sábado, 15 de diciembre de 2018


DOMINGO III DE ADVIENTO.16-XII-2018 (Lc. 3. 10-18) C

“En aquel tiempo la gente le preguntaba a Juan...” ¡Qué interesante es esta postura que hoy apunta el evangelio: Preguntar! Preguntan los niños, preguntan los enfermos... pero a medida que nos vamos haciendo mayores preguntamos menos, nos creemos seres autosuficientes. Sin embargo deberíamos tener por lema aquel que dice “Pregunta siempre que no cuesta nada. El Evangelio está todo él lleno de preguntas: “¿Cómo puede ser eso si no conozco varón?”, “¿Qué es lo que deseas?”, “¿A quién buscáis?”, “¿A quién iremos?”, “¿Dónde le habéis puesto?”, “¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?” etc., etc. El mismo Dios preguntaba en el Paraíso a Adán “¿Qué es lo que has hecho?”, y a Caín poco después: “¿Dónde está tu hermano?
Hoy la pregunta formulada es “¿Qué debemos hacer?”. En cierto Congreso de Espiritualidad Cristiana se quejaba un ponente de que hoy no se encuentran directores espirituales, consejeros de solera. Alguien se levantó y dijo: “Sí los hay, pero nadie los escucha”. En cambio surgen en la radio, en la prensa y en TV una serie de personajillos que da la sensación que lo saben todo, que tienen el don de enjuiciarlo todo, de resolverlo todo, de aconsejar de todo a todos¿Qué contestó Juan a la pregunta formulada? Juan no era evangelista, sólo era un profeta, el precursor de Jesús... Pues bien, Juan tiene una triple respuesta al “¿Qué debemos hacer? de la gente:  Al pueblo llano le dice: Hay que empezar por repartir. Es curioso. Lo que han predicado y aún predican muchas ideologías progresistas y revolucionarias fue ya dicho hace la friolera de dos mil años.  Y repartir ¿qué? Pues lo vital, como es la comida, el vestido... El que tenga dos túnicas, a quien le sobre ropa, que la reparta con los que no la tienen, y quien tenga comida lo mismo… Es vital cubrir las necesidades más perentorias de los hombres nuestros hermanos, de todos, máxime cuando gastamos tanto en cosas superfluas. Y hoy sabemos muy bien que existen en el mundo casos de extrema necesidad. Esa fue la respuesta, que sigue ahí en pie desde entonces aunque no siempre la escuchemos.

Si la respuesta anterior es para gente de a pie, a los que tienen cargos también da su respuesta: a los publicanos o cobradores de impuestos para Hacienda, es decir, a quienes manejan el dinero, les dice que sean justos, que no cobren más de lo debido y que usen una justicia distributiva más racional. Por desgracia también pasa en nuestra sociedad: quienes más sufren por impuestos son los pobres. ¡Qué más da que bajen los automóviles y el champán, el teléfono o las llamadas a larga distancia si lo que consume el poebre es pan y leche, el alquiler de la vivienda y el billete de autobús! ¿Quénes sufren las huelgas de transportes? La gente de a pie, los altos cargos ya se las saben arreglar para viajar sin cortapisas. Sólo podremos hablar de verdadera conversión y justicia verdadera el día que los primeros beneficiados empiecen a ser los más pobres. Porque como dice un eslogan anarco: “mientras los pobres no tengan pan los ricos no tendrán paz”.
Finalmente Juan da su respuesta también a los militares, es decir a quienes ostentan el poder y desempeñan la justicia. A ellos les dice que se contenten con lo que ganan. Hoy habría que aplicarlo al desorbitado negocio de las armas, el negocio de la violencia indiscriminada que poco a poco parece que se va instalando legalmente en el mundo como algo necesario y natural ¡cuántas consideraciones se tienen a veces con el terrorista y el violento por miedo o por extorsión! Un dato más a tener en cuenta es que Juan, cuando responde, usa, como usaba Jesús, el imperativo dinámico: “Reparte, no exijas, no hagáis extorsión, contentaos con la paga…” y no mercantilicéis la guerra. Es la línea seguida por Jesús: “Ve, vende lo que tienes, ven y sígueme”, “Sal del sepulcro”, “Levántate y anda”. “Recobra la vista...”, etc. No sé quién dijo que Darwin en su obra “La evoluci6n de las especies” emplea al menos 800 veces la expresión: “Pudo ser…”. Jesús fue siempre categórico: siempre llamó al pan pan y al vino vino... Y a la hora de seguirle no duda en decir: “¡Vende todo, ven y sígueme...!”.  Sin embargo alguien pudiera pensar que esta renuncia, este ir en pos de Cristo, estas respuestas a la voz de Dios, es decir, a la conversión del corazón llevan consigo la tristeza.  Nada de eso sino todo lo contrario, son respuestas que nos llevan a la verdadera alegría, alegría que brota del propio amor divino.  Lo expresa muy bien san Juan de la Cruz; (el día 14 era su festividad), cuando en uno de sus preciosos poemas dice en su glosa a lo divino (V):
“Que estando la voluntad
 de divinidad pagada
no puede quedar curada
 sino con divinidad;
mas, por ser tal su hermosura
 que sólo se ve por fe,
gústala en un no sé qué
 que se haya por ventura”.

