DOMINGO VI DE PASCUA.- 6-V-2018 (Jn. 15, 9-17)
Vosotros sois mis
amigos si hacéis lo que yo os mando. Hay un hecho que a
uno siempre le ha llamado la atención: cuando queremos que una persona sea más
perfecta, mejor cristiano... lo primero que se nos ocurre es enviarlo a un
centro de formación, a unas conferencias, proporcionarle unos cursos de
teología... pero nunca pensamos en la alternativa de enviarlo un mes a un
barrio pobre, a trabajar entre aquellos que viven en chabolas a ejercitar el
amor, la caridad, como si el saber mucha teología y estar bien informado fuera
más importante, (desde luego es más fácil), que ejercer el amor al prójimo.
Y sin embargo la Biblia no deja lugar a dudas: “En esto
conocerán que sois mis discípulos, en que os amáis los unos a los otros”; un
amor que no se para sólo en el amor al prójimo en general, sino que rebasa esa
barrera, y exige incluso amor a los
enemigos, porque, -y son palabras de
Jesús-, “si amáis a los que os aman
¿qué mérito tenéis?, eso lo hacen también los gentiles”. Debería ser objeto de análisis por nuestra
parte el concepto del amor, a la luz del Evangelio.
Los amigos escasean. Basta escarbar un poco en nuestras
vidas, basta abrir los libros de algunos pensadores. Decía el año 1914 Eugenio D´Ors en una conferencia, titulada:
De la amistad y el diálogo: “El español
tiene incapacidad específica para el ejercicio de la amistad. Somos amigos
cuando lo somos, como podemos ser castos cuando lo podemos ser: por obra y
gracia de la dominación”. Una observación que se
podría aplicar perfectamente a los cristianos y al amor fraterno.
Sin embargo
para cualquier pensador la amistad es
un valor que sobrepasa en importancia a todo lo demás. Para Aristóteles “la amistad es lo más necesario de la vida”. Platón dice a Litis: “Puedes creerme, pero prefiero un amigo a todas las tierras de Darío.
Tan grande es mi ansia de amistad”. Y
de Cicerón es la frase “Sin amistad
no hay vida digna de hombre libre”. Para G. Marañón es el primer grado de parentesco, porque -añade- “hay
hermanos que no son amigos, pero un amigo siempre será un hermano”. Para el
filósofo Joseph Waldo Emerson “la amistad debería ser objeto de una
veneración verdaderamente religiosa porque sólo quien de veras ha aprendido la
ética de la amistad puede aprender la lección de la vida con profundidad”.
Hasta Federico Nietzsche llegó a decir: “Sé por lo menos enemigo. ¿Eres esclavo? No
puedes ser amigo ¿Eres tirano? No puedes tener amigos”.
Y entre esos extremos nos debatimos: entre la tiranía del egoísmo y la esclavitud de las pasiones. Una buena solución es
la aportada por Martín Buber: “la amistad consiste en decir tú”. Pero este altruismo es muy difícil debido al tremendo egoísmo que
nos envuelve. La amistad por la amistad, ese amar al prójimo como a ti mismo
brilla en nuestra sociedad por su ausencia.
Lo curioso es que todos estamos convencidos de que esa sería la solución
de muchos de nuestros problemas, tanto íntimos como de convivencia, en los que
estamos inmersos, y sin embargo da la sensación de que estamos condenados a ser
incapaces de llevarlo a la práctica.
Nos empeñamos en meter en la cabeza de la gente teorías,
dogmas, ideas, mandamientos, teología, catecismo... cuando lo que en verdad
deberíamos inculcar en mitad del corazón es
amor, amistad, fraternidad... Por eso no vendría mal reflexionar de vez en
cuando sobre la amistad y el amor. En otras religiones, sistemas filosóficos e
ideologías la idea fundamental es para unos la justicia social, para otros el dominio
de sí mismo, o la lucha de clases, o el culto al sol... En el Cristianismo es el amor fraterno. Y cuando esto se olvida o adultera falla la misma esencia de la
fe. Dios es amor, y basta. Todo lo demás es querer andar por las ramas.
Nos alejamos de esta verdad en primer lugar:
1).-
Cuando el amor se institucionaliza. La Institución nos hace caminar
dentro de un orden, pero descuidamos
lo esencial que es precisamente la entrega a los demás. Y esto nos viene
fallando desde el principio. En la primera pareja, la de nuestros primeros
padres Adán y Eva, se dio la primera
manifestación de amor humano, sin embargo cuando le llega el momento a Adán de demostrárselo a su mujer,
después del primer pecado, Adán en
vez de defender a Eva se dedica a
acusarla ante el Señor: “la mujer que me diste por compañera me engañó”. Hubiera sido tan caballeroso y
elegante una defensa a ultranza, a lo Romeo y Julieta, en la que se dijera algo como: “quiero ser yo el responsable y cargar con el castigo; pero a ella, Señor, no la
castigues...”, puesto que el verdadero amor es aquel que incluso da la vida
por el ser amado. “Nadie ama más que
aquel que da la vida por sus amigos”,
dijo el Señor.
2).-Cuando las obras de caridad, que llama el catecismo
de misericordia, se institucionalizan también pierden en amor; así enseñar al que no sabe se hace en
Colegios, consolar al triste...: para
eso están los psicólogos, corregir al que yerra: lo hace la policía, visitar a los enfermos: debe ser en Hospitales
con tarjeta y a horas fijas, dar de comer al hambriento, vestir
al desnudo y dar posada al peregrino: lo hace una institución que se llama
Cáritas, enterrar a los muertos, si no tienen quien: es cosa del Ayuntamiento... Ese es el mundo feliz en el que nos cupo “en
suerte” vivir. Como dice Aldoux Husley: “la felicidad del
futuro ya no será el amor sino el consumo, la capacidad física y económica para
tragar kilómetros de vídeo, litros de alcohol, kilos de información, droga,
turismo y sexo...”.
3).-Finalmente perdemos el sentido del amor y de la fraternidad humana cuando el
hombre no sólo evita practicar algunos deberes cívicos de primer orden como el
ayudar a un herido en un accidente, llamar a un Policía en un atraco, defender
a un transeúnte de un agresor injusto... sino que teme hacerlo por las
consecuencias jurídicas, papeleo y
burocracia a que se verá luego
sometido; e incluso hasta correr el riesgo
de tener que cargar con la responsabilizado si da parte del hecho. Así es
el mundo que estamos fabricando y en el que debemos desenvolvernos.
Es decir que
el único problema serio que realmente debería afectarnos tendría que ser la
caridad fraterna. ¿Qué quiere decir
cristiano? pregunta el Catecismo. Y responde: Discípulo de Cristo. ¿En
que se conoce a los discípulos de Cristo? pregunta el Evangelio. En que
os amáis los unos a los otros, añade.
Pues eso. Todo lo demás son ganas de marear la perdiz , es puro andamiaje. El amor se demuestra no sólo con palabras sino
con obras: “si hacéis lo que yo os
mando...”. Y amar a Jesús no es volver a decir lo que Él hizo sino
hacer lo que él dijo. JM.F.
No hay comentarios:
Publicar un comentario