FESTIVIDAD TODOS LOS FIELES
DIFUNTOS 2-XI-2018 B
Nunca hasta ahora se ha
vivido más en contacto con la muerte.
Basta abrir cualquier periódico y pasar la vista por sus páginas,
enseguida nos encontramos con esquelas, guerras, terrorismo, asesinatos,
accidentes... cuyas víctimas se contabilizan cada fin de semana y se
multiplican en cada puente festivo, puentes
como este de “los Santos”. No hay un
telediario sin muertos. Más aun, cuando tratamos de olvidar y ver televisión de
entretenimiento ¡cuánta muerte nos brindan las películas que se proyectan! En
una de las asambleas de la Academia
Americana de Pediatras que tuvo
lugar en 1971, se hizo la siguiente comunicación: “Un niño de 14 años que vea normalmente la TV, al llegar a esa edad es
posible que haya visto una media de 18.000 muertes, la mayor parte de ellas
violentas”. Creo que ahora ya se quedaría corta la cifra.
Si ojeamos la Historia de
nuestro siglo sucede tres cuartos de lo mismo: dos guerras mundiales, bombas
atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki, campos de concentración nazis, archipiélagos
Gulap, genocidios en África y Europa... Y con todo eso nunca hemos “pasado” tanto de la muerte. La queremos
ver... pero cada vez más lejos y no porque la expectativa media de vida para el
hombre no sea optimista, pues rebasa hoy día los 70 años, incluso hay gente de
80 y 90 que aparenta menos, sino porque cada día nos apartamos más de los
símbolos, del lenguaje que recuerda la muerte empleando cientos de eufemismos.
Hasta apartamos de la vista a los mismos seres queridos que agonizan...
En el hombre del
paleolítico la edad media no solía rebasar los 18 años y apenas conocía la
muerte natural pues morir víctima de sus enemigos, hombres o bestias, era tan
normal como lo es hoy morir de cáncer, de un ataque al corazón o de un
accidente de carretera o laboral. La edad media del hombre, contemporáneo de Jesús, alcanzaba los 20 años, Él vivió
33. En el s. XIX se duplicó esta cifra y en el s. XX se multiplicó por cuatro. Otro
factor que aleja la idea de la muerte de nosotros es que ésta tiene lugar en
soledad, lejos de la mirada de parientes y deudos, en un rincón de un Hospital.
Antes la familia se comprometía en serio, afectiva y efectivamente con sus
moribundos y enfermos. En los Centros Sanitarios suelen regir unos horarios de
visita que sólo permiten un contacto superficial y de sólo un tiempo con los
pacientes. No queremos complicarnos con la muerte ni que ella nos complique la
vida. Si el enfermo tiene la suerte de ser creyente puede consolarse
sintiéndose acompañado de su fe, imaginándose rodeado de la presencia
espiritual de Jesús, de la Virgen, de los santos de su devoción y aliviar así sus horas de soledad con la
compañía de lo sobrenatural. ¡Feliz que lo consiga! De lo contrario tendrá
que conformarse y resignarse a esperar el terrible desenlace, tarea a menudo
difícil, dolorosa y lenta. Y una vez que llega el momento final bastará con
avisar a una empresa funeraria, ella se encargará de todos los trámites legales
y de gestión, desde las esquelas hasta el nicho donde reposar.
Razones de diversa índole
pueden aconsejar que el muerto quede aquella noche en el tanatorio del Hospital. Y de aquel luto llevado tiempos atrás rigurosamente
dos o tres años, ya no queda nada, ni del vestido de alivio, ni del pasar unos
días sin salir de casa, sin oír música, sin participar en fiestas. La vida
sigue y nunca más verdad que aquel refrán “El
muerto al hoyo y el vivo al bollo”. No es que esté mejor o peor, que sea
más o menos razonable esto que aquello, lo que pretendo decir es que cada día
nos alejamos más y más de la idea de la muerte a pesar de estar de una forma u
otra más presente entre nosotros. Un difunto ya no es un ser insustituible que
deja un hueco difícil de llenar. “De
imprescindibles está el cementerio lleno”. Un escritor a alemán Max Frisch hizo un test a sus contemporáneos que dejó impreso en su Diario (1966-1971) cuyas preguntas podíamos
también hacérnoslas en este día:
1) Tiene Vd. miedo a la muerte? ¿Desde cuándo?
2) ¿Qué hace Vd. para combatirlo
3) Si no teme la muerte ¿le asusta morir?
4) ¿Le gustaría no morir nunca?
5) ¿Pensó alguna vez que tiene que morir y cómo?
6) ¿Le gustaría aprender a morir bien?
7) Cuando piensa en la muerte ¿le da más pena de Vd. o de quienes sufran
por su muerte?
8) Si cree en el Más Allá ¿le consuela la idea de volver a vernos?
9) ¿Pensó alguna vez por qué los moribundos no lloran?”
