DOMINGO III DE ADVIENTO.16-XII-2018 (Lc. 3. 10-18) C
“En aquel tiempo la gente le preguntaba a Juan...” ¡Qué interesante es esta
postura que hoy apunta el evangelio: Preguntar!
Preguntan los niños, preguntan los enfermos... pero a medida que nos vamos
haciendo mayores preguntamos menos, nos creemos seres autosuficientes. Sin
embargo deberíamos tener por lema aquel que dice “Pregunta siempre que no cuesta nada. El Evangelio está todo él
lleno de preguntas: “¿Cómo puede ser eso
si no conozco varón?”, “¿Qué es lo que deseas?”, “¿A quién buscáis?”, “¿A quién iremos?”, “¿Dónde le habéis puesto?”,
“¿Eres tú el que ha de venir o debemos
esperar a otro?” etc., etc. El mismo Dios preguntaba en el Paraíso a Adán “¿Qué es lo que has hecho?”, y a
Caín poco después: “¿Dónde está tu hermano?
Hoy la pregunta formulada es “¿Qué
debemos hacer?”. En cierto Congreso
de Espiritualidad Cristiana se quejaba un ponente de que hoy no se
encuentran directores espirituales, consejeros de solera. Alguien se
levantó y dijo: “Sí los hay, pero nadie los escucha”. En cambio surgen en la radio, en la prensa y en TV una serie de
personajillos que da la sensación que lo saben todo, que tienen el don de
enjuiciarlo todo, de resolverlo todo, de aconsejar de todo a todos… ¿Qué contestó Juan a la pregunta formulada? Juan no era evangelista, sólo era un
profeta, el precursor de Jesús...
Pues bien, Juan tiene una triple respuesta al “¿Qué debemos hacer? de la gente: Al pueblo llano le dice: Hay que empezar por repartir.
Es curioso. Lo que han predicado y aún predican muchas ideologías
progresistas y revolucionarias fue ya dicho hace la friolera de dos mil
años. Y repartir ¿qué? Pues lo vital,
como es la comida, el vestido... El que tenga dos túnicas, a quien le
sobre ropa, que la reparta con los que no
la tienen, y quien tenga comida
lo mismo… Es vital cubrir las necesidades más perentorias de los hombres
nuestros hermanos, de todos, máxime cuando gastamos tanto en cosas superfluas.
Y hoy sabemos muy bien que existen en el mundo casos de extrema necesidad. Esa
fue la respuesta, que sigue ahí en pie desde entonces aunque no siempre la
escuchemos.
Si la respuesta anterior es para gente de a pie, a los que tienen cargos también da su respuesta: a los publicanos o cobradores de impuestos
para Hacienda, es decir, a quienes manejan el dinero, les dice que sean justos,
que no cobren más de lo debido y que usen una justicia distributiva más racional.
Por desgracia también pasa en nuestra sociedad: quienes más sufren por
impuestos son los pobres. ¡Qué más da que bajen los automóviles y el champán,
el teléfono o las llamadas a larga distancia si lo que consume el poebre es pan y leche, el alquiler de la vivienda y el billete de autobús! ¿Quénes sufren las huelgas de transportes? La gente de a pie, los altos cargos ya se las saben arreglar para viajar sin cortapisas. Sólo podremos hablar de verdadera conversión y justicia verdadera el día que los primeros beneficiados empiecen a
ser los más pobres. Porque como dice un eslogan anarco: “mientras los pobres no tengan pan los ricos no tendrán paz”.
Finalmente Juan da su respuesta
también a los militares, es decir a
quienes ostentan el poder y desempeñan la justicia. A ellos les dice que se
contenten con lo que ganan. Hoy habría que aplicarlo al desorbitado negocio de
las armas, el negocio de la violencia indiscriminada que poco a poco parece que
se va instalando legalmente en el mundo como algo necesario y natural ¡cuántas
consideraciones se tienen a veces con el terrorista y el violento por miedo o
por extorsión! Un dato más a tener en cuenta es que Juan, cuando responde, usa, como usaba Jesús, el imperativo dinámico: “Reparte,
no exijas, no hagáis extorsión, contentaos con la paga…” y no
mercantilicéis la guerra. Es la línea seguida por Jesús: “Ve, vende lo que
tienes, ven y sígueme”, “Sal del
sepulcro”, “Levántate y anda”.
“Recobra la vista...”, etc. No sé quién
dijo que Darwin en su obra “La evoluci6n
de las especies” emplea al menos
800 veces la expresión: “Pudo ser…”. Jesús fue siempre categórico: siempre
llamó al pan pan y al vino vino... Y a la hora de seguirle no duda en decir: “¡Vende todo, ven y sígueme...!”. Sin
embargo alguien pudiera pensar que esta renuncia, este ir en pos de Cristo,
estas respuestas a la voz de Dios, es decir, a la conversión del corazón llevan
consigo la
tristeza. Nada de eso
sino todo lo contrario, son respuestas que nos llevan a la verdadera alegría,
alegría que brota del propio amor divino.
