viernes, 10 de mayo de 2019


DOMINGO IV DE PASCUA.- 12-V-2019 (Jn., 10. 27-30) C

Hoy vemos que Jesús se define como “el Buen Pastor” en un ambiente en el que el título de pastor no era precisamente un distintivo honorífico sino todo lo contrario. Un pastor no podía ser testigo en un juicio, por considerársele de baja condición social. Es verdad que tampoco se admitía a la mujer. Sin embargo es curioso que hayan sido pastores los primeros testigos de su nacimiento en Belén y que haya sido María Magdalena, una mujer considerada erróneamente pecadora, el primer testigo de la Resurrección.

Jesús hoy se define como pastor: “Yo soy el buen pastor… Mis ovejas escuchan mi voz, Yo las conozco, ellas me siguen y Yo les doy la vida eterna…”. Tal parece que  Jesús se nos presenta aquí como líder, jefe o dirigente... en contraposición a las ovejas, al aprisco, al redil. Para que exista un jefe se necesitan unos súbditos, y para que haya un pastor es preciso contar con unas ovejas. No se puede ser jefe o pastor de nada. Sin embargo lo interesante en esto son las relaciones que se establecen, cómo se deben ayudar unos a otros o cómo pueden sacar provecho unos de otros sin perjuicio de nadie y con ventaja para todos.

Entre los atributos del pastor está el cayado. El pastor que es el Obispo, usa el báculo o cayado, pero no para arrear a las ovejas sino para apoyarse en él mientras camina y las dirige, de ahí que se le llame “báculo” y no cayada.  La cayada es para apoyo, pero también para defensa y castigo, el báculo es para apoyarse y dirigir. Como le dijo cierto párroco a su Obispo con quien no llevaba precisamente unas relaciones muy cordiales, usando un ingenioso juego de palabras: “Ilustrísima ¿por qué usted siempre me da la “cayada” por respuesta?”.

El mundo está dividido en muchos rediles. Al frente de ellos están los diversos mandos políticos, económicos, culturales o religiosos. Y en torno a los apriscos las fronteras, las alambradas de la incomprensión y de la insolidaridad, de las que se pretende no dejar salir y sobre todo, y cada día más, no dejar entrar. Aquel deseo del filósofo griego Demócrito de “ser ciudadano del mundo”, según su filosofía, que entre otras cosas afirmaba que “la patria de un hombre es el mundo” es decir, construir entre todos un mundo sin fronteras para vivir en él más “a sus anchas”, cada día se hace más difícil. Hoy por todas partes se oye el deseo de hacer realidad ese lema, al menos en Europa con ese hecho memorable e histórico de la implantación del euro como moneda inicialmente legal para 11 naciones.

El polémico escritor portugués José Saramago dijo en cierta ocasión a un periodista: “A la Unión Europea le falta un adjetivo... financiera. Esa es su finalidad…, vamos a tener paz en los campos de batalla… pero la guerra seguirá por el dominio del mercado, por la supremacía económica y cultural… No se pueden unir pobres con ricos…, terminaremos siendo todos funcionarios de un Centro de decisión que está en Bruselas” (ABC 9-5-92).

Vivimos en apriscos, nos llevan a donde quieren echando mano de los perros del miedo y del terror, del fantasma de la pobreza y del fanatismo, de la vara del paro y del despido. Nos echan de comer lo que les place en el pesebre de los medios de comunicación: radio, prensa y sobre todo televisión e internet, así cada día digerimos, rumiamos lo que unos pocos juzgan cultura, progreso y diversión, haga daño o no lo haga, sea apto para menores o no lo sea, eso importa poco.

 Te dicen  lo que tienes que pensar, lo que tienes que votar, lo que tienes que opinar, lo que tienes que reír o censurar, incluso lo que tienes que vestir, que leer… “sólo se permite la cultura si es espectáculo o genera votos”, te guían, te amamantan, te ceban, te abrevan, te amedrentan... las ovejas suelen ser torpes en pensar, otras veces tienen miedo y ya se sabe “nunca se es menos libre que cuando se tiene miedo”.

Se habla mucho de libertades, en plural. Eso es muy sagaz. Divide y vencerás... Porque la libertad es una y es indivisible. O se es libre totalmente o cuando se pierde un reducto de la misma uno empieza a ser esclavo.

El rebaño que quiere Jesús es diferente, pues Él mismo también es diferente. Jesús no quita la vida a las ovejas para vivir Él, sino que Él da su vida para que vivan ellas. Y la entregó por amor, pues Él sabe que únicamente el amor será capaz de hacer libre al mundo. El odio sólo engendra odio, fomenta división y trata de imponerse arrancando la vida de los otros sin caer en la cuenta de que a su vez otros intentarán quitársela a quienes lo sembraron.

