viernes, 28 de septiembre de 2018


DOMINGO XXVI.- 30-IX-2018 (Mc. 9, 37-42, 44-47). B

Se dice que en la guerra que libraron Julio César y Pompeyo, los dos mantenían, en este aspecto, posturas diametralmente opuestas. Para Pompeyo era enemigo todo aquel que no se ponía abiertamente de su parte. César, más político, más astuto y con más tacto, consideraba amigo a todo aquel que no se declaraba abiertamente enemigo suyo. Tras deshacerse el Triunvirato entre ellos dos y Craso, con la muerte de este último, estalla la segunda guerra civil y sale victorioso Julio César en la famosa batalla de Farsalia (6 de agosto del 48), victoria debida en gran parte a haberse granjeado con su modo de actuar muchos adictos.

Jesús en este evangelio adopta ambas posturas, la de Pompeyo: “Quien no está conmigo está contra mí” (Mt. 12,30) y la de César: “Quien no está contra nosotros está con nosotros” (Mc. 91, 37). Hay una diferencia: En el primer caso o se está con Jesús (en singular) o contra Él. En el segundo caso se trata de estar con los suyos (en plural); de ese modo Jesús pretende que nos definamos claramente los que estamos a su lado con respecto a Él y a su persona, pero que tengamos una gran consideración desde el grupo hacia aquellos alejados de la iglesia, que desde fuera trabajan por la paz, por la justicia y por la libertad. Esos también son nuestros aunque no sean de los nuestros. Jesús sabe que la lucha que se libra contra el mal en el mundo se ganará más fácilmente si todos somos uno, si formamos una comunidad de solidaridad y de amor, porque aquí, con más razón que en ningún otro frente, la unión hace la fuerza.

El teólogo alemán Hans Küng en su obra Ser Cristiano al hablar a los párrocos de tomar opción por la Iglesia, aconseja “avanzar siempre juntos, unidos... Un feligrés... no tiene influjo alguno... cinco feligreses pueden resultar molestos, cincuenta pueden lograr cambiar una situación”. Con uno no se cuenta, a cinco se les presta atención, cincuenta son invencibles... De ahí la importancia, ahora que empieza el curso parroquial, de que nos organicemos en la consecución de objetivos comunes y nobles, religiosos o civiles, siempre que, por consejo del mismo Cristo, estemos abiertos y prestos a colaborar, a trabajar, a dejar trabajar y a aprovechar todo lo que de bueno pueden hacer otros grupos, incluso no católicos, en bien de los demás.

Esto lleva consigo una buena preparación respecto a las verdades que profesamos y en las que a menudo los católicos mostramos una tremenda falta de formación teológica y bíblica. En muchas parroquias existen cursos parroquiales de formación. No estaría de más pensar también en ellos.

Pero sin ir más lejos, dentro de la misma Iglesia, surgen a menudo movimientos apostólicos comprometidos a los que, con frecuencia juzgamos a la ligera, tales como los curas obreros, las Comunidades de base, los Carismáticos, la teología de la liberación, etc. que, ignorando de ellos casi todo, los condenamos sin más.

Nadie tiene el monopolio de la verdad. Incluso en el A.T. en el que la Ley era tan rígidamente interpretada, cuando Eldad y Medad profetizan lejos de la tienda de Moisés y un muchacho, acaso alertado por los guardianes del orden, corre a contárselo a Moisés, Josué, creyéndose intérprete de la voluntad de Dios, suplica a Moisés: “Señor, prohíbeselo”. Moisés tiene una respuesta inteligente y evangélica: “Ojalá todo el pueblo profetizara” y hablara de la misma manera que estos. Pues mucho más se podría decir tratándose de un cristiano que por el bautismo toma parte del sacerdocio, del profetismo y de la realeza de Cristo. Nadie puede monopolizar la verdad, ni la palabra, ni el Evangelio, ni la ortodoxia, ni la justicia, ni la libertad; el espíritu sopla donde quiere, no lo apaguéis, nos recomienda san Pablo.

