viernes, 28 de diciembre de 2018




¿Y qué es la familia? sería una buena pregunta para un Catecismo. Según el Diccionario de la Real Academia Española, la familia es “Gente que vive en una casa bajo la autoridad del señor de ella”. Como tantas veces, el Diccionario se queda corto y pobre, porque cabría preguntar ¿y los que viven en un carro, bajo un puente o bajo la autoridad de una señora? Si se nos mandara definirla a cada uno de los que estamos aquí posiblemente cada uno resaltaría un aspecto diferente. Creo que puede ser interesante reflexionar unos momentos sobre los principales puntos que la integran.

En primer lugar, el elemento biológico. La familia está compuesta primordialmente por un hombre y una mujer con fines de procreación y ayuda mutua. Hoy este aspecto de la procreación es muy complejo. La población mundial está creciendo, sobre todo en algunas zonas del planeta, de modo alarmante. Entre 1950 y 2017 la población mundial pasó de 2.700 a 7.200 millones de personas. Cada año crece en cerca de 90 millones. A tal punto que se la define desde hace tiempo como explosión demográfica. De ahí que se hable tanto del control de la natalidad y del aborto. Paradójicamente se habla también de la baja natalidad pero es en países desarrollados. Aquí surge el primer problema a resolver.

En segundo lugar está el elemento psicológico. Ya no se trata ni de la procreación ni de la sexualidad, aunque ambos términos vayan íntimamente unidos. En la familia entran en juego además una serie de relaciones de tipo psicológico muy importantes como es la amistad, el amor, la comprensión, el “entenderse”, realizarse, ayudarse, etc. puesto que, hombre y mujer, están hechos el uno para el otro. Y ahí está el secreto del matrimonio psicológicamente equilibrado, con ese fin fue creada la pareja, ya que, y son palabras del mismo Dios, “no está bien que el hombre esté solo”. Quienes atacan la institución del matrimonio no atacan el matrimonio en general sino aquel en particular que no funciona, posiblemente el suyo. Y de ahí un nuevo problema a resolver: el divorcio, la separación, la anulación…, temas que están un día sí y otro también sobre el tapete y cuya puesta en práctica sigue siendo hoy problemática.

Esto lo explicaban muy gráficamente aquellos predicadores de primeros de siglo pasado tal como lo recoge en uno de sus Cuentos Antonio Trueba y que sitúa en un pueblecito de Vizcaya. Una campesina se presenta ante el párroco pidiendo el divorcio puesto que no es capaz de soportar más a su marido. El sacerdote manda venir a ambos y los lleva hasta la sacristía. Una vez dentro toma el hisopo y un caldero con agua bendita y empieza a rezar por un viejo Ritual. A cada poco descargaba sobre la cabeza de uno y otro un par de golpes con el pesado hisopo de bronce, hasta que el marido mosqueado preguntó: -Pero ¿hasta cuándo va a durar esto, señor cura? -Hasta que uno de los dos se muera ¿No sabes tú que entre católicos el único modo de romper el matrimonio es la muerte... ? Cuando la incomunicación psicológica es grave es fácil que no haya existido matrimonio nunca, es decir, si no “casan” es posible que nunca hayan estado casados. Porque de marchar bien ¿dónde podrá refugiarse mejor el hombre o la mujer…? ¿Qué institución, qué ONG los podrá arropar con más garantía que la familia, en medio de un mundo tan hostil? En ella es donde se puede dar plenamente y sin grandes traumas el famoso lema: Igualdad, libertad, fraternidad...

Finalmente hay que contar con un tercer elemento: el cultural, en el que cabe incluir incluso la economía, la religión, el ocio, la educación, etc. Los defensores del Materialismo dialéctico como lo fue Federico Engels en su obra “El origen de la familia” afirman que la economía es el elemento primordial en toda cultura e institución. Es decir, el dinero, el capital, las herencias... mantienen y sostienen la familia a través del tiempo, ya que es la única forma, de momento, para lograr que el capital perviva y pase a los herederos. El día que no existiera capital (capital viene del latín caput/is: cabeza) la familia se desintegraría. Y desde luego, aunque no estemos muy de acuerdo con toda la exposición, es muy a tener en cuenta dicho punto de vista. Bastaría recordar cómo son precisamente las herencias uno de los elementos más nefastos para destrozar una familia, lo que denota que para muchos el dinero está por encima de todo lo divino y lo humano.

