viernes, 20 de julio de 2018


DOMINGO XVI.-  22-VII-2018 (Mc. 6, 30-34) B

“Venid vosotros solos a un sitio tranquilo a descansar”. Es una curiosa invitación al descanso que nos hace Jesús en este tiempo de vacaciones y fiestas patronales. Porque el descanso fue también creado por Dios, lo mismo que el cielo y que la tierra. Dice la Biblia: “Y el séptimo día descansó...”, lo que quiere decir que no sólo creó sino que descansó y en recuerdo de aquel día cumplimos cada siete días el mandato bíblico, creamos en la Biblia o no. Los cristianos cumplimos este mandato cada domingo en memoria de la Resurrección de Jesús.

Dios mandó descansar como un mandamiento más. La misma vida es como una semana de años al final de la cual también se nos dice: Ahora... ¡descansa en paz! Pero descansar ¿de qué? habrá que justificar de algún modo ese descanso. Dios nos manda descansar. También los pueblos con sus fiestas tratan de di/vertirse, es decir, verterse hacia otras ocupaciones más gratificantes que no sean la ocupación habitual aunque ciertamente requieran tanto o más esfuerzo. Hay un peligro en estas fiestas populares, creo yo. A menudo más que una invitación a la alegría, pueden con/vertirse en un alarde de competencia a ver qué pueblo gasta más, trae mejores atracciones y mejores orquestas. Y es normal; acaso sea un modo de mantenerse en la brecha sin desanimarse. Ya decía el escritor gallego Wenceslao Fernández Flórez en “Las siete columnas”, (desarrollando una frase de Anatole France: “¡Qué aburrido un mundo sin pasiones! -en F. Flórez se lo dice el diablo al ermitaño Acracio-), que el hombre para vivir y trabajar necesita a menudo agarrarse a alguna de esas siete columnas que son nuestros pecados capitales: Soberbia, avaricia, lujuria, ira, gula, envidia y pereza... Ellos son el motor, las columnas de la Historia de la humanidad. Menos mal que al final termina afirmando que también es posible un mundo sin pecado; y el mejor argumento que tenemos es que el hombre desde el fondo de su angustia lo exige, lo necesita y lo pide. Y algo de eso deberían ser las fiestas: un reencuentro con la paz interior y con la felicidad perdida.

Dos novelistas americanos Willlam Goldin con su obra “El señor de las moscas” (-eso significa en hebreo Belcebú- en ella viene a decir que el hombre produce el mal como produce miel la abeja, o dicho en frase de Demócrito: “El mal no hay que sembrarlo, nace solo”), y Robert Ardey con otra obra: El imperativo territorial”, los dos best seller durante  los años 1954-1966, plantean la tesis de que si el hombre es así, si hay ladrones, criminales, terroristas, homicidas, violadores, si hay guerras crueles, salvajismo, agresividad, tiranía, esclavitud, etc., es porque no puede ser de otra manera. Somos así porque ese es el fruto de siglos de lucha por la supervivencia en este difícil planeta que es la tierra. Nos han programado así desde el principio. Los primeros utensilios del hombre de Neardhenthal o del australophitecus africanus no fueron catos de amor, fueron las hachas de piedra, las flechas de silex o puntas de lanza... fabricadas sobre todo para herir y matar. Llevamos esos arquetipos grabados a sangre y tiempo en nuestras neuronas.

La misma Biblia, con ser el Libro Santo, parece corroborar este aserto desde sus primeras páginas: la primera muerte que registra es el fratricidio de Abel a manos de su hermano, usando como arma la quijada de un asno, aún no había piedra tallada. San Pablo en su Carta a los Romanos avala esta teoría: “Hago lo que no quiero, y lo que deseo no lo hago. Veo otra ley en mi cuerpo que lucha contra la razón y me esclaviza al pecado que llevo dentro”. El hombre, para Pablo, nace empecatado, es la doctrina que afirma que todos, desde nuestra concepción, llevamos dentro el pecado original. Será Jean Jacobo Rousseau en el s. XVIII quien levante su voz gritando que el hombre es naturalmente bueno, es “el buen salvaje”, pero considerado uno por uno y en estado de naturaleza pura. Luego al estudiar sus reacciones en masa, tendrá que poner fin a esa santidad con otra obra El contrato social. Entonces al estar atados a dicho contrato habrá que acercarse a la felicidad perdida en la medida de lo posible, potenciando el libre desarrollo de la individualidad, naciendo así lo que conocemos como “los derechos y las obligaciones” inviolables del hombre. Esto no lo consiguen los dirigentes cuyas leyes son, a menudo, solamente en provecho de una clase privilegiada, esto lo tiene que conseguir el pueblo, la gente sencilla. Y coincide con la mentalidad cristiana, en que esto sólo se consigue cambiado el corazón del hombre, convirtiéndolo de egoísta en fraternal y de soberbio en humilde y servicial, y de errático y salvaje en humano, que decía Pío XII.

