viernes, 21 de diciembre de 2018


DOMINGO IV DE ADVIENTO.-23-XII-2018 (Lc. 1, 39-45) C


“María fue aprisa a la montaña…” es una frase que parece que no encaja en el contexto evangélico donde todo discurre en calma y sosiego.  Dios tiene un gran ayudante a su lado que es el tiempo. Dios nunca tiene prisa para nada: ni para resucitar a Lázaro, ni para arrancar la cizaña, ni para resucitar Él ¿por qué esperar tres días?, ni para subir al cielo, ni para la última venida... y tampoco desde luego para castigar.
Sin embargo María fue aprisa ... Hoy vivimos metidos de lleno en este vértigo del correr, en este “llegar antes a cualquier parte para regresar primero” que dijo Iván Illich, producir más y más aprisa, en cadena, y por tanto obligar a consumir más y más rápido... ¿A dónde vamos a parar? Desde bien temprano la radio nos despierta ametrallándonos los oídos con una sarta de noticias, una tras otra, como si fuera imprescindible mantener al hombre en vilo, no dejarle un momento de respiro, que no pueda hacer ni un alto en su camino para pensar y digerir lo escuchado, tratando de hacerle un lavado cerebral cada mañana con esa ducha de polítiquilla, de accidentes, muertes, terrorismo, sangre y angustia. Y si existe un momento de descanso es para insertar un anuncio con el fin de azuzar, de invitar al consumo, de empujar hacia el mercado para adquirir este o aquel producto. Poco después las gentes camino del trabajo... siempre corriendo, hay que llegar a fichar a tiempo so pena de un castigo…
Y ahí está nuestro hombre, en medio del fárrago de la circulación, sorteando la niebla mañanera, los atascos de la ciudad, cuando no las huelgas, los piquetes... un verdadero maratón de obstáculos. Se dice que hoy no se puede hacer esperar a nadie; más de cinco minutos, ya es una descortesía, no se puede hacer perder el tiempo a nadie aunque luego lo malgastemos del modo más estúpido. En este panorama parece que la frase evangélica encaja plenamente: “de prisa a la montaña”. Sin embargo hay una diferencia fundamental: María va llena de gozo, llena de alegría,  llena de gracia.  Y es esta alegría la que le hace correr, la que pone alas a sus pies para visitar a su prima. Al hombre moderno, en cambio, le arrastra algo externo, fuera de él. No es la paz, ni el gozo interno, no es por ir a visitar y ofrecer nuestros servicios a un amigo, es más bien por escapar de nosotros mismos, son prisas llenas de crispación, en las que ni se lleva a Dios ni en las que se encuentra Dios. María saluda a su prima, le lleva una buena noticia, es la primera misionera del mensaje mesiánico. El ángel la había saludado con un: “llena de gracia”. Isabel le devuelve el saludo: “bendita entre todas las mujeres”. Entre el ángel e Isabel componen esa oración sublime: el Ave María; y por si ello no fuera poco, en el mundo del arte la elevaron al rango de pieza inmortal músicos como Schubert, Gounod, Victoria, Palestrina, etc.
Por su parte María, no presume aquí de humildad, sería un gesto un tanto soberbio y contradictorio con su gracia y virtud. María se refiere a su insignificancia y pobreza personal. Por eso es tan acertadamente hermosa la oración que hace Martín Lutero en su exégesis del Magníficat cuando dice: “Oh tú, bienaventurada virgen y madre de Dios... porque se ha fijado tan graciosamente en tu indignidad, en tu bajeza, esto mismo nos hace pensar que en adelante y a ejemplo tuyo, tampoco nos despreciará a nosotros, pobres e insignificantes hombres, sino que más bien nos mirará graciosamente” (Lutero, pág. 189). En su pequeñez... no en su humildad. A nosotros nos parece que debemos obsequiar con costosos regalos, reyes, año nuevo, hemos recargado el costo del regalo y acaso lo hayamos aligerado de afecto, de cordialidad, de delicadeza y atención a la propia persona. La visita a los amigos, a los parientes aún los más cercanos que acaso vivan hasta solos no considerándonos por encima sino en el plano familiar y de amistad, será siempre bien recibida. Hoy las puertas de los pisos y chalets se cierran más y más hasta con respecto a los que viven a su lado, las familias se aíslan ¿por miedo a qué? Y sin embargo María, embarazada y todo, visita a su prima. Dios nos visita, deja su cielo de risas y alegría y viene a aprender a llorar a un humilde portal. Creo que es la lección que se desprende más fácilmente del evangelio de hoy: salir de prisa hacia los demás...
