viernes, 13 de julio de 2018


DOMINGO XV.- 15-VII-2018- (Mc. 6, 7-13) B

La misión que Jesús confía a sus apóstoles se puede concretar en tres aspectos: 1) Dar y ejercer la libertad, “dándoles autoridad sobre los espíritus inmundos...”. 2) No presentarse en plan triunfalista ni con espectacularidad sino en plan sencillo y humilde: “no llevéis pan ni alforja ni dinero..., si acaso unas sandalias... Y 3) No insistir demasiado: “Si en un lugar no os reciben... marcharos a otro sitio...”.

1) Dar libertad es un gran programa, pero para llevarlo a cabo es preciso no estar comprometido, es decir estar liberado, no “casarse” con nadie ni con nada. Ser o estar liberado es bastante difícil pero es una parte muy importante en la estrategia evangélica. La autoridad es necesaria. Uno que mande, hoy se escoge por votación. ¿Se acierta siempre? Ese es el problema. Una fábula oriental (recuerda los árboles queriendo elegir rey, Jueces, 9) nos pone de sobre aviso: Un día las plantas convocaron sufragio universal para elegir la reina. Se votó muy ordenadamente y salió elegida por mayoría la ortiga. Y es que los votos no se cuentan se pesan. Buscar la persona con valores, conociendo no lo que va a hacer sino lo que ha hecho. Prometer es fácil, lo difícil es presentar un programa de obras llevadas a cabo feliz y exitosamente. No me digas lo que vas a hacer sino demuéstrame qué has hecho y en razón de ello podremos luego juzgar y elegir.
 2) Un segundo aspecto era presentarse sin triunfalismos, sin espectacularidad, que no tienen nada de evangélico. Sí lo tiene la pobreza de medios... con apenas sólo la palabra (palabra divina) y no menos a menudo con el silencio. Cuentan que el orador Isócrates (436-338 a. C.) fue invitado por Nicocrente, rey de Chipre, a una cena. Deseaba oírle hablar, pero Isócrates no abrió la boca en todo el tiempo. ¿Estás enfermo?, le preguntó el rey. De ningún modo. Gozo de muy buena salud, respondió el orador. ¿Por qué no hablas, entonces? Porque de lo que yo sé hablar –contestó el orador- a ti no te interesa, y de lo que a ti te interesa yo no sabría hablar. A veces el silencio es el mejor discurso. Pero Cristo les envía también para que hablen: “Si no os escuchan, al salir del pueblo sacudid el polvo de las sandalias... Acaso por recomienda que las lleven, y además “ungir con óleo, echar demonios y curar enfermos...”. No es nada lo que les que pide..., pero para esto se necesita, más que palabras, espíritu, vida interior, hacer más que decir, y posiblemente ese sea el secreto del éxito del Evangelio. Hablar es relativamente fácil. Dice Marschall Mc Luhan que el hombre perdió muchos de sus instintos: orientación, olfato, vista... que tuvo en un principio, por hablar demasiado. Si algunos animales los conservan: el olfato los perros, la orientación las palomas y las abejas, la comunicación los delfines, etc. es porque los animales no hablan y sin embargo qué bien se comunican. Creo que algo de esto han procurado aprovechar algunas Órdenes Religiosas cuyo programa de vida está precisamente basado en el silencio monacal, pero suplido con creces por la conversación interior con Dios.

Cristo no es un conquistador a lo Alejandro Magno, Él es diferente, no mira tanto el número como la dedicación. “Id de dos en dos...”, así envía a sus discípulos, al revés que los grandes conquistadores que envían ejércitos y legiones de miles y miles de soldados a conquistar la tierra y sus productos, esclavizando de ese modo a quienes conquistan. Jesús conquista al hombre, no le importa más que el hombre y su voluntad, y a un hombre sólo se le conquista cuando el tal se siente libre. Dios envía y recomienda: “poblad la tierra y dominadla...., la tierra, no a sus gentes... La conquista del apóstol es la del corazón del hombre, librándolo de sí mismo y de sus pasiones es decir convirtiéndolo en algo parecido a Dios. No es la espectacularidad, ni el tener tablas, ni el saber el oficio..., es más eficaz actuar y dar ejemplo, las palabras mueven, el ejemplo arrastra.

