jueves, 5 de julio de 2018

MUERTE FELIZ EN LOS BRAZOS DE DIOS

(Entre los papeles de mi viejo amigo el cura don Bernardo, fallecido hace años, encontré este escrito sobre el tema de la eutanasia, que por curioso, actual y desconcertante copio y trasmito)

La vida terrena/ es continuo duelo:
vida verdadera /la hay sólo en el cielo.
Permite, Dios mío, / que viva yo allí.
Ansiosa de verte,/ deseo morir.
                                 Santa Teresa de Jesús

      “No es el oscuro túnel que tengo que atravesar y sus misterios, lleno de sobresaltos, recuerdos, y quizás de sorpresas lo que temo, no..., lo que me causa angustia y más temor es el túnel, mi túnel, atravesar el de mi propio yo y el de mi conciencia y mi ser, el de mi subconsciente que desconozco todavía y nunca conoceré a no ser entonces, en el instante precisamente de la muerte, cuando más lucidez y calma necesito. Por eso me gustaría un final cristianamente trabajado, espiritualmente esperado, preparado, aceptado y vivirlo en plenitud de facultades. Morir medio inconsciente no me apetece, morir mi propia muerte creo que podría ser algo diferente y más apetecible cristianamente hablando.

      Morir, saber morir... desear morir del mejor modo posible. Nos nacen cuando quieren, no cuando nosotros queremos (¡si se pudiera pedir y escoger...!), pero podemos morir el día que elijamos, hablo de “morir-nos” nada que ver con suicidarnos. Trataré de explicarme:

      Es posible morir-nos (convirtiendo el verbo morir en transitivo) sin que nadie nos muera, o sea. nos quite la vida, nuestra vida. No hablamos de matar, de quitar la vida a nadie sino de entregarla, de ofrecerla nosotros voluntariamente porque me parece normal y además posible poder escoger una muerte cristianamente placentera y santamente digna sin tener que sufrir y pasar por el lóbrego, escabroso, solitario y oscuro sendero de una larga y dolorosa agonía a través de ese túnel interior que amanece más allá.

      Por lo visto leyes y moral dicen que no es válido, que es inmoral y punible, legalmente culpable, moralmente pecaminoso, Y uno -cura de pies a cabeza- reflexiona, medita, reza y se pregunta: Si yo puedo dar mi vida por salvar la vida de mi prójimo, incluso se podría considerar un acto de heroísmo y de virtud suprema ,“nadie ama más que el que da la vida por sus amigos” (Jn. 15, 13), si eso se puede calificar como acto de perfecta caridad, y teniendo que amar al prójimo como a mí mismo, (siendo por tanto yo el punto de referencia de ese amor) ¿qué mal hay en que yo la dé por mí mismo? Jesús escogió también su propia muerte, pudo escoger otra o no escogerla, pudo morir en su casa de Nazaret o cruzando el lago pero la teología nos dice que escogió morir por nosotros, ¿y cómo?, más que eutanasia aquello se podía haber calificado de kakotanasia o “encarnizamiento terapéutico” como lo califica el teólogo P. Gafo. Pues si Él escogió su modo de morir por todos nosotros ¿por qué no puedo yo, siguiendo su ejemplo, escoger el mío, para poder morir por mí? ¿No es acaso la salvación eterna el máximo don, la suprema meta a la que aspiramos todos y que cualquier creyente de nuestra sacrosanta religión desea fervientemente? “Todo el que da su vida por mí la ganará”, además ¿de qué aprovecha al hombre ganar el mundo, o un poco más de vida terrena, si pierde su alma y su vida eterna? (Mt. 16, 25-26).

      Si puedo asegurarme la salvación, si puedo planificar sacramentalmente mi salvación sin riesgo de perderla o de equivocarme ¿por qué se penaliza y se denosta esta actitud? ¿Qué es mejor, arriesgarse a la condenación eterna o asegurárnosla? Constantino el Grande, (el gran san Constantino para los orientales) esperó hasta su última enfermedad para bautizarse borrando así para morir, todos los pecados de su vida sin tener que confesarse, de ahí que se pueda asegurar, de alguna forma, que está en el cielo.

Yo buscaría un sacerdote ad hoc, sé que no todos aceptarían, haría un examen a conciencia, pediría perdón a quien hubiera ofendido, compensaría en la medida que pudiera el daño que hubiera hecho, me arrepentiría a ser posible con dolor de contrición, recibiría la sagrada Eucaristía garante de resurrección gloriosa al final del mundo, arreglaría con tiempo mis asuntos temporales, haría mis adioses oportunos, sin agobios ni sobresaltos, sin prisas ni improvisaciones y en mi lecho de muerte recibiría ese último viático de la inyección letal o de haber algo más piadoso y placentero, lo que fuera, con tal de que me llevara al sueño final, partiendo de esta vida con plena seguridad de alcanzar la vida eterna desde un mundo infeliz, agresivo y peligroso a otro en paz, feliz y dicha eterna ¡Qué bien! Además todos los que me amáis aún quedaríais también en la gloria seguros de que yo me había salvado, de que acaso estaría ya intercediendo por vosotros ante el trono de Dios. ¿Se puede pedir más? ¿Puede haber mejor medio y más seguro de alcanzar la vida eterna?

      Santo Dios, hermano Jesús, muerto voluntariamente en la cruz por todos, por favor, concédenos una muerte feliz, no una oscura y desconocida agonía sino una agonía cristiana y gozosamente vivida. Por tu inmensa bondad, permítenos esta muerte u otra semejante que nos asegure la gloria, la vida perdurable sin riesgo de perderte, mi buen Jesús, eternamente. Te amamos, Señor, queremos tenerte con nosotros. Y es que por seguir contigo lo dejaríamos todo, si tú nos dices no, podría perderlo y dejar de amarte por toda la eternidad. Pero si tú nos dices ven... lo dejaríamos todo, todo a tus manos “in manus tuas, Domine commendo spiritum meum”, voluntariamente a tus manos a cambio de tenerte para siempre, de amarte eternamente y no perderte”.

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