jueves, 3 de mayo de 2018


DOMINGO VI DE PASCUA.- 6-V-2018 (Jn. 15, 9-17)


Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando. Hay un hecho que a uno siempre le ha llamado la atención: cuando queremos que una persona sea más perfecta, mejor cristiano... lo primero que se nos ocurre es enviarlo a un centro de formación, a unas conferencias, proporcionarle unos cursos de teología... pero nunca pensamos en la alternativa de enviarlo un mes a un barrio pobre, a trabajar entre aquellos que viven en chabolas a ejercitar el amor, la caridad, como si el saber mucha teología y estar bien informado fuera más importante, (desde luego es más fácil), que ejercer el amor al prójimo. 
Y sin embargo la Biblia no deja lugar a dudas: “En esto conocerán que sois mis discípulos, en que os amáis los unos a los otros”; un amor que no se para sólo en el amor al prójimo en general, sino que rebasa esa barrera, y exige incluso amor a los enemigos, porque, -y son palabras de Jesús-, “si amáis a los que os aman ¿qué mérito tenéis?, eso lo hacen también los gentiles”.  Debería ser objeto de análisis por nuestra parte el concepto del amor, a la luz del Evangelio.

Los amigos escasean. Basta escarbar un poco en nuestras vidas, basta abrir los libros de algunos pensadores. Decía el año 1914 Eugenio D´Ors en una conferencia, titulada: De la amistad y el diálogo: “El español tiene incapacidad específica para el ejercicio de la amistad. Somos amigos cuando lo somos, como podemos ser castos cuando lo podemos ser: por obra y gracia de la dominación”. Una observación que se podría aplicar perfectamente a los cristianos y al amor fraterno. 
Sin embargo para cualquier pensador la amistad es un valor que sobrepasa en importancia a todo lo demás. Para Aristóteles “la amistad es lo más necesario de la vida”. Platón dice a Litis: “Puedes creerme, pero prefiero un amigo a todas las tierras de Darío. Tan grande es mi ansia de amistad”. Y de Cicerón es la frase “Sin amistad no hay vida digna de hombre libre”. Para G. Marañón es el primer grado de parentesco, porque -añade- “hay hermanos que no son amigos, pero un amigo siempre será un hermano”. Para el filósofo Joseph Waldo Emerson “la amistad debería ser objeto de una veneración verdaderamente religiosa porque sólo quien de veras ha aprendido la ética de la amistad puede aprender la lección de la vida con profundidad”. Hasta Federico Nietzsche llegó a decir: “Sé por lo menos enemigo. ¿Eres esclavo? No puedes ser amigo ¿Eres tirano? No puedes tener amigos”.

Y entre esos extremos nos debatimos: entre la tiranía del egoísmo y la esclavitud de las pasiones. Una buena solución es la aportada por Martín Buber: la amistad consiste en decir tú”. Pero este altruismo es muy difícil debido al tremendo egoísmo que nos envuelve. La amistad por la amistad, ese amar al prójimo como a ti mismo brilla en nuestra sociedad por su ausencia.  Lo curioso es que todos estamos convencidos de que esa sería la solución de muchos de nuestros problemas, tanto íntimos como de convivencia, en los que estamos inmersos, y sin embargo da la sensación de que estamos condenados a ser incapaces de llevarlo a la práctica.

Nos empeñamos en meter en la cabeza de la gente teorías, dogmas, ideas, mandamientos, teología, catecismo... cuando lo que en verdad deberíamos inculcar en mitad del corazón es amor, amistad, fraternidad... Por eso no vendría mal reflexionar de vez en cuando sobre la amistad y el amor. En otras religiones, sistemas filosóficos e ideologías la idea fundamental es para unos la justicia social, para otros el dominio de sí mismo, o la lucha de clases, o el culto al sol... En el Cristianismo es el amor fraterno. Y cuando esto se olvida o adultera falla la misma esencia de la fe. Dios es amor, y basta. Todo lo demás es querer andar por las ramas.

Nos alejamos de esta verdad en primer lugar:
1).- Cuando el amor se institucionaliza. La Institución nos hace caminar dentro de un orden, pero descuidamos lo esencial que es precisamente la entrega a los demás. Y esto nos viene fallando desde el principio. En la primera pareja, la de nuestros primeros padres Adán y Eva, se dio la primera manifestación de amor humano, sin embargo cuando le llega el momento a Adán de demostrárselo a su mujer, después del primer pecado, Adán en vez de defender a Eva se dedica a acusarla ante el Señor: “la mujer que me diste por compañera me engañó”. Hubiera sido tan caballeroso y elegante una defensa a ultranza, a lo Romeo y Julieta, en la que se dijera algo como: “quiero ser yo el responsable y cargar con el castigo; pero a ella, Señor, no la castigues...”, puesto que el verdadero amor es aquel que incluso da la vida por el ser amado. “Nadie ama más que aquel que da la vida por sus amigos”, dijo el Señor.

