viernes, 9 de noviembre de 2018


DOMINGO XXXII.- 11-XI-2018 (Mc. 12, 38-44) B

 Una vez más el Evangelio nos presenta una de esas paradojas, o aparentes contradicciones tan frecuentes en el discurso de Jesús. En otras ocasiones ya hemos comentado algunas, tales como: “Los últimos serán los primeros”, “Felices los que sufren, los que lloran, los que pasan hambre...”, etc. Hoy Jesús afirma que una viuda pobre, que deja en el cepo del templo lo único que tenía solamente dos reales, pero dejó más que nadie. Dios prefiere las monedas de la viuda, porque son todo lo que tiene, a los billetes que dan aquellos a los que les sobra todo. Aquellas son las monedas de la generosidad. Dios timbra los billetes con valores diferentes a los de la Casa de la Moneda. La Didajé, una especie de Catecismo muy antiguo, que se remonta casi a los Apóstoles, aconseja: “sude la limosna en tu mano” que de alguna forma también se puede aplicar a que la limosna debe ser fruto de un trabajo, de un sudor. Aquello que se da, si no lleva consigo renuncia y sacrificio, vale poco.

Uno de los consejos que le da el anciano Tobías a su hijo es precisamente la limosna: “No apartes jamás de ningún pobre el rostro y Dios no lo apartará de ti. Todo lo que te sobre repártelo en limosnas, y que no se te vayan los ojos tras lo que has dado”. La limosna tanto al pobre como al templo, fue practicada desde antiguo. Así en el Libro de los Macabeos ya se nos habla de aquellos “10.000 dracmas de plata que fueron enviados al Templo de Jerusalén para ofrecer sacrificios por los pecados de los que habían muerto en el campo de batalla”. San Pablo hace una gran colecta en Corinto para ayudar a los pobres de Jerusalén en una época en la que estaban padeciendo una gran hambre, y así lo explica en su carta. (Cor. II, 8 y 9). Estas fueron a menudo una plaga de la Humanidad. Según cuenta la Historia entre el año 1000 y 1800 en Francia hubo de 10 a 15 hambrunas por siglo. En Inglaterra durante el s. XVIII hubo 23 años de auténtica miseria. En el s. XX se logró desterrar el hambre de Europa pero no de otros continentes. Desgraciadamente siempre son los pobres los que la padecen, los jefes y los que han ostentado el mando ya han sabido ponerse a cubierto, y “un buen cubierto”, a tiempo. De ahí que tengamos que insistir una y otra vez con el fin de mentalizarnos todos en este tema con respecto a la limosna y a las colectas.

Hoy todo se mide por el rasero del dinero, a todo se le pone precio. Tanto tienes tanto vales, se suele decir. El Evangelio diría más bien: Tanto das tanto vales. Dar, entregar, darse. Una de las frases recogidas en Los Hechos puesta en boca de Jesús es aquella de que “Vale más dar que pedir”. Si lo pensamos bien, es cierto: porque quien pide, siempre será un mendigo, un necesitado; en cambio el que da es porque tiene.

Para el Evangelio lo primero es la persona después su dinero y lo demás. Para muchos hoy lo primero es tener dinero, luego ser persona. Cuando se estudia filosofía se suele decir que la idea central para los griegos era el mundo (cosmocentrismo), para la Edad Media Dios (teocentrismo), el hombre moderno ha puesto su punto central en el hombre (antropocentrismo), pero acaso, acaso tengamos pronto que suplantar al hombre por el dinero, por el culto al dinero, por el (crematocentrismo). Hoy ya no adoramos el becerro de oro, como los israelitas en el desierto, hoy solo adoramos... el oro.

Hubo un hombre de escena, no suficientemente conocido y valorado, alguno de cuyos montajes llegaron a alcanzar las mil representaciones en el Teatro de la Comedíe Français. Se llamaba Raúl Faullerau. Creo que todos hemos oído hablar de su entrega en favor de los necesitados. “Nadie tiene derecho a ser feliz a solas” solía repetir. Y “si comes tres veces al día pensando que todo el mundo hace lo mismo eres un cobarde”. Estuvo refugiado en 1942 en un poblado francés. Allí fue donde puso en marcha una de sus iniciativas, “La hora de los pobres”, formulada en los siguientes términos: “Está acabando la guerra. Los que han hecho tanto daño con sus bombas ¿no podrían dedicar una hora al año de su salario para aliviar la miseria de los pobres?

En 1944 hacía otra petición al Presidente Roosevelt para los leprosos: Prolongar la guerra un día más, pero sin guerra, dedicando los gastos a los pobres: “Un día de guerra para la paz” era el eslogan. En 1945 envió el siguiente escrito al Pentágono y al Kremlin: “Renunciad cada uno a un avión de bombardeo. No lo echaréis de menos y podríamos atender debidamente a todos los leprosos que hay actualmente en el mundo”. Creo que consiguió muy poco. Los poderosos hacen oídos sordos a estas llamadas. ¿Qué mundo es este, cabe pensar, en el que sobra dinero para hacer la guerra y falta para socorrer el hambre y la miseria? Es difícil de explicar y peor de entender.

