MUERTE FELIZ EN LOS BRAZOS DE DIOS
(Entre los papeles de mi viejo
amigo el cura don Bernardo, fallecido hace años, encontré este escrito sobre el
tema de la eutanasia, que por curioso, actual y desconcertante copio y trasmito)
La vida
terrena/ es continuo duelo:
vida verdadera /la hay sólo en el cielo.
Permite, Dios mío, / que viva yo allí.
Ansiosa de verte,/ deseo morir.
Santa Teresa de Jesús
“No es el oscuro túnel que tengo
que atravesar y sus misterios, lleno de sobresaltos, recuerdos, y quizás de
sorpresas lo que temo, no..., lo que me causa angustia y más temor es el túnel,
mi túnel, atravesar el de mi propio yo y el de mi conciencia y mi ser, el de mi
subconsciente que desconozco todavía y nunca conoceré a no ser entonces, en el
instante precisamente de la muerte, cuando más lucidez y calma necesito. Por
eso me gustaría un final cristianamente trabajado, espiritualmente esperado,
preparado, aceptado y vivirlo en plenitud de facultades. Morir medio inconsciente
no me apetece, morir mi propia muerte creo que podría ser algo diferente y más
apetecible cristianamente hablando.
Morir, saber morir... desear
morir del mejor modo posible. Nos nacen cuando quieren, no cuando nosotros
queremos (¡si se pudiera pedir y escoger...!), pero podemos morir el día que elijamos,
hablo de “morir-nos” nada que ver con suicidarnos. Trataré de explicarme:
Es posible morir-nos (convirtiendo
el verbo morir en transitivo) sin que nadie nos muera, o sea. nos quite la
vida, nuestra vida. No hablamos de matar, de quitar la vida a nadie sino de
entregarla, de ofrecerla nosotros voluntariamente porque me parece normal y
además posible poder escoger una muerte cristianamente placentera y santamente digna
sin tener que sufrir y pasar por el lóbrego, escabroso, solitario y oscuro
sendero de una larga y dolorosa agonía a través de ese túnel interior que
amanece más allá.
Por lo visto leyes y moral dicen
que no es válido, que es inmoral y punible, legalmente culpable, moralmente
pecaminoso, Y uno -cura de pies a cabeza- reflexiona, medita, reza y se
pregunta: Si yo puedo dar mi vida por salvar la vida de mi prójimo, incluso se
podría considerar un acto de heroísmo y de virtud suprema ,“nadie ama más que el que da la vida por sus
amigos” (Jn. 15, 13), si eso se puede calificar como acto de perfecta
caridad, y teniendo que amar al prójimo como a mí mismo, (siendo por tanto yo
el punto de referencia de ese amor) ¿qué mal hay en que yo la dé por mí mismo?
Jesús escogió también su propia muerte, pudo escoger otra o no escogerla, pudo
morir en su casa de Nazaret o cruzando el lago pero la teología nos dice que
escogió morir por nosotros, ¿y cómo?, más que eutanasia aquello se podía haber
calificado de kakotanasia o “encarnizamiento
terapéutico” como lo califica
el teólogo P. Gafo. Pues si Él
escogió su modo de morir por todos nosotros ¿por qué no puedo yo,
siguiendo su ejemplo, escoger el mío, para poder morir por mí? ¿No es acaso la
salvación eterna el máximo don, la suprema meta a la que aspiramos todos y que
cualquier creyente de nuestra sacrosanta religión desea fervientemente? “Todo el que da su vida por mí la ganará”,
además ¿de qué aprovecha al hombre ganar el mundo, o un poco más de vida
terrena, si pierde su alma y su vida eterna? (Mt. 16, 25-26).
Si puedo asegurarme la salvación,
si puedo planificar sacramentalmente mi salvación sin riesgo de perderla o de equivocarme
¿por qué se penaliza y se denosta esta actitud? ¿Qué es mejor, arriesgarse a la
condenación eterna o asegurárnosla? Constantino el Grande, (el gran san
Constantino para los orientales) esperó hasta su última enfermedad para
bautizarse borrando así para morir, todos los pecados de su vida sin tener que
confesarse, de ahí que se pueda asegurar, de alguna forma, que está en el cielo.
Yo buscaría un sacerdote ad hoc,
sé que no todos aceptarían, haría un examen a conciencia, pediría perdón a
quien hubiera ofendido, compensaría en la medida que pudiera el daño que
hubiera hecho, me arrepentiría a ser posible con dolor de contrición, recibiría
la sagrada Eucaristía garante de resurrección gloriosa al final del mundo,
arreglaría con tiempo mis asuntos temporales, haría mis adioses oportunos, sin
agobios ni sobresaltos, sin prisas ni improvisaciones y en mi lecho de muerte
recibiría ese último viático de la inyección letal o de haber algo más piadoso
y placentero, lo que fuera, con tal de que me llevara al sueño final, partiendo
de esta vida con plena seguridad de alcanzar la vida eterna desde un mundo
infeliz, agresivo y peligroso a otro en paz, feliz y dicha eterna ¡Qué bien!
Además todos los que me amáis aún quedaríais también en la gloria seguros de
que yo me había salvado, de que acaso estaría ya intercediendo por vosotros
ante el trono de Dios. ¿Se puede pedir más? ¿Puede haber mejor medio y más
seguro de alcanzar la vida eterna?
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