domingo, 24 de junio de 2018


  
FESTIVIDAD DE SAN JUAN BAUTISTA 24-VI-2018


Una de las fiestas más míticas y evocadoras, tanto de nuestro folclore como de toda nuestra Liturgia, es la fiesta de san Juan Bautista. Bastaría recordar los mitos y  los ritos que han llenado durante siglos la “Noche de San Juan”, la noche del solsticio de verano, la más corta del año. Y habría también que imaginarnos cómo se celebraría esta llegada del sol, en tiempos de los hombres que habitaron las cuevas de Candamo o del Pindal.

Por lo que a nosotros ha llegado, dos son los elementos que entran a formar parte en el ritual de esa noche, curiosamente dos de los cuatro que según los antiguos constituían la materia: el fuego de noche y el agua al amanecer. Los otros dos elementos, el aire y la tierra, también adquirieron carta de naturaleza sagrada puesto que de tierra hizo Dios al hombre y aire fue lo que insufló en su nariz para infundirle en el Paraíso el alma después haberlo creado.

Dos son también los elementos que entran a formar parte de la noche más santa de la liturgia católica: la Vigilia de la Resurrección: en ella se bendice el fuego que arderá luego  durante todo el año ante los Sagrario de todos los templos católicos y en el cirio durante el tiempo pascual; y en ella se bendice el agua que servirá para el bautismo o nacimiento de nuevos cristianos. Pero estos dos elementos no sólo han servido como símbolo de vida. En la Biblia se nos habla de un Diluvio que anegó toda la tierra, de una lluvia  de fuego que asoló las ciudades de Sodoma y Gomorra, siendo luego sepultadas bajo las aguas del Mar Muerto o mar de la Sal, ¡la sal!, otro elemento que la liturgia usó en sus ritos y del que la Biblia habla con frecuencia.

Por otra parte el fuego tiene dos versiones: una negativa que es el fuego como castigo, las llamas eternas del infierno para quien no quiso saber nada del amor de Dios. Con todo hay teólogos que afirman... que el fuego del  infierno no es otra cosa que el mismo fuego del amor divino, fuego santo en el que se abrasan las almas que, locamente enamoradas de Dios pero en pecado, ansían acercarse a ese Ser divino objeto supremo de su amor; como náufragos que bracean en medio del mar para acercarse a tierra firme, pero son rechazados una y otra vez por haber sido infieles a la gracia. Y está la interpretación positiva: la del fuego del espíritu que descendió sobre el Cenáculo, luz divina en el alma, puesto que si de algo se nos habla al describir el cielo es de la luz de Dios, luz eterna que brilla con sus santos por siempre. Así mismo Dios se aparece a menudo en forma de fuego, las fogueras de Dios: en la zarza ardiendo a Moisés, en la columna de fuego que guiaba a los israelitas por el desierto, y entre rayos y truenos al promulgar sus Mandamientos en el monte Sinaí.

En torno al fuego, a la foguera de San Juan, se baila la danza prima que es una alegoría y evocación de la danza de los planetas que giran en torno al sol. Un sol que ha quedado como símbolo divino en la famosa “flor galana” que nuestros artesanos han dejado grabada en hórreos, arcones y madreñas y que no es más que un sol en posición de girar despidiendo rayos de luz.  Antiguamente la danza tenía lugar en un claro del bosque a la luz de la luna, con una rama de aulaga tras la oreja. Los bailes, contra lo que hoy pudiéramos pensar, han tenido un origen religioso. Las danzas son bailes que no tienen que ver nada con el mundo paganizado pues se siguen manteniendo aún en las aldeas a la salida de la ermita o de la Iglesia. En ellas, al son de la gaita y el tambor, se elevan preces al Santo o a la Santa mientras los mozos giran y trenzan sus pasos armoniosamente.

