DOMINGO X 10-VI-2018
(Mc. 3, 20-35) B
Un buen día llega Jesús a
casa, y se juntó allí tanta gente que no le dejaron ni comer. Su familia
empieza a sospechar que no está en sus cabales. Los letrados, por su parte,
hacen su diagnóstico: Está endemoniado.
Su madre y sus hermanos lo mandan llamar; hay que mirar por la buena reputación
de la familia.
“Su madre y sus hermanos...” hay que tener en cuenta, para evitar malos entendidos, que aquí por
hermanos se entiende parientes próximos. Si María hubiera tenido más hijos que Jesús ¿cómo Jesús iba a
encomendar desde la cruz la custodia de su Madre a un vecino, el apóstol Juan? Sería descalificar a los demás
hijos. Bien, pero hoy aquí, unos de buena fe otros seguramente de no tan buena,
tratan de “llamar al orden a Jesús”
aunque Jesús sabe muy bien a qué
atenerse. En una ocasión un mono lanzó un coco desde un árbol contra un sufí o
monje árabe. Este recogió el coco, bebió su dulce jugo, comió su pulpa y luego
fabricó una escudilla. Acto seguido miró hacía el mono que lo contemplaba asombrado
y le dio las gracias. Hay quien de los males saca siempre bienes. Jesús fue uno de ellos.
Mantener el orden siempre ha sido la obsesión de muchos dirigentes. Ya Goethe había dicho algo que luego se lo
apropió Hitler: “Es preferible orden sin justicia que justicia sin orden”. Pero
ellos hablaban así porque acaso, viviendo siempre al margen, no sufrieron
seguramente nunca la injusticia, de otra forma posiblemente nunca habrían dicho
semejante disparate. Cristo ataca un cierto orden establecido y de eso lo
suelen acusar los fariseos: “Quebranta el
sábado, perdona a la mujer adúltera, come con los publicanos, alterna con los
pecadores, perdona a la Magdalena... ¿dónde se ha visto cosa igual? Llega a
romper incluso con el concepto tradicional de la familia viviendo en una
especie de comuna (comunidad) con sus doce apóstoles, teniendo bolsa en común y
compartiendo comida, vivienda y pobreza”. Acaso hoy el Catolicismo necesite
un repulsivo así. Algunas voces se escuchan de vez en cuando en este sentido.
Hace unos años (junio 1985) un grupo de cristianos de Aragón publicaron
un manifiesto que decía entre otras cosas: “Queremos
una Iglesia utópica, que promueva la esperanza..., que intente hacer posible lo
aparentemente imposible, que no tenga miedo a equivocarse, antes bien tema
permanecer en la equivocación, una Iglesia con sensibilidad hacia el arte,
hacia el juego, hacia la cultura... dando pasos hacia un futuro mejor o
recuperando lo valioso del pasado”. Es la misma tesis de esa novelita de Francisco de Juanes titulada Papeles confidenciales de
su santidad Juan Pablo III, sobre una historia
acontecida en el año 2022.
Existe una fe liberadora, y una fe opresora. La fe que libera deja hablar, es capaz de entablar
diálogo con los más acérrimos adversarios sin imponer su opinión. La fe que oprime no deja hablar y tiraniza a veces
seduciendo pero más frecuentemente reduciendo a silencio. Es Harvey Cox quien nos cuenta que estando
en una ocasión en Brasil vio con que atención unos niños de unas favelas o
chabolas de Río seguían un programa de TV de procedencia americana: Los Picapiedra que también fue muy
popular entre nosotros. Sus protagonistas, a pesar de vivir en la prehistoria,
cuentan con nevera, TV, teléfono, coche... todo de piedra es cierto, pero todo
como hoy. En un momento dado el programa se interrumpe y entra la publicidad. Entonces
aquellos niños ven las neveras de verdad, los hermosos coches último modelo,
los últimos adelantos en la TV, o el último grito de la moda y, a pesar de
carecer incluso de casa y de alimentos, una extraña fuerza los empuja a crearse
esa necesidad de no poder vivir ya sin electrodomésticos. Y así, mezclando las
dos cosas, el niño se va domesticando y mentalizando en el más duro consumismo.
Cristo nunca haría esto, su doctrina no esclaviza sino libera. No trata
de crear nuevas necesidades sino de librarnos de las más posibles, de los
bienes de consumo (por eso predica la pobreza, que nunca hay que confundir con
la miseria), y trata de librarnos de las pasiones que nos atan y hasta de algo
tan humano como es la familia (“ven y
sígueme”) creando un nuevo estilo de convivencia en hermandad y compaña. Y
ese es el estilo que sigue o pretende seguir la Iglesia, a pesar de todos sus
fallos y defectos.
