jueves, 24 de mayo de 2018


FIESTA DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD 27-V-2018 (Mt. 28, 16-20) B

 Es ya bastante complicado creer en un solo Dios para que tengamos que creer que, a la vez de ser Uno, que sea también Trino. Y sin embargo es precisamente en ese misterio donde está el meollo y la clave de nuestra vida espiritual y de nuestra salvación. Muchos teólogos y muchos Santos trataron de explicar a su manera este misterio: San Hilario de Poitier en el s. IV escribió su tratado De Trinitate fundamentalmente contra los Arrianos (libro IV) los cuales negaban que el Hijo fuera Dios, por lo tanto no había lugar para la Trinidad. San Agustín y luego santo Tomás (que no se cansa de repetir que de Dios mejor podemos decir lo que no es que lo que es), define la Santísima Trinidad como “El que ama (Padre), el que es amado (Hijo) y el amor (Espíritu Santo)”, (libro VIII). En el año 1173 Ricardo de San Víctor escribe otro tratado sobre el mismo tema en seis libros. En el V habla de las procesiones de Dios con un curioso juego de palabras: “Una sola persona que no procede de ninguna otra, una sola persona que procede de una sola y una sola persona que procede de dos. Así, una da sin recibir (Padre), otra da y recibe (Hijo), y la tercera recibe sin dar (Espíritu Santo)”. Hubo otras muchas explicaciones, como la del abad cisterciense Joaquín di Fiore (s. XIII), que en el fondo no es más que una clara negación de la Trinidad puesto que para él, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo no son más que “tres revelaciones en el tiempo del mismo Dios que se manifiesta como Padre en el Antiguo Testamento, como Hijo en el Nuevo y como Espíritu Santo en la Iglesia”. Este Triteísmo fue condenado en el Concilio IV de Letrán.

Estamos ciertamente ante un dogma difícil, aunque a muchos cristianos les traiga sin cuidado. Como dice Gabriel Marcel acerca del dolor, también aquí se podría decir: más que de un problema se trata de un misterio. Y un misterio siempre sobrepasa el alcance de la razón teniendo que echar mano de la fe al carecer de otros medios. Y por eso aquí falla toda tentativa de querer explicarlo racionalmente tal como se vino haciendo con el clásico árbol de tres ramas, con el trébol, con el río de tres afluentes, con las tres dimensiones de un templo, con los tres estados del agua, con las tres vidas del hombre, con los tres colores fundamentales de la luz... o  con el tan usado, hasta en los dibujos de Máximo en un Diario nacional, del Triángulo Divino con un ojo en medio. No, aquí hay algo más profundo e inexplicable, aquí hay un misterio de amor, y por lo tanto hay algo  que sobrepasa la frontera de la razón y de las comparaciones.

Pero no pensemos que la Trinidad es un misterio exclusivo de nuestra Religión. En la India nos encontramos con algo parecido en la Trimurti del Hinduismo: En ella Brahma es el Creador, Siva el destructor (una explicación del mal en el mundo), y Visnú el conservador. Sin embargo otras creencias como el Islán eliminan todo rastro de Trinidad en Dios: “Alá es el único Dios y Mahoma su profeta” repiten una y otra vez; y en ellos es tan fuerte esta idea del Dios unipersonal y omnipotente que, según cuenta Abu Bakr, un día se acercó al profeta y lo encontró dormido. Volvió a encontrarlo de nuevo dormido pero a la tercera vez Mahoma se despertó para decirle: “Cualquiera que diga: No hay más Dios que Dios, y muera en esta creencia, entrará en el reino de los cielos aunque hubiese robado y pecado” -¿Incluso aunque haya robado y fornicado? insistió Abu Bakr. -Incluso aunque haya robado y fornicado”, contestó el Profeta. Por tres veces lo repitió y a la cuarta vez añadió: “Y tú te salvarás aunque desprecies a tal creyente”. Es admirable esta fe de roca en un Dios único. Ello recuerda la carta aquella que escribió Lutero desde el Castillo de Watburgo, donde estaba recluido, a Melancton: “Peca, y peca fuerte con tal que creas más fuerte, y alégrate en Cristo vencedor del pecado, de la muerte y del mundo; basta con que conozcas al Cordero que quita los pecados, aunque mil veces, recuérdalo, aunque mil veces mates y forniques en un día...”.