Lo expresa muy bien san Juan de la Cruz; (el día 14 era su
festividad), cuando en uno de sus
preciosos poemas dice en su glosa a lo divino (V):
“Que estando la voluntad
de divinidad pagada
no puede quedar curada
sino con divinidad;
mas, por ser tal su hermosura
que sólo se ve por fe,
gústala en un no sé qué
que se haya por ventura”.
Es cierto que el Evangelio vivido así, a tumba abierta, es tremendamente
convulsivo: abrasa las entrañas. Y de
ahí que nos hayamos acostumbrado a manipularlo con guantes, a rebajar sus
grados con falsas interpretaciones, a descafeinarlo... Pero si lo viviéramos aunque sólo fuera
medianamente y tan sólo entre los que nos llamamos cristianos sería tal el
cambio experimentado que el mundo se convertiría en algo totalmente
desconocido.
Porque la Revolución no consiste en dejarlo todo patas arriba como estamos
constatando tan a menudo, ni tampoco en un baño de sangre, del que hablaba Stalin, y cuya estrategia han copiado
al pie de la letra los terroristas…, revolución es transformar desde dentro,
empezar por cambiar la mente y el corazón. Revolución no es predicar que si
tienes dos capas que repartas una, más bien consiste en persuadirnos de que si
nosotros tenemos una y el prójimo no tiene ninguna debemos compartirla con él.
Y esto hecho en una atmósfera de cristiana alegría.
Nos acercamos a la Navidad y esta es una lección no aprendida. Belén exige conversión, sin embargo para muchos
sigue siendo di/versión cuando no per/versión. En vez de preguntar, preferimos dejarnos
llevar, ir entre la farándula que termina en una comida y una noche de alcohol
y francachela en el mesón de turno. Y
Belén es pobreza, silencio y gozosa adoración al hombre Dios que nace. Por una
de esas paradojas de la vida acontece que los tristes no son los que han ido en
pos de Cristo sino quienes se han quedado cenando y bebiendo en el mesón.
En este III Domingo de Adviento, conocido en la liturgia como el Domingo Gaudete
o “Domingo de la alegría”, Juan es su pregonero-evangelista pues
anuncia la buena Nueva. Los pregoneros de las malas noticias
no se llaman evangelistas se denominan agoreros. Hoy nos
acercamos, pues, un poco más alegres a Belén, alegres, que no es igual que
alegremente. Inés Bojaxkin más conocida por la Madre Teresa de Calcuta, premio Nobel 1979, fue
entrevistada en una ocasión por un grupo de profesores norteamericanos. Entre
otras cosas le preguntaron: “Por favor,
díganos algo que nos pueda ayudar en nuestra vida”. La Madre Teresa se limitó a
responderles: “Sonrían, se lo digo muy en
serio, sonrían”.
Belén nos enseña, en un pequeño Niño, a sonreír, la sonrisa es la flor de la alegría. Cuenta Tihamér Thót
en “Los diez Mandamientos” que una actriz americana firmó un
extraño contrato con una Compañía de seguros: la actriz recibiría 50.000 libras
esterlinas si en los diez años siguientes un accidente, una enfermedad o
cualquier otra desgracia le hacían perder la capacidad de sonreír. Sabía la
alegría que lleva consigo en sí la capacidad de sonreír.
Cambiar interiormente y traducirlo en actos es lo que importa, las palabras
no interesan tanto porque a menudo nos llevan al engaño. Cuenta el P. Crisógono de Jesús, biógrafo de san Juan de la Cruz, que había en el
Convento de las Agustinas de “Nuestra
Señora de la Gracia” una joven
que sabía la Biblia de memoria respondiendo a cuestiones complicadas sin haber
tenido maestro. La examinaron muchos teólogos entre otros fray Luis de León. Ninguno nos dejó sus opiniones, sobre qué
pensaban sobre ella. Llamaron finalmente a san
Juan de la Cruz quien, tras
varias preguntas, le dijo que tradujera el pasaje “Et verbum caro factum est et habitabit in nobis”, que la religiosa
tradujo “El Verbo se hizo carne y habitó
entre vosotros”. Mientes, le
dijo san Juan de la Cruz, es entre nosotros. “No, entre vosotros”, insistió la religiosa. Y es que al parecer, según pudo descubrir
después el santo, la joven no hablaba por sí misma, hablaba el diablo por su
boca, estaba poseída.
Algo de eso nos puede suceder: no acabar de darnos cuenta de que Dios no
nació únicamente entre las gentes de Belén, sólo para ellos, allá en la noche
de los tiempos, sino que nació “entre
nosotros” y además “por y para nosotros”. Juan
Bautista esperaba al único que sabe distinguir el trigo de la paja, y el
trigo son aquellas buenas palabras capaces de tocar nuestro corazón, aquellas
buenas obras capaces de hacernos cambiar y capaces de cambiar el mundo en que
vivimos.
Jmf
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