El escritor rumano Jon Slavici publicó una novela a finales del siglo XIX (1873) titulada “Pope Tanda”. Se trata de un sacerdote ortodoxo al que el Obispo destierra castigado a la aldea de Vallaseca, una parroquia de pobres gentes (saraceni) en la que nadie hace nada. En medio de una desidia total las gentes pasan el tiempo murmurando del vecino. Pope Tanda va de casa en casa, y aunque ven la iglesia medio en ruinas nadie da un paso ni hace nada, más aún, se ríen de él y le llaman “Cura bobo” (Pope Tanda). En vista de lo cual levanta con sus manos la rectoral, luego poco a poco la iglesia, ara su campo con un viejo caballo, arregla el carro, le pone asientos para desplazarse de un pueblo a otro... La aldea lo contempla atónita, ven que el Pope Tanda, rodeado de su mujer y de sus hijos, vive mejor que ellos, y arrastrados por el ejemplo empiezan también ellos a trabajar. La aldea se transforma. Pope Tanda ve entonces la alegría de aquel pueblo trabajador y entusiasta. Todos los pueblos son un poco como Vallaseca, y todos necesitamos de personas que nos den ejemplo y se arriesguen por los demás. Con frecuencia nos faltan modelos que imitar e ilusión para el trabajo, actuamos sin ser consecuentes, sin convicción. No hacen falta muchos medios, lo que más necesitamos es gente con vocación, decisión y dedicación, lo demás, (es palabra del Señor), llega siempre por añadidura.

3) Finalmente se nos recomienda si no se nos acepta no insistir, tratar de no ser cargantes. Si el pueblo no te escucha, allá él, “sacudid el polvo de vuestras sandalias (por algo recomienda llevarlas) y marcharos a otro pueblo...”, el mundo es ancho y grande. No siempre la insistencia es buena. Cuando se fracasa en un campo es mejor buscar otro. No insistir en un aspecto no quiere decir darse por vencido, todo lo contrario. Dicen los comunicólogos: “Hay que insistir”. Lo vemos en la propaganda, con qué machacona insistencia nos golpea por medio de la radio, la TV y la prensa. Pues bien, hasta en eso Cristo es diferente, es una de tantas paradojas que nos brinda el Evangelio: Si no os reciben iros a otra parte... Es el mejor aval de nuestra libertad. Porque, aunque muchos sistemas presuman de liberalismo o libertad, sus secuaces nos “comen el tarro” a todas horas haciéndonos creer que somos libres cuando de mil modos tratan de hacernos esclavos de tantas servidumbres sociales, políticas, económicas... cambiando el control policial por el control fiscal, religioso o cultural... ¿Cómo se puede decir que hay libertad de expresión cuando si no piensas de acuerdo con un patrón establecido más o menos de moda, te califican de retrógrado o de ultra, y te marginan? En cambio si pregonas las excelencias de tal o cual sistema en boga te exaltan, disculpan y protegen descaradamente y hasta te suben incluso al carro del poder.

En la primera lectura oíamos como Amasías, el sacerdote de los ídolos de Betel, quiere hacer callar al profeta Amós que no cesaba de denunciar los vicios y la corrupción del pueblo de Israel, llegando a aconsejarle que se vuelva a cuidar su campo de higos y sus vacas, pero Amós entonces profetiza los castigos que aguardan tanto a Amasías como al rey: “El Señor me sacó de junto al rebaño y me dijo: Profetiza a mi pueblo Israel. Tu esposa será ultrajada en la ciudad, tus hijos e hijas pasados a cuchillo, tus posesiones repartidas entre los vencedores... Tú morirás en un país extraño, e Israel saldrá cautivo y deportado hacia otra tierra”.
El evangelio es ante todo denuncia profética y libertad para hablar, libertad para pensar. El evangelio es libertad de todos, con todos, en todo, contra todo y para todos, incluso ante ese inmenso misterio del más allá que es la salvación eterna. A mí siempre me ha llamado la atención la actitud de Jesús desde la Cruz con respecto al mal ladrón. Él, que fue el cura más celoso del mundo, en el mismo momento de derramar su sangre por nosotros y por todos, por el perdón de los pecados..., y María a su lado, refugio de pecadores, la misionera más intrépida y activa, teniendo allí la primera ocasión de mostrar su eficacia y su misericordia con un alma a punto de condenarse, le dejan morir desesperado y no le dirigen ni siquiera una palabra de exhortación al arrepentimiento. Era libre de morir a su manera. Sin embargo con el buen ladrón, aquel que suplicaba humildemente: “Acuérdate de mí cuando estés en tu reino...”, con este se volcaron; apenas dijo estas palabras inmediatamente Jesús le replicó: “Hoy, hoy estarás conmigo en el Paraíso...”.

¿No nos dice nada eso? Yo lo pienso a veces cuando visito un moribundo y no me habla para nada de confesar ni comulgar ni siquiera de Dios... tengo que pensar en el Calvario y que Dios, infinitamente misericordioso, es del mismo modo infinitamente respetuoso con la libertad de cada uno, porque cada uno es el único responsable de su vida y, de algún modo, de su salvación. Él nos lo puso fácil, pero la última palabra, la última decisión siempre será nuestra. De ahí la importancia que tiene en el Cristianismo cultivar estas actitudes de libertad, servicio, entrega, respeto mutuo, pobreza, el  sagrado respeto a los demás y a sus decisiones sin violentar, a ser posible, nunca su voluntad bajo ningún pretexto, ni siquiera cuando entra en juego la salvación eterna. Eso es, al parecer, lo evangélico.  jmf.

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