DOMINGO XXVIII.- 14-X-2018
(Mc. 10, 17-30) B
Se suele decir que los pueblos antes crecían en torno al templo, la vida de la gente giraba
en torno al culto: la misa, el rosario, el ángelus, casi siempre guiados a toque de
campana. Hoy en cambio la vida gira en torno al banco: los Bancos se apoderan de las esquinas de
nuestras ciudades y villas, como jugando
a las cuatro esquinas... En ellos
también hay un sagrario, ese sancta
sanctorum que encierra, en caja fuerte, el sacramento del dinero. El devocionario que se lee y relee por
quienes visitan el lugar es la cartilla
de ahorros, y las jaculatorias más en boga: “Tanto tienes tanto vales”, “¿a
cómo se cotiza hoy la bolsa?”… Lo importante es tener más, poseer
más, aunque tengamos que ser menos, gastar la
salud, perder la paz y sacrificar la
libertad y hasta la vida. La meta ya no es tener para vivir sino vivir para
tener.
“Cuando tenía dinero
me llamaban don Tomás,
ahora que no lo tengo
me llaman Tomás, no más”,
o como cantó Góngora en una letrilla llena de
ironía:
“Poderoso caballero
es don dinero”.
Muchos pueblos primitivos, muchas tribus fueron testigos del estrago que
el dinero provocó en ellas. Antes de llegar nuestra civilización, el único modo
de obtener un producto era el trueque.
Cada uno valoraba su trabajo y el trabajo del otro, el esfuerzo que había realizado para
obtener lo que se intercambiaba. Llegó el
dinero… ya no era preciso trabajar para obtener un producto, aquellos “milagrosos
papelinos” suplían con creces el esfuerzo y el cansancio. Con el
dinero llegó la catástrofe social y familiar.
Lo importante no era ya trabajar, ni producir, lo importante era ganar, como
sea, pero ganar, conseguir “los
todopoderosos papelinos”.
De ello se dieron perfecta cuenta unos misioneros jesuitas que, en el s.
XVIII,
enviados por Felipe III, fundaron junto al río Paraná (limítrofe con Paraguay,
Brasil y Argentina) las famosas Reducciones
o Repúblicas de Dios. Las tribus guaraníes que las componían disfrutaban todas de idénticos privilegios. Todos sus pueblos estaban trazados de
acuerdo con el mismo plano: una
plaza central en la que se levantaba la Iglesia, enfrente estaba situado
el Ayuntamiento, a los lados los Colegios y
la casa de Recogidas para huérfanos, viudas y enfermos. Pueblos de no más de 5.000 habitantes desconocían por
completo el dinero, todo se repartía
gratuitamente y había para todos porque
todos trabajaban para todos y todos participaban de la labor y el fruto de
todos. Funcionaba a la perfección aquello de “A cada uno según sus necesidades y cada uno según sus posibilidades”, o aquello otro de “Prosperidad
para todos, provecho para ninguno”. Un aciago ida empezó la tragedia, como hemos visto en La Misión del director Roland Joffé. Este film recoge
bellamente la experiencia que ya en 1941 otro autor, el austríaco Fritz Hochwälder en Das Heilege Experiment (el divino
experimento), había puesto en escena magistralmente como un verdadero
precursor de la Teología de la liberación. Aquella hermosa Utopía se vino abajo por la ambición desmedida de los colonizadores
españoles y portugueses que pensaban encontrar las arcas de la misión repletas
de doblones de oro. A esto se añadió la mala información que malintencionadamente le facilitaron al
rey Carlos III, dando con ello al
traste la mejor experiencia de la Historia
de una sociedad sin dinero.
Hay muchos autores que recogen la historia de las diversas
manifestaciones humanas: la historia del cine, de la literatura, del
arte, del mueble, la historia de la mujer.
Sería interesante escribir la historia del dinero, no me refiero a la
numismática sino a su modo de empleo. En 1955 el escritor Julio Camba publicó un libro: Aventuras de una peseta. En él
cuenta lo que vio y de lo que fue testigo nuestra moneda nacional, al viajar por Alemania, Francia, Inglaterra,
Italia, el Vaticano, Portugal... Sería curioso poder saber qué recorrido viene
haciendo un billete que llega hasta nosotros, por qué manos pasó, cuántos
sudores costó y para qué sirvió. A veces vemos sobre él escrito a mano un
nombre, un teléfono, o una frase, pero no sabemos más.