Actualmente podíamos decir que una fe que lo perdona todo es la de aquellos que tienen fe en la masa obrera, en el pobre que es reo de injusticias, en el mártir de la justicia, en el que es víctima de opresión y de la dictadura: aunque robe, mate y extorsione parece que su lucha real o imaginaria por la justicia lo justifica todo. En el mismo ateísmo se practica una fe y se reconocen ciertos dogmas. Así es curioso el paralelismo que establece el teólogo Charles Lowvy en su libro Cristo y Comunismo entre el Credo católico y el Manifiesto Comunista, entre la Trinidad divina y la tesis, antítesis y síntesis hegeliana, entre proletariado y el pueblo escogido de Dios, entre pecado original y la propiedad privada, entre la Iglesia y el partido, la Biblia y los escritos marxistas, el Reino de Dios futuro y el advenimiento de una sociedad sin clases, el Juicio final y la Gran Tarde, la confesión o penitencia y la autocrítica, la excomunión y la degradación por culpas cometidas, etc., etc. Es una Religión sin Dios pero con muchos y muy parecidos dogmas y prácticas. Y es que esta religión mundana y materialista es más fácil de entender y practicar que la espiritualista, ya que la moderna sociedad se inclina más hacia el pragmatismo ateo de Demócrito que hacia el idealismo de Platón. Y sin embargo, como dice Helmut Carl en su obra: Los secretos de la Materia: “La moderna física atómica zanja la antigua discusión entre Platón y Demócrito a favor de Platón: porque “detrás de la materia late una estructura espiritual que desconocemos...”.

Nuestra Trinidad es un misterio de Amor por lo tanto deberíamos preocuparnos no tanto de explicarlo cuanto de vivirlo. Creo que hemos perdido mucho tiempo en explicaciones. Para ello eran más prácticos que nosotros aquellos viejos párrocos de aldea. Cuentan que en una ocasión cierto cura joven trataba en vano de convencer a un moribundo sobre la racionalidad del dogma del Dios uno y Trino, pero no había modo. Tuvo entonces que acudir el anciano párroco. “Pero ¿qué es lo que te pasa, Antón?, le pregunta el sacerdote. -Pues nada, señor cura, que su coadjutor dice que si no creo en el misterio de la Trinidad no me salvo; y a mí eso de que sean tres y uno no me cabe en la cabeza”. Entonces el viejo cura le preguntó a bocajarro: “Pero vamos a ver, hombre de Dios, ¿acaso tienes tú que darles de comer? -Oiga, no, eso no...”, susurró el enfermo. “Entonces ¿qué más te da que sean dos, que tres, a ver? -¿Sabe usted que lleva toda la razón, señor cura?, creo, creo en la Santísima Trinidad....” repetía aquel descreído feligrés al tiempo que agonizaba. Sin llegar a estos extremos a veces nosotros tratamos de explicar nuestros misterios y lo único que hacemos es complicarlos más. Son abundantes las citas que avalan esta tesis. “No habléis de Dios” decía cierto predicador parisino a algunos de sus ayudantes, “...porque a veces el mismo nombre de Dios ha sido un obstáculo para acercarse a Dios”. Y “Dios es muy sencillo” decía san Juan Crisóstomo.

Juan Pablo I, ese gran Papa que sólo duró un mes, cuenta en una de las cartas de su libro Ilustrísimos Señores dirigida al escritor americano Mark Twaín: “El hombre es más complicado de lo que a primera vista parece. Todo hombre adulto encierra en sí, no uno sino tres hombres distintos. -¿Cómo es eso? te preguntaron. Y tú les contestaste: Mirad a un Juan cualquiera. En él se da el primer Juan, es decir, el hombre que él cree ser. Hay también un segundo Juan: el hombre que los demás ven en él. Y finalmente existe un tercer Juan: el que realmente es”.

No cabe duda de que también el hombre es una especie de Trinidad, de ridícula trinidad pero de Trinidad. Lo que cada uno piensa de sí y que sobrepasa siempre cualquier cálculo y cualquier realidad: siempre nos consideramos superiores a los demás. Como aquella babosa que se arrastraba sobre un monumento de piedra. Cuando miró hacia atrás y vio el rastro de baba que dejaba murmuró para sus adentros: “Ahora sé que voy a dejar mis huellas en la Historia” (Trilussa).
El segundo Juan, es decir, lo que los demás piensan sobre nosotros, es más fácil de adivinar y conocer. Del tercero cuenta León Tolstoy que en cierta ocasión estaba un cocinero matando una ternera y arrojó las vísceras a unos perros. Estos después de devorarlas ávidamente dijeron: “Qué bien guisa el cocinero”. Días después estaba pelando unas patatas y tiró las mondas fuera. Los perros se acercaron, las olieron y se alejaron murmurando: “El cocinero se ha echado a perder, ya no saber cocinar”. Pero él sabía perfectamente que a quien tenía que agradar era a su amo no a los perros. Este es el tercer Juan, el que es consecuente consigo mismo a pesar de lo que digan. Somos tres en uno, pero debe haber una íntima relación y armonía entre los tres para parecernos a Dios: el Juan que uno piensa de sí mismo, el que piensan los demás y el que realmente somos.

La herejía no está en creer en tres dioses ni en que hay mil, la herejía y el pecado está en la falta de amor. No es en la fe, es en el amor donde podemos encontrar alguna explicación. El amor hace de un  Dios trino un ser ÚNICO. Y lo mismo debería suceder en cada uno de nosotros, de esa forma, aun siendo millones, haríamos una humanidad divina  y única, al estar todos unidos por medio del amor.

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