NUESTRA SEÑORA DE LA ASUNCIÓN (15-VIII-2019)
C
Esta fiesta que hoy celebra la Iglesia católica tiene
por lo menos 1.500 años de antigüedad. Me refiero a la fiesta, no al dogma. Hay
constancia histórica de que ya se celebraba en Grecia y Siria en el s. VI este
mismo día, 15 de agosto. Y siendo como es dogma de fe, definido como tal por Pío XII el 19 de noviembre de 1950, no obstante da la sensación de que muchos
lo contemplan y celebran más como una piadosa leyenda que como una gozosa
realidad teológica.
Autores como Rouet
o Leonardo Boff se
esfuerzan en dar con lo simbólico del dogma prescindiendo de cuestiones
meramente físicas, insistiendo sobre todo en la “perfecta conveniencia” de esta “asunción”
tomada en sentido total, “fruto de la
acción salvífica de Dios”. Sin embargo detrás de un símbolo, detrás de una
leyenda siempre se esconde alguna verdad histórica. Alguien dijo que la leyenda
es la ciencia ficción del pasado. Se podría añadir con Ray Bradbury autor de “Crónicas
marcianas” y de “Fahrenheit 457” que, tanto la ciencia
ficción como la leyenda, ambas son una forma de descubrir la realidad, de
desvelar el misterio. Y como en épocas pasadas el pueblo no tenía otro medio en
sus manos para explicar lo inexplicable en el terreno religioso usó lo que
tenía más a mano, las leyendas. Era normal. No debe sorprendernos. Porque
también el hombre de nuestros días forja sus leyendas en torno a
acontecimientos y a personas erigiéndoles templos, levantándoles altares y
hasta creando en torno a ellos un culto y una religión.
En palabras de Harbey
Cox autor del libro: “La seducción
del espíritu”, las hornacinas de los viejos retablos están hoy en la caja
de la televisión, en las portadas de las revistas del corazón, en las pantallas
y carteleras de los cines, en los podiums
de los estadios olímpicos, en los trepidantes escenarios del cantante de
moda... Ahí sitúa el hombre de hoy sus santos y sus ídolos. Porque hasta los
denomina ídolos sin recato alguno, y
casi diríamos que sin ningún tipo de metáfora. Los triduos, novenas y
octavarios corren a cargo de la publicidad ocho días antes, con frases y eslóganes que parecen jaculatorias. ¿Qué
gracia especial hay que pedir para el hombre de hoy? Veamos, dice Harbey Cox en el libro
citado: a uno le sudan las axilas, a otro le huele mal el aliento, al ama de
casa no se sale blanca la colada… pues ahí está el santo y sacramento, la
gracia actual que lo remedia: un jabón
que deja la ropa blanca, blanquísima, un desodorante
eficaz que nos devolverá la frescura, un dentífrico
especial para el aliento. Y centrándonos solamente en este aspecto uno piensa
si no será demasiada obsesión por la limpieza lo que a todas horas se pregona.
¿No habrá que leer entre líneas algún mensaje subliminal y subconsciente, algo
así como que el hombre moderno se siente demasiado sucio en su interior y trata
de remediarlo con biodegradantes, desodorantes y productos de perfumería cuando en realidad el corazón y la mente
solo se pueden limpiar con sacrificio,
con renuncia y con amor de Dios? Antes se valoraba la
ética: “ser así o asá”, “ser tal o cual”. Hoy se atiende más a
la estética: “parecer más y mejor”, “tener esto o aquello…” y, a ser
posible, más que el otro... Se parece nuestra sociedad a aquella niña de la que
hablaron los periódicos hace años. Su padre la había llevado hasta la feria,
montó en los caballitos e iba alegre en el carrusel hasta que de pronto gritó: “¡papá, papá, el caballito me ha picado!”.
Nadie le hizo caso. El padre la miró entre sorprendido y escéptico... Poco
después la niña, febricitante y con claros síntomas de envenenamiento, dejaba
de existir. ¿Qué había sucedido? Antes de armar el carrusel los caballitos
habían permanecido varios días en el campo y una víbora se había alojado
durante este tiempo dentro del caballito de cartón, sobre el que iba la niña.
Oímos lamentos, ayes que llegan mezclados con las
voces del carnaval bullicioso, alegre y variopinto de la vida pero nadie se da
por enterado. De algún modo a todos nos ha mordido la serpiente del Paraíso que todos llevamos en el interior de
nuestro corazón. Todos nos sentimos víctimas de su venenosa mordedura,
todos.... menos una mujer excepcional, María,
que logró por gracia divina especial aplastar la cabeza de la serpiente antes
de ser mordida. Hoy, hoy precisamente celebramos ese triunfo, esa victoria. María vence a la serpiente con la limpieza de corazón, con su virginidad inmaculada, con su pureza
interior que hizo argumentar a los teólogos: “Inmaculada, luego asumpta”.
