viernes, 14 de septiembre de 2018


DOMINGO XXIV.- 16- IX-2018    (Mc. 8 27-35) B

 En cierta ocasión Jesús hizo a sus apóstoles una pregunta que a la vez es doble: a) ¿Quién dice la gente que soy yo? b) Y vosotros ¿quién decís que soy? La gente, al opinar de los demás, se equivoca con frecuencia, y si la crítica no es buena acostumbra a usar el genérico “dicen...” para librarse de posibles responsabilidades. Jesús trata de desenmascarar esas posturas. Es fácil decirle a uno: “Dicen de ti esto o aquello...”, pero sería más fraternal descubrirle quien es el autor de la crítica diciéndole: “Me dijo fulano de tal de ti esto y esto”. Por eso Jesús, después de la primera pregunta, añade: “Y vosotros ¿quién decís que soy?” ¡Vosotros...!, no la gente.
¿Y qué dice hoy la gente de Jesús? Salvo raras excepciones creo que se podría hacer un hermoso florilegio de alabanzas a Cristo. Bastaría con revisar algunos aspectos de la literatura y del arte. Incluso hombres sin fe como lo fue Ernesto Renán, (1823-1892),  que apostata del Catolicismo a los 23 años, exclama en su polémica Vida de Jesús, al verlo morir en la cruz: “Tu obra queda concluida, tu divinidad fundada. A costa de unas horas de dolor has conseguido la más completa inmortalidad... Mil veces más vivo, más amado después de tu muerte que mientras cruzaste este valle de lágrimas... llegarás a ser de tal modo la piedra angular de la Humanidad que, borrar tu nombre de los Anales del mundo, sería conmoverle hasta sus mismos cimientos”
Más cercano a nosotros está el escritor ruso Boris L. Pasternak. En 1958 recibió el Premio Nobel por su obra El Doctor Jivago en la que cuenta la vida del pueblo ruso durante la Revolución de Octubre. Se publica en los más duros años de persecución religiosa. En los diarios de Jivago, acaso autobiográficos, se encuentra uno de los más hermosos elogios sobre Cristo. Después de describir los execrables vicios del mundo antiguo, el mercado de dioses que fue la Roma de los Césares, donde los peces eran alimentados con carne de esclavos, rompe de momento en este canto: “Y he aquí que en aquella orgía de mal gusto llegó Él, ligero y vestido de luz, fundamentalmente humano, voluntariamente provinciano, el Galileo... Desde ese instante los pueblos, los dioses dejaron de existir y comenzó el hombre agricultor, el hombre pastor entre un rebaño de ovejas a la puesta del sol, el hombre cuyo nombre no sonaba ni solemne ni feroz, el hombre generosamente ofrecido a todas las canciones de cuna de todas las madres y a todos los museos de pintura del mundo...” (p. 55). Creo que desde aquel horizonte marxista y ateo en el que se escribió esta obra no se puede decir más ni hablar mejor del Hijo del Hombre Dios.
Y no sólo la Literatura, si recorriéramos las salas de cualquier Museo y arrancásemos de sus paredes los cuadros alusivos a Jesús quedarían medio vacías. El mismo cine, última de las artes descubiertas y que cuenta con poco más de un siglo de existencia, nació en 1895, ya tiene en su haber infinidad de respuestas a la pregunta ¿Quién dice la gente...? A modo de ejemplo recordemos, y habría que hacerlo más a menudo, filmes como Vida de Cristo rodada nada menos que por los propios inventores del cine, los Hermanos Lumier (1896). Luego llegarían otras como Christus, Rey de Reyes, Gólgota... En España: Cristo, El Judas, El beso de Judas, etc. sin contar las innumerables Pasiones que se representan durante la Semana Santa en decenas de pueblos. Por quedarnos con algunos filmes del universal, recordemos el Jesús (1980) del católico y practicante director Franco Zeffirelli. Encarna el papel de Jesús el actor Robert Powell que se confiesa no creyente y sin embargo no duda en afirmar en una entrevista: “Lo que Jesús vivió, dijo (e hizo) son para mí las cosas más profundas que yo hice y dije en toda mi carrera de actor”. En 1976 se estrena en una iglesia de París El Mesías, cuyo autor, Rossellini, tampoco es creyente, según él mismo confesaba a Radio Vaticano. El film arranca con tres citas: La primera, acaso la más elocuente, es de Hegel: “Toda la Historia viene de Cristo y tiende hacia Él. La aparición del Hijo del Hombre es el eje de la Historia”. Las otras dos son la famosa frase: “La religión es el opio del pueblo...” y otra del profeta Isaías. Algo parecido se podría decir de El evangelio según San Mateo de Pier Paolo Pasolini, de Gospel o de Jesucristo superstar, etc.