Habría que escuchar las
respuestas. Lo que es cierto es que todos vivimos como si los que tuvieran que
morir fueran los demás. Se escribe poco y mal sobre la muerte. Escasean los
manuales para enseñar a bien morir y no hablo de eutanasia activa o pasiva. Nuestra
muerte suele ser, a menudo, improvisada... nos coge por sorpresa. Aun estando
graves, alguien se encargará de hacérnosla olvidar quitando importancia a
nuestro estado. Como dijo el poeta alemán Erich
Fried: “Un perro que muere y sabe que
muere, y puede decir que sabe que muere como un perro, ese es un hombre”. Y
sobre todo para el que muere sin esperanza también para él morir es una
incógnita. Médicos, parientes, amigos, cuando se acerque el fatal momento no
nos. van a hablar ya de muerte, al contrario nos animarán afirmándonos que
pronto sanaremos. Un signo más de nuestra gravedad. ¿No sería más ético decirle
al enfermo la verdad? ¿No sería mejor en vez de prometerle falsamente más vida
ofrecerle cristianamente la aceptación de la muerte para que no sienta perder ésta
a cambio de la vida eterna?
Elisabeth Kübler Ros estudió ese momento final, y lo describe como una sucesión de
las siguientes fases: represión, cólera,
negociación, depresión y al final aceptación,
fases que alguien comparó con las que sufre el estudiante al suspender: cólera, pide al profesor explicaciones, se las dan y se deprime, no hay nada que hacer, y al
final termina haciéndose a la idea que hay que aceptar la nota ¿Por qué
no empezar por el final aceptando la muerte? Una esperanza firme, una fe
profunda de que estamos salvados, además de tranquilizar y consolar al
moribundo como ninguna otra palabra o droga, le serviría para superar más
fácilmente ese trance, logrando incluso el milagro de que los parientes se
integraran acompañándolo más profundamente en el sufrimiento, (la fe une como
nada), viviendo todos cada momento de su muerte. Lo que hiciéramos con los
demás lo harán luego con nosotros. Hoy es un día apto para meditar todas estas
cosas, para pensar en la muerte que llevamos dentro como lleva la fruta el
hueso ¿No representamos la muerte por un esqueleto? Hoy es un día, sobre todo,
de oración. La oración por los difuntos es tan antigua como el hombre. En la Biblia, el Libro II de los Macabeos (s.
I a.C.) ya aconseja orar por los difuntos.
San Isidoro de Sevilla (s. VII)
manda que se digan misas el día siguiente.
Hoy permanece la costumbre
de visitar los cementerios y celebrar funerales. Es un día envuelto en una paz
esperanzada, en el recuerdo cristiano de los seres queridos que se han ido.
Tras la fiesta de la Iglesia Triunfante
de ayer, hoy la Iglesia Militante ruega
por la Iglesia Purgante. No está bien
olvidarse de los muertos. No sé quién llamaba al día de ayer el día de “las flores del remordimiento” porque
luego durante el año muchos no vuelven a acordarse más del cementerio. Es una
cosa buena recordarlos, nos han dejado tantas cosas, nos legaron la lección de la fugacidad de la vida,
nunca bien aprendida, nos dejaron un sitio, una familia, un hogar, una herencia
más o menos importante, a nosotros mismos, somos de ellos, somos hijos de su
muerte. Se fueron para que ocupemos nosotros su lugar. Por eso a la muerte no
se la debe arrinconar, hay que asumirla y transformarla de sombría en luminosa,
de tétrica en alegre.
Cuando preparaba estas
notas pensaba cuanta gente habrá pasado tal día como hoy por aquí desde que
existe esta iglesia, pidiendo por los suyos. Y de nuestros antepasados más
lejanos ¿quién se acuerda? Algún año recordamos a aquel José García Muñoz de
Heros, hijo de José y de Francisca, muerto a los 38 años, casado
dos veces y padre de seis hijos: José,
Celestina, Florentina, Pascua, María y Ramona, que falleció el 15 de enero de 1853 siendo el primero
inscrito en el primer libro de difuntos de esta parroquia, y cuyos restos están
aquí, en el viejo cementerio, hoy patio de la iglesia... Así es de fugaz y
frágil la memoria de la gente y así lo será para todos. Lo único que queda de
ello es este recuerdo aquí en esta tarde envuelto en nuestra plegaria por
ellos. Oraciones es lo que nos suplican. Ojalá que en el futuro dentro de otros 165
años, al menos este día, otros vengan aquí a este mismo templo a pedir por
nosotros. Hoy es nuestro deber pedir por ellos y así lo hacemos esperando que
el Señor en su infinita misericordia les conceda a todos el descanso eterno.
Que así sea.
Jmf.
LGUNAS TUMBAS, COMO LA DEL INSIGNE ALCALDE AVILESINO, FLORENTINO ÁLVAREZ MESA; PERIODISTA INSIGNE, FUNDADOR DEL DIARIO DE AVILÉS, de La Luz de Avilés, etc. etc. SON TUMBAS NO YA SIN FLORES; Y UN RECUERDO, NO SÉ UNA PLEGARIA, ES QUE NI SIQUIERA EL NOMBRE SOBRE SU SEPULTURA.
LGUNAS TUMBAS, COMO LA DEL INSIGNE ALCALDE AVILESINO, FLORENTINO ÁLVAREZ MESA; PERIODISTA INSIGNE, FUNDADOR DEL DIARIO DE AVILÉS, de La Luz de Avilés, etc. etc. SON TUMBAS NO YA SIN FLORES; Y UN RECUERDO, NO SÉ UNA PLEGARIA, ES QUE NI SIQUIERA EL NOMBRE SOBRE SU SEPULTURA.
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