarro: “Pero vamos a
ver, hombre de Dios, ¿acaso tienes tú que darles de comer? -Oiga, no, eso no...”,
susurró el enfermo. “Entonces ¿qué más te da que sean dos, que
tres, a ver? -¿Sabe usted que lleva toda la razón, señor cura?, creo, creo en
la Santísima Trinidad....” repetía aquel descreído feligrés al tiempo que agonizaba. Sin llegar a estos
extremos a veces nosotros tratamos de explicar nuestros misterios y lo único que hacemos es complicarlos
más. Son abundantes las citas que avalan esta tesis. “No habléis de Dios” decía
cierto predicador parisino a algunos de sus ayudantes, “...porque
a veces el mismo nombre de Dios ha sido un obstáculo para acercarse a Dios”.
Y “Dios es muy sencillo” decía san Juan Crisóstomo.
Juan Pablo I, ese gran Papa que sólo duró un mes, cuenta en una
de las cartas de su libro Ilustrísimos
Señores dirigida al escritor
americano Mark Twaín: “El hombre es más complicado de lo que a
primera vista parece. Todo hombre adulto encierra en sí, no uno sino tres
hombres distintos. -¿Cómo es eso? te preguntaron. Y tú les contestaste: Mirad a
un Juan cualquiera. En él se da el primer Juan, es decir, el hombre que él
cree ser. Hay también un segundo Juan: el hombre que los demás ven en
él. Y finalmente existe un tercer Juan: el que realmente es”.
No cabe duda de que también el hombre es una especie
de Trinidad, de ridícula trinidad pero de Trinidad. Lo que cada uno piensa de sí y que sobrepasa siempre cualquier
cálculo y cualquier realidad: siempre nos consideramos
superiores a los demás. Como aquella
babosa que se arrastraba sobre un monumento
de piedra. Cuando miró hacia atrás y vio el rastro de baba que dejaba murmuró
para sus adentros: “Ahora sé que voy a
dejar mis huellas en la Historia” (Trilussa).
El segundo Juan, es decir, lo que los demás piensan sobre nosotros, es más fácil de adivinar y
conocer. Del tercero cuenta León Tolstoy que en cierta ocasión estaba un cocinero matando una ternera y arrojó las vísceras a unos perros.
Estos después de devorarlas ávidamente dijeron: “Qué bien guisa el cocinero”.
Días después estaba pelando unas patatas y tiró las mondas fuera. Los perros se acercaron, las olieron y se alejaron murmurando: “El cocinero se ha echado a perder, ya no
saber cocinar”. Pero él sabía perfectamente que a quien tenía que agradar
era a su amo no a los perros. Este es el tercer
Juan, el que es consecuente consigo
mismo a pesar de lo que digan. Somos tres en uno, pero debe haber una
íntima relación y armonía entre los
tres para parecernos a Dios: el Juan que uno
piensa de sí mismo, el que piensan los demás
y el que realmente somos.
La herejía no está en creer en tres dioses ni en que
hay mil, la herejía y el pecado está en la falta de amor. No es en la fe, es en el amor donde podemos encontrar alguna explicación. El amor hace de
un Dios trino un ser ÚNICO. Y lo mismo
debería suceder en cada uno de nosotros, de esa forma, aun siendo millones,
haríamos una humanidad divina y única, al
estar todos unidos por medio del amor.