DOMINGO
XXXII.- 11-XI-2018 (Mc. 12, 38-44) B
Uno de los consejos que le da el anciano Tobías a su hijo es precisamente la
limosna: “No apartes jamás de ningún pobre el rostro y Dios no lo apartará de ti. Todo lo que te sobre repártelo en limosnas, y que no
se te vayan los ojos tras lo que has dado”. La limosna tanto al pobre como al
templo, fue practicada desde antiguo. Así en el Libro de los Macabeos ya
se nos habla de aquellos “10.000 dracmas
de plata que fueron enviados al Templo de
Jerusalén para ofrecer sacrificios
por los pecados de los que habían muerto
en el campo de batalla”. San Pablo
hace una gran colecta en Corinto para ayudar a los pobres de Jerusalén en una
época en la que estaban padeciendo una gran hambre, y así lo explica en su
carta. (Cor. II, 8 y 9). Estas fueron a menudo una plaga de la Humanidad. Según
cuenta la Historia entre el año 1000 y 1800 en Francia hubo de 10 a 15
hambrunas por siglo. En Inglaterra durante el s. XVIII hubo 23 años de
auténtica miseria. En el s. XX se logró desterrar el hambre de Europa pero no
de otros continentes. Desgraciadamente siempre son los pobres los que la
padecen, los jefes y los que han ostentado el mando ya han sabido ponerse a
cubierto, y “un buen cubierto”, a
tiempo. De ahí que tengamos que insistir una y otra vez con el fin de
mentalizarnos todos en este tema con respecto a la limosna y a las colectas.
Hoy todo se mide por el rasero del dinero, a todo se
le pone precio. Tanto tienes tanto vales,
se suele decir. El Evangelio diría más bien: Tanto das tanto vales. Dar, entregar, darse. Una de las frases
recogidas en Los Hechos puesta en
boca de Jesús es aquella de que “Vale más dar que pedir”. Si lo pensamos bien, es cierto: porque
quien pide, siempre será un mendigo, un necesitado; en cambio el que da es
porque tiene.
Para el Evangelio lo primero es la persona después
su dinero y lo demás. Para muchos hoy lo primero es tener dinero, luego ser
persona. Cuando se estudia filosofía se suele decir que la idea central para
los griegos era el mundo (cosmocentrismo), para la Edad Media Dios (teocentrismo), el hombre
moderno ha puesto su punto central en el
hombre (antropocentrismo), pero
acaso, acaso tengamos pronto que suplantar al hombre por el dinero, por el culto al dinero, por el (crematocentrismo). Hoy ya no adoramos el becerro de oro, como los israelitas en el
desierto, hoy solo adoramos... el oro.
Hubo un hombre de escena, no suficientemente
conocido y valorado, alguno de cuyos montajes llegaron a alcanzar las mil
representaciones en el Teatro de la
Comedíe Français. Se llamaba Raúl
Faullerau. Creo que todos hemos
oído hablar de su entrega en favor de los necesitados. “Nadie tiene derecho a ser feliz a solas” solía repetir. Y “si comes tres veces al día pensando que
todo el mundo hace lo mismo eres un cobarde”. Estuvo refugiado en 1942 en un poblado francés. Allí fue donde
puso en marcha una de sus iniciativas, “La
hora de los pobres”, formulada en los siguientes términos: “Está acabando la guerra. Los que han hecho
tanto daño con sus bombas ¿no podrían dedicar una hora al año de su salario
para aliviar la miseria de los pobres?
En 1944 hacía otra petición al Presidente Roosevelt para los leprosos: Prolongar
la guerra un día más, pero sin guerra, dedicando los gastos a los pobres: “Un día de guerra para la paz” era el eslogan. En 1945 envió el
siguiente escrito al Pentágono y al Kremlin: “Renunciad cada uno a un avión de bombardeo. No lo echaréis de menos y
podríamos atender debidamente a todos los leprosos que hay actualmente en el
mundo”. Creo que consiguió muy poco. Los poderosos hacen oídos sordos a estas
llamadas. ¿Qué mundo es este, cabe pensar, en el que sobra dinero para hacer la
guerra y falta para socorrer el hambre y
la miseria? Es difícil de explicar y peor de entender.
