DOMINGO XXVI.- 30-IX-2018
(Mc. 9, 37-42, 44-47). B
Se dice que en la guerra que libraron Julio César y Pompeyo,
los dos mantenían, en este aspecto, posturas diametralmente opuestas. Para Pompeyo era enemigo todo aquel que no
se ponía abiertamente de su parte. César,
más político, más astuto y con más tacto, consideraba amigo a todo aquel que no
se declaraba abiertamente enemigo suyo. Tras deshacerse el Triunvirato entre
ellos dos y Craso, con la muerte de
este último, estalla la segunda guerra civil y sale victorioso Julio César en la famosa batalla de
Farsalia (6 de agosto del 48), victoria debida en gran parte a haberse
granjeado con su modo de actuar muchos adictos.
Jesús en este evangelio adopta ambas
posturas, la de Pompeyo: “Quien no está conmigo está contra mí”
(Mt. 12,30) y la de César: “Quien no está
contra nosotros está con nosotros” (Mc. 91, 37). Hay una diferencia: En el
primer caso o se está con Jesús (en
singular) o contra Él. En el segundo caso se trata de estar con los suyos (en plural);
de ese modo Jesús pretende que nos
definamos claramente los que estamos a su lado con respecto a Él y a su
persona, pero que tengamos una gran consideración desde el grupo hacia aquellos
alejados de la iglesia, que desde fuera trabajan por la paz, por la justicia y
por la libertad. Esos también son nuestros aunque no sean de los nuestros. Jesús sabe que la lucha que se libra
contra el mal en el mundo se ganará más fácilmente si todos somos uno, si
formamos una comunidad de solidaridad y de amor, porque aquí, con más razón que
en ningún otro frente, la unión hace la fuerza.
El teólogo alemán Hans Küng en
su obra Ser Cristiano al hablar a los
párrocos de tomar opción por la Iglesia, aconseja “avanzar siempre juntos, unidos... Un feligrés... no tiene influjo
alguno... cinco feligreses pueden resultar molestos, cincuenta pueden lograr
cambiar una situación”. Con uno no se cuenta, a cinco se les presta
atención, cincuenta son invencibles... De ahí la importancia, ahora que empieza
el curso parroquial, de que nos organicemos en la consecución de objetivos
comunes y nobles, religiosos o civiles, siempre que, por consejo del mismo
Cristo, estemos abiertos y prestos a colaborar, a trabajar, a dejar trabajar y
a aprovechar todo lo que de bueno pueden hacer otros grupos, incluso no
católicos, en bien de los demás.
Esto lleva
consigo una buena preparación respecto a las verdades que profesamos y en las
que a menudo los católicos mostramos una tremenda falta de formación teológica
y bíblica. En muchas parroquias existen cursos parroquiales de formación. No
estaría de más pensar también en ellos.
Pero sin ir más lejos, dentro de la misma Iglesia, surgen a menudo
movimientos apostólicos comprometidos a los que, con frecuencia juzgamos a la
ligera, tales como los curas obreros,
las Comunidades de base, los Carismáticos, la teología de la liberación, etc. que, ignorando de ellos casi todo,
los condenamos sin más.
Nadie tiene el monopolio de la verdad. Incluso en el A.T. en el que la
Ley era tan rígidamente interpretada, cuando Eldad y Medad profetizan
lejos de la tienda de Moisés y un
muchacho, acaso alertado por los guardianes del orden, corre a contárselo a Moisés, Josué, creyéndose intérprete de la voluntad de Dios, suplica a Moisés: “Señor, prohíbeselo”. Moisés
tiene una respuesta inteligente y evangélica: “Ojalá todo el pueblo profetizara” y hablara de la misma manera que
estos. Pues mucho más se podría decir tratándose de un cristiano que por el
bautismo toma parte del sacerdocio, del profetismo y de la realeza de Cristo.
Nadie puede monopolizar la verdad, ni la palabra, ni el Evangelio, ni la
ortodoxia, ni la justicia, ni la libertad; el espíritu sopla donde quiere, no
lo apaguéis, nos recomienda san Pablo.
