viernes, 27 de julio de 2018


DOMINGO XVII. 29-VII-2018 (Jn. 6. 1-15) B


Una de las lecciones que se puede sacar del evangelio de hoy en el que se nos narra, tan en consonancia con la fiesta que celebramos, la multiplicación de los panes y de los peces para dar de comer a 5.000 personas, es que “Jesús siempre da más que pide” adelantándose incluso a la petición de Felipe: ¿Con qué daremos de comer a tanta gente? También hoy debemos plantearnos la misma pregunta que Felipe ¿Con qué dar de comer a los mil millones de hambrientos que malviven sobre la tierra?

El 11% de la población mundial padece hambre. Según el último informe de la FAO, (la agencia de la ONU que se ocupa de la alimentación y la agricultura) 815 millones de personas en el 2016 no han tenido acceso a una alimentación adecuada, unos 38 millones más que el año anterior. Para mayor Inri, y por poner solo un ejemplo, la mayor parte de los alimentos que se han recogido para los kurdos en la crisis de esta nación en 1994 hubo que desecharlos al final porque se habían deteriorado en los almacenes y en los puertos antes de poder ser entregados a sus destinatarios. Al mundo occidental le sobran alimentos y estadísticas pero, (aunque no faltan redes eficacísimas y rápidas para distribuir armamento y droga) aún no existe un organismo capaz de distribuir alimentos eficaz y adecuadamente.

José Luis Zapata, embajador en 1983 de Venezuela en Roma ¡cómo cambian los tiempos!, pronunció unas palabras durante el XXII Congreso de la FAO que han dado la vuelta al mundo: “Nunca hubo en la tierra tantas reservas de alimentos y nunca hubo tampoco tanta gente con hambre” Josué de Castro, presidente en 1952 del citado organismo FAO, doctor en Medicina y en Filosofía, dice en su obra: Geopolítica del hambre, que de la guerra se ha hablado siempre a voz en grito, “se han compuesto himnos y poemas que cantan sus virtudes y heroísmos, incluso en una sociedad que oscila entre el mercantilismo y el militarismo... y hasta se ha esforzado en demostrar a la luz de la ciencia que es algo condicionado por una pretendida ley natural de vida, de suerte que la guerra se convirtió en el leit motiv del pensamiento occidental mientras que el hambre se la considera reducida a los límites del subconsciente ya que incluso la conciencia le cierra sus puertas con ostensible desdén”. Luego añade que hasta los mismos escritores se hacen cómplices de este silencio.

Existen excepciones como la gran novela, premio Nobel en 1920, del noruego Knut Hamsum: Hambre, verdadero documento minucioso y exacto de las varias sensaciones, contradictorias y confusas, que producía el hambre en el espíritu del autor y un tremendo alegato contra la sociedad. El protagonista recorre las calles de Cristianía “esa ciudad singular (así llamada con toda intención critica) que nadie puede abandonar sin llevar impresa su huella”. O la gran epopeya del hambre de la familia Joad en las más ricas regiones, del país más rico del mundo, Estados Unidos, narrada por Iohn Steinbeck en Las uvas de la ira.

En nuestro país se están oyendo aquí y allá voces de alarma. Cáritas, en una encuesta cifraba no hace mucho el número de pobres en ocho millones. Y si en los países del Mercado Común el mínimo vital por mes se considera unas 200 €, en España más de 8 millones ganan menos de 100, es decir, la mitad. Y así podríamos estar barajando testimonios escritos, porcentajes y cifras horas y horas. Para un cristiano hay un solo problema del que seremos ciertamente examinados al final: los pobres, los hambrientos, los sin techo, casa o patria, los desnudos (en invierno y por las calles, no los otros). Para Cristo ese ha sido el gran problema a resolver de inmediato echando mano incluso de medios extraordinarios como es el milagro.

Hoy hablamos mucho de cultura, de Mercado Común, de progreso y competencia, de evasión y diversión... pero no debemos olvidar que por encima de todo eso está el Problema Social, el problema de los que pasan hambre material, de los que necesitan cubrir la desnudez de esas necesidades tan vitales y esa debe ser también nuestra batalla. Con Cáritas, con la FAO, con Manos Unidas, con quien sea, porque el problema, ese problema en concreto, no tiene espera: un mes, una semana para miles de personas ya sería demasiado tarde. Incluso habría que dar un paso más: suprimir todas las organizaciones de caridad, ya que lo que se ofrece como caridad al pobre lo tiene o debería tener derecho a ello por justicia. Es una vez cumplida la justicia cuando podemos hacer caridad. Pero a ser posible no antes ni en lugar de.