De todas formas hay una tercera vía que es juntar trabajo y ocio, aquella actividad que sirve al mismo tiempo de esfuerzo y de descanso. Recuerdo ahora una anécdota que me contaba un sacerdote acerca de un anciano moribundo que dejaba a su muerte una gran fortuna, habiendo pasado la vida esclavizado, corriendo de un sitio para otro. El sacerdote lo quiso recriminar dulcemente: “Vamos a ver, Manuel, y ahora ¿para qué diablos te vale todo lo que tienes? Entonces el viejo lo miró de hito en hito y como asombrado de que no entendiera la filosofía de su vida le contestó: Y lo que yo abatané ¿qué, ho? ¿Eso no vale nada, señor cura? Para aquel anciano lo importante había sido vivir la vida a tope disfrutando no tanto de lo que ganaba sino del modo como lo ganaba. Disfrutar del trabajo de cada día, levantarnos cada mañana con la ilusión de llevar a cabo alguna cosa nueva, es un buen plan de vida.

Dios nos manda descansar, pero Jesús añade dos palabras a ese descanso: “Venid vosotros solos”, y “a un lugar tranquilo”: solos y lugar tranquilo. Todo lo contrario de nuestros descansos que son multitudinarios y en lugares bulliciosos. El descanso es necesario, y lo que antes era acaso un lujo hoy ya es una necesidad. Por eso es tan arriesgado criticar a otras personas o sistemas de vida. Luego, cuando nosotros podemos, no sólo los imitamos sino que hasta los superamos ¿Qué es hoy un burgués? ¿Quiénes son los que viven hoy como burgueses? Una persona que presume de tal o cual ideología ¿en qué se distingue de la que piensa lo contrario? Ni en el comer, ni en el vestir, ni en la vivienda, ni en el viajar, ni en el lugar de vacaciones que se escoge, ni en los Colegios a donde manda a sus hijos (mucho hablar contra la enseñanza privada y los mismos que la atacan son los que tienen a sus hijos estudiando en lo mejores colegios privados del país o del extranjero.... Tampoco se suelen distinguir en el sueldo ni en la vivienda... Y eso que son testigos de que pared por medio vive gente con salarios míseros, en vacación forzosa de paro, algunos jubilados con pensiones ridículas... etc. etc. En vista de lo cual cabe preguntarnos: ¿en dónde está la igualdad, la fraternidad? ¿Igualdad en qué? Ya sé que todo esto no es grato al oído y que duele al escucharlo. Pero tal parece todo ello una tomadura de pelo y un sarcasmo. ¿Dónde radica la diferencia entre un sistema y otro? Pues me parece que hoy, únicamente en alardear de no creyentes, en romper las barreras de la ética y de la moral, alardeando de tener una falsa libertad que desemboca en libertinaje. No creo que exista otra diferencia que sepamos... y acaso por eso la Iglesia está hoy siendo atacada de mil modos muy sutiles. Muchos se han saltado hasta los mandamientos, (el quinto lo hacen muy bien los terroristas) algunas parejas se juntan sin casar o se divorcian alegremente para volverse a casar sin responsabilidad alguna: es que lo del sexto es cosa de curas..., comentan. Pero como después del sexto viene el séptimo: no hurtar, ¡hay que ver cuanta gente ha sido sorprendida con las manos en la masa! Eso ya no es cosa de curas, (tampoco lo es el divorcio ni el aborto) todo eso es cuestión de justicia fundada en leyes naturales, pero ahí la sociedad no perdona y fustiga al caer en la cuenta de que la barrera entre una ideología y otra es tan sutil que a veces no sólo se rozan sino que se confunden y se sobreponen. Y esto nos sucede también a los creyentes. Porque también cabría preguntarse en dónde está la frontera entre el creyente y el ateo. Hay ateos que dan mil vueltas en moral, en desprendimiento y en solidaridad a los creyentes. Y para ver esto basta abrir los ojos. Decía Carlos Marx: “La realidad es tozuda” ¡Qué mal cambiamos las personas cuando estamos instalados en un sistema o religión! Una cosa es la teoría, la propaganda y otra muy distinta es la práctica, el lenguaje de los hechos. Por eso siempre será una utopía, querer quitar un mundo para poner otro, pues la realidad sigue y si el hombre no cambia en su interior, es decir, si no se convierte, seguirán siendo los mismos perros con distintos collares.

El mundo hay que transformarlo desde el interior del hombre si no queremos que la realidad nos transforme a nosotros. Un buen slogan sería: “Vacaciones con Jesús “solos...”en un lugar tranquilo”. Vacaciones con Jesús también pueden ser las fiestas del pueblo: Sacramental y Santo Domingo. En ellas no sólo nos divertimos sino también rezamos y nos santificamos. Creo que pensar sólo en divertirse es demasiado pagano, pero pensar sólo en santificarnos sería demasiado espiritualista. Vamos a ver si casamos las dos cosas tratando de crear más unión entre la gente. Eso sí que sería celebrar en cristiano las fiestas y santificar nuestro tiempo de vacación y ocio.   Jmf

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