FESTIVIDAD
DE TODOS LOS SANTOS (1-XI-2018) B
Si ojeamos un santoral
cristiano podemos encontrar en él un santo principal para cada día, pero a
continuación recoge una larga lista de otros
nombres, santos de segundo orden para nosotros pero acaso no para Dios. Hay más
santos que días tiene el año, me refiero a santos canonizados por la Iglesia,
por eso deben repartirse los 365 días. Sin embargo aún hubo otros muchos,
innumerables y desconocidos para la historia, a los que la Liturgia quiere
rendir también culto dedicándoles expresamente un día para ellos, que es hoy.
Los griegos levantaron en
medio de Atenas, según narran los Hechos de los Apóstoles, un altar
dedicado “al dios desconocido”. Algunas ciudades de Europa como París bajo
el Arco de Triunfo, Roma, Berlín, Moscú (no sé por qué no se encuentra también
aquí en España) honran con una llama que arde día y noche y una inscripción: al
soldado desconocido, al heroico soldado anónimo muerto en la batalla. ¡Qué
menos que los cristianos tengamos también si no un monumento y una llama sí un
día para honrar solemnemente a nuestros santos desconocidos!
San Juan dice en el Apocalipsis
que “vio una gran multitud de toda raza y nación, vestidos de blanco, con
palmas en las manos”. Podríamos imaginarnos que son nuestros santos
canonizados; pero Jesús cita otra
muchedumbre anónima en el Monte de las Bienaventuranzas, sin corona ni palma,
pero que acaso alguno de ellos esté situado en lugar muy alto en el paraíso. Fue
en tiempos del emperador Augusto cuando se dedicó el templo de Agripa
al culto de todos los dioses, bajo el nombre griego de Panteón. Luego
durante el reinado de Focas (607-610) el papa Bonifacio IV
trasladó a dicho Panteón convertido en templo, los restos de los
mártires que yacían en las catacumbas. El templo fue consagrado el día 13 de
mayo del año 610 a Santa María de todos los mártires (Regina martirum).
Más tarde cuando la Iglesia introduce el culto a los santos se le cambia el
nombre por el de María de todos los Santos lo que dio lugar a esta
fiesta que Gregorio IV fijó definitivamente el año 835 el día 1 de
noviembre. Gregorio VII dedicó el Panteón a Todos los Santos este
mismo día como símbolo del triunfo de Cristo sobre el paganismo.
Jesús en sus Bienaventuranzas se
fija más bien en esa otra muchedumbre viva, de pobres y hambrientos, de
despreciados y desarrapados a quienes nadie quiere socorrer, santos canonizados
en vida por el mismo Cristo al llamarles bienaventurados. Los hombres los desprecian,
es una muchedumbre poco rentable. En 1960 la ONU aprobó una resolución para
entregar a los países pobres el 1% del Producto Nacional Bruto. Pablo VI
aconsejaba en su encíclica Populorum Progressio imponer ese pequeño
tributo a los países ricos en favor de los pobres. En 1972 las Naciones Unidas
piden que sea al menos un 0,7 % que fue motivo de movilizaciones y manifiestos.
Se vuelve a tratar el año 1974 en las Naciones Unidas, la conveniencia de
instaurar un nuevo orden económico internacional basado en una mayor igualdad.
Esto mismo se ratifica en 1980 con el voto favorable de España, pero
luego sólo Holanda, Suecia, Noruega y Dinamarca,
que no son dicho sea de paso, precisamente donde se practica más el
cristianismo, los que lo han llevado a la práctica. En 1981 tuvo lugar en Cancún
(Méjico) una cumbre a petición de Austria. Se dijeron y se siguen diciendo
muy hermosas palabras, pero al fin nada en concreto.
Se dijo que una de las
declaraciones más importantes de Juan Pablo II fue la de repartir la
tierra como la forma más eficaz para combatir el hambre de 800.000.000 de seres
humanos. Juan Pablo II atacaba la corrupción como clave de la miseria de
la gente, arremetía contra los monopolios, criticaba los mecanismos del
comercio internacional, apelaba al precio equitativo el cual se logra con un
libre mercado sin trabas, trampas y trucos de los oligopolios y demás
aprovechados y vampiros, y abogaba por la desaparición absoluta de las
fronteras lo que pondría contra las cuerdas el brutal sistema actual de cosas y
a la hidra de injusticias que parece dominarlo todo. No fue la primera vez que
el Papa hacía ese tipo de sugerencias. En su encíclica Sollicitudo socialis
ya aboga por el ideal para aspirar a que la humanidad sea una sola familia.
Desgraciadamente los hombres no hacemos caso de nada ni de nadie, para nuestra
perdición. Sólo siguen en pie las Bienaventuranzas, ese ejército innumerable de
pobres sin esperanza alguna de liberación a no ser por la violencia. Ahora sí,
esos países que escatiman una cantidad mínima para los pobres no les duelen
prendas en gastarse una media de 50 billones (con b de brutalidad)
en armamento. Y es que los pobres, a pesar de ser los predilectos del Señor, y
se ser en su pobreza mucho más generosos que los ricos, nunca han sido “santos
de nuestra devoción”.