Hace bastantes años que se puso en escena una obra del autor dramático Joaquín Calvo Sotelo titulada “La muralla”. En ella se refleja claramente esta actitud: Un hombre se hace durante la guerra, con una gran herencia por medios inconfesables. Su familia, ajena al origen de la fortuna, desarrolla una vida social de acuerdo con su alto rango, escalan puestos, adquieren títulos de nobleza, etc. Un día el fundador y abuelo del clan enferma gravemente. Le asaltan los remordimientos y trata, de acuerdo con la moral, de restituir la herencia a la persona estafada hacía años. Pero es entonces, ante la amenaza de caer en la pobreza, cuando aquella familia, en teoría buenos cristianos todos, forman en torno al anciano moribundo “una muralla” humana. El verdadero dueño, ajeno y desconocedor de todo, se aleja al final del drama mientras que el anciano muere sin poder restituir. El dinero, las herencias, la economía es pues otro gran problema a tener en cuenta en la familia. En estos mismos días cuántas familias sufrirán el zarpazo del consumismo obligadas a gastar y gastar por una propaganda contumaz y desafiante, de modo que quien no gasta no está al día ni puede presentarse dignamente en sociedad, quien no echa la casa por la ventana y alterna fastuosamente no está a la altura de las circunstancias, provocando luego desequilibrios económicos, emocionales e incluso conyugales.

Tal como están las cosas hoy la clase media trata de canalizar la economía, más que a bienes pasivos y a amasar grandes fortunas, hacia un salario justo que Juan XXIII propugnaba en su encíclica Mater Magistra, y luego el Concilio Vaticano II en el Documento “Sobre la Iglesia en el mundo actual”, como: “aquel salario que es suficiente para permitir al hombre y a su familia una vida digna en el plano material, social, cultural y espiritual” (67), es decir, el capaz de proporcionar comida, vestido, vivienda, educación y ocio a su tiempo e incluso que quedara un poco más para el ahorro. Ese podría ser el salario justo. Difícil meta, no obstante, sobre todo en algunos aspectos como es el de la educación, el trabajo para todos, la carrera que no siempre colma las aspiraciones de quienes han hecho el esfuerzo de llevarla a cabo. Se ha dicho repetidas veces que “la Universidad es una fábrica de parados”. Preferimos sueldo sin carreras que carrera sin sueldo ¿o no?

¿Cómo solucionar, pues, tantos problemas? La Etnología y la Antropología estudian diversos tipos de familias primitivas. Margaret Mead estudió, por ejemplo, las que viven en Indonesia, Malinoski las de Melanesia, Levi Strauss las del Amazonas, etc. Pero el mundo no necesita tanto de explicaciones o legislación sobre lo que hay, cuanto soluciones a los problemas que cada día se presentan. El matrimonio anda mal posiblemente por una mala preparación de los que lo contraen. Acaso esté ahí la razón de que algunos vean el matrimonio como un engaño. Cuando el insigne profesor Federico Ozanam, gran apologista y cofundador, con otros seis, de Las Conferencias de san Vicente Paúl, enseñaba en la Sorbona un día, hablando con Lacordaire, este le aconsejó que debía hacerse sacerdote, pero al poco tiempo lo encontró casado. -Pobre Ozanam, dijo Lacardaire, cayó en la trampa. Cuando dos años más tarde visitaba a Pío IX a quien alguien le había contado la anécdota, el Papa le dijo: -Señor Lacordaire, yo había estudiado que Jesús instituyó siete sacramentos, y resulta que ahora viene usted y descubre que no, que instituyó seis y una trampa. Hay una vieja canción francesa que dice así: “Reza una oración si partes para la guerra, reza dos si atraviesas la mar incierta, pero cuando te cases, reza lo que sepas”.

Hoy el Evangelio nos presenta a la Sagrada Familia y curiosamente como ejemplo; aunque un tanto atípico: José no es el padre biológico de Jesús, María que ha concebido a su hijo de forma extraña y sobrenatural, está a punto de ser denunciada, y al final su esposo decide abandonarla en secreto; poco después los tres sufren el exilio político amenazados por el rey Herodes; Jesús, a los doce años se escapa de la tutela familiar durante tres días. Y a los treinta años, en vez de seguir la tradición familiar en el oficio, cierra la carpintería y se dedica a predicar, de modo que los parientes lo llegaron a juzgar un poco mal de la cabeza y quisieron recluirlo, etc. Pues bien, a pesar de tanta incomprensión, de tantos problemas y de tan difíciles relaciones fue una familia ideal debido a que todo lo venció con el diálogo, la entrega incondicional y la entera confianza en las manos de Dios. Por eso hoy, una vez más, se nos pone a la Sagrada Familia como ejemplo a imitar y modelo a seguir.

Jmf

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