Lo expresa de modo plástico y literario el Premio Nobel noruego Bjørnsterne Bjørnson en su novela “Las sendas de Dios” que es toda ella una protesta contra el fanatismo teológico y el puritanismo moral y legalista de aquellos que creen andar por los caminos del Señor por el hecho de estar de acuerdo con su Congregación y sus normas legales. El Dr. Kallen es un hombre activo, humano y desinteresado. El pastor evangélico Oletuft es un puritano cumplidor pero mezquino e hipócrita. Un enfrentamiento entre ambos hace que triunfe Kallen y que el pastor protestante exclame: “Jamás desde hoy buscaré a Dios ni en un dogma o fórmula teológica, ni en un sacramento, ni en un libro ni en ningún otro sitio que no sea la misma vida, pues la vida es la más alta enseñanza que Dios nos da en este mundo”.

Ninguna religión tiene por qué apropiarse en exclusiva la verdad. Hay parcelas de verdad en todas partes y en todas las posturas, lo mismo que se cometen errores en todas. Nadie puede afirmar: “La verdad está de mi parte”, pues la verdad no consiste tanto en tenerla como en serla. Ni siquiera Cristo se atrevió a apropiársela: Él sólo proclama: “Yo soy la verdad” en vez de: “Yo tengo la Verdad”, porque la Verdad no está tanto en poseerla, o que la posea mi doctrina, cuanto en vivirla, es decir, en ser verídicos, en ser auténticos. Como decía Antonio Machado:
“¿Tu verdad? No, la verdad,
y ven conmigo a buscarla
la tuya guárdatela”.

Cuando Mahama Gandhi explicaba el Hinduismo acostumbraba a definirlo como “una incansable búsqueda de la verdad. Es la Religión de la verdad. La verdad de Dios. Hemos conocido gentes que renegaron de Dios pero esos mismos nunca podrán renegar de la verdad si pretenden ser sinceros”. Nosotros acostumbramos a dividir maniqueamente el mundo partiéndolo por la mitad en dos facciones: buenos y malos, derechas e izquierdas, Oriente y Occidente, pobres y ricos, gracia y pecado..., pero siempre considerándonos a nosotros entre los que pertenecen a la parte buena. Los malos siempre son los otros, “el infierno son los demás”; los de un bando excluyen al de enfrente y viceversa. Lo que cabría hacer son dos grandes partidos: el de los que aman, y el de los que no aman. Porque Jesús el bueno, come con quienes todos juzgan malos, Jesús el santo es amigo de los que pasan por pecadores, Jesús el judío de raza y religión manda pagar tributo al César. Sólo excluye de su Reino al puritano fariseo que cumple muy bien la Ley, pero que desprecia a los del otro bando, “yo no soy como los demás”, esos están contra mí porque no están conmigo en mi religión, en mi partido, en mi patria. Jesús en su modo de actuar lo que busca es unir, derribar fronteras y tender puentes, salvar a todos sin excluir a nadie saltándose las barreras de la raza, la religión y el comportamiento y a veces hasta las de la ley.

El cristianismo es unión, com-unión con todos los hombres, con los que piensan como yo y con los que no piensan así. Jesús es radical. Todo aquello que perjudique esta unión es su mayor enemigo. Es preciso que la Religión se adapte y cambie sus conceptos hacía nuevos horizontes más generosos y ecuménicos. No podemos fosilizar nuestras posturas. Hasta los mismos vocablos deben sufrir ciertos corrimientos semánticos y evolucionar, lo mismo que han venido evolucionado tantas y tantas cosas desde que Jesús predicó su Evangelio.

Creo que debemos despertar y echar a andar. No hay por qué estancarse en una postura. Nos gusta, nos apasiona atar..., “que quede todo atado y bien atado...”, mantener las palabras intactas, las tradiciones como algo sagrado, las leyes y normas como algo intocable, respaldados en el mandato del Señor a Pedro: “lo que ates en la tierra...”, normas publicadas in aeternum, a respetar por todos los que vengan; pero Jesús también habló de “desatar”, es decir, de promover el campo de la libertad. “Lo que Dios ha unido que no lo desate el hombre”, pero a veces “lo que el hombre ata no lo desata ni siquiera Dios”. La verdad no está encadenada y muchos de los que consideramos enemigos podrían ser también de los nuestros, si pusiéramos en marcha nuestro amor al prójimo. Es palabra del Señor, que está aún fresca en el evangelio si queremos entenderla y ponerla en práctica.
Jmf.

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