Decía G. Bernanos: “Lo que los demás esperan de nosotros es Dios mismo quien lo espera” Nos puede suceder lo que sucedió al protagonista de aquel conocido cuento ruso: Demetrio es convocado por Dios para tener una entrevista en medio de la estepa.  No debe llegar tarde y está resuelto a llegar puntual a la cita, pero cuando va de camino se encuentra con un carretero que inútilmente trataba de sacar su carro embarrancado del atolladero. Demetrio duda pero se decide ayudarlo. La operación duró más de lo previsto. Miró la hora.  Era muy tarde. Entonces echó a correr a toda prisa hacia el punto de la entrevista. Llegó jadeante... Dios ya no estaba, se había ido...
Parece un cuento cruel pero habría que hacerle una segunda lectura o completarlo con aquel otro del zapatero remendón que un día rezando ante una imagen de Jesús se le presentó un personaje misterioso que le dijo: “Tu oración es grata al Señor, esta tarde Jesús pasará por tu casa”. El zapatero limpió el taller, arregló la cocina, mando a su mujer preparar la mesa porque iban a recibir una visita. A media tarde llamaron a la puerta.  “Ahí está”, se dijo, pero al abrir se encontró con que era una vecina de pésima fama que habla reñido con su esposo y venía a pedir que intercediera. Dudó el pobre zapatero pero al fin lo hizo mientras pensaba: No sé qué va a decir Jesús si me ve en compañía de esta mujer”. Regresó a casa a esperar de nuevo.  Nueva llamada: “Esta vez sí…”, se dijo. Pero no, era un chico pobre, el bobo del pueblo que venía a pasar el rato a su lado. A punto estuvo de despedirlo, pero le dio pena y charló con él largo y tendido hasta que el bobo se fue. Al fin sonó la última llamada. Tenía que ser la suya... Pues tampoco, esta vez era un borracho que de tarde en tarde se acercaba por la zapatería oliendo a aguardiente y a suciedad que apestaba. “Este me va dejar aquí un olor...”, pensaba el pobre remendón... Con todo aguardó hasta el anochecer. Era la hora de cerrar la tienda.  Entonces sentó al borracho a la mesa y cenaron lo que la buena mujer había preparado, por si Jesús aceptaba su invitación. Cuando el zapatero se dirigió a la imagen aquella noche para rezar, empezó recriminándole su engaño: Me has mentido, Señor, dijiste por tu ángel que ibas a visitar mi casa… te esperé en vano y no llegaste. Me mentiste...”. Entonces fue cuando habló la imagen y le dijo: “No es verdad, buen amigo, me has recibido y lo has hecho muy bien, ¿es que no me has reconocido en la mujer de mala vida, en el bobo del pueblo y el pobre borracho? ¿No ves que todos ellos era yo?”. El zapatero desde entonces recibía con frecuencia a Jesús, termina la historia. Pues lo mismo se podría aplicar al cuento ruso. Dios lo esperaba con su carro embarrancado y Demetrio a lo mejor ni se dio cuenta... ¡tenía tanta prisa! Lo dirán los reos y bienaventurados juzgados por el Señor al final de los tiempos: “¿Cuándo te vimos con hambre o con sed, fatigado o enfermo y te ayudamos, o no te ayudamos? Y el Señor responderá: “Cada vez que lo hicisteis con uno de estos conmigo lo hacíais”.
Pero para ello necesitamos tener siempre en el punto de mira a nuestro prójimo. Nuestra misión de cristianos es llevar siempre la buena noticia, la alegría a nuestro próximo, sembrar la esperanza por el mundo. Nuestras prédicas a menudo pecan de ser un poco tristes, es verdad que la realidad, como hemos expuesto al principio, no suele ser precisamente un mar de rosas: demasiadas desgracias, enfermedad, muerte, accidentes... Alguien dijo que “el optimismo es una drogadicción”, pero no existiría la fantasía si la realidad fuera más alegre y gratificante. Necesitamos echarle imaginación a la vida que suele ser dura y “la realidad tozuda” que dijo K. Marx. Pero el Evangelio en una continua invitación a ver las cosas de otro modo al sentirnos hijos de Dios y portadores de ese gran mensaje, portadores de una salvación que es el mismo Cristo.
Hoy María nos invita a ir aprisa a pregonarlo.  Todo este tiempo la Liturgia invoca a María especialmente. Hemos oído estos días la lectura de la Anunciación y de la Visitación. Antiguamente se celebraba la Anunciación el 18 de diciembre. El Concilio de Toledo (656) se propuso uniformar las fiestas de la Virgen como las de Cristo, pero en el s. XI la liturgia romana suplantó a la mozárabe. La Anunciación se desplazó al 25 de marzo y el 18 se celebró la expectación del parto. Desde la víspera se recitan las antífonas de María de la O. A que todas empiezan por esa interjección los siete días: Oh Sabiduría. Adonai. Raíz de Jesé, Llave de David, Oriente esplendor, Rey de las naciones, Enmanuel...; se refiere la onomástica de las llamadas María de la O.
Está muy bien puesta aquí la figura de María como remate del Adviento y como invitación a salir aprisa a pregonar la llegada del Señor, porque el mundo más que ninguna otra cosa lo que de veras necesita es esta felicitación Navideña: “Dios está entre nosotros”.
Jmf

No hay comentarios: