jueves, 1 de noviembre de 2018


FESTIVIDAD TODOS LOS FIELES DIFUNTOS 2-XI-2018 B

Nunca hasta ahora se ha vivido más en contacto con la muerte.  Basta abrir cualquier periódico y pasar la vista por sus páginas, enseguida nos encontramos con esquelas, guerras, terrorismo, asesinatos, accidentes... cuyas víctimas se contabilizan cada fin de semana y se multiplican en cada puente festivo, puentes como este de “los Santos”. No hay un telediario sin muertos. Más aun, cuando tratamos de olvidar y ver televisión de entretenimiento ¡cuánta muerte nos brindan las películas que se proyectan! En una de las asambleas de la Academia Americana de Pediatras que tuvo lugar en 1971, se hizo la siguiente comunicación: “Un niño de 14 años que vea normalmente la TV, al llegar a esa edad es posible que haya visto una media de 18.000 muertes, la mayor parte de ellas violentas”. Creo que ahora ya se quedaría corta la cifra.

Si ojeamos la Historia de nuestro siglo sucede tres cuartos de lo mismo: dos guerras mundiales, bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki, campos de concentración nazis, archipiélagos Gulap, genocidios en África y Europa... Y con todo eso nunca hemos “pasado” tanto de la muerte. La queremos ver... pero cada vez más lejos y no porque la expectativa media de vida para el hombre no sea optimista, pues rebasa hoy día los 70 años, incluso hay gente de 80 y 90 que aparenta menos, sino porque cada día nos apartamos más de los símbolos, del lenguaje que recuerda la muerte empleando cientos de eufemismos. Hasta apartamos de la vista a los mismos seres queridos que agonizan...

En el hombre del paleolítico la edad media no solía rebasar los 18 años y apenas conocía la muerte natural pues morir víctima de sus enemigos, hombres o bestias, era tan normal como lo es hoy morir de cáncer, de un ataque al corazón o de un accidente de carretera o laboral. La edad media del hombre, contemporáneo de Jesús, alcanzaba los 20 años, Él vivió 33. En el s. XIX se duplicó esta cifra y en el s. XX se multiplicó por cuatro. Otro factor que aleja la idea de la muerte de nosotros es que ésta tiene lugar en soledad, lejos de la mirada de parientes y deudos, en un rincón de un Hospital. Antes la familia se comprometía en serio, afectiva y efectivamente con sus moribundos y enfermos. En los Centros Sanitarios suelen regir unos horarios de visita que sólo permiten un contacto superficial y de sólo un tiempo con los pacientes. No queremos complicarnos con la muerte ni que ella nos complique la vida. Si el enfermo tiene la suerte de ser creyente puede consolarse sintiéndose acompañado de su fe, imaginándose rodeado de la presencia espiritual de Jesús, de la Virgen, de los santos de su devoción y aliviar así sus horas de soledad con la compañía de lo sobrenatural. ¡Feliz que lo consiga! De lo contrario tendrá que conformarse y resignarse a esperar el terrible desenlace, tarea a menudo difícil, dolorosa y lenta. Y una vez que llega el momento final bastará con avisar a una empresa funeraria, ella se encargará de todos los trámites legales y de gestión, desde las esquelas hasta el nicho donde reposar.

Razones de diversa índole pueden aconsejar que el muerto quede aquella noche en el tanatorio del Hospital. Y de aquel luto llevado tiempos atrás rigurosamente dos o tres años, ya no queda nada, ni del vestido de alivio, ni del pasar unos días sin salir de casa, sin oír música, sin participar en fiestas. La vida sigue y nunca más verdad que aquel refrán “El muerto al hoyo y el vivo al bollo”. No es que esté mejor o peor, que sea más o menos razonable esto que aquello, lo que pretendo decir es que cada día nos alejamos más y más de la idea de la muerte a pesar de estar de una forma u otra más presente entre nosotros. Un difunto ya no es un ser insustituible que deja un hueco difícil de llenar. “De imprescindibles está el cementerio lleno”. Un escritor a alemán Max Frisch hizo un test a sus contemporáneos que dejó impreso en su Diario (1966-1971) cuyas preguntas podíamos también hacérnoslas en este día:
1) Tiene Vd. miedo a la muerte? ¿Desde cuándo?
2) ¿Qué hace Vd. para combatirlo
3) Si no teme la muerte ¿le asusta morir?
4) ¿Le gustaría no morir nunca?
5) ¿Pensó alguna vez que tiene que morir y cómo?
6) ¿Le gustaría aprender a morir bien?
7) Cuando piensa en la muerte ¿le da más pena de Vd. o de quienes sufran por su muerte?
8) Si cree en el Más Allá ¿le consuela la idea de volver a vernos?
9) ¿Pensó alguna vez por qué los moribundos no lloran?” 
Habría que escuchar las respuestas. Lo que es cierto es que todos vivimos como si los que tuvieran que morir fueran los demás. Se escribe poco y mal sobre la muerte. Escasean los manuales para enseñar a bien morir y no hablo de eutanasia activa o pasiva. Nuestra muerte suele ser, a menudo, improvisada... nos coge por sorpresa. Aun estando graves, alguien se encargará de hacérnosla olvidar quitando importancia a nuestro estado. Como dijo el poeta alemán Erich Fried: “Un perro que muere y sabe que muere, y puede decir que sabe que muere como un perro, ese es un hombre”. Y sobre todo para el que muere sin esperanza también para él morir es una incógnita. Médicos, parientes, amigos, cuando se acerque el fatal momento no nos. van a hablar ya de muerte, al contrario nos animarán afirmándonos que pronto sanaremos. Un signo más de nuestra gravedad. ¿No sería más ético decirle al enfermo la verdad? ¿No sería mejor en vez de prometerle falsamente más vida ofrecerle cristianamente la aceptación de la muerte para que no sienta perder ésta a cambio de la vida eterna?

