viernes, 18 de octubre de 2019


DOMINGO XXIX 20-X-2019 (Lc. 18, 1-8) C

En el evangelio de hoy se cruzan dos ideas: la perseverancia en la oración y la virtud de la justicia. Dos ideas aparentemente inconexas entre sí y que Jesús trata de unir por medio de una historia un poco extraña: la del juez inicuo y una viuda que pedía con insistencia, perseverar en la oración, que se le hiciera justicia, eso que nosotros tantas veces exigimos a Dios al recriminarle diciendo: Pero ¿qué hice yo para que me mande esta cruz? De algún modo también estamos pidiendo, exigiendo justicia. Otra cosa es ver si lo que pedimos es justo o fruto de nuestra soberbia.
La justicia es una de las cuatro virtudes cardinales: prudencia, justicia, fortaleza y templanza. El nombre de cardinal les viene de una palabra latina, carden, is que significa gozne, quicio de la puerta, porque  dichas virtudes son como el quicio sobre el que gira la puerta de la convivencia humana. Y de la misma forma se llaman cardinales a los cuatro puntos de la rosa de los vientos, porque se creía que sobre ellos giraba el universo cielo; y se llaman también así, cardenales, los más altos dignatarios de la Iglesia Católica porque sobre ellos recae la elección del Papa y por lo tanto son como el quicio sobre el que gira la puerta del cónclave y de la Iglesia.
Pero entre estas cuatro virtudes sobresale, sin duda, la justicia. A los elegidos no se les llama los fuertes, ni los prudentes, ni los moderados, sino los justos. Sería largo de explicar el sentido bíblico de la justicia. Ser justo no es más que dar a cada uno lo suyo, “a Dios lo que es de Dios, al César lo que es del César” y al prójimo lo que es del prójimo, pero siempre mediando el amor, ya que si sólo usamos la justicia, dando de lado a la misericordia podemos traicionar fácilmente el mensaje de Cristo. Quien sólo emplea la justicia terminará ajusticiando. Pero si la justicia falla se derrumba la paz y la convivencia. Y la justicia empieza a fallar cuando no se le da o se le escatima a la persona al que le pertenece: trabajo, cultura, libertad, dignidad… Y que la justicia no está a la altura de las circunstancias lo estamos oyendo todos los días y en todas partes.
Hasta ahora solíamos fijarnos únicamente en estas virtudes con respecto al individuo, pero hoy el problema, los problemas se han universalizado. Ya no se trata de hacer justicia en este o en aquel caso sino que es la justicia universal, la justicia entre los pueblos y desgraciadamente hoy hay en el mundo muchos seres a quienes se les niega la justicia, no se les hace justicia, se les niega la libertad y por consiguiente la paz. Juan XXIII solía decir que “la paz se apoya en cuatro columnas (nosotros diríamos usando el símil del hórreo en cuatro pegollos), que son la verdad, el amor, la libertad y la justicia”. Muchas ideologías han creído y propugnando, y hay que ver con qué fuerza y entusiasmo, que el cambio social estaba en la revolución cruenta, en una revolución bañada en sangre, y que la justicia sólo es posible implantarla en este mundo a base de terror, de extorsión, de chantaje, de crimen o de mano dura... esos tales no son mensajeros de la paz, y menos aún constructores de justicia ya que el material que usan es bélico, injusto, explosivo y desproporcionado: la injusticia que han desencadenado en los pueblos donde trataron de imponerla me temo que no compense los logros alcanzados, que también los hubo, ¿cómo no?
La postura de un cristiano va por otros derroteros, está más cerca del Moisés que aparece en la primera lectura orando con los brazos extendidos que de la de Josué, por más que combatiera en nombre de Yahvé. En una ópera rock moderna, titulada Hair, uno de los actores dice en un momento dado: “¿Por qué vivir para morir después? No sé si alguna vez lo entenderé ¿De dónde vengo? ¿A dónde voy? Decidme para qué, por qué, y en qué… puedo yo encontrar razones”. Son los eternos interrogantes que se han hecho y se harán siempre los hombres y que aborda precisamente la encíclica de Juan Pablo II, Fe y razón.
Otra de las eternas preguntas que se hacen muchos es  ¿y para qué? Hasta la misma ciencia pone hoy en tela de juicio muchos de los adelantos que hasta no hace mucho se creía iban a ser la panacea de la Humanidad. Pensemos en el átomo, en la industria química, etc. que si bien han hecho avanzar al mundo en muchos campos hay que ver cómo nos lo están dejando.
