DOMINGO XXIV.- 16- IX-2018 (Mc. 8 27-35) B
¿Y qué dice hoy la gente de Jesús? Salvo raras excepciones creo que se podría hacer un hermoso
florilegio de alabanzas a Cristo. Bastaría con revisar algunos aspectos de la literatura
y del arte. Incluso hombres sin fe como lo fue Ernesto Renán, (1823-1892), que apostata del Catolicismo a los 23 años,
exclama en su polémica Vida de Jesús,
al verlo morir en la cruz: “Tu obra queda
concluida, tu divinidad fundada. A costa de unas horas de dolor has conseguido
la más completa inmortalidad... Mil veces más vivo, más amado después de tu
muerte que mientras cruzaste este valle de lágrimas... llegarás a ser de tal
modo la piedra angular de la Humanidad que, borrar tu nombre de los Anales del
mundo, sería conmoverle hasta sus mismos cimientos”
Más cercano a nosotros está el escritor ruso Boris L. Pasternak. En 1958 recibió el
Premio Nobel por su obra El Doctor Jivago
en la que cuenta la vida del pueblo ruso durante la Revolución de Octubre. Se
publica en los más duros años de persecución religiosa. En los diarios de Jivago, acaso autobiográficos, se
encuentra uno de los más hermosos elogios sobre Cristo. Después de describir los
execrables vicios del mundo antiguo, el mercado de dioses que fue la Roma de
los Césares, donde los peces eran alimentados con carne de esclavos, rompe de
momento en este canto: “Y he aquí que en
aquella orgía de mal gusto llegó Él, ligero y vestido de luz, fundamentalmente
humano, voluntariamente provinciano, el Galileo... Desde ese instante los
pueblos, los dioses dejaron de existir y comenzó el hombre agricultor, el
hombre pastor entre un rebaño de ovejas a la puesta del sol, el hombre cuyo
nombre no sonaba ni solemne ni feroz, el hombre generosamente ofrecido a todas
las canciones de cuna de todas las madres y a todos los museos de pintura del
mundo...” (p. 55). Creo que desde aquel horizonte marxista y ateo en el que
se escribió esta obra no se puede decir más ni hablar mejor del Hijo del Hombre
Dios.
Y no sólo la Literatura, si recorriéramos las salas
de cualquier Museo y arrancásemos de sus paredes los cuadros alusivos a Jesús quedarían medio vacías. El mismo
cine, última de las artes descubiertas y que cuenta con poco más de un siglo de
existencia, nació en 1895, ya tiene en su haber infinidad de respuestas a la
pregunta ¿Quién dice la gente...? A modo de ejemplo recordemos, y habría que
hacerlo más a menudo, filmes como Vida de
Cristo rodada nada menos que por los propios inventores del cine, los Hermanos Lumier (1896). Luego llegarían
otras como Christus, Rey de Reyes, Gólgota... En España: Cristo,
El Judas, El beso de Judas, etc.
sin contar las innumerables Pasiones
que se representan durante la Semana Santa en decenas de pueblos. Por quedarnos
con algunos filmes del universal, recordemos el Jesús (1980) del católico y practicante director Franco Zeffirelli. Encarna el papel de Jesús el actor Robert Powell que se confiesa no creyente y sin embargo no duda en
afirmar en una entrevista: “Lo que Jesús
vivió, dijo (e hizo) son para mí las
cosas más profundas que yo hice y dije en toda mi carrera de actor”. En
1976 se estrena en una iglesia de París El
Mesías, cuyo autor, Rossellini,
tampoco es creyente, según él mismo confesaba a Radio Vaticano. El film arranca
con tres citas: La primera, acaso la más elocuente, es de Hegel: “Toda la Historia
viene de Cristo y tiende hacia Él. La aparición del Hijo del Hombre es el eje
de la Historia”. Las otras dos son la famosa frase: “La religión es el opio del pueblo...” y otra del profeta Isaías. Algo parecido se podría decir
de El evangelio según San Mateo de Pier Paolo Pasolini, de Gospel o de Jesucristo superstar, etc.