Jesús vive para sus ovejas no de sus ovejas como acostumbran a hacer, y en parte es lógico, todos los pastores.  Por eso Cristo es diferente.  Cristo se des-vive por los suyos y alimenta con su carne a sus ovejas. Fray Luis de León en su obra Los nombres de Cristo, donde trata de una larga conversación que mantienen tres estudiantes: Marcelo, Sabino  y Juliano en una finca de Salamanca llamada “La Flecha”, dice al hablar del nombre de pastor aplicado a Cristo, después de recordar, como los grandes patriarcas, desde Abraham hasta el rey David fueron pastores, que siendo el pastor un rústico ¿por qué trata Jesús de compararse con él? Fray Luis lo explica diciendo que es en el campo donde el amor es más puro y la vida más fraternal. En cambio el amor urbano “tiene poco de verdad y mucho de arte y de torpeza”. Además el pastor está más dispuesto “al bien querer” y aunque su oficio es de “gobernar y regir, pero es muy diferente al de los otros gobiernos. Porque lo uno no consiste en dar leyes ni en poner mandamientos sino en apacentar y guardar a los que gobierna… ni guarda una regla con todos sino en cada caso y tiempo… atiende el caso particular”. Una cualidad más es que no reparte su gobierno entre muchos ministros sino que Él sólo lo administra, apacienta, abreva, baña, trasquila, cura, castiga, recrea, ampara y defiende... Finalmente es propio de su oficio, “recoger lo esparcido y traer a un rebaño a muchos que de suyo cada uno de ellos camina por sí”. Y termina con las hermosas palabras de El Cantar de los Cantares cuando la esposa/pastora conjura al pastor/esposo, con el fin de ir a su encuentro, con aquellas hermosas palabras: “Demuéstrame, ¡oh querido de mi alma! adónde apacientas tu rebaño y adónde reposas… al mediodía…”, es decir, cuando la luz es pura y el silencio profundo, para poder oír mejor así la dulce voz de Cristo que enajena las almas santas y las hace vivir únicamente para su rey y pastor. Todo jefe, líder o Mesías, todo aquel que venga a salvar a los demás, o da amor y vida o es un ladrón. Solamente aquel que da su vida se le puede llamar salvador. Los que la quitan son ladrones y por tanto nunca podrán ser buenos pastores. La Religión viene a dar la vida, viene a liberar, nunca a esclavizar. Y esto se puede comprobar fácilmente por los frutos.

Ya hemos hablado en alguna ocasión de ese hermoso libro de Richard Bach titulado Juan Salvador Gaviota. Juan Salvador era una gaviota que vivía dentro de una bandada a las órdenes de la Gran Gaviota, su jefe y pastor en todo. Un día Juan decidió ser libre sin aprovecharse de los demás miembros de la bandada, quiso subir más alto, volar más lejos, batir las alas más aprisa, remontarse por encima del azul del cielo con sus propias fuerzas, llevaba mucha vida dentro. No pretendía ser un líder sino únicamente aprender a volar más y mejor... Para ello empezó por romper con la Ley de la bandada (A menudo las leyes se promulgan para salvar los intereses de los pastores no los de los súbditos). Por fin logró, después de mucho esfuerzo y hasta de algunos fracasos, logró volar más alto, más aprisa, más lejos. Un día regresó de nuevo a la bandada. Quería que las demás gaviotas fueran como ella, libres y ligeras, resucita a Pedro Pablo Gaviota que había caído mortalmente herido por querer volar así. Cuando la ven llegar la llaman diablo y hacen consejo para quitarle la vida. Pero “el amor es dar” dice ella, “aquel que da la vida por sus amigos” dice Jesús, “El cielo es la perfección” repite ella, “sed perfectos, como mi Padre celestial es perfecto” aconseja Jesús... Es una hermosa parábola si quisiéramos aplicarla a nuestra libertad y desasimiento de las cosas de esta vida y de las cadenas de este mundo.

Jesús no quiere encerrarnos en el redil. La Iglesia no es un puerto, ni un aprisco, la iglesia es una barca y debe ser católica, es decir, universal, abierta al ancho mar, a todos los mares. Cristo quiere hacernos libres, Él no pone alambradas de espino al aprisco, nos da su vida y su carne en alimento (vida eterna). Sólo necesitamos una cosa: oír su voz. La voz de Jesús es una voz única. Y es una voz diferente puesto que, siendo pastor, se ha hecho uno más en medio del rebaño, se ha hecho cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Por eso su voz se confunde con el balido de una oveja, para hablar nuestro mismo lenguaje y así hacerse entender mejor. Sólo quien lo sigue podrá escucharlo, y, escuchando su voz, podrá entrar en el Reino de los Cielos.  Jmf

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