viernes, 1 de junio de 2018


CORPUS CHRISTI.-3-VI-2018 (Mc. 14, 12-16 Y 22-26) B


Desde hace años se conmemora en este día del Corpus Christi el Día Nacional de caridad. Una virtud que no debía tener un día sino que debía ser “el pan nuestro de cada día”. Desgraciadamente hay que seguir recordándola aprovechando una de las fiestas más importantes del Calendario Eclesiástico, esa fiesta que se celebra nada menos que tres veces durante el ciclo litúrgico: En primer lugar el día de Jueves Santo; por segunda vez hoy (antes era el Jueves, 2º jueves “que reluce más que el sol”. Finalmente hay una tercera fecha que es la Sacramental, fiesta popular que cada parroquia celebra en su día con el fin de poder contar con más asistencia de clero y por lo tanto darle la mayor solemnidad posible.

Decíamos que desgraciadamente hay que celebrar el Día de la Caridad. Lo malo es que se queda en meras palabras, en hablar sólo de amor cuando la caridad si es algo son precisamente hechos, obras... Cuando Dominique Lapierre decidió escribir ese hermoso libro Más grandes que el amor, que es un fantástico canto a la caridad y un desafío a los médicos e investigadores  contra el SIDA, el punto de partida y lo que le movió a escribir no fue un sermón sino una noticia en la prensa de Nueva York que decía: “La Madre Teresa de Calcuta ha abierto, en pleno corazón de las calles más calientes de Manhattan, un hogar para acoger a las víctimas del SIDA sin recursos”. Entonces se dirigió a dicho Centro, y el contacto con aquella obra de caridad lo hizo ponerse a estudiar y a recorrer medio mundo e incluso a fundar él colegios y hospitales para leprosos, orfelinatos, escuelas, etc. “La palabra mueve pero el ejemplo arrastra”.

Hoy se habla mucho de Derechos Humanos. Nada menos que toda una Carta Magna aprobada en París el 10-XII-1948, recoge en 29 artículos los derechos que amparan a cualquier ciudadano: “Toda persona tiene derecho al trabajo... a la cultura..., a las vacaciones..., a la vida..., a un salario digno..., nace libre... etc.”. Sin embargo en muy pocos países esto tiene plena cabida y a pesar de llevar vigente más de 40 años aún sigue habiendo hambre en el mundo, analfabetismo creciente, mortandad infantil, terrorismo indiscriminado, tremendas desigualdades, y ataques a los agricultores españoles en el país donde se proclamó a bombo y platillo la libertad, la igualdad y la fraternidad  desde hace ya más de dos siglos...

Cuando el Papa Juan Pablo II hizo uno de sus primeros viajes a Polonia un editorial de cierto periódico comentaba uno de sus discursos en el que el Papa decía textualmente: “Cristo no está con los que explotan al hombre”. Y añadía el comentarista: “Pero Cristo hace 2.000 años que vivió ¿cómo va estar en ningún sitio?”. Desconocía que Cristo sigue vivo, y de modo especial en los pobres, en el hombre que sufre, en nuestro prójimo. Todo el mundo de una forma u otra está amenazado, acosado, atemorizado si no es por unos es por otros, pero como dice una conocida canción del grupo musical Mocedades “sobreviviremos...”, por eso necesitamos creer que Alguien sigue aquí defendiendo la causa de los pobres y de los indefensos. G. Bernanos recoge en su novela Diario de un cura de aldea cierto dialogo entre un sacerdote y un cristiano mediocre:
“-Si buscas realmente a Nuestro Señor, lo hallaras.
-Busco a Dios donde tengo más probabilidades de hallarle: entre los pobres...
-¿Pero buscas al Señor entre esas gentes de verdad? ... porque si no le buscas ¿de qué te quejas?  Eres tú quien ha frustrado al Señor...”.

Un modo especial que Cristo escogió para permanecer entre nosotros y dar respuesta a nuestros problemas fue el de la Eucaristía. En 1968 Paul McCartney, uno de los famosos Beatles, después de haber confesado que había tomado la droga LSD declaró: “No recomiendo que lo hagan. Puede abrir algunas perspectivas circunstanciales, pero al final no resuelven nada”.  Las respuestas a nuestros problemas tenemos que buscarlas cada uno de nosotros en nuestro propio interior. Y hoy vemos que la vida interior está en baja.  Desgraciadamente se la está sustituyendo por la “eucaristía de la droga”. Hoy se podría cambiar la famosa frase de Carlos Marx: “La Religión  es el opio del pueblo” por “el opio, es decir, la droga, es hoy la religión del pueblo”. Sí, para el cristiano hay una fuente de vida interior que son los Sacramentos, y entre estos se encuentra de modo especial la Eucaristía.

