DOMINGO XXIX. 21-X-2018 (Mc. 10, 35-45) B
No sé quién dijo: “Gobernar
es resistir”. En buen cristiano no debe ser así, gobernar debe ser servir: “El que quiera ser grande entre vosotros que
sea vuestro servidor y el que pretenda el primer puesto que sea vuestro esclavo”.
Antes se solía responder a quien tomaba lista: “¡servidor de Ud.!”, hoy preferimos decir: “¡presente!”, acaso para hacernos notar, valer. Nadie quiere estar
ya al servicio de nadie, ser criado/a se considera un baldón.
Esa es la filosofía del hombre moderno: Quiero que tú hagas,
lo que pienso yo, lo que quiero yo. Lo mando yo, pero lo vas a hacer tú, el
súbdito, o el gobierno, el patrono o el obrero, los padres o los hijos, siempre
los otros… Como reza el refrán: “Dijo el
abad: bajemos al huerto y trabajad”. Pero cuando rezamos no es eso lo que
decimos sino más bien: “Hágase tu
voluntad”. Hay muchas fuerzas de poder en el mundo: religiosas, económicas,
culturales, civiles, ideológicas…, y es preciso que lleguen a la conclusión de
que más que mantenerse y triunfar lo importante es servir y ayudar eficazmente
a los demás con obras y no con meras palabras: “muéstrame lo que has hecho no me hables de lo que vas a hacer”.
A través de la Historia hubo muchos cambios de tipo
social, político o religioso: Espartaco
y los esclavos que se levantan contra el Imperio romano, el Feudalismo en la Edad Media, los cambios
sociales del s. XVIII y XIX... que habría que ver si fueron realmente cambios o
fueron más bien sustitución de palabras; porque la esclavitud, las bolsas de
pobreza y la represión, adaptadas a los tiempos modernos, envasadas en otras
palabras, siguen aún ahí, poco más o menos lo mismo. Nadie entiende que mandar
es servir. Será acaso porque la honestidad y la justicia no encuentran su
recompensa en el poder; y la Historia, como dice Indro Montaneli, “siente una
cierta debilidad por los bribones y los déspotas”. Tenemos un ejemplo muy
gráfico en aquel general griego llamado Arístides
que luchó al lado de Milcíades en la
batalla del Maratón contra los persas
(490 a.C.). Arístides era un jefe
honrado a carta cabal. Tras la batalla entregó todo el botín al Estado, un caso
inusitado de honradez, hasta tal punto que un día en el teatro cuando uno de
los actores recitaba aquellos versos de Esquilo:
“…él no pretende aparecer justo sino
serlo y en su corazón sólo anida la sabiduría y la cordura” todos los ojos
de los asistentes se volvieron hacia donde se sentaba Arístides como movidos por un resorte. Pues bien, con ser tan
honrado y todo, fue vencido en unas elecciones por su rival Temístocles de quien dijo Plutarco que los maestros le habían
enseñado “más que a ser, a triunfar
valiéndose de los medios que fuera”. La respuesta a su fracaso se la dio un
campesino analfabeto al votar, estando Arístides
a la mesa, el cual le preguntó: “¿Por qué
votas a Temístocles?”, y sin saber quién era el que le hacía la pregunta el
campesino respondió: “No, no me ha hecho
nada, pero estoy cansado de oír a todo el mundo llamarle honrado”. Así de
desconcertante es a menudo el vulgo. Y así se escribe la Historia.
¿Qué dice Jesús
a todo esto? “Vosotros nada de eso, el que quiera ser el primero que sea vuestro
servidor… pues los últimos serán los primeros”. Si fuéramos sinceros
veríamos que es una ley que se cumple incluso en lo humano. Jesús se opone frontalmente a la
tiranía y al poder. Y paradójicamente
resulta que manda el que sirve, castiga el que perdona y vive -sobrevive- el
que muere. Si Él no hubiera tomado el camino del Calvario y no hubiera servido
de víctima paciente perdonado en la cruz y muriendo por nosotros no hubiera
resucitado y hoy no sería nuestro Salvador. Y si los cristianos se hubieran
rebelado y hecho la guerra contra los emperadores romanos posiblemente no
hubieran salido triunfantes de las catacumbas al llegar Constantino. Es verdad que
todo esto es muy difícil, que se presta a múltiples interpretaciones y que
entre nosotros también se da este tipo de ambición. Existió ya en el Colegio Apostólico. Dos de
ellos piden a Jesús nada menos que
sentarse en su Reino, que creían de inminente llegada, uno a su derecha y el
otro a su izquierda. En Mt. 20, 20, interviene incluso la recomendación de su
propia madre Salomé, hermana de la
Virgen y tía carnal de Jesús. Y es que el ansia, la erótica del poder es
tan profunda y está tan arraigada en el ser humano que acaso sea el instinto
más fuerte que tenemos.