Lo expresa de modo plástico y literario el Premio Nobel noruego Bjørnsterne Bjørnson en su novela “Las sendas de Dios” que es toda ella
una protesta contra el fanatismo teológico y el puritanismo moral y legalista de
aquellos que creen andar por los caminos del Señor por el hecho de estar de
acuerdo con su Congregación y sus normas legales. El Dr. Kallen es un hombre activo, humano y desinteresado. El pastor
evangélico Oletuft es un puritano
cumplidor pero mezquino e hipócrita. Un enfrentamiento entre ambos hace que
triunfe Kallen y que el pastor
protestante exclame: “Jamás desde hoy
buscaré a Dios ni en un dogma o fórmula teológica, ni en un sacramento, ni en
un libro ni en ningún otro sitio que no sea la misma vida, pues la vida es la
más alta enseñanza que Dios nos da en este mundo”.
Ninguna religión tiene por qué apropiarse en exclusiva la verdad. Hay
parcelas de verdad en todas partes y en todas las posturas, lo mismo que se
cometen errores en todas. Nadie puede afirmar: “La verdad está de mi parte”, pues la verdad no consiste tanto en
tenerla como en serla. Ni siquiera Cristo se atrevió a apropiársela: Él sólo
proclama: “Yo soy la verdad” en vez
de: “Yo tengo la Verdad”, porque la
Verdad no está tanto en poseerla, o que la posea mi doctrina, cuanto en
vivirla, es decir, en ser verídicos, en ser auténticos. Como decía Antonio Machado:
“¿Tu verdad? No, la verdad,
y ven conmigo a buscarla
la tuya guárdatela”.
Cuando Mahama Gandhi explicaba
el Hinduismo acostumbraba a definirlo
como “una incansable búsqueda de la
verdad. Es la Religión de la verdad. La verdad de Dios. Hemos conocido gentes
que renegaron de Dios pero esos mismos nunca podrán renegar de la verdad si
pretenden ser sinceros”. Nosotros acostumbramos a dividir maniqueamente el
mundo partiéndolo por la mitad en dos facciones: buenos y malos, derechas e
izquierdas, Oriente y Occidente, pobres y ricos, gracia y pecado..., pero
siempre considerándonos a nosotros entre los que pertenecen a la parte buena.
Los malos siempre son los otros, “el
infierno son los demás”; los de un bando excluyen al de enfrente y
viceversa. Lo que cabría hacer son dos grandes partidos: el de los que aman, y el de los que no aman. Porque Jesús el bueno, come con quienes todos
juzgan malos, Jesús el santo es
amigo de los que pasan por pecadores, Jesús
el judío de raza y religión manda pagar tributo al César. Sólo excluye de su
Reino al puritano fariseo que cumple muy bien la Ley, pero que desprecia a los
del otro bando, “yo no soy como los demás”,
esos están contra mí porque no están conmigo en mi religión, en mi partido, en
mi patria. Jesús en su modo de
actuar lo que busca es unir, derribar fronteras y tender puentes, salvar a
todos sin excluir a nadie saltándose las barreras de la raza, la religión y el
comportamiento y a veces hasta las de la ley.
El cristianismo es unión, com-unión con todos los hombres, con los que
piensan como yo y con los que no piensan así. Jesús es radical. Todo aquello que perjudique esta unión es su
mayor enemigo. Es preciso que la Religión se adapte y cambie sus conceptos
hacía nuevos horizontes más generosos y ecuménicos. No podemos fosilizar
nuestras posturas. Hasta los mismos vocablos deben sufrir ciertos corrimientos
semánticos y evolucionar, lo mismo que han venido evolucionado tantas y tantas
cosas desde que Jesús predicó su
Evangelio.
Creo que debemos despertar y echar a andar. No hay por qué estancarse en
una postura. Nos gusta, nos apasiona atar..., “que quede todo atado y bien atado...”, mantener las palabras
intactas, las tradiciones como algo sagrado, las leyes y normas como algo
intocable, respaldados en el mandato del Señor a Pedro: “lo que ates en la
tierra...”, normas publicadas in aeternum, a respetar por todos los que
vengan; pero Jesús también habló de “desatar”,
es decir, de promover el campo de la libertad. “Lo que Dios ha unido que no lo desate el hombre”, pero a veces “lo que el hombre ata no lo desata ni
siquiera Dios”. La verdad no está encadenada y muchos de los que consideramos
enemigos podrían ser también de los nuestros, si pusiéramos en marcha nuestro
amor al prójimo. Es palabra del Señor, que está aún fresca en el evangelio si
queremos entenderla y ponerla en práctica.
Jmf.
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