Y es que la solución no está sólo en dar limosna un día y olvidarnos poco después, eso son malos parches, la solución está en comprometernos a fondo y de verdad en esta lucha. Quizás todos tengamos otros problemas personales, familiares, de trabajo, pero a veces habrá que establecer una escala de valores y posponer lo accidental, por personal que sea, y hacernos solidarios de nuestros hermanos los hambrientos. No podemos ser conformistas. El mundo no está bien, el mundo no va bien y está esperando la mano que lo cambie y que lo cure. No se puede predicar ni paciencia ni conformidad. Hoy ya no es posible. La meta del cristiano es sembrar no sólo la fraternidad sino la justicia y la responsabilidad. Y solo cuando la justicia sea incapaz de resolverlo, lo puede llevar a cabo y de modo eficaz la fraternidad, el amor cristiano: este, por su propia dinámica, siempre fructifica en pan y en ayuda a los hermanos. Desgraciadamente hoy  no podemos esperar sólo en la Justicia, porque aunque en teoría es imprescindible e insustituible en la práctica suele llegar tarde, mal y nunca.

El día que nos metalicemos que es mejor dar que pedir, que nos entreguemos sin esperar nada a la recíproca, ese día el mundo cambiará. Algunos hacen mucho más hincapié en el milagro de la multiplicación que en el de la distribución. Hoy como entonces ya no se trata de multiplicar los panes y los peces, la ciencia y la biología, manipuladas sabiamente, se encargarían de multiplicarlos; hoy se trata más bien de saber distribuir, repartir con justicia y sin humillar, elevar al que recibe, hacer valer sus manos, ayudando incluso a que el mismo se lo proporcione, evitando que la ayuda pueda considerarse una limosna.

Hoy las limosnas pueden ser una ofensa. Porque también es verdad que no sólo de pan vive el hombre, el hombre necesita además respeto y consideración, encontrarse en un mundo fraternal de paz, de amor y de trabajo para poder realizarse plenamente.

Nuestro pueblo está en fiestas. La Sacramental nos recuerda un banquete, la última cena, un alimento, pero no con el fin de quitar el hambre física sino que debe ser el banquete de la fraternidad y de la unión. La fiesta no es ni una misa solemne, ni la procesión con bendición, ni una invitación a los parientes, ni una romería, ni una verbena... todo eso deberían ser cosas de adorno, como andamios, medios para estrechar lazos, la Sacramental debe ser la fiesta de la amistad y del amor fraterno.

A mí me apena un poco cuando hay gente que sin causa justificada, como pudiera ser un luto o una enfermedad, se alejan este día de la parroquia. Algo falla en la convivencia del mundo actual. Los pueblos primitivos, nuestros antepasados esperaban las fiestas con redoblada ilusión, se celebraba su llegada con danzas, gallardetes por las calles, cantos, la comida... Hoy posiblemente estamos hastiados, “refalfiados”, se dice en bable... y eso es malo. Las fiestas se necesitan contra el aburrimiento y el tedio, necesitamos expansionarnos, ver caras nuevas, sentir los voladores, la música... Todo ello son medios para fomentar la unión, y en vez de criticar posibles e inevitables fallos que siempre habrá por ley de naturaleza humana, hacer algo, aunque sea poco, pero hacer.

Dice Atilano Alaiz en La amistad es una fiesta: “Estamos agobiadamente relacionados... mil veces chocamos nuestras manos... dejamos amigos para ver amigos... viajamos paralelamente sin compartir la vida ni la intimidad. Los ermitaños retirados en el desierto están infinitamente menos solos que los habitantes de nuestras ciudades”. Al leer estas frases vienen irremediablemente a la mente aquellos versos de Zarathustra: “Al amigo espero, dispuesto día y noche, ¡a los nuevos amigos! ¡Venid, venid, ya es tiempo...”. Y concluye con este hermoso verso que debería servirnos estos días de reflexión: “¡Hay camaradería...! ¡Ojalá un día haya amistad también!”.

Porque las muchedumbres, los pueblos están también hambrientos de este otro pan que es la amistad; y este sí que no necesita multiplicarse, lo llevamos cada uno en el alma a manos llenas, el único problema está en que queramos y procuremos repartirlo entre los otros. Si no lo hacemos es porque nos falta el amor de Dios, la caridad de Cristo..., es porque estamos aún un poco lejos de ser discípulos de Jesús, por más que profesemos nuestra fe de cristianos a los cuatro vientos.                                                                                                                                    Jmf



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