Una vida, una actitud pues, que invita al optimismo.
Por desgracia la Historia abunda en profetas del pesimismo, del catastrofismo.
Es fácil profetizar desgracias, ¡hay tantas...! María sin embargo, es un
dechado de optimismo. Hasta lo deja traslucir en ese hermoso canto del “Magnífícat”: “Desde ahora me llamaran bienaventurada todas las generaciones…”,
Esto dicho hace la friolera de dos mil años sigue siendo una gozosa realidad
cada día, cada domingo, cada año, aquí y ahora, en este templo a miles de km.
del lugar donde se dijo... “Dispersa a
los soberbios, enaltece a los humildes; a los hambrientos los colma de bienes,
a los ricos los despide vacíos…”,
palabras que suenan a salvación, la salvación que llega al fin, la redención
del oprimido, sin sangre ni muerte. Dios que castiga “sin palo ni piedra”, nos redime, nos salva con el palo de su cruz y con la piedra de su sepulcro removida para
la Resurrección, pero luego enterrada como cimiento y fundamento de su Iglesia
para la salvación de todos: Cristo roca viva.
“Dios
cuenta con los que no cuentan”,
con los humildes, con los más pobres, con aquellos en los que nadie se fija. Tenéis que contar con ellos, tenéis que
compartir con ellos vuestra mesa, vuestro salario, vuestra cultura, lo poco que
tengáis…”. Yo creo que el día que se hablara y se actuara así, ese día
empezaría en el mundo una auténtica revolución, aquella que predicó Jesús, ya que es a esos a quienes él se
dirige. Todo el Evangelio está de su parte pues “de ellos es el Reino de los Cielos”. María en su canto los ensalza, Jesús
en las Bienaventuranzas los felicita, nosotros... solemos pasar de ellos. “El pobre, escribía Paul Claudel, no tiene amigo
alguno en quien confiar, únicamente uno que es más pobre que él. Por eso, ¡ven
conmigo, contempla a María, no se queja, no espera nada…! ¿Qué le queda? Un
pobre encontró a otro pobre, se miraron y callaron…”.
Hay una biografía sobre la Virgen compuesta por Agustina Shoroeder. Sólo para describir los doce primeros años de la vida de María
emplea 331 páginas. Sin embargo, bien mirado, no sé qué más se puede decir
sobre la Madre de Jesús fuera de
esas cuatro frases que le atribuye el Evangelio. Una cosa sorprende, que la
primera expresión que sale de sus labios sea “Hágase en mí según tu palabra”,
y que en la última que recogen los evangelistas, cuando tiene lugar el
milagro de la Bodas de Caná, use el mismo verbo: “Haced lo que Él os diga…”. Hablar nos resulta fácil, lo difícil es
hacer. María hizo mucho más que
habló. En el Evangelio pocas veces la encontramos hablando, casi siempre la encontramos haciendo, sobre todo haciendo
camino, camino de Belén, camino de Egipto, camino de Aín Karín, camino de
Nazaret, camino del Calvario... Finalmente hoy la Liturgia nos la Presenta
haciendo el camino hacia la Gloria en
su gloriosa Asunción. La Teología
nos llama a los cristianos “viatores”,
caminates. El Concilio Vaticano II
define a la Iglesia como “el pueblo que
camina”. La Asunción, decíamos,
es también un camino, una subida hacía la luz, hacia la vida eterna...
La encíclica Redemptorís
Mater (1987) de Juan Pablo II
tiene un punto de vista, en cierto modo revolucionario, al hablar de la Asunción: Dios en vez de llevar a María
hacía alturas inalcanzables lo que hizo fue acercarla al hombre, introducirla
en nuestros corazones donde, según comenta Von
Balthasar, tiene lugar esa otra asunción
mística del alma en su encuentro con Cristo. Es posible que los hombres hayamos
perdido hoy el sentido de la orientación histórica, de la dirección del cielo,
al querer fabricar la gloria aquí en la tierra, olvidando nuestra condición de
seres extraterrestres, es decir, trascendentes. Abandonando nuestros ídolos,
aplastando la cabeza de nuestros egoísmos, es como debemos ponernos una vez más
en camino, esa es nuestra asunción, y
el cielo nuestra meta. María nos ha
precedido y por ser madre, por estar ya en la gloria en cuerpo y alma, es
normal que nos ayude a conseguirlo.
Eso es lo que le pediremos en este día, durante esta
su fiesta, desde esta iglesia, al celebrar gozosamente su Asunción a los
cielos. Que así sea. Jmf
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