viernes, 23 de noviembre de 2018


ÚLTIMO DOMINGO DEL AÑO LITÚRGICO 2017-18 B
FIESTA DE CRISTO REY. 25-XI-2018 (Jn. 18, 33-37) B

Dibujos de la Catequesis hace varios años: El rey pidiendo limosna...

           La festividad de Cristo Rey fue instituida el 11 de diciembre de 1925 por el papa Pío XI mediante una encíclica llamada “Quas primas”. Era aquel un tiempo de revoluciones, y la fiesta venía de algún modo, a reivindicar, “los derechos de Dios, después de los derechos del hombre,”, según dijo el Conde de Maistre.

 El concepto de rey aplicado al Mesías es frecuente en la Biblia: cuando nace, unos magos persas preguntan en Jerusalén por “el rey de los judíos”. Pilato, pagano también él, manda clavar sobre la cruz la causa de su muerte que no es otra que hacerse llamar “rey de los judíos” (“INRI”).. Pero Cristo no es un rey de fábula como el de los cuentos que comienzan: “Una vez era un rey...”.

En 1948, centenario del nacimiento de “El rey de la Patagonia”, (estamos en el de su muerte) escribió Alejandro Casona desde Buenos Aires un hermoso artículo en el que decía, entre otras cosas: “Para mí..., para todos los niños de Miranda era una figura legendaria... Gracias a él nuestra pequeña aldea tenía un prestigio solariego bajo la Cruz del Sur... Rey de un país maravilloso... trono de tienda nómada... entre bronces y pieles, con la barba de la sabiduría en la mano de la justicia ¿era disparatada aquella imagen infantil? Despojemos a José Menéndez de su reino de cuento, sin tesoros de fábula, sin manto y su corona de símbolo... Es inútil, todo ello quedará en pie: en vez de regir un país heredado creó un país entero, su tesoro era la tierra misma, los rebaños, las mieses... Sin cetro heráldico podría contemplar su obra inmensa como un reino, con la barba de la sabiduría apoyada en la mano del trabajo...”. Esta traducción hecha por Casona de nuestro “regio personaje” podría también aplicarse con toda propiedad al reino de Cristo...

Vino en el tiempo, es decir, “bajo el poder de Poncio Pilato”, dice el Credo, y “volverá con gran poder sobre las nubes, y su reino no tendrá fin”. Vivió en el espacio de un pequeño país que era Palestina, y ahora su reino no está ni aquí ni allí, no es de este mundo, sino del mundo del espíritu, del que está más allá, más dentro, más en lo profundo del alma del creyente, y con frecuencia llega, lo mismo que el rayo, a través de la luz de la conciencia. Conviene ser conscientes de ello. Por eso importa avivar el pábilo de nuestra fe y estar en vela. No olvidemos que la primera vez que vino a los suyos estos ni se dieron cuenta, pues creían que vendría “con gran poder y majestad”, sobre nubes de incienso..., y llegó humildemente en un pesebre, vistió luego traje de carpintero, vino a caballo de un pollino entre los desheredados, entre los “sufridores” de su reino que él llamó felices y bienaventurados. Y llegará de nuevo en son de paz y de verdad, de vida y de santidad, de gracia y de amor. Su Reino será “otra cosa”, porque también lo es Él.ç

Fray Luis de León en “Los nombres de Cristo” lo representa como un rey distinto. En la finca de “La Flecha” Marcelo (Fray Luis) conversa con dos amigos, Sabino y Juliano, a la sombra de una parra. El capítulo más extenso lo dedica a analizar las cualidades de este rey. Así, dice que no enseña a ser buenos sino que hace buenos a sus súbditos; y después de describir hermosamente los sufrimientos de la pasión hasta tal punto que “se cansaría la lengua de decir lo que él no cansó en padecer”, añade: “los hombres tienen como meta de su rey que les quite los padecimientos, en cambio Cristo enseña cómo padecerlos”. En efecto, el dolor es algo muy humano, pero el saber sufrirlo eso entra ya en la esfera de lo divino. Por eso Cristo pudo decir que su Reino no es de aquí, algo que no acaba de entrarnos en la cabeza. Nos empeñamos en hacer de la Iglesia un Reino a lo humano cuando la Iglesia es tan sólo una estación de ferrocarril que para nada serviría si no tuviéramos también vía por la que venga y marche el tren.

