BAUTISMO DE JESÚS. 12-I-2020 (Mt. 3, 13-17)A
Desde antiguo se vienen celebrando, el día 6 de enero, tres fiestas: la Epifanía
o manifestación del Señor a los Magos como rey del mundo, el Bautismo o manifestación del Señor en el
río Jordán a los judíos como hijo de Dios, y la manifestación en la Bodas de Caná a sus discípulos como Señor de
los elementos. Hoy celebramos el Bautismo
de Jesús.
La celebración llega a su auge con la apertura del Templo del sol en Roma el 24 de
diciembre. Juntamente con las fiestas llegaban los desmanes de todo tipo, algo
parecido a lo que ha vuelto a pasar hoy con la Navidad. Los
cristianos, queriendo corregir estos abusos y sabiendo que en la Biblia se le llama a Cristo
el sol que viene de lo alto,
encontraron un hermoso pretexto para sustituir las fiestas paganas por las
fiestas del Nacimiento del Señor.
Esto tenía lugar muy entrado el siglo IV.
Además, celebrar cualquier cumpleaños traía a la memoria de los
cristianos la historia del Bautista,
aquel desconcertante profeta que aparece bautizando en las orillas Jordán y que
por recriminar a Herodes Antipas
convivir con la mujer de su hermano Filipo,
es decapitado en el castillo de Maquerote precisamente el día en el que H. Antipas
ofrecía un festín para celebrar su cumpleaños.
Antes de implantar la
Navidad como conmemoración festiva, la Iglesia primitiva
celebraba otro rito que equivalía y suplía con creces las fiestas navideñas: La muerte y resurrección de Cristo en la Nochebuena Pascual del Sábado Santo. Y era en esa noche cuando, aquellos que se
habían preparado convenientemente, recibían el Bautismo. Por medio del Bautismo
renacían..., es decir, nacemos a la gracia, nacemos a una vida nueva. Y este sí
que era un hermoso nacimiento y una Navidad auténtica, puesto que se trataba
de un nacer espiritualmente,
celebrando de ese modo la salida de Cristo del sepulcro que de alguna forma
evoca también un nacer, un salir de la muerte hacia la Gloria eterna.
Esta es una verdad muy sugerente que se encuentra ya en el Evangelio:
Cuando Nicodemo va una noche a
charlar con Jesús escucha asombrado
que, para pertenecer al Reino, hay que nacer de nuevo, algo que no es fácil
entender. Por eso Nicodemo le
pregunta al Señor: ¿Cómo puede un hombre
renacer siendo ya viejo? (Jn. 3,7). Es como si sufriera un accidente
interior que nos hiciera exclamar: “¡este
volvió a nacer...!”.
En otra ocasión Jesús
recuerda a los apóstoles: “si no os
hacéis como niños no entraréis en el Reino de los cielos...”. Por su parte San Pablo, escribiendo a los Romanos,
dice: “en su muerte [en la de Cristo ] hemos sido bautizados... quedando muertos al
pecado pero vivos en Cristo Jesús” (Rom. 6). Alguien llamó a la muerte un segundo Bautismo porque es un acto capaz
de borrar nuestros pecados: Si sabemos aceptarla y recibirla con fe nacemos a
una vida nueva que es la Gloria
eterna.
El Bautismo no siempre se impartió como se imparte hoy. Tiene también
su historia. Jesús bautizaba, lo
dice el Evangelio: “Después de esto fue
con sus discípulos a tierras de Judea, moraba allí con ellos y bautizaba”
(Jn. 3, 22), pero era un bautismo de preparación, como el de Juan, como bautizaban los esenios en el
monasterio del Qunrán: simbolizando con aquellas abluciones un cambio radical de
manera de pensar por medio de la penitencia, pero sobre todo un acto de fe en
la venida de una nueva era, la era del Reino... Era un bautismo de optimismo
espiritual y pascual, no sacramental.
Los apóstoles,
siguiendo el mandato de Jesús
bautizaban pero sin preparación doctrinal alguna, únicamente exigían tener fe,
como cuando Felipe bautiza al eunuco
de la reina de Candace. El diálogo
que mantienen es muy elocuente: - Aquí hay agua, ¿qué necesito para ser
bautizado? -Si crees de todo corazón, puedes. - Creo... que Jesucristo es el
Hijo de Dios. Bajaron del carruaje y Felipe
lo bautiza sin más requisitos.