2).-Cuando las obras de caridad, que llama el catecismo de misericordia, se institucionalizan también pierden en amor; así enseñar al que no sabe se hace en Colegios, consolar al triste...: para eso están los psicólogos, corregir al que yerra: lo hace la policía, visitar a los  enfermos: debe ser en Hospitales con tarjeta y a horas fijas, dar de comer al hambriento, vestir al desnudo y dar posada al peregrino: lo hace una institución que se llama Cáritas, enterrar a los muertos, si no tienen quien: es cosa del Ayuntamiento...  Ese es el mundo feliz en el que nos cupo “en suerte” vivir.  Como dice Aldoux Husley: “la felicidad del futuro ya no será el amor sino el consumo, la capacidad física y económica para tragar kilómetros de vídeo, litros de alcohol, kilos de información, droga, turismo y sexo...”.

3).-Finalmente perdemos el sentido del amor y de la fraternidad humana cuando el hombre no sólo evita practicar algunos deberes cívicos de primer orden como el ayudar a un herido en un accidente, llamar a un Policía en un atraco, defender a un transeúnte de un agresor injusto... sino que teme hacerlo por las consecuencias jurídicas, papeleo y burocracia a que se verá luego sometido; e incluso hasta correr el riesgo de tener que cargar con la responsabilizado si da parte del hecho. Así es el mundo que estamos fabricando y en el que debemos desenvolvernos.
 Aquel “Dios se lo pague”, o aquel ayudar al prójimo 'por amor de Dios' pasó a la historia. Hoy solo priva lo rentable. Y sin embargo tendríamos que darnos cuenta que el mundo sólo podrá sobrevivir si en él reina el amor. Y solamente nos podremos seguir llamando cristianos si practicamos el amor, porque Dios sólo permanece en nosotros si tenemos amor Dios. Este es el mensaje del evangelio de hoy, este es el mandamiento que Jesús nos trajo: “que os améis... el que ama permanece en mí... Vosotros sois mis amigos”Pero esto sólo se consigue con la práctica, con las obras no con palabras: Obras son amores. Lo curioso es que son cosas que todos sabemos pero muy pocos ponen en práctica.  A pesar de saber que es el mandato por excelencia de Jesús seguimos siendo egoístas, chismorreos y fastidiando al prójimo. Y una conducta así se podrá decir que es la de miembros de una secta conocedora acaso de muchos dogmas, llena de ritos y creencias, pero ¿se nos podrá de verdad llamar cristianos, y decir que nos amamos de verdad los unos a los otros? Jesús una vez más en este domingo de primavera nos invita a la amistad. ¡Escuchémosle! ¡Qué hermosa sería entonces nuestra vida. El escritor francés Julien Green, convertido al Catolicismo en 1916, escribía en su Diario en 1928: “Si tuviera que partir esta noche y se me preguntara qué es lo que más me conmueve de este mundo diría, quizá, que es el paso de Dios por el corazón de los hombres. Todo se pierde en el amor, y aunque sea verdad que seremos juzgados según el amor, es igualmente indudable que seremos juzgados por el amor que no es otro sino Dios. Yo creo que si se diera el nombre de Mal a la falta de caridad en vez de abrumar al pobre cuerpo humano con tanta maldición se haría zozobrar a todo un falso cristianismo y al mismo tiempo se abriría el Reino de Dios a millones de almas” (Años 1928-1958.  Tomo V, pág., 361).

Es decir que el único problema serio que realmente debería afectarnos tendría que ser la caridad fraterna. ¿Qué quiere decir cristiano? pregunta el Catecismo. Y responde: Discípulo de Cristo. ¿En que se conoce a los discípulos de Cristo? pregunta el Evangelio.  En que os amáis los unos a los otros, añade. Pues eso. Todo lo demás son ganas de marear la perdiz , es puro andamiaje. El amor se demuestra no sólo con palabras sino con obras: “si hacéis lo que yo os mando...”. Y amar a Jesús no es volver a decir lo que Él hizo sino hacer lo que él dijo.  JM.F.




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