El 13 de marzo de 1988 la prensa recogía una entrevista con Anthony Burgess el autor de La naranja mecánica y a la pregunta
¿Cómo enjuicia usted la Iglesia actual? respondía: “-Está un poco moribunda... Juan
XXIII ha hecho mucho daño a la Iglesia por introducir las lenguas vernáculas en
la misa... Oírla en inglés es horrible.
Yo volveré a misa cuando se vuelva a decir en latín...Pero después de
esta crítica un tanto discutible añade: “-A pesar de todo no hay nada más en lo
que pueda creer que en el Catolicismo. En el Marxismo no se puede creer porque
no respeta la libertad (aún no había caído el muro de Berlín) ni tampoco en el
liberalismo y menos en el fascismo. ¿El protestantismo inglés? Ni en broma; la
iglesia anglicana es como un club de críquet.
Pero sí en la Iglesia, porque la
Iglesia Católica enseña dos cosas fundamentales:
La primera es que somos libres
para hacer cada uno nuestra propia elección moral. El Papa debería levantarse cada día y gritar:
¡Tú eses libre! Y esto es verdad aunque la Iglesia no actúe así.
La segunda cosa que enseña es
que hemos nacido en pecado y la historia lo corrobora. ¿Cómo se explican los
ocho millones de judíos asesinados por los nazis si no es por el pecado
original? En mis novelas de lo único que escribo es de estas dos cosas. Pueden
ser divertidas y hasta cómicas... pero siguen siendo serias. En estos dos
aspectos somos libres... somos libres” repite.
Todo esto para muchos puede ser peligroso, preferirían un orden a
rajatabla, incluso aherrojando la libertad. Pero es Jesús el que tiene la Palabra, Él es la palabra por antonomasia.
Por Él vamos a Dios pues Él es el Logos, el diá-logo
entre Dios y el hombre. A través de Él nos entendemos con Dios y nos libramos
de nuestro propio lastre, de ese pecado innato que el hombre arrastra en el
corazón desde el Paraíso y del lastre que los demás nos quieran imponer.
Con Jesús se establece un
diálogo no sólo unidimensional sino de doble dirección. Frecuentemente nosotros
confundimos diálogo con discusión. La discusión suele ser
unidimensional, partidista, no escucha al otro, no atiende a razones, se cree
en posesión de la verdad. La discusión oscurece, irrita, desune; en cambio el diálogo
está atento, y acepta al interlocutor, descubre por doquier zonas de verdad que
afloran por todas partes, aclara lo oscuro y sobre todo une. Pero estos valores
parece que no interesan al mundo. Nada de dialogar sino imponer unidimensionalmente.
Y así lo estamos sufriendo desde todos los medios de comunicación social. Todo
se adapta a un concepto materialista, consumista, de la vida, todo. Es como una
nueva versión del antiguo mito de “El
lecho de Procusto” aquel bandido legendario de Ática que vivía a orillas
del río Kefisos y que, no contento con robar a los viajeros, los tendía en un
lecho de hierro para cortarles las piernas si estas sobresalían del mismo, o
bien las estiraba con cordeles si eran cortas y no daban la medida.
Y así se suele hacer con nuestras mentes, de una u otra forma:
estirarlas, abrirlas, encogerlas o menguarlas, mentalizándonos en lo que parece
útil, para hacerlo luego valido, y finalmente necesario e imprescindible. Y si
alguien se revela y no se quiere adaptar... o se le tiene por loco o se le
procura adaptar como sea a las exigencias de la sociedad actual, auténtico
lecho de Procusto. ¡Qué razón tienen
aquellos versos de Gibrán Jalil Gíbran!
Merece la pena recordarlos: “A las
puertas de la ciudad... os he visto de
rodillas adorando vuestra propia libertad. Como esclavos que se humillan ante
el tirano y lo ensalzan mientras él los martiriza... Y mi corazón sangró en mi
interior: porque sólo seréis libres cuando el deseo de la libertad no sea un
arnés para vosotros y cuando dejéis de hablar, y habla, de libertad como de una
meta y de un logro...
Seréis libres de verdad cuando
vuestros días no transcurran sin preocupaciones y vuestras noches no estén
vacías de pena. Lo seréis cuando esas
cosas acosen por todas partes vuestra vida y vosotros consigáis sobreponemos a
ellas...
Mas ¿cómo levantamos sobre vuestros
días y vuestras noches sin romper antes las cadenas que atasteis...? Si lo que queréis abolir es una ley injusta
sabed que esa ley fue escrita por vuestra propia mano sobre vuestra propia
frente... Y si es el miedo lo que queréis borrar sabed que el sitial del miedo
está en vuestro corazón y no en el puño del temido...”.
Para vivir en libertad no hay otro camino que vivir en la verdad y de ese
modo sentirnos libres. Cristo fue, es y será siempre la Verdad por eso es la
libertad por antonomasia la verdadera libertad, aquella que libera no sólo
externamente sino desde dentro de todo y para siempre que es lo que realmente
hace al hombre un ser casi divino. Jm.F.
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