Y si prestamos atención al mundo de la música rock, junto con Joan Báez y Bob Dylan que cantaron a menudo a Jesús, están las manifestaciones de Larry Norman considerado por el New York Times como “el escritor más inteligente de la música cristiana” el cual llegó a afirmar: “La única cosa realmente importante y duradera en este mundo es Jesús. Esa es toda la música que yo hago. Fuera de Jesús nada tiene valor”. Desgraciadamente estas voces no suenan ni en nuestras asambleas de creyentes o lugares de culto como tendrían que sonar ni siquiera en nuestras emisoras cristianas. Al menos en un pequeño sermón de una pequeña parroquia recordémoslas como humilde acto de homenaje y de reconocimiento. Y estos son únicamente unos cuantos testimonios espigados al azar cuyo mensaje no va tan desencaminado como los escuchados por Jesús. Estos al menos saben de quién se trata.
Pero ¿y nosotros? ¿Qué es lo que decimos nosotros, los creyentes, de misa diaria o de domingo, de misa de funeral, de boda y de bautizo? Dentro de dos o tres domingos vamos a dar comienzo el curso parroquial, la Catequesis... Para empezar con buen pie es preciso que nos preguntemos ¿qué es para cada uno de nosotros Jesús? Aquí no vale sólo con saber definiciones, hay que aprender, aunque nos cueste el año entero, a descubrirlo en los demás. Como en la obra de Kazantzakis, las palabras solas no bastan son necesarios los hechos. Y cuando esto tiene lugar sobran los sermones, las leyes y los ritos... Sólo basta recordar de qué fue capaz Teresa de Calcuta, una monja apenas sin cultura, sin boato, sin tener sangre azul, sólo con la fuerza del amor a los más pobres entre los pobres... Desgraciadamente vivimos en un mundo de palabrería, de discursos, de mítines, de ideologías en conserva, sin aplicación práctica a la vida, un mundo sin amor, sin fraternidad que es precisamente lo contrario de lo que Cristo manda, de lo único que Él manda. Como dijo no sé quién: “Los cristianos no amamos, acaso tampoco odiemos, pero nos desimportamos aterradoramente”. Incluso esto se da en círculos donde la camaradería pudiera ser un sustituto del amor, como decía un líder sindicalista: “Aquí se lucha codo con codo pero no cara a cara”, es decir, puede que luchemos por el que trabaja con nosotros en la empresa, por el que milita con nosotros en tal o cual partido o en una asociación religiosa, pero no le conocemos. Y es que no hemos descubierto aún que los rasgos del rostro de Cristo están impresos en el rostro de los demás.
También los cristianos corremos el riesgo de caer en esa trampa cuando venimos a la iglesia: estar codo con codo pero no corazón con corazón, aunque en el rito de la paz nos demos la mano. Y sin embargo hasta en estos sencillo gestos se encuentra Cristo si sabemos descubrirlo. ¿Qué es el hombre? se preguntaba Manuel Kant, y respondía: “Ahí está el secreto de toda la filosofía” y de todo el Cristianismo, habría que añadir: el hombre es el mismo Cristo. Max Scheller sobre el que Juan Pablo II hizo su tesis doctoral y acaso se inspiró para redactar la encíclica Redemptor hominis, define al hombre occidental según lo que piensa, en tres categorías o círculos: 1) En los que lo consideran como un compuesto de ideas judeocristianas. 2) en aquellos para los que permanece sobre el hombre aún la mentalidad de los antiguos clásicos, y 3), para quien el hombre es el producto de una evolución darwiniana cuyo último eslabón estamos fabricando. De razonar así no nos tiene que sorprender que, siendo el último eslabón de la cadena, los únicos valores sigan siendo el egoísmo, el desamor y la rivalidad.
Manuel Mounier, otro gran cristiano, decía que el hombre no es un compuesto de alma y cuerpo, ni siquiera un individuo, el hombre es una persona con sus virtudes y defectos, (es cierto, “Somos imperfectos, permítasenos el derecho a equivocarnos”), pero sin olvidarnos de que somos personas que deben realizarse en una comunidad donde la única ley que debe regir es el amor y donde cada cual debe tomar su cruz a cuestas y no añadirla al que ya lleva la suya. Esa es la verdadera respuesta al “y vosotros ¿quién decís que soy?”. No sólo palabras, no sólo el Catecismo, eso está bien, pero no basta, la verdadera respuesta incluso va más allá de la que dijo Pedro, la verdadera respuesta es nuestra vida transformada en amor a los demás porque también aquí sigue siendo válido el dicho: “Obras son amores y no muchas ni siquiera buenas razones, obras, obras son amores”. 
Jmf

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