DOMINGO IV DE PASCUA.- 12-V-2019 (Jn., 10.
27-30) C
Hoy vemos que Jesús se define como “el Buen Pastor” en un ambiente en el
que el título de pastor no era precisamente un distintivo honorífico sino todo
lo contrario. Un pastor no podía ser testigo en un juicio, por considerársele
de baja condición social. Es verdad que tampoco se admitía a la mujer. Sin embargo
es curioso que hayan sido pastores los primeros testigos de su nacimiento en
Belén y que haya sido María Magdalena,
una mujer considerada erróneamente pecadora, el primer testigo de la
Resurrección.
Jesús hoy se define como pastor: “Yo soy el buen pastor… Mis ovejas escuchan mi voz, Yo las conozco, ellas me siguen y Yo les doy la vida eterna…”. Tal parece que Jesús se
nos presenta aquí como líder, jefe o dirigente... en contraposición a las
ovejas, al aprisco, al redil. Para que exista un jefe se necesitan unos
súbditos, y para que haya un pastor es preciso contar con unas ovejas. No se
puede ser jefe o pastor de nada. Sin embargo lo interesante en esto son las
relaciones que se establecen, cómo se deben ayudar unos a otros o cómo pueden
sacar provecho unos de otros sin perjuicio de nadie y con ventaja para todos.
Entre los atributos del
pastor está el cayado. El pastor que
es el Obispo, usa el báculo o cayado, pero no para arrear a las ovejas sino
para apoyarse en él mientras camina y las dirige, de ahí que se le llame “báculo”
y no cayada. La cayada es para apoyo,
pero también para defensa y castigo, el báculo es para apoyarse y dirigir. Como
le dijo cierto párroco a su Obispo con quien no llevaba precisamente unas
relaciones muy cordiales, usando un ingenioso juego de palabras: “Ilustrísima ¿por qué usted siempre me da la
“cayada” por respuesta?”.
El mundo está dividido en
muchos rediles. Al frente de ellos están los diversos mandos políticos,
económicos, culturales o religiosos. Y en torno a los apriscos las fronteras,
las alambradas de la incomprensión y de la insolidaridad, de las que se
pretende no dejar salir y sobre todo, y cada día más, no dejar entrar. Aquel
deseo del filósofo griego Demócrito de
“ser ciudadano del mundo”, según su
filosofía, que entre otras cosas afirmaba que “la patria de un hombre es el mundo” es decir, construir entre
todos un mundo sin fronteras para vivir en él más “a sus anchas”, cada día se hace más difícil. Hoy por todas partes
se oye el deseo de hacer realidad ese lema, al menos en Europa con ese hecho
memorable e histórico de la implantación del euro como moneda inicialmente legal para 11 naciones.
El polémico escritor
portugués José Saramago dijo en
cierta ocasión a un periodista: “A la
Unión Europea le falta un adjetivo... financiera. Esa es su finalidad…,
vamos a tener paz en los campos de batalla… pero la guerra seguirá por el
dominio del mercado, por la supremacía económica y cultural… No se pueden unir
pobres con ricos…, terminaremos siendo todos funcionarios de un Centro de
decisión que está en Bruselas” (ABC 9-5-92).
Vivimos en apriscos, nos
llevan a donde quieren echando mano de los perros del miedo y del terror, del
fantasma de la pobreza y del fanatismo, de la vara del paro y del despido. Nos
echan de comer lo que les place en el pesebre de los medios de comunicación:
radio, prensa y sobre todo televisión e internet, así cada día digerimos,
rumiamos lo que unos pocos juzgan cultura, progreso y diversión, haga daño o no
lo haga, sea apto para menores o no lo sea, eso importa poco.
Te dicen
lo que tienes que pensar, lo que tienes que votar, lo que tienes que
opinar, lo que tienes que reír o censurar, incluso lo que tienes que vestir,
que leer… “sólo se permite la cultura si
es espectáculo o genera votos”, te guían, te amamantan, te ceban, te
abrevan, te amedrentan... las ovejas suelen ser torpes en pensar, otras veces
tienen miedo y ya se sabe “nunca se es
menos libre que cuando se tiene miedo”.
Se habla mucho de libertades,
en plural. Eso es muy sagaz. Divide y vencerás... Porque la libertad es una y
es indivisible. O se es libre totalmente o cuando se pierde un reducto de la
misma uno empieza a ser esclavo.
El rebaño que quiere Jesús es diferente, pues Él mismo
también es diferente. Jesús no quita
la vida a las ovejas para vivir Él, sino que Él da su vida para que vivan
ellas. Y la entregó por amor, pues Él sabe que únicamente el amor será capaz de
hacer libre al mundo. El odio sólo engendra odio, fomenta división y trata de
imponerse arrancando la vida de los otros sin caer en la cuenta de que a su vez
otros intentarán quitársela a quienes lo sembraron.