 En el Catecismo se nos dice que son tres las cosas a considerar en este sacramento. (1ª) La primera es que en la Eucaristía Cristo está, bajo las especies de pan y vino, real y verdaderamente presente.  En cierta ocasión se encontraba el párroco de un pueblo sentado en el cabildo de su Iglesia. Unos turistas extranjeros se acercaron, y al ver al sacerdote le preguntaron si en su iglesia había algo de interés que visitar. Venían haciendo un recorrido artístico y se estaban encontrando con verdaderas sorpresas. El párroco se levantó y entró en la Iglesia seguido del grupo de turistas. “Vengan, vengan... acérquense un poco más al altar mayor” les repetía entusiasmado. Pero ellos, por más que abrían los ojos, sólo veían un pobre retablo con su altar de madera toscamente trabajada. Cuando estuvieron frente al sagrario, el párroco les dijo: “Aquí está lo más valioso de esta iglesia y de todas las iglesias del mundo... Aquí, está el Señor...”. ¿No nos habrá pasado a nosotros alguna vez lo mismo?

La segunda (2ª) consideración es que además de estar, Cristo se ofrece. No hace mucho reponían en TV el film Molokai en el que se narra la dramática historia del P. Damián, el apóstol de los leprosos. A la hora de enviarlos a dicho infierno nadie, ni esposas., ni maridos, ni hijos, ni médicos, ni enfermeros acompañaron a aquellos desgraciados. Sólo este joven sacerdote partió un 10 de mayo de 1873.  Murió leproso 16 años más tarde. Él ofreció su vida entera por sus enfermos. En 1887 escribía: “Sin el Santísimo Sacramento mi vida aquí sería insoportable...”. La lepra respetó milagrosamente, sus dedos. Así podía celebrar la Misa en las dos pequeñas capillas de la isla. Estas vidas que nos llenan de admiración sólo se comprenden a la luz del que se ofreció una tarde en el Calvario por todos los hombres, y se ofrece cada día en el altar de la santa Misa: “Por vosotros... y por todos los hombres para el perdón de los pecados”.

Finalmente el Catecismo añade un tercer punto (3ª) a considerar: Se recibe, y se recibe al mismo Cristo en persona. A través de los siglos han surgido mil teorías sobre cómo se recibe al Señor en la Eucaristía, si es únicamente como un recuerdo, como un símbolo, como una fuerza, como una gracia o si lo que recibimos es su carne y sangre real verdadera. En no sé qué museo alemán se puede ver un curioso cuadro en  el que el pintor sienta a la mesa de al última Cena en vez de los doce apóstoles a doce herejes tales como Lutero, Zwinglio, Wicleff, Berengario, Huss, Ecolampadio, Melanchton, un cátaro, un albigense, un ortodoxo, un anglicano, etc.  De la boca de cada uno, escrita en un pergamino, sale su doctrina sobre la Eucaristía: “Esto significa mí cuerpo…, esto simboliza mi cuerpo..., esto representa mi cuerpo...., esto tiene una fuerza semejante a la de mi cuerpo...”, etc. De los labios de Jesús sale sólo la frase: “Esto es mi cuerpo” seguida de las correspondientes citas tomadas de los Evangelios (Mt.26, 26; Me.14,22 y Lc. 22,19) sin más comentarios.

Hoy día de la Caridad eucarística hay que meditar un poco no tanto en esa Organización no gubernamental Católica que es Cáritas, a la que debemos ayudar siempre, sino en la organización interior de cada uno. A ver como funciona, cómo distribuimos nuestros talentos; y pensar que Cristo sigue entre nosotros, a pesar de que nuestra ceguera nos impide reconocerlo en tantas y tantas ocasiones como nuestros hermanos los pobres nos brindan. Y no sólo una vez al año, el día de Cáritas, sino a cada instante y momento. Dijo muy bien Berthold Brecht: “Hay hombres que luchan un día y son muy buenos, hay otros que luchan un año y son mejores; pero aquellos que luchan toda la vida esos son imprescindibles”. Alguien dijo: “Si tienes dos pedazos de pan da uno a los pobres, y vende el otro para comprar jacintos con que alimentar tu alma”. Esa es la mejor Comunión y la que más une a Cristo, la comunión con los hermanos. La eucaristía carecería de sentido sin esta dimensión fraternal hacía los que nos necesitan.
 JM.F.

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