Un día llegó a la ciudad un peregrino. Halló trabajando a muchos operarios en una gran explanada. -¿Qué hacéis? les preguntó. -Estoy labrando piedra, dijo uno; -Amaso cal y arena, contestó el siguiente. -Yo estoy levantando una catedral, contestó un tercero... Era el único que sabía no sólo lo que hacía sino para qué servía lo que estaba haciendo. Trabajamos en la Iglesia y trabajamos duramente pero sin saber a menudo ni el por qué ni el para qué. Y lo mismo nos pasa con la fe. Creemos estos dogmas y aquellas verdades pero ignoramos frecuentemente para qué fueron reveladas. Hans Küng dice a este respecto: “Yo no creo en la Biblia, como creen los protestantes, sino en Aquel de quien ella testifica; ni creo en la Tradición como hacen los ortodoxos, sino en Aquel que ella transmite; ni siquiera creo en la Iglesia Católica sino en Aquel a quien ella predica”. Hay que entenderlo. Y si Cristo no se identifica en ese sentido ni con la misma Iglesia, mucho menos con ciertos movimientos históricos que han querido monopolizarlo y capitalizarlo, llamémosles Sacro Imperio, santas Cruzadas, santa Inquisición, rey por la gracia de Dios, Democracia cristiana, Cristianos para el socialismo, Iglesia de Base o Teología de la liberación..., da lo mismo. Cristo está... debe estar por encima de todo, y sobre todo. Decía Manuel Mounier, cristiano y filósofo francés: “Democracia cristiana con frecuencia equivale a democracia burguesa en el peor sentido de la palabra...”, pero no a Cristianismo. Esos tales son aquellos que se empeñan en vivir en la estación sin importarles si el tren entra o sale, avanza o está parado. Programan, eligen, votan... pero ellos no se mueven, no se mojan nunca: “Jugad con la cadena, no me importa, pero al mono dejadlo en paz”, decía uno de ellos.

El reino de Dios es diferente. Nos empeñamos en entronizarlo, en que baje de la cruz, como le pedían los fariseos, y es desde la cruz desde donde reina. Nos empeñamos en coronarlo con corona de oro y pedrería y él prefiere la de espinas. Ponemos en su mano bastón de mando y cetro de oro cuando él lo que sostiene es una caña vacía. Queremos aclamarlo rey y él “se tira al monte”, quizá al de las bienaventuranzas... Declaramos la guerra, hemos matado... para poder reinar, Él se dejó ejecutar para que puedan vivir todos. Fue testigo de la verdad y víctima de ella según el dicho: “Quien va tras la verdad merece el castigo de encontrarla”, ya que la verdad es dura, amarga y hiere casi siempre.

Sin embargo Cristo ha hecho realidad aquello que decía el escritor Romand Rolland: “El cristiano debe amar la verdad más que a sí mismo, y al prójimo más que a la verdad”; lo desconcertante de Cristo es que él mismo es la Verdad y la Vida, por eso nos amó más que así mismo y dio su vida por nosotros. Pero este cristianismo, ese modelo de reino está aún por estrenar, a pesar de ser como somos estirpe de reyes, pues en el Bautismo, en la Confirmación y en la Unción de enfermos se nos unge con óleo tal como hacían antes al consagrar un rey.

No lo hemos descubierto y “mientras no rompamos las formas no podremos nunca llegar al fondo”. Un labriego encontró en cierta ocasión un huevo de águila real y lo puso entre los de una gallina que empollaba su nidada. Cuando salieron los pollitos salió también el aguilucho. Durante toda su vida hacía lo mismo que hacían las gallinas: buscar gusanos en la tierra con el pico, levantarse al alba, guardarse al ponerse el sol, escarbar, cacarear y sacudir las alas para apenas volar unos metros, lo que hacen todas las gallinas. Pasó el tiempo. Un día, siendo ya vieja, divisó entre las nubes cómo planeaba majestuosamente un pájaro gigante -¿Qué es aquello?, preguntó a la gallina más sabia. -Es el águila real, la reina de las aves. Tú y yo somos distintas, no piensas más en eso”. Y el águila real murió creyendo que sólo era un gallina de corral. (Anthony de Mello).

Somos raza de reyes, sacerdocio real, y lo ignoramos, preferimos picotear en el corral de nuestras miserias y de nuestra indolencia a levantar el vuelo y remontar las nubes sobre las altas cumbres del espíritu muy más dentro de nosotros. EY el Reino de Cristo va a llegar, está llegando por las puertas del alma, por la ruta invisible de la fe, a través de la luz de la conciencia... De ahí el evangélico y siempre nuevo consejo: Estad en vela.
La Iglesia no es el Reino, no podemos instalarnos en ella como algo ya definitivo, la Iglesia no es ni los raíles siquiera..., es a todo más la Estación. Y es por ello, porque la Iglesia aún no es el Reino ni estamos aún en él, es por lo que aún repetimos cada día varias veces: Venga a nosotros tu Reino..., señal de que aún no ha llegado. Somos además estirpe de profetas, es decir de aquellos que hablan o deben hablar en nombre de Dios, denunciando, anunciando y proclamando su próxima venida.

Anunciaremos tu Reino, Señor, reino de paz y justicia, reino de vida y verdad... todas ellas cualidades inherentes a sus súbditos del Reino. Y es preciso no olvidar que cuando Cristo venga, lo hará de verdad, pero solamente desde lo más profundo de cada uno. Así lo hizo la primera vez cuando se hospedó en las entrañas virginales de María, así lo hace cuando se encarna en las almas por la gracia, así llega cuando se transforma en pan de eucaristía, así lo hará al fin del mundo cuando aparezca sobre las nubes del alma de cada elegido... lo demás es pura literatura.
Jmf

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