Pobre es aquel que es capaz de
dar más de lo que recibe, aquel que con lo que tiene es capaz de ser feliz y
hacer felices a quienes viven a su lado. Pobreza no sólo es no tener es también
tener a disposición de los que no tienen lo poco que uno tenga. Se puede no
tener nada y ser un ambicioso y un avaro. Para el cristiano la pobreza no es un
estado sino una actitud, es un estar en disposición de desprendimiento y al
servicio de quien te necesita aunque no pueda recompensarte. Cuando a esta
actitud de darlo todo se une esa otra de no tener nada para sí la persona se
convierte en un bienaventurado, “un alma de Dios”, un santo.
Ahora bien, hay que tener
presente que cuando Jesús dice “bienaventurados los pobres” no lo dice
para que sufran, se aguanten y contenten, eso sería inhumano. Lo dice para que
se sientan tan dignos como los demás. Nosotros los llamamos des-graciados,
añadiendo a su pobreza una lacra más. Jesús se con-gracia con ellos y los llama
felices y bienaventurados. Dios no los compadece ni los desprecia, como
acostumbramos a hacer nosotros, situando a los ricos en primer lugar y a los
pobres dejándolos en la calle. Un teólogo escribió hace años unas palabras que
bien merece la pena tenerlas en cuenta: “El gozo, dice, la esperanza
de que Dios está de su parte acabará con todo lo que mortifica a los pobres, a
los que sufren, a los que lloran. No hay mayor oposición a un sistema o
sociedad que hace a unos pobres y a otros ricos que la audacia y el
atrevimiento de sentirse dichoso siendo pobre. Es también la mayor ofensa que
los ricos no perdonan nunca: la dicha de los pobres”.
Y esta es nuestra lucha:
evitar en primer lugar tantas injusticias y tantas diferencias sociales que hay
en el mundo, evitar tanta miseria como vemos cada día en tantas partes del planeta.
En el Credo recitamos un artículo que debía ser nuestro slogan de continuo: “creo
en la comunión de los santos”. “Iglesia, dice el Catecismo alemán, “es
la comunión de lo santo”, en singular, es decir, comunicarnos con lo santo
que suele andar entre los pobres. “La comunión de los santos, escribe León
Bloy, es el antídoto y el contrapeso de la dispersión babilónica (y
babélica, añadiríamos); testimonia una solidaridad humana y divina tan
maravillosa que le es imposible a un hombre no sentirse vinculado a todos los
demás, en cualquier época y dondequiera que vivan. El más pequeño de nuestros
actos tiene repercusión en profundidades infinitas y eleva a todos, a vivos y
muertos”.
Pero no sólo debemos hablar de
pobreza económica. Se puede dar pobreza cultural y espiritual a la que Cristo
sin duda se refiere también. El escritor francés Charles du Bos en su “Diálogo
con A. Gide”, escribía en 1947 a este respecto: “Para un
católico no existe un hombre que no sea su hermano, y ninguno lo es más que aquel
que carece por completo de la conciencia de esta fraternidad. Nuestro principal
deber consistirá entonces en fortificar y al mismo tiempo extender nuestro
poder visual a fin de que pueda llegar hasta los confines del horizonte humano.
Comenzaremos por encontrarnos con aquellos en quienes la acción de gracias no
cesa de elevarse, aun cuando no estén muy seguros de que hay un Dios a quien
dirigirla”. Por ahí discurre el cristianismo, por esos caminos se mueve el
dogma de la Comunión de los Santos, ahí está el hilo invisible que une a
todos los que han nacido para amar, para ayudar a los demás, para sacrificarse
por el prójimo, que es, por otra parte, una de las posturas interiores más
gratificantes. Por suerte hay bastante gente dispuesta a esa labor y a tales
sacrificios.
Posiblemente si saliéramos a
la calle en busca de un santo de esos que recoge el santoral, una san Simón
del desierto que vivió sobre una columna o un san Pablo que oraba día y
noche encerrado en una cueva, un Francisco de Asís que hablaba con el
hermano lobo o un san Antonio que predicaba a los peces del río no lo
encontraríamos. Sin embargo todos hemos conocido personas buenas, ese tipo de
gente con un fondo formidable, ese vecino dispuesto a ayudar siempre, dispuesto
a sacrificarse por los demás siempre, con sus defectos acaso ¿quién no los
tiene?, sin duda que mucha de ese gente sería también canonizable. Es posible
que más de una vez hayamos oído que, alguien que se ha muerto, era una gran
persona, un vecino excelente... Bien, pues a ese tipo de santos sin corona, a
esos santos desconocidos, a esos santos anónimos que hasta suman la virtud de
la humildad, de ser desconocidos, a su bondad, a todos ellos se dedica esta
hermosa festividad del primero de noviembre.
Jmf.