CORPUS CHRISTI.-3-VI-2018
(Mc. 14, 12-16 Y 22-26) B
Desde hace años se conmemora en este día del Corpus Christi el Día
Nacional de caridad. Una virtud que no debía tener un día sino que debía ser “el pan nuestro de cada día”.
Desgraciadamente hay que seguir recordándola aprovechando una de las fiestas
más importantes del Calendario Eclesiástico, esa fiesta que se celebra nada
menos que tres veces durante el ciclo
litúrgico: En primer lugar el día de Jueves
Santo; por segunda vez hoy (antes
era el Jueves, 2º jueves “que reluce más
que el sol”. Finalmente hay una tercera fecha que es la Sacramental, fiesta popular que cada
parroquia celebra en su día con el fin de poder contar con más asistencia de
clero y por lo tanto darle la mayor solemnidad posible.
Decíamos que desgraciadamente hay que celebrar el Día de la Caridad. Lo
malo es que se queda en meras palabras, en hablar sólo de amor cuando la
caridad si es algo son precisamente hechos, obras... Cuando Dominique Lapierre decidió escribir ese
hermoso libro Más grandes que el amor,
que es un fantástico canto a la caridad y un desafío a los médicos e
investigadores contra el SIDA, el punto de partida y
lo que le movió a escribir no fue un sermón sino una noticia en la prensa de
Nueva York que decía: “La Madre Teresa de
Calcuta ha abierto, en pleno corazón de las calles más calientes de Manhattan,
un hogar para acoger a las víctimas del SIDA sin recursos”. Entonces se
dirigió a dicho Centro, y el contacto con aquella obra de caridad lo hizo
ponerse a estudiar y a recorrer medio mundo e incluso a fundar él colegios y
hospitales para leprosos, orfelinatos, escuelas, etc. “La palabra mueve pero el ejemplo arrastra”.
Hoy se habla mucho de Derechos Humanos. Nada menos que toda una Carta Magna aprobada en París el 10-XII-1948,
recoge en 29 artículos los derechos que amparan a cualquier ciudadano: “Toda persona tiene derecho al trabajo... a
la cultura..., a las vacaciones..., a la vida..., a un salario digno..., nace
libre... etc.”. Sin embargo en muy pocos países esto tiene plena cabida y a
pesar de llevar vigente más de 40 años aún sigue habiendo hambre en el mundo,
analfabetismo creciente, mortandad infantil, terrorismo indiscriminado,
tremendas desigualdades, y ataques a los agricultores españoles en el país
donde se proclamó a bombo y platillo la libertad, la igualdad y la
fraternidad desde hace ya más de dos
siglos...
Cuando el Papa Juan Pablo II hizo
uno de sus primeros viajes a Polonia un editorial de cierto periódico comentaba
uno de sus discursos en el que el Papa decía textualmente: “Cristo no está con
los que explotan al hombre”. Y añadía el comentarista: “Pero Cristo hace 2.000 años que vivió ¿cómo va estar en ningún sitio?”.
Desconocía que Cristo sigue vivo, y de modo especial en los pobres, en el
hombre que sufre, en nuestro prójimo. Todo el mundo de una forma u otra está
amenazado, acosado, atemorizado si no es por unos es por otros, pero como dice
una conocida canción del grupo musical Mocedades
“sobreviviremos...”, por eso
necesitamos creer que Alguien sigue aquí defendiendo la causa de los pobres y
de los indefensos. G. Bernanos
recoge en su novela Diario de un cura de
aldea cierto dialogo entre un sacerdote y un cristiano mediocre:
“-Si buscas realmente a
Nuestro Señor, lo hallaras.
-Busco a Dios donde tengo más
probabilidades de hallarle: entre los pobres...
-¿Pero buscas al Señor entre
esas gentes de verdad? ... porque si no le buscas
¿de qué te quejas? Eres tú quien ha
frustrado al Señor...”.
Un modo especial que Cristo escogió para permanecer entre nosotros y dar
respuesta a nuestros problemas fue el de la Eucaristía. En 1968 Paul McCartney, uno de los famosos Beatles, después de haber confesado que
había tomado la droga LSD declaró: “No
recomiendo que lo hagan. Puede abrir algunas perspectivas circunstanciales,
pero al final no resuelven nada”.
Las respuestas a nuestros problemas tenemos que buscarlas cada uno de
nosotros en nuestro propio interior. Y hoy vemos que la vida interior está en
baja. Desgraciadamente se la está
sustituyendo por la “eucaristía de la droga”. Hoy se podría cambiar la famosa
frase de Carlos Marx: “La Religión
es el opio del pueblo” por “el
opio, es decir, la droga, es hoy la religión del pueblo”. Sí, para el
cristiano hay una fuente de vida interior que son los Sacramentos, y entre
estos se encuentra de modo especial la Eucaristía.