Bertrand Russell en su obra “El poder” (1938), (un nuevo análisis
social) dice que el dominio más que para disfrutarlo lo empleamos para
imponernos. “El animal ejerce el poder
para satisfacer una necesidad, el hombre para satisfacer una pasión”
(egoísmo). Y esta locura de poder nos lleva a todos a caer víctimas de ese
mismo poder. George Orwell tiene ya
una visión profética en su novela “1984”
escrita en 1948, de este peligro. Así, cuando O'Brien, el jefe supremo de aquel superestado dice: “El poder es el valor absoluto y único”
razona de la siguiente manera: “Para
conquistarlo debe sacrificarse todo, y una vez conquistado debe conservarse
sacrificándolo todo”. De ahí las tres clases de personas que constituyen el
Estado: los obreros dedicados
únicamente a producir armas e instrumentos de poder, la clase media: oficinistas y plumíferos que supervisan todo el
engranaje de un Estado cuya misión es vigilar, esclavizar y controlar. Por último
los dirigentes que ejercen el poder
sin piedad, cargándose lo divino y lo humano: “la guerra es la paz, la libertad esclavitud y la ignorancia fuerza”.
Causa angustia ver al protagonista Winston
luchar sin esperanza por ser libre valiéndose del lenguaje y del amor, y cómo
es sorprendido y mentalmente destruido sometido al Gran Hermano. Es el poder que temía Russell.
Pero es que eso, en pequeña escala, ya lo estamos
sufriendo todos. Desde que llegó la Revolución Industrial (1769) ya no es el
hombre quien domina la máquina sino viceversa. Cada día sufrimos más esclavitud
de más estructuras que nos dominan y controlan con guante blanco. Se dice que
con los datos que aporta la Declaración
de la Renta, aparentemente inocentes, una vez computados y cruzados entre
sí, cualquier experto es capaz de saber hasta de qué número calzamos. Y es que
desde hace tiempo los gobiernos siguen una norma clásica en este campo por la
que luchan a brazo partido queriendo tener en sus manos los grandes adelantos
de la informática y de la telecomunicación, ya que saben que: “A mayor información más poder”.
En la citada novela de Orwell se habla de que hay que fomentar la guerra: todos los libros
y películas deben hablar de guerra (con el cine que veamos a diario misión
cumplida). “No se establece una dictadura
para salvar una revolución se hace una revolución para que perdure una
dictadura” “No importa quien ostente el poder con tal de que todo siga igual”, “No
es la Religión quien impondrá a los hombres la moralidad sino que esta estará
impuesta por la peste” (el sida) (herpes).
¿Cuál debe ser entonces, y ante todo esto, la postura de
un cristiano? Cristo nos la plantea
claramente hoy en el evangelio “¿Podéis
beber el cáliz?”. Responder como los apóstoles: “¡Podemos!” es el primer paso, es decir, tener Voluntad de poder, como reza el título de un libro de William James: “Debemos y podemos mejorar el mundo porque Dios lucha de nuestra parte,
a nuestro lado, un Dios que, siendo todopoderoso, no es omnipotente porque
quiere necesitar de nosotros; siendo infinitamente sabio no es omnisciente pues
también Él se ve desbordado por su propia obra puesto que las cosas no le han
salido a su gusto y manera, necesitando de nuestra ayuda”.
Este año el lema del DOMUND reza: “Cambia
el mundo”, es la misión del cristiano. La diócesis de Oviedo trabaja por
este cambio en la actualidad con 147 misioneros asturianos que están anunciando
el Evangelio y ayudando en esa transformación a los más desfavorecidos en 40
países del mundo. De todas formas y
ciñéndonos al evangelio para llevar a cabo ese cambio tiene que haber quien programe y mande.
Todos mandamos, unos en mayor grado otros en menor, pero será mejor jefe aquel que haga más y mande menos, aquel que en vez de ser el
primero se considere el último
porque, en el Reino, el que obedece manda, el que sirve gobierna y los últimos
serán los primeros.
Jmf.
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