En el otoño de 1973 la prensa mundial dio la noticia de que el Dr. Milton Leitenberg, bioquímico de gran prestigio y profesor de tres universidades americanas abandonaba el mundo de la ciencia. Razonaba su abandono con estas palabras: “La ciencia para mí ha dejado de tener sentido, veo que los descubrimientos hoy solamente tienen un fin: crear nuevas armas para la destrucción de la Humanidad. La ciencia ha perdido su característica esencial: la libertad”. Y otros muchos investigadores se hacen las mismas o parecidas consideraciones. Entonces tenemos que empezar a mentalizarnos de que la ciencia en sí y por sí, el progreso y la civilización no nos traen precisamente paz. Incluso hay muchas sectas religiosas, muchas ideologías, sistemas de vida o filosóficos que pasan de largo ante el problema, soslayan la injusticia reinante y no quieren mojarse. Un cristiano que es un discípulo de Cristo, debe darles respuesta, no sólo de palabra sino con su ejemplo. Y así lo han hecho millones de misioneros y de mártires a lo largo de la Historia.
Cuenta una vieja leyenda que cierto hombre paseando un día por el campo cayó en un pozo. Pasó por allí Confucio, el sabio chino fundador de una doctrina, oyó al hombre que decía gritando: ¡Sácame de aquí, por favor! Confucio le contestó: “Te compadezco, amigo, tuviste que haber tenido más cuidado”. Luego acertó a pasar Buda. Escuchó las mismas voces de socorro, se acercó al pozo, miró al hombre casi hundiéndose en el agua y le replicó: “No debiste permitir que el deseo te arrastrara, ahora yo lo que te recomiendo es paciencia”. También pasó Jesús. El hombre seguía gritando. Sáquenme de aquí… Jesús se detuvo, miró, luego descendió hasta el fondo del pozo y cargando sobre sus hombres al hombrecillo lo sacó. Lo había salvado. Todos hemos sido salvados por Jesús. Él es nuestro Salvador. Y ese es el gran mensaje, la gran noticia, el Evangelio
Han pasado ya muchos años desde la muerte de aquel revolucionario cubano que presidió con su mirada de profeta tantas reuniones y tantas cabeceras de tantos jóvenes que veían en él el ideal de sus aspiraciones: Ché Guevara. ¿Qué ha quedado de toda su mística revolucionaria, de sus programas para la reforma agraria y de aquel su lema “Patria o muerte”? Hoy muy poca gente lo recuerda. Y uno piensa: ¡tanta sangre vertida, tanto dolor y cárcel…para nada! Y lo mismo sucederá con todos esos visionarios que emplean el terror y la violencia para conseguir sus fines. La victoria es una idea que no se logra imponer matando y masacrando a los demás sino muriendo por aquellos a quienes se quiere salvar, como lo hizo Cristo. Y Cristo sí triunfó. Lo estamos viendo ahora, aquí después de 2.000 años a muchas leguas de la tierra que pisó… Cristo sigue vivo y resucitado pues sigue ganando batallas tras su muerte.
Los pueblos, lo mismo que la viuda del evangelio, claman ante el juez justicia, o si no, que le partan la cara. La violencia es casi siempre el fruto de una injusticia. Creo que deberíamos repartir y solucionar por las buenas lo que puede costar tantas lágrimas y sangre, cuando esos pueblos necesitados empiecen a exigir sus derechos y reivindicaciones empleando la violencia. Pero ¿será posible esa justicia que añoramos en el mundo sin haber sembrado antes el mundo de amor, de caridad y de fe? Practicando la justicia nos justificamos, es decir estamos salvados, pero esa justicia para que resulte del todo eficaz debe ir acompañada por la fe, es decir, debe ser fruto de una vivencia evangélica de Cristo que es quien verdaderamente nos justifica y salva. Un mundo justo sin amor podría ser otra injusticia. Nuestra fe hay que hacerla vida por medio de las obras, pues “la fe sin obras es una fe muerta”, no sirve. ¿Se referiría Jesús a esta fe cuando pregunta si hallará el hijo del hombre fe en la tierra cuando vuelva?
Una de las preocupaciones de la NASA es tratar de escuchar posibles voces que lleguen de otros planetas habitados, desde otras estrellas supuestamente con seres de vida inteligente. Era hora ya de que el hombre se dedicara a escuchar en vez de hablar y hablar… Pero me temo que aunque nos den gritos, aunque ardan las antenas receptoras con mensajes provenientes del Universo nos va a servir de poco. La palabra de Dios lleva siglos gritando desde lo más profundo de los cielos, desde más allá de las estrellas y maldito el caso que le hacemos, los pobres desde el tercer y cuarto mundo llevan años suplicando y pidiendo auxilio… como si cantara un carro; siempre vuelven a caer en el agujero negro de su indigencia.  Nuestra postura debe ser siempre la del salmo 95, 4... “Si escucharais hoy su voz no endurezcáis vuestros corazones...”. Jmf

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