San Pablo,
que se siente más predicador que bautista, se retrae a veces temiendo ser mal
interpretado: “Doy gracias a Dios de no
haber bautizado a ninguno de vosotros, a excepción de Crispo y Gayo, para que
nadie diga que habéis sido bautizados en mi nombre”.
En el s. II, san Justino
nos habla de la observancia de una etapa regular de preparación doctrinal
acompañada de ayunos y oraciones.
En el s. III, san Hipólito
describe el examen a que sometían al bautizando acerca de su modo de vivir.
Excluían del bautismo a los gladiadores y a los actores de teatro, sin embargo
se administra ya a los niños. Tertuliano,
en estos años, es el primero que habla de catecúmenos.
En el s. IV, una vez que cesan
las persecuciones las familias retardan cada vez más el Bautismo que suplía en
sus efectos al martirio, porque era más cómodo ser cristiano a medias pues de
ese modo podían más libremente disfrutar la juventud sin cortapisas morales y
participar en muchas de las diversiones puramente paganas sin faltar a ningún
compromiso. Y sólo se bautizaban en peligro de muerte. Lo curioso es que todo
el mundo veía esta actitud como normal.
Santos como san Basilio, san Juan Crisóstomo o san Agustín fueron bautizados de
mayores. San Agustín, cuando estuvo
gravemente enfermo pidió insistentemente el Bautismo, pero su madre santa Mónica creyó más oportuno
retrasárselo y esperar, temiendo acaso que volviera a recaer en su vida
disoluta.
A san Ambrosio lo nombraron
Obispo sin estar bautizado, fue elegido, no ordenado, ya que para el sacramento
del Orden se requiere previamente el Bautismo. La ventaja de esta actitud era
que el que se bautizaba era luego un cristiano de cuerpo entero. Decíamos que
en estos siglos tenía lugar en la "nochebuena" de Pascua, es decir,
el Sábado santo, después de 40 días (la Cuaresma) de ejercicios espirituales.
Esa misma noche recibían también el sacramento de la Confirmación y el de la Comunión. La
ceremonia duraba hasta el amanecer y tenía una solemnidad excepcional sobre
todo en los templos y baptisterios de las ciudades importantes. Por ejemplo la
noche del Sábado Santo del año 404 hubo más de tres mil bautismos en la iglesia
de Constantinopla. Debió de ser un espectáculo admirable.
Estos tres sacramentos
(Bautismo, Confirmación y Eucaristía) iban siempre unidos, y se les conoce como
los sacramentos de la iniciación. También hay tres al final de la vida: Penitencia, Unción y
Eucaristía, inicio de la vida eterna). Aquella noche recibían una vestidura
blanca, simbolizada en el pañito que imponemos actualmente sobre la cabeza del
niño después de crismarlo, y que debían llevar puesta toda la semana hasta el
domingo siguiente, llamado in albis, o domingo de blanco. Durante
este tiempo se procuraba que profundizaran en el sacramento de la Eucaristía , del que se
había hablado poco anteriormente, ocupados sólo en prepararlos para el
Bautismo. San Cirilo y san Ambrosio nos dejaron hermosísimos
tratados de las catequesis de esta época. Con razón se puede decir que nunca el
cristiano recibió una preparación más adecuada no sólo en cuanto a lo que
respecta a la Doctrina sino al ejercicio de las virtudes cristianas, en
especial la caridad.
Un anciano sacerdote rezaba de rodillas el credo al pie de la pila
bautismal donde lo habían bautizado. Y le doy gracias a Dios porque aquí nací
yo a la gracia”.
La
vida viene del agua. También el nacimiento del cristiano a la gracia nace del
agua Por el Bautismo “renacemos”, y
en él celebramos nuestra verdadera Navidad. Para ser cristiano hay que cambiar
de vida, tomar partido en la lucha de la fe contra las tentaciones del Maligno,
convertirse y bautizarse, es decir, en palabras más castizas, “para
ser cristiano ¡hay que mojarse!”. Jmf
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