Jesús vive para sus ovejas no de sus ovejas como
acostumbran a hacer, y en parte es lógico, todos los pastores. Por eso Cristo es diferente. Cristo se des-vive por los suyos y alimenta
con su carne a sus ovejas. Fray Luis de
León en su obra Los nombres de Cristo, donde trata de
una larga conversación que mantienen tres estudiantes: Marcelo, Sabino y Juliano
en una finca de Salamanca llamada “La Flecha”,
dice al hablar del nombre de pastor
aplicado a Cristo, después de recordar, como los grandes patriarcas, desde Abraham hasta el rey David fueron pastores, que siendo el
pastor un rústico ¿por qué trata Jesús
de compararse con él? Fray Luis lo
explica diciendo que es en el campo donde el amor es más puro y la vida más
fraternal. En cambio el amor urbano “tiene
poco de verdad y mucho de arte y de torpeza”. Además el pastor está más
dispuesto “al bien querer” y aunque
su oficio es de “gobernar y regir, pero es
muy diferente al de los otros gobiernos. Porque lo uno no consiste en dar leyes
ni en poner mandamientos sino en apacentar y guardar a los que gobierna… ni
guarda una regla con todos sino en cada caso y tiempo… atiende el caso
particular”. Una cualidad más es que no reparte su gobierno entre muchos
ministros sino que Él sólo lo administra, apacienta, abreva, baña, trasquila,
cura, castiga, recrea, ampara y defiende... Finalmente es propio de su oficio, “recoger lo esparcido y traer a un rebaño a
muchos que de suyo cada uno de ellos camina por sí”. Y termina con las
hermosas palabras de El Cantar de los
Cantares cuando la esposa/pastora conjura al pastor/esposo, con el fin de
ir a su encuentro, con aquellas hermosas palabras: “Demuéstrame, ¡oh querido de mi alma! adónde apacientas tu rebaño y adónde reposas… al mediodía…”, es
decir, cuando la luz es pura y el silencio profundo, para poder oír mejor así
la dulce voz de Cristo que enajena las almas santas y las hace vivir únicamente
para su rey y pastor. Todo jefe, líder o Mesías, todo aquel que venga a salvar
a los demás, o da amor y vida o es un ladrón. Solamente aquel que da su vida se
le puede llamar salvador. Los que la quitan son ladrones y por tanto nunca
podrán ser buenos pastores. La Religión viene a dar la vida, viene a liberar,
nunca a esclavizar. Y esto se puede comprobar fácilmente por los frutos.
Ya hemos hablado en alguna
ocasión de ese hermoso libro de Richard
Bach titulado Juan Salvador Gaviota. Juan Salvador era una gaviota que vivía
dentro de una bandada a las órdenes de la Gran Gaviota , su jefe
y pastor en todo. Un día Juan
decidió ser libre sin aprovecharse de los demás miembros de la bandada, quiso
subir más alto, volar más lejos, batir las alas más aprisa, remontarse por
encima del azul del cielo con sus propias fuerzas, llevaba mucha vida dentro.
No pretendía ser un líder sino únicamente aprender a volar más y mejor... Para
ello empezó por romper con la Ley de la
bandada (A menudo las leyes se promulgan para salvar los intereses de los
pastores no los de los súbditos). Por fin logró, después de mucho esfuerzo y
hasta de algunos fracasos, logró volar más alto, más aprisa, más lejos. Un día
regresó de nuevo a la
bandada. Quería que las demás gaviotas fueran como ella,
libres y ligeras, resucita a Pedro Pablo
Gaviota que había caído mortalmente herido por querer volar así. Cuando la
ven llegar la llaman diablo y hacen consejo para quitarle la vida. Pero “el amor es dar” dice ella, “aquel que da la vida por sus amigos” dice
Jesús, “El cielo es la perfección” repite ella, “sed perfectos, como mi Padre celestial es perfecto” aconseja Jesús... Es una hermosa parábola si
quisiéramos aplicarla a nuestra libertad y desasimiento de las cosas de esta
vida y de las cadenas de este mundo.
Jesús no quiere encerrarnos en el redil. La Iglesia no es
un puerto, ni un aprisco, la iglesia es una barca y debe ser católica, es
decir, universal, abierta al ancho mar, a todos los mares. Cristo quiere
hacernos libres, Él no pone alambradas de espino al aprisco, nos da su vida y
su carne en alimento (vida eterna). Sólo necesitamos una cosa: oír su voz. La
voz de Jesús es una voz única. Y es
una voz diferente puesto que, siendo pastor, se ha hecho uno más en medio del
rebaño, se ha hecho cordero de Dios,
que quita el pecado del mundo. Por eso su voz se confunde con el balido de una
oveja, para hablar nuestro mismo lenguaje y así hacerse entender mejor. Sólo
quien lo sigue podrá escucharlo, y, escuchando su voz, podrá entrar en el Reino
de los Cielos. Jmf
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