Atacamos de manera despiadada a quien peca contra el sexto mandamiento, a
quien trafica con droga. Y no nos falta razón. Sin embargo Jesús lo suele disculpar: “Vete
y en adelante no quieras pecar más...”, “sus
pecados le son perdonados porque ha amado mucho…”. “Hoy ha entrado la salud en
tu casa” porque Zaqueo había
repartido la mitad de sus bienes entre los pobres. Pero Jesús, tan condescendiente con los pecadores... arremete contra el
avaro, contra la riqueza, con palabras durísimas: “Antes pasa un camello por el ojo de una aguja que un rico se salve”.
Al oír esto nos parece que Jesús
ataca nuestra vida, este mundo de despilfarro en el que todos estamos inmersos,
un mundo de ricos, por poco que tengamos, si nos comparamos con gentes del
tercer mundo, y sin embargo Jesús no
ataca a nadie, lo único que pretende es ayudarnos, darnos una luz, echarnos una
mano para salir del peligro, para liberarnos de una esclavitud, pero nunca para
zaherirnos ni amenazarnos. Jesús apostrofa
a los ricos y apuesta por los pobres, lo que no es igual que apostar por la
miseria. La miseria no es buena. Lo expresan hermosamente Los Proverbios: “No me des
pobreza ni riqueza, sino el pan de cada día” (30) Qué fácil sería arreglar el mundo si cesara la
ambición!
Y es que por poco que tengamos estamos tan aferrados a ello que
terminamos por hacernos sus esclavos y hasta hundirnos con ello. Hay una
historia muy curiosa que narra como en un naufragio todos se fueron salvando
cogidos unos a las tablas del barco, otros a los salvavidas o a restos
flotantes de la tragedia, todos menos un avaro que se empeñó en aferrarse a su
cofre repleto de monedas con lo que los dos, cofre y avaro, se precipitaron en
lo profundo del mar. El dinero arrastra a las personas al abismo. Pero el
dinero no sólo son unos papeles, el dinero es poder, ambición, envidia, y todo
el mundo se siente seducido por él. El dinero lo puede casi todo y todo tiene
un precio. Y el mayor obstáculo, no sólo para entrar en el Reino de Dios sino
para la convivencia, suele ser el dinero. ¿Cual es a menudo la causa del enfrentamiento
de una familia que se mantuvo unida, que llevó una vida ejemplar e incluso
aparentemente al menos muy cristiana? el dinero y las herencias. Por el dinero
anda el mundo como anda. Giovanni
Pappini lo llama en su Vida de Cristo
“el estiércol del diablo” pero
también sus editores hacen caso omiso y escriben al reverso del libro el precio
en cifras abultadas. Es difícil sustraerse a su encanto.
A menudo recuerdo aquella historia del encargado de obras que llega un
día a cierto pueblo con el fin de construir un pantano. Alquila una habitación
en la fonda por 15.000 pta. El dueño de la fonda, con el dinero aún en la mano,
recuerda que debe 15.000 pts. al herrero. Se acerca a la fragua y se las paga.
Entonces el herrero se da cuenta que es la cantidad que debe al carpintero y
sin pensarlo más se la devuelve. Este tuvo que pagar el parto de su hijo al
médico que asistió a su mujer. Eran 15.000 pos. que le entrega de inmediato. El
médico había estado en la fonda el mes de vacaciones mientras su familia estaba
afuera. La deuda ascendía a las 15.000 pta. de la historia, que el dueño de la
fonda ingreso de nuevo en caja. En esto llega el encargado de las obras. El
proyecto se suspende por algún tiempo, de modo que desalquila la habitación. El
posadero le devuelve las 15.000 pta. y el encargado se va. En el pueblo no
entró ni un duro, pero precisamente por ese sentido de justicia que reinaba
entre los vecinos se solucionaron todos los problemas y se rescindieron todas
las deudas.
¡Qué de milagros haría la buena voluntad de la gente, la solidaridad de
las personas si de veras quisiéramos arreglar las situaciones conflictivas! Y
¡qué de estragos hace la ambición y el dinero! Si uno, sólo uno, hubiera roto
la cadena quedándose con el dinero que se le adeudaba y no recordara que él era
también deudor la cadena se rompería y se iría la paz del pueblo al traste. El
Evangelio es la buena noticia para el pobre. Podría ser también buena noticia
para el rico pero estos han roto a menudo la cadena, quieren seguir cobrando
sólo a quien les adeuda sin pagar lo que en justicia deben, en una palabra,
siguen siendo egoístas. Cuando Jesús
por medio de su Evangelio les invita a que le sigan, fruncen el ceño, como el joven
rico, y se alejan. La historia desgraciadamente, se repite.
Jmf
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