En el Catecismo se nos dice que
son tres las cosas a considerar en
este sacramento. (1ª) La primera es que en la Eucaristía Cristo está, bajo las especies de pan y vino,
real y verdaderamente presente. En
cierta ocasión se encontraba el párroco de un pueblo sentado en el cabildo de
su Iglesia. Unos turistas extranjeros se acercaron, y al ver al sacerdote le
preguntaron si en su iglesia había algo de interés que visitar. Venían haciendo
un recorrido artístico y se estaban encontrando con verdaderas sorpresas. El
párroco se levantó y entró en la Iglesia seguido del grupo de turistas. “Vengan, vengan... acérquense un poco más al altar
mayor” les repetía entusiasmado. Pero ellos, por más que abrían
los ojos, sólo veían un pobre retablo con su altar de madera toscamente
trabajada. Cuando estuvieron frente al sagrario, el párroco les dijo: “Aquí está lo más valioso de esta iglesia
y de todas las iglesias del mundo... Aquí, está el Señor...”. ¿No nos habrá
pasado a nosotros alguna vez lo mismo?
La segunda (2ª) consideración es que además de estar, Cristo se ofrece. No hace mucho reponían en TV
el film Molokai en el que se narra la
dramática historia del P. Damián, el
apóstol de los leprosos. A la hora de enviarlos a dicho infierno nadie, ni
esposas., ni maridos, ni hijos, ni médicos, ni enfermeros acompañaron a
aquellos desgraciados. Sólo este joven sacerdote partió un 10 de mayo de 1873. Murió leproso 16 años más tarde. Él ofreció
su vida entera por sus enfermos. En 1887 escribía: “Sin el Santísimo Sacramento mi vida aquí sería insoportable...”.
La lepra respetó milagrosamente, sus dedos. Así podía celebrar la Misa en las
dos pequeñas capillas de la isla. Estas vidas que nos llenan de admiración sólo
se comprenden a la luz del que se ofreció una tarde en el Calvario por todos
los hombres, y se ofrece cada día en el altar de la santa Misa: “Por vosotros... y por todos los hombres
para el perdón de los pecados”.
Finalmente el Catecismo añade un tercer punto (3ª) a considerar: Se recibe, y se recibe al mismo Cristo en
persona. A través de los siglos han surgido mil teorías sobre cómo se recibe al
Señor en la Eucaristía, si es únicamente como un recuerdo, como un símbolo,
como una fuerza, como una gracia o si lo que recibimos es su carne y sangre
real verdadera. En no sé qué museo alemán se puede ver un curioso cuadro
en el que el pintor sienta a la mesa de
al última Cena en vez de los doce apóstoles a doce herejes tales como Lutero, Zwinglio, Wicleff, Berengario, Huss, Ecolampadio, Melanchton, un cátaro, un albigense, un
ortodoxo, un anglicano, etc. De la boca
de cada uno, escrita en un pergamino, sale su doctrina sobre la Eucaristía: “Esto significa mí cuerpo…, esto simboliza mi cuerpo..., esto representa mi cuerpo...., esto tiene una fuerza semejante a la de mi cuerpo...”,
etc. De los labios de Jesús sale
sólo la frase: “Esto es mi cuerpo”
seguida de las correspondientes citas tomadas de los Evangelios (Mt.26, 26;
Me.14,22 y Lc. 22,19) sin más comentarios.
Hoy día de la Caridad eucarística hay que meditar un poco no tanto en esa
Organización no gubernamental Católica que es Cáritas, a la que debemos ayudar
siempre, sino en la organización interior de cada uno. A ver como funciona,
cómo distribuimos nuestros talentos; y pensar que Cristo sigue entre nosotros,
a pesar de que nuestra ceguera nos impide reconocerlo en tantas y tantas
ocasiones como nuestros hermanos los pobres nos brindan. Y no sólo una vez al
año, el día de Cáritas, sino a cada instante y momento. Dijo muy bien Berthold Brecht: “Hay hombres que luchan un día y son muy buenos, hay otros que luchan
un año y son mejores; pero aquellos que luchan toda la vida esos son
imprescindibles”. Alguien dijo: “Si
tienes dos pedazos de pan da uno a los pobres, y vende el otro para comprar
jacintos con que alimentar tu alma”. Esa es la mejor Comunión y la que más
une a Cristo, la comunión con los hermanos. La eucaristía carecería de sentido
sin esta dimensión fraternal hacía los que nos necesitan.
JM.F.
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