Sobre el dinero, escribía Follerau: “El billete de banco es un fetiche, es un ídolo. Hoy no se enseña más camino que ese para llegar a ser feliz. Y el dinero lo pudre y corrompe todo, hasta la misma idea de la caridad...”. Siempre ha sido una tradición en la Iglesia esta lucha en pro del desprendimiento y ese tratar de emplear bien las riquezas, aunque luego pocos son los que la han cumplido.

El Conde Lucanor aconseja a Patronio, en el ejemplo XIV de su famosa obra, esto mismo. Cuenta que vivía en Bolonia un lombardo que había hecho una gran fortuna a base de robo y de avaricia. Estando un día gravemente enfermo pidió que viniese santo Domingo de Guzmán a confesarle. Al santo no le pareció bien tener que atender a un hombre tan ruin y envío a un fraile. Los deudos al ver venir al fraile le dijeron que en aquel momento estaba en una crisis de fiebre que viniese luego. Y el lombardo murió sin confesar. Fue entonces cuando llaman al santo para predicar el funeral; a lo que el santo accedió. Empezó con aquella frase de san Mateo: “Donde está tu tesoro está tu corazón” (6., 21), y añadió el santo: “Si abrís el pecho de ese avaro no encontraréis su corazón, porque su corazón está dentro del cofre donde guarda su dinero”. Fueron allá y así lo encontraron pero tan descompuesto y putrefacto que no había modo de acercarse debido al mal olor que desprendía. Y termina la historia Juan Manuel con unos versos que sirven de moraleja: “Gana el tesoro verdadero, y guárdate del perecedero”.

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“Siempre nos están pidiendo” suelen decir algunos. Y acaso no les falte razón. Pero la verdad es que aún habría que pedir más, e incluso tendríamos que agradecerlo, ya que es una ocasión de oro que se nos brinda para hacer una obra de la que no siempre nos acordamos o sabemos cómo llevar a cabo. ¿Que a veces cuesta desprenderse? es lógico. “El que algo quiere algo le cuesta”, y no olvidemos que se habla de querer. El que da de lo que le sobra, únicamente da “sobras” de dinero, el que se lo quita de la boca, de aquello que necesita él, ese da de corazón, esa es la verdadera entrega que al fin y al cabo es la que alaba Cristo hoy en el evangelio.

Hay mil casos en la Biblia donde se elogia este dar de lo que necesitas: Eliseo, vivía en tiempos de Acab, rey de Samaría (reino del Norte) casado con Jezabel, hija de un sacerdote de Astarté. Acab edifica un templo a Baal. Dios en castigo envía una sequía pertinaz. Entonces emprende una feroz persecución contra Elías creyéndole culpable y este huye a Sarepta, en el territorio de Sidón. Allí se encuentra con una viuda recogiendo leña. Le pide de comer, la mujer le responde: “Sólo tengo un poco de harina y un poco de aceite. Elías le pide que le haga un pan y que “la orza de harina no se vaciará ni la alcuza de aceite se agotará”. Y así sucede.

La economía de Dios no tiene nada que ver con nuestros esquemas, las matemáticas divinas y de su Providencia no coinciden con nuestro modo de calcular y pensar. Son, si cabe paradójicas, y hasta aparentemente contradictorias, algo que la matemática no admite. Pero lo que sí puede comprobar cualquiera es que aquello que se ha dado en limosna, aunque sea una cierta cantidad, nunca se va a echar de menos si se ha dado de corazón. Desde luego que de no darse así puede llegar incluso hasta parecerse a un robo. Sucede cuando te piden algo a lo que, por razones sociales o de lo que sea, no te puedes negar. Ahora bien, si según el Catecismo que hemos estudiado, “robar es quitar, tener o querer lo ajeno contra la voluntad de su dueñoestamos robando...

Hoy Jesús nos invita a la generosidad, al desprendimiento, no dar una moneda, calderilla, que llamamos cambio (el cambio para la Iglesia), si no a dar de lo que duele y cuesta porque esa es la limosna que desgrava para el día del juicio (toda limosna, según la Biblia, borra los pecados) y además es la mejor inversión que podemos hacer en el Tesoro Público del cielo, una inversión de la que podremos echar mano cuando todo nos falte y la muerte nos lo arrebate todo. Si ponemos el tesoro en el cielo, (y es palabra de Dios), allí estará también nuestro corazón, que es una forma muy hermosa de decirnos que es un modo de tener ya el cielo asegurado.
Jmf

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