Y si prestamos atención al mundo de la música rock,
junto con Joan Báez y Bob Dylan que cantaron a menudo a Jesús, están las manifestaciones de Larry Norman considerado por el New York Times como “el escritor más inteligente de la música cristiana” el cual llegó
a afirmar: “La única cosa realmente
importante y duradera en este mundo es Jesús. Esa es toda la música que yo
hago. Fuera de Jesús nada tiene valor”. Desgraciadamente estas voces no
suenan ni en nuestras asambleas de creyentes o lugares de culto como tendrían
que sonar ni siquiera en nuestras emisoras cristianas. Al menos en un pequeño
sermón de una pequeña parroquia recordémoslas como humilde acto de homenaje y
de reconocimiento. Y estos son únicamente unos cuantos testimonios espigados al
azar cuyo mensaje no va tan desencaminado como los escuchados por Jesús. Estos al menos saben de quién se
trata.
Pero ¿y nosotros? ¿Qué es lo que decimos nosotros,
los creyentes, de misa diaria o de domingo, de misa de funeral, de boda y de
bautizo? Dentro de dos o tres domingos vamos a dar comienzo el curso
parroquial, la Catequesis... Para empezar con buen pie es preciso que nos
preguntemos ¿qué es para cada uno de nosotros Jesús? Aquí no vale sólo con saber definiciones, hay que aprender,
aunque nos cueste el año entero, a descubrirlo en los demás. Como en la obra de
Kazantzakis, las palabras solas no
bastan son necesarios los hechos. Y cuando esto tiene lugar sobran los
sermones, las leyes y los ritos... Sólo basta recordar de qué fue capaz Teresa de Calcuta, una monja apenas sin
cultura, sin boato, sin tener sangre azul, sólo con la fuerza del amor a los
más pobres entre los pobres... Desgraciadamente vivimos en un mundo de
palabrería, de discursos, de mítines, de ideologías en conserva, sin aplicación
práctica a la vida, un mundo sin amor, sin fraternidad que es precisamente lo
contrario de lo que Cristo manda, de lo único que Él manda. Como dijo no sé
quién: “Los cristianos no amamos, acaso
tampoco odiemos, pero nos desimportamos aterradoramente”. Incluso esto se
da en círculos donde la camaradería pudiera ser un sustituto del amor, como
decía un líder sindicalista: “Aquí se
lucha codo con codo pero no cara a cara”, es decir, puede que luchemos por
el que trabaja con nosotros en la empresa, por el que milita con nosotros en
tal o cual partido o en una asociación religiosa, pero no le conocemos. Y es
que no hemos descubierto aún que los rasgos del rostro de Cristo están impresos
en el rostro de los demás.
También los cristianos corremos el riesgo de caer en
esa trampa cuando venimos a la iglesia: estar codo con codo pero no corazón con
corazón, aunque en el rito de la paz nos demos la mano. Y sin embargo hasta en
estos sencillo gestos se encuentra Cristo si sabemos descubrirlo. ¿Qué es el
hombre? se preguntaba Manuel Kant, y
respondía: “Ahí está el secreto de toda
la filosofía” y de todo el Cristianismo, habría que añadir: el hombre es el
mismo Cristo. Max Scheller sobre el
que Juan Pablo II hizo su tesis
doctoral y acaso se inspiró para redactar la encíclica Redemptor hominis, define al hombre occidental según lo que piensa,
en tres categorías o círculos: 1) En los que lo consideran como un compuesto de ideas judeocristianas. 2)
en aquellos para los que permanece sobre el hombre aún la mentalidad de los antiguos clásicos, y 3), para quien
el hombre es el producto de una evolución
darwiniana cuyo último eslabón estamos fabricando. De razonar así no nos tiene
que sorprender que, siendo el último eslabón de la cadena, los únicos valores
sigan siendo el egoísmo, el desamor y la rivalidad.
Manuel Mounier, otro gran cristiano, decía que el hombre no es un
compuesto de alma y cuerpo, ni siquiera un individuo, el hombre es una persona con sus virtudes y defectos, (es
cierto, “Somos imperfectos, permítasenos
el derecho a equivocarnos”), pero sin olvidarnos de que somos personas que
deben realizarse en una comunidad donde la única ley que debe regir es el amor
y donde cada cual debe tomar su cruz a cuestas y no añadirla al que ya lleva la
suya. Esa es la verdadera respuesta al “y
vosotros ¿quién decís que soy?”. No sólo palabras, no sólo el Catecismo,
eso está bien, pero no basta, la verdadera respuesta incluso va más allá de la
que dijo Pedro, la verdadera
respuesta es nuestra vida transformada en amor a los demás porque también aquí
sigue siendo válido el dicho: “Obras son
amores y no muchas ni siquiera buenas razones, obras, obras son amores”.
Jmf
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