Elisabeth Kübler Ros estudió ese momento final, y lo describe como una sucesión de las siguientes fases: represión, cólera, negociación, depresión y al final aceptación, fases que alguien comparó con las que sufre el estudiante al suspender: cólera, pide al profesor explicaciones, se las dan y se deprime, no hay nada que hacer, y al final termina haciéndose a la idea que hay que aceptar la nota ¿Por qué no empezar por el final aceptando la muerte? Una esperanza firme, una fe profunda de que estamos salvados, además de tranquilizar y consolar al moribundo como ninguna otra palabra o droga, le serviría para superar más fácilmente ese trance, logrando incluso el milagro de que los parientes se integraran acompañándolo más profundamente en el sufrimiento, (la fe une como nada), viviendo todos cada momento de su muerte. Lo que hiciéramos con los demás lo harán luego con nosotros. Hoy es un día apto para meditar todas estas cosas, para pensar en la muerte que llevamos dentro como lleva la fruta el hueso ¿No representamos la muerte por un esqueleto? Hoy es un día, sobre todo, de oración. La oración por los difuntos es tan antigua como el hombre. En la Biblia, el Libro II de los Macabeos (s. I a.C.) ya aconseja orar por los difuntos. San Isidoro de Sevilla (s. VII) manda que se digan misas el día siguiente.

Hoy permanece la costumbre de visitar los cementerios y celebrar funerales. Es un día envuelto en una paz esperanzada, en el recuerdo cristiano de los seres queridos que se han ido. Tras la fiesta de la Iglesia Triunfante de ayer, hoy la Iglesia Militante ruega por la Iglesia Purgante. No está bien olvidarse de los muertos. No sé quién llamaba al día de ayer el día de “las flores del remordimiento” porque luego durante el año muchos no vuelven a acordarse más del cementerio. Es una cosa buena recordarlos, nos han dejado tantas cosas, nos legaron la lección de la fugacidad de la vida, nunca bien aprendida, nos dejaron un sitio, una familia, un hogar, una herencia más o menos importante, a nosotros mismos, somos de ellos, somos hijos de su muerte. Se fueron para que ocupemos nosotros su lugar. Por eso a la muerte no se la debe arrinconar, hay que asumirla y transformarla de sombría en luminosa, de tétrica en alegre.

Cuando preparaba estas notas pensaba cuanta gente habrá pasado tal día como hoy por aquí desde que existe esta iglesia, pidiendo por los suyos. Y de nuestros antepasados más lejanos ¿quién se acuerda? Algún año recordamos a aquel José García Muñoz de Heros, hijo de José y de Francisca, muerto a los 38 años, casado dos veces y padre de seis hijos: José, Celestina, Florentina, Pascua, María y Ramona, que falleció el 15 de enero de 1853 siendo el primero inscrito en el primer libro de difuntos de esta parroquia, y cuyos restos están aquí, en el viejo cementerio, hoy patio de la iglesia... Así es de fugaz y frágil la memoria de la gente y así lo será para todos. Lo único que queda de ello es este recuerdo aquí en esta tarde envuelto en nuestra plegaria por ellos. Oraciones es lo que nos suplican.  Ojalá que en el futuro dentro de otros 165 años, al menos este día, otros vengan aquí a este mismo templo a pedir por nosotros. Hoy es nuestro deber pedir por ellos y así lo hacemos esperando que el Señor en su infinita misericordia les conceda a todos el descanso eterno. Que así sea.
Jmf.
LGUNAS TUMBAS, COMO LA DEL INSIGNE ALCALDE AVILESINO, FLORENTINO ÁLVAREZ MESA; PERIODISTA INSIGNE, FUNDADOR DEL DIARIO DE AVILÉS, de La Luz de Avilés, etc. etc. SON TUMBAS NO YA SIN FLORES; Y UN RECUERDO, NO SÉ UNA PLEGARIA, ES QUE NI SIQUIERA EL NOMBRE SOBRE SU SEPULTURA.

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