Es cierto que el Evangelio vivido así, a tumba abierta, es tremendamente convulsivo: abrasa las entrañas.  Y de ahí que nos hayamos acostumbrado a manipularlo con guantes, a rebajar sus grados con falsas interpretaciones, a descafeinarlo...  Pero si lo viviéramos aunque sólo fuera medianamente y tan sólo entre los que nos llamamos cristianos sería tal el cambio experimentado que el mundo se convertiría en algo totalmente desconocido.
Porque la Revolución no consiste en dejarlo todo patas arriba como estamos constatando tan a menudo, ni tampoco en un baño de sangre, del que hablaba Stalin, y cuya estrategia han copiado al pie de la letra los terroristas…, revolución es transformar desde dentro, empezar por cambiar la mente y el corazón. Revolución no es predicar que si tienes dos capas que repartas una, más bien consiste en persuadirnos de que si nosotros tenemos una y el prójimo no tiene ninguna debemos compartirla con él. Y esto hecho en una atmósfera de cristiana alegría.

Nos acercamos a la Navidad y esta es una lección no aprendida. Belén exige conversión, sin embargo para muchos sigue siendo di/versión cuando no per/versión.  En vez de preguntar, preferimos dejarnos llevar, ir entre la farándula que termina en una comida y una noche de alcohol y francachela en el mesón de turno.  Y Belén es pobreza, silencio y gozosa adoración al hombre Dios que nace. Por una de esas paradojas de la vida acontece que los tristes no son los que han ido en pos de Cristo sino quienes se han quedado cenando y bebiendo en el mesón.
En este III Domingo de Adviento, conocido en la liturgia como el Domingo Gaudete o “Domingo de la alegría”, Juan es su pregonero-evangelista pues anuncia la buena Nueva. Los pregoneros de las malas noticias no se llaman evangelistas se denominan agoreros. Hoy nos acercamos, pues, un poco más alegres a Belén, alegres, que no es igual que alegremente. Inés Bojaxkin más conocida por la Madre Teresa de Calcuta, premio Nobel 1979, fue entrevistada en una ocasión por un grupo de profesores norteamericanos. Entre otras cosas le preguntaron: “Por favor, díganos algo que nos pueda ayudar en nuestra vida”. La Madre Teresa se limitó a responderles: “Sonrían, se lo digo muy en serio, sonrían”.
Belén nos enseña, en un pequeño Niño, a sonreír, la sonrisa es la flor de la alegría.  Cuenta Tihamér Thót en “Los diez Mandamientos” que una actriz americana firmó un extraño contrato con una Compañía de seguros: la actriz recibiría 50.000 libras esterlinas si en los diez años siguientes un accidente, una enfermedad o cualquier otra desgracia le hacían perder la capacidad de sonreír. Sabía la alegría que lleva consigo en sí la capacidad de sonreír.

Cambiar interiormente y traducirlo en actos es lo que importa, las palabras no interesan tanto porque a menudo nos llevan al engaño. Cuenta el P. Crisógono de Jesús, biógrafo de san Juan de la Cruz, que había en el Convento de las Agustinas de “Nuestra Señora de la Gracia” una joven que sabía la Biblia de memoria respondiendo a cuestiones complicadas sin haber tenido maestro. La examinaron muchos teólogos entre otros fray Luis de León. Ninguno nos dejó sus opiniones, sobre qué pensaban sobre ella. Llamaron finalmente a san Juan de la Cruz quien, tras varias preguntas, le dijo que tradujera el pasaje “Et verbum caro factum est et habitabit in nobis”, que la religiosa tradujo “El Verbo se hizo carne y habitó entre vosotros”. Mientes, le dijo san Juan de la Cruz, es entre nosotros. “No, entre vosotros”, insistió la religiosa.  Y es que al parecer, según pudo descubrir después el santo, la joven no hablaba por sí misma, hablaba el diablo por su boca, estaba poseída.
Algo de eso nos puede suceder: no acabar de darnos cuenta de que Dios no nació únicamente entre las gentes de Belén, sólo para ellos, allá en la noche de los tiempos, sino que nació “entre nosotros” y además “por y para nosotros”. Juan Bautista esperaba al único que sabe distinguir el trigo de la paja, y el trigo son aquellas buenas palabras capaces de tocar nuestro corazón, aquellas buenas obras capaces de hacernos cambiar y capaces de cambiar el mundo en que vivimos.
 Jmf




















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