 Yo no sé si tendrán algo que ver las danzas sanjuaneras con los saltos que dice la Escritura que dio san Juan en el vientre de su madre santa Isabel cuando se encontró al llegar a Aín Karín con su prima María, o acaso con otra danza, esta de peor signo, la danza de Salomé el día del cumpleaños de su padrastro cuanto al sentido religioso del agua solamente hay que pensar que todas las religiones han nacido a orillas de algún río: La egipcia de Osiris y de junto al río Nilo, la hindú  de Brahama y Buda junto al caudaloso Ganges, la cristiana de Juan y de Jesús en el río Jordán, etc. El agua es el elemento primordial de la vida, materia del sacramento del Bautismo, es decir del sacramento que nos introduce en la Iglesia, y Antipas, danza que le costó a Juan Bautista la cabeza. Digo que no sé si tendrán algo que ver, pero al menos es una curiosa y sorprendente coincidencia.

También es curiosa la perfecta correspondencia de fechas que se dan entre el nacimiento de Jesús, el de San Juan y las palabras del Evangelio. El nacimiento de Jesús empezó a celebrarse el s. IV como contrarréplica a las famosas fiestas lupercales que se celebraban en Roma al Sol Invicto. De nuevo el fuego y la luz. En Navidad no hay fogueras pero se suplen en calles, plazas y escaparates por miles de farolillos y árboles iluminados. Bien se le podría llamar “la foguera de Jesús”. Pues bien, si la Navidad del Señor se celebra el 24 de diciembre, por ley natural y biológica había que celebrar su concepción o Encarnación nueve meses antes, es decir el 24 de marzo. Cuando el ángel saluda a María le dice que su prima santa Isabel, la madre de san Juan, está ya de seis meses. Si esto sucedía el día de la Encarnación, nos pone en el camino de saber por qué se celebra también en Junio, tres meses después, tres y seis nueve, el nacimiento del Bautista, nombre que lleva en sí la marca de las aguas del bautismo  y  nos descubre cómo la Liturgia está atenta a los más mínimos detalles. En también forma parte del vino de la consagración. Jesús de cuyo pecho brotó sangre y... agua, habló del agua que salta hasta la vida eterna a la samaritana junto al pozo de Jacob.

En la Noche de san Juan se decía que quedaban benditas todas las fuentes por eso se engalanaban, para recibir la bendición como es debido. Luego al amanecer se recogía la flor del agua, o sea, la primera que era tocada por el primer rayo de sol de esa mañana. Y la gente andaba descalza por la hierba para recoger la rousada o rocío bendito de esa noche. Quedaba de igual modo bendita el agua de las playas. Según la mitología romana Venus nació de una concha en medio del océano, como trata de expresarlo el pintor florentino Botticelli en el famoso lienzo El nacimiento de Venus (1484). Y con una concha marina se echa agua al bautizando para que renazca también a una vida nueva, la vida de la gracia, la vida del Bautismo La fiesta es también una invitación al fuego de la fraternidad, al calor de la amistad y del sincero amor. Cristo que “se vio y vivió entre dos fuegos”, el fuego de la estrella navideña y el del día de Pentecostés, el fuego del espíritu en forma de luz que guía, y de impetuoso viento que anima y arrastra, nos habla a menudo de ello: “Fuego he venido y a traer al mundo y ¿qué más quiero yo que arda?”.

El día en que toda la humanidad danzara mano con mano en torno a la foguera del amor a Cristo y a su prójimo, purificados por el agua lustral de la divina gracia, lograríamos el mayor milagro de que el hombre y hasta Dios sería capaz y que sería la auténtica convivencia de todos los pueblos y razas.

El día que lográramos hermanar sentimientos, matrimoniar los corazones mano con mano, ese día podríamos celebrar de verdad la gran fiesta universal porque habríamos erradicado de la tierra la injusticia y la miseria y por lo tanto la causa que provoca los mayores males a los hombres.

Y es que el  día que lográramos que todos los hombres se dieran de verdad la mano unos a otros ese día no habría ninguna pidiendo.

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