Sobre el dinero, escribía Follerau: “El billete de
banco es un fetiche, es un ídolo. Hoy no se enseña más camino que ese para
llegar a ser feliz. Y el dinero lo pudre y corrompe todo, hasta la misma idea
de la caridad...”. Siempre ha sido una tradición en la Iglesia esta lucha
en pro del desprendimiento y ese tratar de emplear bien las riquezas, aunque
luego pocos son los que la han cumplido.
El Conde
Lucanor aconseja a Patronio,
en el ejemplo XIV de su famosa obra, esto mismo. Cuenta que vivía en
Bolonia un lombardo que había hecho una gran fortuna a base de robo y de
avaricia. Estando un día gravemente enfermo pidió que viniese santo Domingo de Guzmán a confesarle.
Al santo no le pareció bien tener que atender a un hombre tan ruin y envío a un
fraile. Los deudos al ver venir al fraile le dijeron que en aquel momento
estaba en una crisis de fiebre que viniese luego. Y el lombardo murió sin
confesar. Fue entonces cuando llaman al santo para predicar el funeral; a lo
que el santo accedió. Empezó con aquella frase de san Mateo: “Donde está tu
tesoro está tu corazón” (6., 21), y añadió
el santo: “Si abrís el pecho de ese avaro
no encontraréis su corazón, porque su corazón está dentro del cofre donde
guarda su dinero”. Fueron allá y así lo encontraron pero tan descompuesto y
putrefacto que no había modo de acercarse debido al mal olor que desprendía. Y
termina la historia Juan Manuel
con unos versos que sirven de moraleja: “Gana el tesoro verdadero, y guárdate del perecedero”.
.
“Siempre nos
están pidiendo” suelen
decir algunos. Y acaso no les falte razón. Pero la verdad es que aún habría que
pedir más, e incluso tendríamos que agradecerlo, ya que es una ocasión de oro
que se nos brinda para hacer una obra de la que no siempre nos acordamos o
sabemos cómo llevar a cabo. ¿Que a veces cuesta desprenderse? es lógico. “El que algo quiere algo le cuesta”, y no
olvidemos que se habla de querer. El que da de lo que le sobra, únicamente da “sobras” de dinero, el que se lo quita
de la boca, de aquello que necesita él, ese da de corazón, esa es la verdadera
entrega que al fin y al cabo es la que alaba Cristo hoy en el evangelio.
Hay mil casos en la Biblia donde se elogia este dar
de lo que necesitas: Eliseo, vivía
en tiempos de Acab, rey de Samaría
(reino del Norte) casado con Jezabel,
hija de un sacerdote de Astarté. Acab edifica
un templo a Baal. Dios en castigo envía una sequía pertinaz. Entonces emprende
una feroz persecución contra Elías creyéndole
culpable y este huye a Sarepta, en
el territorio de Sidón. Allí se encuentra con una viuda recogiendo leña. Le
pide de comer, la mujer le responde: “Sólo
tengo un poco de harina y un poco de aceite. Elías le pide que le haga un pan y que “la orza de harina no se
vaciará ni la alcuza de aceite se agotará”. Y así sucede.
La economía de Dios no tiene nada que ver con
nuestros esquemas, las matemáticas divinas y de su Providencia no coinciden con
nuestro modo de calcular y pensar. Son, si cabe paradójicas, y hasta
aparentemente contradictorias, algo que la matemática no admite. Pero lo que sí
puede comprobar cualquiera es que aquello que se ha dado en limosna, aunque sea
una cierta cantidad, nunca se va a echar de menos si se ha dado de corazón.
Desde luego que de no darse así puede llegar incluso hasta parecerse a un robo.
Sucede cuando te piden algo a lo que, por razones sociales o de lo que sea, no
te puedes negar. Ahora bien, si según
el Catecismo que hemos estudiado, “robar
es quitar, tener o querer lo ajeno contra la voluntad de su dueño” estamos robando...
Hoy Jesús
nos invita a la generosidad, al desprendimiento, no dar una moneda, calderilla,
que llamamos cambio (el cambio para la Iglesia),
si no a dar de lo que duele y cuesta porque esa es la limosna que desgrava para
el día del juicio (toda limosna,
según la Biblia, borra los pecados) y
además es la mejor inversión que podemos hacer en el Tesoro Público del cielo,
una inversión de la que podremos echar mano cuando todo nos falte y la muerte
nos lo arrebate todo. Si ponemos el tesoro en el cielo, (y es palabra de Dios),
allí estará también nuestro corazón, que es una forma muy hermosa de decirnos
que es un modo de tener ya el cielo asegurado.
Jmf
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